Читать книгу La hegemonía de los excluidos - Antonio Gramsci - Страница 9

¿QUÉ ES EL HOMBRE? CUADERNO 10, ENTRADA 54 Introducción al estudio de la filosofía. ¿Qué es el hombre?

Оглавление

Esta es la principal pregunta de la filosofía. ¿Cómo se puede responder? La definición se puede encontrar en el hombre mismo; es decir en cada hombre singular. ¿Pero es adecuada? En cada hombre singular se puede encontrar qué es cada «hombre común». Pero a nosotros no nos interesa saber que es cada hombre singular, que además sería comprender que es cada singular hombre común en cada momento singular. Si lo pensamos, observamos que al hacernos la pregunta de qué es el hombre queremos decir lo siguiente: ¿qué puede llegar a ser el hombre?, ¿puede el hombre dominar su destino?, ¿puede «formarse»?, ¿puede crearse una vida? Decimos, por tanto, que el hombre es un proceso y precisamente es el proceso de sus acciones. Si lo pensamos, incluso la misma pregunta, ¿qué es el hombre?, no es una pregunta abstracta u «objetiva». Surge de la reflexión que hemos hecho sobre nosotros mismos y sobre los otros, queremos saber, en relación a lo que hemos reflexionado y visto, qué somos y qué podemos llegar a ser; si realmente, y con qué límites, somos «nuestros propios forjadores», de nuestra vida, de nuestro destino. Y eso queremos saberlo «hoy», en las condiciones de hoy, de la vida «actual», y no de una vida cualquiera de un hombre cualquiera. La pregunta que ha surgido, adquiere su contenido de especiales y determinados modos de considerar la vida del hombre: el más importante de ellos es la «religión», y una determinada religión, el catolicismo. En realidad, preguntándonos: «¿qué es el hombre?», qué importancia tiene su voluntad y su actividad concreta en el crearse a sí mismo y la vida que vive, queremos decir: «¿es el catolicismo una concepción exacta del hombre y de la vida? Siendo católicos, es decir haciendo del catolicismo una norma de vida, ¿Nos equivocamos o estamos en lo cierto?» Todos tienen la vaga intuición de que hacer del catolicismo una norma de vida es una equivocación, tanto es así que nadie se atiene al catolicismo como norma de vida, por más que se declaren católicos. Un católico integral, que aplicase en cada acto de su vida las normas católicas, parecería un monstruo, lo que es, si lo pensamos, la crítica más rigurosa al propio catolicismo, y la más concluyente. Los católicos argumentarán que ninguna concepción es seguida con exactitud, y tienen razón, pero eso solo demostraría que de hecho históricamente no existe, todavía, un modo de concebir y obrar igual para todos los hombres, nada más. No es una razón a favor del catolicismo, a pesar de que el modo católico de pensar y obrar esté organizado desde hace siglos con tal fin, es decir, el de la coherencia. Lo que no ha sucedido aún para ninguna otra religión, aunque dispusieran de los mismos medios, el mismo espíritu de sistema o la misma continuidad y centralización. Desde el punto de vista «filosófico» lo insatisfactorio en el catolicismo es el hecho de que sitúa la causa del mal en el hombre mismo, concibe al hombre como un individuo bien definido y limitado. Todas las filosofías que han existido hasta hoy reproducen esta posición del catolicismo, conciben al hombre como un individuo limitado a su individualidad y el espíritu como tal individualidad. Es en este punto sobre el que necesitamos reformar el concepto de hombre. Necesitamos concebir al hombre como una serie de relaciones activas (un proceso) en el que, si bien la individualidad tiene la máxima importancia, no es, sin embargo, el único elemento en consideración. La humanidad que se refleja en cada individualidad está compuesta de diferentes elementos:

1) el individuo;

2) los demás hombres;

3) la naturaleza.

El segundo y el tercer elemento no son tan simples como pudiera parecer. El individuo no entabla relación con los demás hombres por yuxtaposición, sino orgánicamente, es decir, en cuanto entra a formar parte de organismos desde los más simples a los más complejos. Del mismo modo el hombre no se relaciona simplemente con la naturaleza, por el simple hecho de ser él mismo naturaleza, sino activamente, por medio del trabajo y de la técnica. Es más, estas relaciones no son mecánicas. Son activas y conscientes, corresponden a un grado mayor o menor a partir del conocimiento que de ellas tenga el hombre individual. Por eso podemos decir que cada uno se transforma a sí mismo, se modifica, en la medida en que cambia y modifica todo el conjunto de relaciones en las que él es el centro de unión. En este sentido el filósofo real es y no puede no ser político, es decir el hombre activo que modifica el entorno, entendiendo por entorno el conjunto de relaciones en el que cada individuo entra a formar parte. Si la propia individualidad es el conjunto de estas relaciones, construirse una personalidad significa adquirir conciencia de tales relaciones y modificar la propia personalidad significa modificar el conjunto de estas relaciones. Pero estas relaciones, como se ha dicho, no son sencillas. En primer lugar, algunas de ellas son necesarias, otras voluntarias. Además, poseer de ellas una conciencia más o menos profunda (es decir conocer más o menos el modo en el que se pueden modificar), ya las modifica. Las mismas relacionas necesarias, en cuanto se comprenden en su necesidad, cambian de aspecto y de importancia. El conocimiento es poder, en este sentido. Pero el problema es complejo también por el siguiente motivo: no basta con comprender el conjunto de relaciones tal y como existen en un momento dado como un determinado sistema, es necesario conocerlo genéticamente, en su movimiento de formación, pues cada individuo no sólo es la síntesis de las relaciones existentes sino también la historia de estas relaciones, es decir la síntesis de todo el pasado. Se dirá que lo que cada individuo puede cambiar es bien poco, en relación a sus fuerzas. Y eso es así hasta cierto punto. El individuo puede asociarse con todos aquellos que quieren el mismo cambio y, si este cambio es racional, el individuo puede multiplicarse un número considerable de veces y obtener un cambio más radical de lo que a primera vista puede parecer posible.

Las sociedades en las que un individuo puede participar son más numerosas de lo que parece. Es a través de estas «sociedades» con las que el individuo forma parte del género humano. De esta forma son múltiples los modos con los que el individuo entra en relación con la naturaleza, pues por técnica, debe entenderse no solo el conjunto de nociones científicas aplicadas industrialmente, que es lo que generalmente se entiende, sino también los instrumentos «mentales», el conocimiento filosófico.

Que el hombre no puede concebirse de otro manera que participando en una sociedad es un lugar común, sin embargo no se extraen de ello todas las consecuencias necesarias, sobre todo las que afectan a la individualidad: que una determinada sociedad humana presuponga una determinada organización de las cosas y que la sociedad humana sea posible solo en cuanto existe una determinada organización de las cosas es también un lugar común. Es cierto que hasta ahora a estos organismos supraindividuales se les ha dado un significado mecánico y determinado (tanto a la societas hominum como a la societas rerum): de ahí la reacción. Es necesario elaborar una doctrina en la que todas estas relaciones estén activas y en movimiento, fijando claramente que el emplazamiento de esta actividad es la conciencia del hombre singular que conoce, quiere, admira, crea, en cuanto ya conoce, quiere, admira, etcétera. Y se concibe, no aislado, sino lleno de posibilidades que le ofrecen los otros hombres y la organización de las cosas, de la cual no se puede no tener cierto conocimiento. (Como cada hombre es filósofo, cada hombre es científico, etcétera).

La hegemonía de los excluidos

Подняться наверх