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ОглавлениеCapítulo 4
Alumno de Don Bosco
“Cuando supe que podía ir a confesarme con Don Bosco, agarré unos cuadernos y me puse a escribir todos mis pecados... Para estar bien seguro de no olvidarme de nada, había consultado dos o tres formularios impresos que ayudaban para el examen de conciencia... Me acusaba de todo... A una sola pregunta respondí negativamente: ‘¿Has matado?’ ‘Eso no’- escribí al margen. Mientras tanto, con una mano en el bolsillo de los cuadernos y con la otra en el pecho esperaba, de rodillas y temblando, mi turno...
Arrodillado a los pies de Don Bosco saqué con cierto temor uno de los cuadernos, arrugado en el fondo del bolsillo y para no hacerle perder mucho tiempo me puse a leer rápido, mirando de reojo para ver el efecto que le producía: él me estaba mirando... Di vuelta una página y Don Bosco me dijo: ‘Bien, bien; ¿tienes todavía más?’. ‘Sí’, respondí... ‘Bien, dame todos estos pecados tuyos’... Tomó el primer cuaderno y sin siquiera ver el resto lo rompió... Saqué el otro y Don Bosco me dijo: ‘Deja aquí también ése’... Y sin tan siquiera abrirlo..., rompió también el segundo. ‘Y ahora’ – concluyó-, ‘la confesión se terminó. No pienses más en lo que has escrito: lo que pasó, pasó. No te des más vuelta a contemplar el pasado. Tienes que estar siempre alegre’”.(15)
* * *
Luisito acepta serenamente el cansancio, el agotamiento, junto a tantos otros sufrimientos y desilusiones convencido a esta edad, que solo lo que no vale nada necesita poco esfuerzo y ningún sacrificio. Los grandes ideales, las grandes metas se conquistan con mucho empeño, con luchas cansadoras, saboreando momentos de soledad, desaliento, y también momentáneo fracaso.
Los frailes le han despedido. Por su parte siente que ha hecho todo lo posible. Por tanto, no le queda más que esperar a que la Providencia abra otra puerta. ¿Dónde llamar para pedir ayuda sino a la casa parroquial de Molino dei Torti? La respuesta no se hace esperar: “Sin perder tiempo –recuerda el P. Milanesi– empecé a hacer gestiones para que lo aceptaran en el colegio salesiano de Turín, donde fue admitido en octubre de ese mismo año”.
Luis es feliz no sólo porque se ha abierto un nuevo camino, sino también porque el canónigo Cattáneo le ha hablado muchas veces de Don Bosco y de su obra.
Sin embargo, en el momento de formular la inscripción, la pobre familia se encuentra ante un obstáculo insuperable. Haciendo y rehaciendo bien las cuentas con sus debidos ajustes, no están en condiciones de pagar la pensión de 150 liras más los gastos añadidos.(16) El problema fue resuelto gracias a la pronta y generosa intervención de la familia Marchese y de otras buenas personas.
La fecha de ingreso en Valdocco se fija para el 4 de octubre. Luis comprende inmediatamente el nexo providencial: “Creo que el hecho de haber sido aceptado por Don Bosco el día de San Francisco fue una gracia que me hizo San Francisco mismo, al que después me he mantenido siempre muy vinculado”.(17)
Llega, pues, a Turín, abrumado del viaje, pero electrizado pensando en el inminente encuentro con Don Bosco. Sin embargo Don Bosco está en San Benigno en un curso de ejercicios espirituales. Dicen que volverá pronto, pero no es nada seguro.
A la espera de ver al santo, Luis observa atentamente la vida que se despliega en el Oratorio y se integra progresivamente. El ambiente responde plenamente a sus aspiraciones: un ejército de jóvenes que rezan, estudian, trabajan en un ambiente de plena alegría. Todo transmite entusiasmo, vida. ¡No hay en absoluto tiempo para ceder a lamentos, a tristeza o melancolía! En una fría jornada de los primeros días de noviembre, corre veloz la voz de la llegada inminente de Don Bosco. Hay todo un revuelo de preparativos y de espera que se resuelve en una ovación de alegría cuando el santo pone los pies en el Oratorio. Don Orione recuerda:
“Cuando Don Bosco volvió al Oratorio, pareció como que un gran entusiasmo sacudiera la vida de aquellos mil doscientos jóvenes, tantos estábamos entonces en el Oratorio de Don Bosco”.(18)
Luis es consciente de las lagunas escolares que se trae.
Para remediarlo, aumenta el empeño en el estudio y, bajo la guía de los superiores, logra alcanzar perfectamente el nivel y es admitido en el primer curso del instituto.
No ha dejado el pueblo para estudiar sino para llegar a ser sacerdote. Su primera preocupación es, pues, seguir la llamada de Dios procurando ser cada vez más bueno. En el oratorio están dadas todas las condiciones para animar, favorecer y mantener este propósito.
Luis quiere practicar la virtud, volverse instrumento de bien en manos de los superiores. Por ello se propone abrazar cualquier iniciativa que le sea permitida, especialmente de piedad y de caridad bajo el ejemplo y las directrices de Don Bosco y de sus colaboradores.
Han pasado sólo tres meses desde que dejó el pueblo para venir a Turín pero es mucho el camino recorrido en los senderos del crecimiento humano y espiritual. Con Don Bosco aprende a apreciar la cultura, la ciencia, la devoción a la Virgen, el amor y la fidelidad a la Iglesia y al Papa, a no perder el tiempo, a ser siempre dinámico y alegre.
Una lección muy particular le viene del maestro. Ya, sin temor, se confiesa en la sacristía misma a la vista de todos. La confesión frecuente y el acompañamiento de un buen guía espiritual, son medios ordinarios y necesarios para ser fieles a la vocación y continuar con perseverancia por el camino del bien.
No pudiendo tener como confesor y guía a Don Bosco, privilegio de unos pocos, elige al P. Rúa, brazo derecho del santo.
Así, pues, Luis inicia un intenso trabajo espiritual. Cada semana se presenta al P. Rúa para la confesión. Abre su corazón, expresa el deseo de llegar a ser sacerdote, cuenta el intento fallido con los frailes de Voghera y, tal vez, el misterioso sueño de los seminaristas de túnica blanca. Una cosa es cierta: el confesor se da cuenta de estar ante un penitente no común. La prudencia necesaria, la experiencia pastoral entre jóvenes no le impiden sugerir al muchacho, sólo después de dos meses de la entrada en el Oratorio, de hacer el voto de castidad: “Era la fiesta de la Inmaculada, cuenta. Por la mañana, de rodillas, ya vestido con el hábito... del Pequeño Clero..., hacía mi voto de perpetua castidad, delante del cuadro de María Santísima Auxiliadora”.(19) Es éste un momento clave de su vida, tan importante que le hizo decir “Mi vocación nació a los pies de la Virgen de Don Bosco”.
Las condiciones del maestro empeoran. Baja cada vez menos para estar entre los jóvenes. Es motivo de inmensa alegría la tarde del último día del año 1886, verlo apoyado sobre la balaustrada que da al patio, saludando y dando la bendición a todos.
A pesar de la salud maltrecha, retoma las conferencias semanales y la confesión a los alumnos de los cursos superiores. Quiere gastar la vida hasta el último minuto para el bien y la felicidad de sus muchachos. Los ilumina en la búsqueda del proyecto de Dios, y al mismo tiempo, los ayuda y los sostiene para que respondan con generosa fidelidad.
Luis mira con santa envidia a los compañeros mayores. Desearía escuchar y confesarse con un hombre que, como todos afirman, lee las conciencias y conoce los pecados de todos. Venciendo cualquier temor se dirige al P. Berto, secretario de plena confianza de Don Bosco. El P. Berto conoce bien y estima a Orione; le parece, además, encontrar en él todas las cualidades que puedan merecer ese privilegio: ha cumplido 14 años, es trabajador, le va bien en las clases, quiere ser sacerdote y es un apóstol entre los compañeros.
De este modo, hacia el final del año 1886, Luis inicia la asistencia a las conferencias y a confesarse con el santo: “Don Bosco condujo mi paso incierto por los senderos del saber y de la virtud; muchas veces me apretó a su pecho cuando me confesaba con él. Mis lágrimas mojaron sus mejillas, me sentía todo lleno de fervor. ¡sí, sentí un no sé qué de celestial, incluso en este valle de lágrimas, todo se lo debo a Don Bosco!”.(20)
Don Bosco ahora lo conoce y lo quiere. Muchos testimonios nos inclinan a pensar en una particular predilección, una clara visión sobre el futuro del joven... Hay dos cosas ciertas: cuando se encuentra con Luis lo mira con una sonrisa de complacencia y, en varias ocasiones le repite “Nosotros seremos siempre amigos”: “Yo no he olvidado jamás estas grandes y santas palabras que Don Bosco me dirigió, esa expresión de amor, paterna y espiritual, esta declaración que Don Bosco me hizo, creo que fue la última vez que me confesó, ¡nosotros seremos siempre amigos! Cuántas veces me he encontrado en medio de tantas pruebas y siempre me he sentido reconfortado por estas palabras que me quedaron grabadas en el corazón: ¡nosotros seremos siempre amigos...!”.(21)
El 22 de febrero, último día de carnaval, Don Bosco desde su balcón se detiene a contemplar a sus jóvenes entusiasmados en el juego y en distintas diversiones. Antes de retirarse, saca una bolsita de avellanas y se pone a lanzarlas a manos llenas. El juego se para al instante y los jóvenes se lanzan a recogerlas.
No es cuestión de gula: son avellanas que recuerdan otra distribución milagrosa. Unos meses antes, volviendo de Lanzo, apenas pone los pies en el Oratorio, empieza a distribuir avellanas en abundancia. Al final la bolsita está todavía tan llena que le permite desde el balcón comenzar un segundo reparto de avellanas.(22)
Termina el año escolar con notas excelentes. Es el primero del curso, pero el trabajo no ha terminado. Ha sido elegido para frecuentar la “escuela de fuego” que consiste en el desarrollo del programa entero de un año durante el breve periodo del verano. La experiencia fue un éxito y es aprobado para iniciar el tercer año del instituto.
Nada se le escapa a un joven tan atento, inteligente y con tanto interés. Es testigo del empuje apostólico de los sacerdotes, del sistema educativo de Don Bosco que va directamente al corazón, la organización, las fiestas, las obras de teatro, los cantos y demás. Todo lo observa y lo elabora en su mente. Es un bagaje precioso que mañana sabrá utilizar de la mejor manera.
Era costumbre con Don Bosco, durante el verano, complacer a los padres de los alumnos con un breve periodo de permanencia en familia. Carolina logra retener al hijo algún día de más: “A mi regreso”-cuenta Don Orione-, Don Bosco no estaba. Cuando llegó, todos los muchachos corrieron y lo rodearon haciéndole gran fiesta. Yo estaba en el grupo, feliz de volver a verlo, tanto más porque me parecía que yo era su benjamín, ¡el más querido!.... Así que yo también empujé tanto que llegué muy cerca de él, me puse adelante; y alcancé a agarrarle un dedo. Pero Don Bosco hablaba con todos, a uno le decía una palabra en italiano, a otro en francés, a otro le decía algo indescifrable. Bromeaba con todos. Y cuando llegaba a mí me salteaba sin decir ni palabra, sin siquiera mirarme. Y me tuvo así, se puede decir que, castigado, hasta la vigilia de su muerte. Y sin embargo, yo me había comportado en verdad como un buen muchacho... Don Bosco ya no me reconoció, no me miró más hasta la vigilia de su muerte, cuando me dijo “nosotros seremos siempre amigos”...(23)
En diciembre de 1887 Don Bosco está a punto de morir. Todos rezan por su curación pero el mal no lo deja. Su vida es demasiado preciosa para el Oratorio. No hay que rendirse, es necesario obtener la gracia a cualquier costo. La mañana del 29 de enero de 1888, el P. Joaquín Berto celebra la santa Misa en el altar de Santa Ana y al mismo tiempo seis jóvenes, entre los cuales está Luis, participan ofreciendo la propia vida a cambio de la del maestro.
Los designios de Dios eran otros. A los dos días Don Bosco muere: “Mientras tocaba el Ave María del 31 de enero, Don Bosco moría. Por la mañana, habitualmente a las 5, se oía en el campanario de María Auxiliadora el Ave María. No sé por qué, pero aquella mañana el Ave María sonó a las 4:30; y a las 4:45 Don Bosco moría”.(24)
Al día siguiente el cuerpo fue expuesto para la veneración en la iglesia de San Francisco de Sales. Luis está entre los que vigilan y hacen que los objetos que traen los devotos puedan tocar el cuerpo del santo. En un momento dado, cuenta, “me vino la idea de tocarlo con el pan para las personas enfermas... Entonces corrí al comedor y me puse a cortar y me corté el pulgar, al principio ni me di cuenta y me corté una segunda vez y entonces vi que una parte del dedo colgaba. Me impresionó fuertemente, no por el pulgar, sino porque el P. Trione nos había dicho, que sin ese dedo, no se podía ser ordenado sacerdote. Entonces, como un niño hacia la propia madre, corrí a tocar con mi dedo la mano de Don Bosco y el dedo se volvió a pegar, y quedó la cicatriz”...(25)
Lentamente se retoma la vida también en el Oratorio. Don Bosco, aunque de manera diferente, está presente y acompaña a sus jóvenes. Luis es una de las esperanzas más hermosas. Tiene una piedad profunda y convencida, está siempre sereno y pronto a sonreír, entusiasta, paciente, colaborador precioso, se le dan encargos de gran confianza, manifiesta dotes de orador excepcional, va muy bien en la escuela, y se muestra como un talentoso actor en las representaciones teatrales.
En los momentos de dificultad reza delante de la Virgen que el P. Cattaneo ha regalado a Don Bosco. Y confidencialmente le dice: “Querida Virgen, también tú eres de mi pueblo, me conoces... Por tanto debes concederme esta gracia del ingreso en el liceo, debes ayudarme”...(26)
Admitido en el liceo con notas muy altas, disfruta con el buen resultado, pero es sobre todo feliz porque la próxima entrada en el noviciado corona todos sus esfuerzos y sus esperanzas. Pero una vez más los designios de Dios son otros: “Fui a Valsalice para los ejercicios espirituales, que precedían el pedido de entrada al noviciado salesiano. ¿Qué me está pasando? Yo que no había tenido nunca dudas sobre mi vocación salesiana, justo en esos días pensé en entrar en el Seminario de la Diócesis. Pensé que era una tentación del demonio. Y la combatí con todas las fuerzas. Peor que peor”. Estábamos ya a dos días de la clausura de los ejercicios y me encontraba muy nervioso. ¿Qué iban a decir de mí los compañeros y los superiores, especialmente el P. Rúa, el P. Barberis (maestro de novicios) y los otros superiores? Si había uno seguro de tener vocación salesiana, ese era yo. Quise consultar a Don Bosco, cuya tumba estaba en medio del jardín de abajo. La última noche esperé a que todos se durmieran, me levanté despacito y bajé. Pasé toda la noche llorando y rezando sobre la tumba del Padre amado. Y quedamos de acuerdo en esto: si verdaderamente tenía que entrar en el seminario, debían cumplirse tres señales. Fue una travesura, pero así fue”.(27)
Y así con el alma en pena, empujado por una fuerza interior, deja el Oratorio y vuelve a casa con la familia. No será salesiano, pero nada se perderá, nada de lo que ha aprendido en la escuela de Don Bosco.
15. DOPO I, 260; GEMMA, Las florecillas, 30-32; cf. VENTURELLI, El apóstol de la caridad, 28-29; cf. Humberto ZANATTA (ed.), San Juan Bosco y el Beato Luis Orione (vol. 1), Buenos Aires, Pequeña Obra de la Divina Providencia, 1989, 23-25 (en adelante: ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione).
16. Entre los diversos gastos del período de Turín, el que más incide es la reparación de los zapatos. Signo evidente de las carreras y de los juegos animados que se realizaban en el oratorio.
17. DOPO I, 242.
18. Ibíd. I, 249; Parola 4.10.1938 (Parola 9, 390); ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 13.
19. Ibíd. I, 253; ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 18.
20. Scritti 71, 193.
21. DOPO I, 266; ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 33.
22. Luis Orione conservó una de esas avellanas. Su cuñada, esposa de su hermano Alberto, la guardó como regalo y se sirvió de ella para obtener la curación de la hija gravemente enferma (ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 36).
23. DOPO I, 292; (ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 40-41).
24. DOPO I, 303; ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 51.
25. DOPO I, 306; ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 55.
26. DOPO I, 323; ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 85.
27. DOPO I, 374; ZANATTA, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione, 152-153.