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Capítulo 1

El carácter y las caracteropatías

El carácter como concepto psicoanalítico

Cuando recorremos la bibliografía nos encontramos con una tendencia a confundir al carácter con las perturbaciones del mismo. En algunos textos se producen deslizamientos que llevan a equiparar ambas nociones. Como consideramos que se trata de dos conceptos que es importante distinguir, nos proponemos reunir los elementos centrales que definen a cada uno ellos con la expectativa de que queden expuestas sus diferencias.

El carácter es una entidad compleja, constituida por un conjunto de unidades más simples que llamamos rasgos de carácter. Los rasgos se refieren a propiedades muy diversas (afectivas, intelectuales, comportamentales, etc.) que tienen dos atributos: un amplio grado de generalidad y una marcada estabilidad. La generalidad implica que dichas propiedades no se circunscriben a relaciones o contextos específicos, sino que están presentes en la mayoría de ellos. En términos freudianos, los rasgos de carácter se elevan a una “predisposición universal del yo”, donde el término “universal” alude al grado de generalidad del rasgo1. El segundo atributo, la estabilidad, supone la permanencia de los rasgos a través del tiempo.

Si definimos, siguiendo a Freud, a los rasgos de carácter como predisposiciones universales del yo, queda indicada la localización del carácter: pertenece a la jurisdicción del yo2.

Freud se interesó además por los procesos que conducen a la producción de los rasgos de carácter. En Tres ensayos de teoría sexual (1905) planteó las bases pulsionales del carácter e indicó tres caminos que pueden llevar a la constitución de un rasgo3. De esos tres, el más claro y fundamentado es el camino en el que participa la formación reactiva. En Inhibición, síntoma y angustia (1925) la define como el “refuerzo de la actitud opuesta a la orientación pulsional que ha de reprimirse” (p.147) y la ubica como un mecanismo complementario de la represión que tiene por función producir una particular contrainvestidura que consiste en una modificación permanente en el yo.

En el trabajo de 1925 Freud no solo define a la formación reactiva, también compara su operatoria en la neurosis obsesiva y en la histeria. Señala que en la primera puede participar en la producción de rasgos de carácter como la limpieza, la escrupulosidad y la compasión; mientras que en la histeria la formación reactiva genera actitudes en las que se conserva la relación con el objeto. Esto último se presenta, por ejemplo, cuando el odio hacia alguien es sustituido por una ternura exagerada y/o por un desmedido temor por su suerte. Así dirá que “la histérica que trata con excesiva ternura al hijo a quien en el fondo odia, no por ello será en el conjunto más amorosa que otras mujeres, ni siquiera más tierna con otros niños” (p.148). Y concluye que “la formación reactiva de la histeria retiene con firmeza un objeto determinado y no se eleva al carácter de una predisposición universal del yo. En cambio, lo característico de la neurosis obsesiva es justamente esta generalización, el aflojamiento de los vínculos con el objeto, la facilidad para el desplazamiento en la elección de objeto” (p.148).

Podemos afirmar, entonces, que la formación reactiva puede ser una condición necesaria pero no suficiente para la producción de un rasgo de carácter. A ella debe agregarse el aflojamiento del vínculo con el objeto y la generalización.

Dijimos que Freud indicó tres caminos que van de la pulsión al rasgo de carácter. En el segundo nos encontramos con la sublimación y en el tercero postula la continuación de la pulsión sin alteraciones hacia el rasgo. Estas dos vías requieren una revisión y quizás por ello no tuvieron el mismo reconocimiento que la formación reactiva.

Con respecto a la sublimación dependerá de cómo la definamos para decidir si un proceso sublimatorio puede producir un rasgo de carácter. En relación a las “continuaciones inalteradas” (así las llama Freud) podemos preguntarnos qué parte de la pulsión sería la que permanece sin cambios. Tal vez, con esta denominación, Freud haya querido destacar que en la constitución de ciertos rasgos la represión no participa y que entre el erotismo y el rasgo hay menos mediaciones que en las otras dos vías.

Retomemos nuestra intención de reunir los atributos principales que definen a los rasgos de carácter. Para ello veamos, por fin, un ejemplo. Freud (1908b) propone una categoría que denomina “carácter anal” y señala en él la presencia de tres rasgos: tenemos aquí a personas ordenadas, ahorrativas y tenaces4. Estos rasgos testimonian un modo de procesar las exigencias pulsionales que no genera conflictos ni padecimientos para el yo5. Al contrario, tal procesamiento instituye rasgos que contribuyen al desarrollo del yo y que representan virtudes para él.

Los rasgos de carácter son innumerables, pero mencionemos algunos otros para no quedarnos solo con esa tríada famosa y para dar una idea de cuál es el universo al que nos estamos refiriendo. La simpatía, el histrionismo, la prudencia, la valentía son otros ejemplos de rasgos de carácter.

¿Qué valor tienen los rasgos de carácter en la clínica? Si no son una fuente de sufrimiento ni de interrogación para la/el paciente, no hay motivos para que se constituyan en un objeto de interés clínico. En general nos limitamos a tomar nota de ellos ya que testimonian la importancia de cierta pulsión y un modo de procesamiento de ella.

Las perturbaciones del carácter

Freud usó diferentes nombres para referirse a la patología del carácter. Vamos a tomar dos de ellos: “perturbaciones del carácter” y “rasgos patológicos de carácter”6. Otros autores utilizan el término “caracteropatía” que para nosotros es equivalente a los anteriores7.

Las perturbaciones del carácter pueden abarcar uno o varios rasgos patológicos de carácter. Veamos algunos ejemplos. La avaricia, el despotismo, la arrogancia son rasgos patológicos de carácter.

Los rasgos patológicos de carácter se diferencian de los no patológicos en varios aspectos. En principio señalaremos dos de ellos:

 Mientras que los rasgos de carácter tienen cierta flexibilidad y admiten matices, los rasgos patológicos se destacan por su rigidez y uniformidad.

 La segunda diferencia, tal vez más importante, consiste en que los rasgos patológicos de carácter producen algún tipo de malestar en el entorno. Ello puede llevar a conflictos entre quien porta el rasgo y quienes lo padecen. Por lo tanto, cuando decimos “perturbaciones del carácter” tendríamos que aclarar que son una perturbación para los otros.

Para ampliar la definición de las perturbaciones del carácter podemos volver a compararlas con los rasgos de carácter y también con los síntomas neuróticos. Para ello vamos a tomar los siguientes criterios que nos permitirán cotejar a unas con otros: integración al yo, presencia o ausencia de conflicto y/o padecimiento, tipo de conflicto y presencia o ausencia de interrogantes en el sujeto.

Los síntomas neuróticos resultan ajenos para el yo, no se integran a él y se constituyen en una fuente de conflicto intrapsíquico. Por ello es frecuente que el sujeto se plantee interrogantes respecto de su síntoma.

Los rasgos de carácter se erigen como una nota distintiva de esa “ficción ideal” que es la síntesis yoica. Los rasgos son considerados no solo como propios sino como parte de lo que define al yo. Además, se diferencian de los síntomas porque no generan padecimiento ni conflictos.

Los rasgos patológicos de carácter también están integrados al yo. Son egosintónicos como los rasgos de carácter, pero se diferencian de ellos en tanto generan conflictos con el medio. Por eso podríamos considerarlos sociodistónicos8. El malestar o sufrimiento no recae inicialmente en el propio sujeto sino en los integrantes de su entorno familiar, social y/o laboral. Si hubiera algún interrogante, se presenta en las personas que padecen el rasgo patológico de carácter y no en quien lo detenta. Por ejemplo, alguien del entorno puede preguntarse por qué el sujeto tiene determinada modalidad o por qué lo trata de una manera que le provoca algún tipo de malestar. Si jugamos con dos de los términos que comparamos podemos decir, siguiendo a D. Maldavsky (1992a), que el sujeto que porta un rasgo patológico de carácter se ubica como un síntoma para otros.

Un nombre para los problemas del carácter

Hemos señalado que en la obra de Freud podemos encontrar varios nombres para los problemas del carácter y que nosotros tomamos dos de ellos. Por varias razones estas denominaciones no nos dejan del todo conformes. Una de ellas está vinculada con lo equívoco que puede resultar el término “patológico”. Mientras que en el terreno de las neurosis alude a formaciones que le generan displacer al propio sujeto, en el del carácter lo patológico constituye una fuente de malestar para el entorno.

Vamos a seguir usando los términos que tomamos de Freud ya que han sido aceptados y nos permiten dialogar dentro de nuestro campo y, al mismo tiempo, queremos proponer una nueva denominación para este tipo de rasgos. En lugar de rasgos patológicos de carácter, rasgos de carácter hostiles. Consideramos que estos rasgos tienen una cualidad hostil respecto de otro, o, dicho de otra manera, tienen como condición de existencia la articulación con otro que debería padecerlo. Además, con esta manera de nombrarlos, queremos subrayar la dimensión vincular de los conflictos que generan estos rasgos.

Los trastornos de la personalidad

Freud usó el término “personalidad” en algunas ocasiones. Sin embargo, no llegó a ocupar un lugar dentro de su arquitectura teórica. Para otras disciplinas, como la Psiquiatría, y para algunas corrientes dentro de la Psicología, como la Psicología Cognitiva, el problema de las perturbaciones del carácter queda incluido dentro del campo de los trastornos de la personalidad (TP).

Los TP se definen de modo similar a las perturbaciones del carácter: son rígidos, estables a lo largo del tiempo, con una importante resistencia al cambio y producen malestar en las personas del entorno. En ellos la conciencia de enfermedad es escasa o nula. A diferencia de otros trastornos mentales, el sufrimiento se presenta como consecuencia de la no aceptación por parte de los demás del modo de ser del individuo.

Sin embargo, los trastornos de personalidad y las perturbaciones del carácter no son nociones equivalentes. Los primeros son una categoría diagnóstica que abarca un conjunto de elementos bastante amplio entre los cuales están los rasgos patológicos de carácter.

En la Psicología Cognitiva, a diferencia de lo que ha ocurrido dentro del Psicoanálisis, los TP, además de haber sido reconocidos como un problema clínico de primer orden, han merecido una atención acorde con su importancia. En particular, los esfuerzos se han orientado al diseño de abordajes específicos.

Desde una perspectiva diferente, aspiramos a que nuestro trabajo se inscriba dentro del conjunto de quienes han jerarquizado estos problemas y han intentado elaborar una serie de propuestas clínicas.

1 Freud utiliza la expresión “predisposición universal del yo” en Inhibición, síntoma y angustia (1926). El término “predisposición” parece aludir aquí a una tendencia, a una propensión del yo. En los párrafos siguientes, cuando presentemos un ejemplo que da Freud, esta cuestión quedará expuesta con mayor claridad.

2 En Moisés y la religión monoteísta (1933) Freud dice que el carácter es “atribuible por entero al yo”.

3 La referencia a tres caminos que puede seguir la pulsión en la constitución del carácter la encontramos en Tres ensayos de teoría sexual (1905), en Carácter y erotismo anal (1908) y en La predisposición a la neurosis obsesiva (1913).

4 Freud (1908) aclara que “cada uno de estos términos abarca en verdad un pequeño grupo o serie de rasgos de carácter emparentados entre sí” (p.153). Por ejemplo, “ordenado” se puede referir al interés por la limpieza personal, a la escrupulosidad en el cumplimiento de las pequeñas obligaciones, a la formalidad, a la parsimonia.

5 En un nivel menos fenoménico podemos decir que representan una solución que satisface a los tres vasallajes yoicos (al ello, al superyó y a la realidad).

6 Freud utilizó además los términos “alteraciones”, “anormalidades”, “malformaciones” y “deformaciones” del carácter. Preferiríamos no usar el término “patológico” y ya explicaremos por qué. Si lo hacemos es porque nos parece importante sostener la diferencia entre los rasgos de carácter y los rasgos patológicos de carácter.

7 Sabemos que, en ocasiones, el término “caracteropatía” es utilizado en el contexto de los trastornos de personalidad antisociales. En nuestro caso lo usaremos como equivalente de “perturbación del carácter”.

8 Hemos usado esta palabra para contraponerla al término “egodistónico”. Mientras que egodistónico significa conflictivo para el yo, sociodistónico se refiere a que resulta problemático para el entorno social.

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