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Sobre el sueño contado a Baudelaire




Una tarde de verano, en el Jardín de las Tullerías, vi pasar un cortejo de soldados a caballo que conducían a un hombre a pie, encadenado, y vestido también con uniforme militar.

“Van a ejecutar e ese general”, se oía al pasar, como era mi caso, en medio de un multitud que, intimidada quizás por la procesión militar, prefería guardar silencio o murmurar entre sí.

Apenas llegada la comitiva al estante circular de donde provenían los graznidos de patos, el pelotón de soldados giraron hacia la derecha al grito de una orden, y siguieron rumbo al muro de la terraza que separa el jardín del Sena. Fue entonces que comenzó a oírse un canto fúnebre entonado por el propio general.

Sin embargo, en vez de seguir con la vista al cortejo, la atención de muchos de los curiosos se desvío en dirección a la Plaza Luis XIV, a un costado del Louvre, de donde se veía venir galopando la silueta de un caballo desbocado y sin jinete que cada vez se acercaba más a la muchedumbre.

Casi nadie recordaría haber visto el momento en que un soldado entregaba un fusil al general prisionero después de haberle liberado las manos. Acto seguido, y después de apuntar unos segundos hacia la sombra de la estatua de Luis XIV de donde venía el caballo, se oyó una detonación acompañada de unos relinchos que antecedieron la caída del animal, muerto, a escasos metros de la fuente de la que volaron espantados decenas de patos.

Una parte de la multitud, confundida, corría a refugiarse tras las alineadas ramas blancas de moreras, mientras que otra, estática, presenciaba con asombro la escena: el general levantando el fusil aún humeante saludaba a la concurrencia en señal de victoria.

El olor a pólvora pasaba flotando entre los espectadores hacia el río, impulsado por una breve brisa que siguió a un momentáneo silencio.

—Como ordena la tradición, gritó el verdugo para que lo escucharan todos, cuando un general es condenado a muerte y su caballo aparece en medio de la ejecución, y éste lo mata, el general salva su vida.

—Y entonces intentó preguntar el general al verdugo antes de ser decapitado de un certero golpe de hacha, y ver el público rodar su cabeza hasta los ojos abiertos del caballo fusilado, y de mis zapatos salpicados de sangre.


Horizontes del cangrejo

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