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Prólogo a la segunda edición

Ruth Ruiz Flores

Escuela de Historia, PUCE

Destaquemos el valor de este trabajo, Andrés Bello y los orígenes de la Semiótica en América Latina, desde la misma idea del profesor Roig, quien al referirse a ciertos aspectos de la obra de Bello señala (1982, p. 8):

(…) no estaba Bello solo en su época. Podríamos decir que ese turbulento periodo que se abrió para todas nuestras naciones después de la Batalla de Ayacucho, y que en casi todas ellas fue de cruentas guerras civiles, motivó el interés por la elaboración de un lenguaje que facilitara el paso de las democracias turbulentas hacia democracias ordenadas (…).

¿Acaso no estamos en situación similar? Ubicados en un momento agitado en el que aún esas “democracias ordenadas” no han llegado ¿no seguimos ensayando esa exploración de un lugar en el mundo en que al fin podamos percibirnos auténticos? ¿no continuamos insistiendo en la pesquisa de esa libertad utópica? Por lo cual una reflexión sobre el lenguaje, las acciones comunicativas y las formas de significación, sigue siendo vital. La reedición de esta obra aporta a ello.

Arturo Roig consideraba sustancial comprender al sujeto en su concreción histórica y, por tanto, pensaba que era no solo legítimo sino indispensable generar una Historia de las ideas de América Latina. Este historiar debía dar cuenta del desenvolvimiento del pensamiento en la región, así como deliberar sobre el sentido de su Filosofía. A la vez, era necesario que ese historiar se constituyera como una metodología particular que garantizara la visibilización de los procesos de conciencia de este sujeto histórico. En esta perspectiva, se trata de una tarea que requiere considerar tres aspectos: sistematizar su propio concepto y origen como Historia de las ideas; proponer un enfoque para discernir los aspectos de esa conciencia de sujeto; y, plantear un sistema categorial que haga posible el análisis de las determinaciones de los distintos movimientos, grupos sociales y personajes de la cultura latinoamericana y sus ideas filosóficas.

El profesor Roig elaboró gran parte de su obra en esta línea, con trabajos destinados a sistematizar los diferentes puntos de vista sobre la metodología de la Historia de las ideas, así como la reflexión sobre diversas categorías filosóficas, entre las cuales el lenguaje permanecerá como una de las fundamentales.

Para Roig, las contribuciones de los pensadores latinoamericanos a una teoría del discurso tienen gran valor no solo por la importancia del lenguaje como forma de comunicación, sino porque el lenguaje es expresión del saber en tanto elemento del establecimiento del sujeto y, en ciertos momentos de la historia de nuestra América, de ese sujeto que se emancipa. Por ello su interés es entender el discurso a partir de las funciones del lenguaje, su creación como narración, y sus conexiones ideológicas.

Su categoría de “a priori antropológico” propone comprender la constitución del sujeto como un ser indivisible y único, sin prioridad de lo físico sobre lo espiritual o viceversa, que se distingue de los otros entes de la naturaleza porque se entiende a sí mismo como ser, mantiene una conciencia de su valor y un sentimiento de sí separado de lo que lo rodea. El yo se observa a sí mismo como persona en tanto es distinto del otro, pero cuando se aliena se confunde, se pierde, deja de ser un sí mismo y por ello es necesario “pensarnos a nosotros mismos como valiosos”, como insistía el profesor Roig en sus inolvidables clases en nuestra Universidad.

En ese recorrido -más allá de las preguntas sobre si se debe buscar un pensar inédito o resolver si ello es posible, e incluso deseable- subsiste la pertinencia de la indagación por lo propio, tal vez porque de algún modo anhelamos algo que nos constituya por “naturaleza”. Es la interrogación simple, directa y primaria por ¿quiénes somos?, y, al menos en primera instancia, el esbozo de una respuesta a través del resultado de aquello que ha devenido en la Historia en tanto conciencia, así como la responsabilidad que implica el situarse en un determinado momento.

Frente a un discurso imperial, “pienso que nuestra palabra sigue vigente y que lo que hace es llevar esa palabra al intercambio, con tozudez, con insistencia”, ha dicho Roig en Rostro y filosofía de Nuestra América.

A partir de ese lugar Roig analiza la iniciativa de Andrés Bello como una semiótica, es decir como un intento de asir el lenguaje y su relación con la realidad, y, de modo especial, como una cavilación con implicaciones políticas. En la obra se observa esto desde los primeros párrafos. Roig señala que, aunque no queramos decir que la solución política debe buscarse en el lenguaje, cuando se habla de las acciones de emancipación latinoamericana, el paso de las democracias “turbulentas” a las “ordenadas” sí tiene que ver con el lenguaje. El profesor recalca que los movimientos que hacen posible el cambio desde la Colonia a la República, si bien son procesos de independencia política, estaban relacionados con la tarea de una emancipación inteligente o emancipación mental, quehacer que habría sido impensable sin el abordaje del lenguaje.

La Semiótica de la que se ocupa Bello aparece, en esos contextos cambiantes, como un campo de trabajo ineludible para examinar la reformulación de los discursos sobre América Latina. El replanteo del discurso retórico, que sería el habla hacia principios del siglo XIX, se vuelve indispensable una vez que ocurre la Independencia, pues si el contexto social se modifica, concomitantemente se reforman las características del pensar y surge necesariamente una transformación del habla. Se hace preciso transcurrir de una oratoria fervorosa, ligada al movimiento de cambio, hacia la edificación de una narrativa que sostenga la construcción de los nuevos estados independientes.

Los estudios semióticos de ese momento, motivados por la emergencia de la nueva forma de habla, pueden tenerse por primarios. Dice Roig (1982, p. 11): “Aquellos desarrollos por humildes que hayan sido, por pobres que puedan ser considerados ahora, porque ciertamente lo fueron o porque nuestra mentalidad colonizada así nos impulse a ver, tendrán siempre un valor que no podrá ser negado”. Esto se debe a que han sido respuestas insertas en nuestra propia realidad histórica, contestaciones apegadas a nuestros hechos y que ahora requerimos estudiar para resolver las inquietudes que nos exige nuestro mundo, nuestro momento histórico.

Más allá de buscar en Bello lo que podría ser calificada como una teoría semiótica o una teoría lingüística íntegra, Roig pone el énfasis en otra situación: lo importante es darse cuenta del origen del discurso, es el lugar de enunciación lo que cuenta. Esta perspectiva marca no solo la situación histórico-política del discurso, sino también el sitio geográfico, no como dimensión física, sino precisamente como agente cultural y político.

En referencia a la estructura del texto, en la Introducción se señalan los planteamientos básicos del estudio; en la segunda parte se habla de la construcción del signo y los elementos de la significación; la tercera trata del sistema semiótico, con un análisis filosófico sobre el origen y formación de los lenguajes, así como sus ejes paradigmático y sintagmático, aquí se incluye la comparación entre la idea de signo y de naturaleza, para discutir si esta última, tal como se presenta, deviene o no en signo; la cuarta parte está dedicada a la comunicación, se examina la pretensión de Bello de mostrar nuevos elementos para descifrar el lenguaje; la quinta se refiere a una noción amplia de lenguaje, se indaga acerca de la pintura y se comparan estas dos formas de expresión comunicativa; finalmente, la sexta parte nos ubica en el contexto del Romanticismo en el cual el trabajo de Bello fue producido.

Andrés Bello piensa el lenguaje como un conjunto de signos que tienen la potencialidad de objetivar aquello que se hace presente en la conciencia. Hay un mundo que se hace objetivo a través de la conciencia y ese proceso es aquello que se significa. Esta operación se efectúa en el alma de la persona, un alma que se capta a sí misma como simple, idéntica y una, y es capaz conocerse como un yo.

El alma se sirve de sí misma como una forma particular de signo, como un signo “tipo” sobre el cual se construyen las otras modalidades de significación. Como este ocurre antes que toda experiencia posible, su cimiento es el alma, el asiento de la posibilidad de todo otro signo. Este primer fundamento es una suerte de percepción intuitiva que ocurre en una primera instancia y sobre la cual construimos todo lo demás. A partir de allí el alma recepta la función significante de la naturaleza y se convierte en el lugar de confluencia de todos los signos posibles, lo cual hace factible el lenguaje mismo.

El alma, con esta potencialidad y capacidad de objetivación, establece un proceso de analogía que le permite conocer las cosas, pero significándolas. Por otro lado, este método de objetivación es posible porque hay un referente externo, un elemento que posibilita esa función referencial sobre la cual se construye ese significado objetivo.

El alma entonces es signo de todo signo posible y es capaz de representarse a sí misma. A partir de ese primer signo-tipo se organizan en Bello los planos de constitución del universo de los signos. Primero está el de la representación mental, donde signo es lo que está “en lugar de”.

Después está la anamnesis, recuerdo o percepción renovada separada de los juicios que la acompañan. Se trata de una segunda forma de signo, y medular, pues todos los sistemas de signos están construidos sobre ella. La memoria misma es, en este sentido, un sistema de signos.

En tercer lugar está la “idea propia”, sistema de signos que no tiene referencialidad originaria, dado que su generación ocurre por consolidación de sensación y recuerdo.

Y, finalmente, se observa un cuarto sistema, vacío este, constituido por ideas que se establecen en lugar de las que no podemos formar, ideas sobre lo imposible; ese último sistema funciona en su no-referencialidad. “Nada”, “infinito” son sus palabras, signos puramente verbales.

Ahora bien, hay un segundo plano de construcción del lenguaje, que constituye el proceso de exteriorización de la conciencia, tiene que ver con la relación entre significante y significado. Este plano se sale del primer momento de la mente y da paso al proceso de objetivación en el plano de comunicación social. Es el mundo de la palabra y el fruto del impulso inevitable de la conciencia hacia su objetivación.

Roig resalta el trabajo de Bello como parte de la historia de las ideas de la región, es decir como preámbulo a una reflexión necesaria desde la Semiótica, en el contexto global del desarrollo del pensamiento en su momento.

Esa evaluación apunta tanto a su trascendencia como a su limitación. En primer lugar observa los supuestos desde los cuales parte Bello para consolidar una teoría semiótica, a saber, su metafísica del alma y su posición logocéntrica, que hoy no se pueden aceptar.

Pero Roig reivindica, en el contexto de la historia de las ideas en América Latina, la concepción de Bello sobre la apropiación de las cosas a través del conocer, la noción de que las cosas se conocen significándolas y de que la realidad se objetiva a través del lenguaje. Estas ideas de Bello forman parte de una tradición a partir de la cual los sujetos de estas tierras han adoptado un lenguaje, si bien traído por los conquistadores, convertido luego en un discurso emancipador.

Para Roig es crucial aclarar el origen de los procesos de significación, así como establecer los hitos de la construcción del lenguaje y generar una reflexión filosófica sobre este, porque no se trata únicamente de determinar la relación entre las palabras y las cosas, sino de problematizar la objetividad que la realidad cobra a partir de las designaciones, y, por lo tanto, de la configuración de una realidad que implica concepciones ideológicas y un situarse que tendrá implicaciones políticas.

Quito, septiembre de 2019

Andrés Bello y los orígenes de la Semiótica en América Latina

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