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II

El fundamento de posibilidad del universo de los signos

a) El alma como “signo-tipo”

Surge claramente de lo que nos dice Bello respecto de los signos -en particular pensamos en este momento, por ejemplo, en la palabra-, es decir que su fundamento de posibilidad se encuentra en la potencialidad de objetivación de la conciencia, dicho en otros términos, de hacer del “mundo” un “mundo objetivo”.

Ahora bien, esa capacidad o potencia tiene un punto de partida. Este se encuentra en la percepción intuitiva, es decir, inmediata, que el alma tiene de sí misma y de sus modificaciones.

En este acto originario del que nos habla Bello el alma se capta a sí misma, sin mediaciones, como simple, idéntica y una, que son por lo demás los atributos que la hacen conocerse a sí misma como un “yo”.

Es interesante notar que Bello trataba de separar todos estos planteamientos acerca de la sustancialidad del alma de sus inevitables connotaciones teológicas. Y así lo declara abiertamente a propósito de la “simplicidad”, al afirmar que el alma de los brutos gozaba, según él entendía, de una cualidad semejante, aun a pesar de que para ellos no se podía hablar de inmortalidad (p. 220 y ss.). Pareciera en este caso más bien recostarse sobre la tradición neocartesiana impuesta por los eclécticos en su época, quienes habían mantenido -por lo menos algunos y entre ellos el propio Bello- residuos de la vieja idea de Descartes del cuerpo entendido como una máquina (cfr. p. 53, 57, etc.), en manifiesta contradicción con la tesis ya mencionada del “alma de los brutos”.

De todos modos la posición de Andrés Bello respecto de la naturaleza sustancial del alma y de sus atributos, no es cuestión que nos interese aquí. Sí nos resulta, en cambio, importante para el tema que nos hemos propuesto investigar que si la objetivación es posible se debe a que el alma se sirve de sí misma como una forma muy particular de “signo”, al que también denomina “tipo”. Todas las demás formas de “percepción”, que no sean las que el alma tiene de sí misma, suponen ese “tipo” o modelo en el que se dan primariamente para cada uno de nosotros las categorías de simplicidad-complejidad, identidad-alteridad y unidad-multiplicidad.

Es importante observar, como lo ha notado García Bacca, que esas categorías no son “deducidas”. No hay lo que se podría llamar una “deducción trascendental de las categorías”, ni algo parecido, sino que ellas surgen del acto mismo del autoconocimiento inmediato que el alma tiene de sí misma. No se trata de categorías que se usan para organizar una experiencia, sino de una experiencia de las categorías en el lugar mismo en el que se nos muestran, antes de toda otra experiencia posible.

Pues bien, este “tipo” que es el alma en el sentido de modelo categorial, es el fundamento de posibilidad de todo signo. Y, más aún, ella misma se sirve de sí como “signo” para poder establecer la realidad de toda significación: “... la conciencia es la que da el tipo primitivo de las relaciones de identidad, continuidad y unidad; tipo de que después nos servimos como de un signo, para representamos todo lo que llamamos idéntico, continuo, uno” (p. 32). En toda “percepción sensitiva” interviene, afirma Bello, una “percepción intuitiva”, que es justamente esta del alma como “tipo” o “modelo”, y a la vez como “signo” que se hace de sí misma (p. 16). De esta manera, el alma, con este acto originario, es el presupuesto de todo universo semiótico.

Luego veremos cómo esa misma alma, en el acto segundo de la “percepción sensitiva” recepta la función significante de la naturaleza y se convierte de este modo en el lugar de confluencia de la totalidad de los signos posibles.

El alma funciona, en la medida en que actúa como ciencia (p. 9), como el modelo fundamental que reúne los caracteres esenciales que se pueden predicar de todas las demás sustancias, entendidas -lo mismo que el alma, muy clásicamente- como una relación entre un sujeto y unos atributos. “Propiamente -dice Bello- no percibimos otra sustancia que la del yo individual, y esta nos sirve de tipo para representarnos lo que por una instintiva e irresistible analogía atribuimos a los otros seres inteligentes y sensibles” (p. 219) y, por supuesto, también a las sustancias no inteligentes.

Esa intuición, o acto perceptivo inmediato del alma en cuanto conciencia, no solo hace posible una ciencia del alma, sino, antes que esto, hace posible el lenguaje mismo, es decir, hace posible los signos del lenguaje. “Que el alma tiene la facultad de percibir lo que pasa en ella, es una cosa tan obvia, que parece imposible que se haya puesto alguna vez en duda. Sin esta dificultad ¿cómo habría jamás existido la Psicología, la ciencia del alma? Pero no solo esta ciencia, ninguna otra, el lenguaje mismo, no hubiera podido existir” (p. 27).

El fundamento de posibilidad de todo signo radica, pues, en esa capacidad que el alma tiene de desdoblarse, de “presencia” en “re-presentación” de sí misma.

Digamos, de paso, que esta fundamentación entre fenomenológica y metafísica del signo, no solo es en Bello el principio de una Semiótica, sino que es, además, la fundamentación, a nivel social, de las formas representativas de estructura política. El rechazo de posiciones de tipo rousseauniano es por demás evidente.

Andrés Bello y los orígenes de la Semiótica en América Latina

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