Читать книгу Neoliberalizando la naturaleza - Arturo Villavicencio - Страница 6
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Un léxico nuevo ha aparecido: la naturaleza ya no es la naturaleza, es el «capital natural». Los procesos naturales se han convertido en «servicios ambientales» como si ellos existiesen solamente para nuestro servicio. Colinas, bosques, vertientes son ahora la «infraestructura verde», mientras que la biodiversidad y refugios naturales son «activos naturales». A todos ellos se les asignará un precio y todos ellos serán intercambiables en el mercado… Así mismo, los terratenientes son ahora proveedores de servicios ambientales como si ellos hubiesen creado la lluvia, los ríos, las colinas y la vida salvaje. Ellos recibirán un pago por estos servicios ya sea de los gobiernos o de los usuarios[1].
En la publicación colectiva ¿Está agotado el periodo petrolero en el Ecuador?, coeditada por la Universidad Andina Simón Bolívar, puede leerse el párrafo siguiente:
La provisión de servicios ecosistémicos puede ser entendida en términos del valor de un bien capital natural, en forma análoga al valor de un bien financiero y a un flujo de valor que está disponible a lo largo del tiempo, a partir de ese bien; también a un flujo de ingresos, tal como la generación de la renta por un periodo. Un bien puede ser un bosque, y su flujo de valor sería el valor anual de los servicios disponibles a lo largo del tiempo, como la tasa de secuestro de carbón, servicios de filtración de agua o rendimiento agrícola… (Briceño, Flores, Kocian y Batker, 2017: 187).
En una importante reunión de la comunidad financiera internacional llevada a cabo en Londres, uno de sus miembros destacados se expresaba en los siguientes términos[2]:
Dejando de lado el inmensurable valor de que ofrecen nuestras selvas tropicales en su función de conservación de diversidad y agua, estamos en presencia de una inmensa oportunidad de negocio… Bajo una estimación de 610 billones de toneladas de CO2 capturadas por nuestras selvas tropicales, una vasta oportunidad de un negocio de 18 trillones de dólares se presenta ante nosotros… Está cada vez más claro que la solución a este problema está dentro del sistema de libre mercado. Muchas estructuras y mecanismos requieren ser creados, pero debería ser nuestro apetito por esos mercados el que obligue nuestro apoyo político para ellos[3].
De una manera cruda, aunque bastante clara, estas citas sintetizan todo el proyecto de neoliberalización de la naturaleza que penetra a nivel global, ronda círculos empresariales, políticos y ambientales y peligrosamente está contagiando a la academia. Aquí encontramos los ingredientes que alimentan todo ese proceso de escalada de mercantilización de la naturaleza: creación de mercados, capital natural, bien financiero, flujo de ingresos; es decir, un proceso que busca transformar las relaciones biofísicas-sociales-culturales en mercancías para ser vendidas o compradas por aquellos con suficiente dinero (Castree, 2010: 1731). Como señala R. Norgaard (2010), hemos experimentado más de tres décadas de fundamentalismo de mercado libre durante las cuales la comprensión pública ha sido reducida a una ideología de mercados referenciados, mientras las instituciones oficiales han sido denigradas y sus presupuestos reducidos. A lo largo de este periodo los mercados han sido guiados y regulados más por fuerzas internas y sus mitos que por instituciones democráticas y argumentos razonados. Este pensamiento se ha ido gradualmente deslizando hacia la naturaleza y los ecosistemas, en particular, como simples proveedores de servicios cuya conservación, en nombre de la eficiencia económica, exige un pago.
Bajo el discurso hegemónico de crisis y catástrofes ambientales, se proclaman nuevas estrategias y modalidades de conservación de la naturaleza que se presentan bajo la promesa de inyectar nuevos tipos de recursos para la conservación, especialmente de la biodiversidad, en aquellas partes pobres del mundo donde los estados no disponen de los recursos y la capacidad para una efectiva protección de sus ecosistemas. Pero la conservación neoliberal promete mucho más. Ella promete fortalecer la democracia y la participación mediante el desmantelamiento de las estructuras y prácticas restrictivas del Estado. Ella promete la protección de las comunidades locales garantizándoles sus derechos de propiedad y ayudándolas a entrar en el negocio de la conservación. Ella promete la promoción de prácticas verdes en los negocios, demostrando que las estrategias verdes también producen ganancias. Finalmente, ella promete promover una conciencia ambiental entre los consumidores occidentales alentándolos a apreciar la naturaleza a través de un contacto directo con ella (Igoe y Brockington, 2007; Fairhead, Leach y Scoones, 2013; McAfee, 1999).
Estas promesas son difíciles de resistir. En el fondo de estas ofertas tentadoras hay una que es aún más atractiva: una solución simple a problemas complejos y difíciles. Las áreas protegidas, parques nacionales y reservas naturales están ahora destinadas a la provisión de servicios ambientales que permitan compensar los efectos destructivos de la realización del capital y al mismo tiempo promover la difusión de beneficios económicos de las actividades derivadas de su conservación. La metáfora de Grandia sintetiza agudamente esta promesa: se nos ofrece un mundo en el que es posible «disfrutar el pastel de la conservación y saborear también el postre del desarrollo» (2007: 480). En este mundo, la naturaleza es protegida mediante la inversión y el consumo y la conservación puede ser alcanzada sin preocuparse de las profundas y sistémicas desigualdades y las relaciones de poder hábilmente entretejidas en los problemas ambientales locales, regionales y globales de la actualidad.
Cualesquiera que fueran los impactos de la conservación neoliberal, el punto importante radica en que sus políticas no benefician automáticamente a las comunidades locales ni al ambiente. Se puede aceptar que el neoliberalismo abre nuevos espacios de manera que puede perjudicar o beneficiar al ambiente; puede presentar oportunidades o un lastre a las poblaciones locales. Mientras resulta importante entender las condiciones bajo las cuales estos efectos se manifiestan, es igualmente importante tener en cuenta que tales beneficios no son una consecuencia intencionada del neoliberalismo. El neoliberalismo es una cuestión acerca de la restructuración del mundo para facilitar la difusión del mercado libre a nivel global. Los proponentes del neoliberalismo mantienen que esto beneficiara a los pueblos locales, a los países y, por supuesto, al ambiente. Una abrumadora mayoría de estudios demuestran que esta no es una hipótesis válida (Harvey, 2003; Igoe y Brockington, 2007).
La pregunta acerca de si la conservación neoliberal realmente beneficia a la naturaleza, a los campesinos y a las comunidades es un problema de valores que deben ser debatidos y negociados desde un nivel local hasta en los fórums de las organizaciones ambientalistas transnacionales; pasando, por supuesto, por los gobiernos locales y nacionales y organizaciones de la sociedad civil. Pero estas negociaciones y debates jamás podrán ser efectivos en la medida en que tienen lugar en un contexto de un discurso difuso que sostiene que los mercados libres y la mercantilización de la naturaleza produce resultados que benefician a todos sin compromisos o costos sociales y ecológicos (Igoe y Brockington, 2007). Lamentablemente, el capital no puede cambiar la manera en que manipula la naturaleza: en forma de mercancías sometidas a derechos de propiedad privada. Como sostiene D. Harvey (2014), cuestionar esto sería cuestionar el motor económico del capitalismo y negar la aplicación de la racionalidad del capital en la vida social. Esta es la razón por cual «si el movimiento ambientalista quiere ir más allá de políticas cosméticas, necesariamente debe ser anticapitalista» (p. 249). Agrega este autor que el movimiento ambientalista, en alianza con otros movimientos, puede representar una seria amenaza a la reproducción del capital. Sin embargo, el «ambientalismo», por una serie de razones, ha tomado otra dirección. No deja de sorprender cómo un movimiento complejo y heterogéneo parece ser dominado por un conjunto relativamente estrecho de valores, ideas y agendas. A menudo prefiere ignorar la ecología construida por el capital y enfocarse en temas separados de la dinámica central del capital. «Cuestionar un vertedero de desechos aquí o el rescate de una especie amenazada o la reconstitución de un hábitat allá, no son temas fatales para la reproducción del capital» (p. 250). En nuestro contexto local, resulta preocupante constatar que el discurso sobre ambiente, economía y sociedad ha quedado atrapado en una constelación ideologizante de categorías binarias como extractivismo frente a neoextractivismo, conservación frente a desarrollo, buen vivir frente a «mal vivir». Son estas dicotomías simplificadoras las que impiden despojar al discurso de su ropaje contradictorio entre retórica y realidad. Esperamos que el presente trabajo contribuya a desvelar estos sesgos ideológicos.
Contexto y alcance
Usamos a lo largo del presente trabajo el término «neoliberalismo» de una manera específica: una ideología política que apunta a someter los temas sociales, políticos y ecológicos a la dinámica del capitalismo de mercado. En este sentido, el proyecto de conservación neoliberal de la naturaleza consiste en un conjunto de ideologías y prácticas que parten de la premisa de que la naturaleza puede ser «salvada» únicamente a través de la sumisión al capital y su subsecuente revaluación en términos capitalistas (Buscher, Sullivan, Neves, Igoe y Brockington, 2012; Castree, 2010; Norgaard, 2010).
Tradicionalmente, los análisis y críticas del proyecto neoliberal han centrado la atención en las reformas de programas gubernamentales de orden social, en políticas de apertura al comercio, la privatización de servicios públicos, la flexibilidad laboral y políticas monetarias y de control de la inflación. Escasa atención se había prestado al mundo biofísico, en particular, al nexo entre neoliberalismo, por un lado, los cambios ambientales, la gobernabilidad ambiental y las políticas ambientales, por otro. Sin embargo, desde hace ya más de una década esta situación ha cambiado. Bajo la inspiración de los clásicos trabajos de Marx, Polanyi y Gramsci y las más recientes reflexiones de pensadores neomarxistas (J. O’Connor, D. Harvey, T. Benton, N. Castree, J. Peck, N. Smith, B. Foster, entre otros) se ha producido una verdadera explosión de estudios, análisis y reflexión sobre el fenómeno de neoliberalización de la naturaleza, las políticas de conservación y sus implicaciones de orden social, económico y ecológico.
A lo largo de los últimos 30 años, en diferentes partes del mundo se ha constatado que una variedad de fenómenos biofísicos ha sido sometida al pensamiento y prácticas neoliberales. Algunos ejemplos: el sistema de cuotas de pesca establecido en el Pacífico Norte como una forma de mercantilización y confinamiento de los recursos pesqueros, las concesiones mineras a inversionistas extranjeros en innumerables países en desarrollo, la privatización y mercantilización del abastecimiento de agua, la privatización de bosques y venta de sus servicios ecológicos, los intentos de mercantilización del material genético de plantas, animales e insectos, la incorporación de pueblos y áreas al negocio ecoturístico y, por supuesto, los mercados creados alrededor de los mecanismos de mitigación compensatoria en los que la mercancía CO2 es el ejemplo más evidente. Se trata de una variedad de procesos distribuidos en el espacio y el tiempo y no simplemente de un fenómeno estático y homogéneo llamado a operar de manera uniforme. Por consiguiente, no se puede perder de vista que el neoliberalismo comprende una variedad de diferentes, pero interconectadas, neoliberalizaciones (Peck y Tickell, 2002) organizadas en una variedad de escalas que deben ser entendidas como procesos abiertos, en constante evolución, y no como un estado final (Castree, 2008; Larner, 2003).
El presente trabajo, analiza la neoliberalización de la naturaleza desde perspectivas diferentes que convergen en la exploración de las siguientes preguntas:
i) ¿Cuáles son las principales razones por las que fenómenos no-humanos, cualitativamente diferentes, están siendo sometidos a procesos de privatización, mercantilización y comercialización en diferentes partes del mundo?
ii) ¿Cuáles son los procesos y mecanismos a través de los que la naturaleza es neoliberalizada? En otros términos, ¿cómo opera la neoliberalización en la práctica?
iii) ¿Cuáles son los efectos de la neoliberalización sobre pueblos y comunidades afectadas y sobre la naturaleza misma?
Los argumentos y el material aquí presentados se sustentan en ideas y conceptos provenientes de diversos campos disciplinarios. Los diferentes capítulos pretenden integrar un conjunto de ideas dispersas y fragmentadas en una red de conceptos y criterios, ninguno más importante que el otro, pero todos mutuamente consistentes, usando el lenguaje apropiado para describir y analizar diferentes aspectos de las complejas interacciones entre ambiente y sociedad. En un contexto transdisciplinario, el presente trabajo parte del hecho de que los límites disciplinarios son constructos académicos irrelevantes fuera de la universidad y que, por consiguiente, es el problema estudiado el que determina el conjunto de conceptos y herramientas de análisis en lugar de lo contrario (Daly y Farley, 2004; García, 2006).
En este contexto, este estudio intenta analizar el proceso de neoliberalización de la naturaleza en varios niveles que se superponen y entrecruzan a lo largo de la exposición. En un primer nivel de abstracción se identifican procedimientos y mecanismos comunes que, de alguna manera, operan en situaciones diferentes. La creación de regímenes de propiedad en la provisión de bienes y servicios ambientales, la mercantilización de la naturaleza a través de la creación de mercancías ficticias y su comercialización en mercados artificialmente construidos, la regulación y desregulación del Estado para favorecer el funcionamiento de dichos mercados, son los rasgos distintivos del proyecto neoliberal de conservación de la naturaleza. A un nivel inferior de abstracción se enfocan modalidades específicas a través de las cuales la naturaleza es neoliberalizada y que son comunes a subconjuntos particulares de casos. Estos subconjuntos pueden ser agrupados, por ejemplo, en sectores económicos o diferentes clases de ambientes/recursos involucrados. Las diferentes categorías de servicios ambientales, incluidos el ecoturismo y la bioprospección, los mercados del carbono, la mitigación compensatoria y la financiarización de servicios ecosistémicos, son algunos de los mecanismos y herramientas para la apertura de nuevos espacios de inversión, comercio y especulación que se requiere para operacionalizar las oportunidades de acumulación que ofrecen la crisis ambiental y el discurso de conservación de la naturaleza. Finalmente, a un nivel empírico, simplemente se puede entender la neoliberalización de la naturaleza, sobre la base de caso por caso, en su especificidad y complejidad. Un examen preliminar de algunos esquemas de pago por servicios ambientales en el Ecuador y la aparición de nuevas formas de gobernanza ambiental, la experiencia de la Iniciativa Yasuní, la valoración de la Amazonía por los servicios ambientales que provee, la visión de la naturaleza como una reserva de recursos comercializables, son algunos ejemplos concretos de realización del proyecto neoliberal. El análisis de ninguna manera pretende ser exhaustivo; al contrario, señala insuficiencias y abre interrogantes para trabajos futuros de análisis e investigación.
Tres tesis subyacen el tratamiento y discusión de todos estos temas. En primer lugar, que todo el proceso de mercantilización de la naturaleza debe ser entendido en un contexto más amplio que lo engloba, como es la crisis de acumulación que afecta al sistema capitalista. Como señalan muchos autores (Foster y McChesney, 2009; Castree, 2010; Harvey, 2016; Streeck, 2016; Wallerstein, Collins, Mann, Derluguian y Calhoun, 2013; O’Connor, 2001), los capitalistas, al persistir en su esfuerzo por aumentar su capital (la fuerza productiva de la sociedad) más rápido que lo garantizado por el poder de consumo de la sociedad, llevan al sistema económico a confrontar una insuficiencia de demanda efectiva y de este modo, las barreras al consumo conducen eventualmente a barreras en la inversión. Esta tendencia a la sobre acumulación, dominante en el capitalismo monopolístico, disminuye sus tasas de rentabilidad y da lugar al espectro de una recesión de largo plazo. En estas circunstancias, la financiarización es el recurso disponible para contrarrestar el estancamiento de la economía. Ante la imposibilidad de encontrar una salida en la economía real para el creciente excedente, el capital (vía corporaciones o inversionistas individuales) vierte el exceso en la especulación financiera. Sin embargo, las burbujas financieras que se forman no han sido suficientes para contrarrestar la crisis; de ahí la necesidad de buscar nuevos espacios de acumulación, siendo la naturaleza, probablemente el último de ellos (Foster y McChesney, 2009: 6-13).
Lo que es diferente en la actualidad es que ahora nos encontramos en un punto de inflexión en el crecimiento exponencial de la actividad capitalista (Wallerstein, Collins, Mann, Derluguian y Calhoun, 2013; Streeck, 2016). Esto tiene un impacto exponencial sobre los niveles de estrés ambiental en la ecología del capital que impone una intensa presión en mercantilizar, privatizar e incorporar, cada vez más, aspectos del mundo biofísico en los circuitos del capital. Hay constataciones inequívocas de una creciente expansión cancerosa y degradación de la calidad del ecosistema del capital (Castree, 2011). Entonces se puede entender dos cosas: primero, la importancia para el capital de adoptar un discurso ambientalista como el fundamento legítimo para los grandes negocios ambientales del futuro. Así, él puede dominar los discursos ecológicos, definir la naturaleza en sus propios términos y buscar el manejo de la contradicción capital-naturaleza en su amplio interés de clase. Segundo, mientras mayor es el dominio del capital en las diferentes formaciones sociales que constituyen el mundo del capitalismo, mayores son las reglas de las relaciones metabólicas con la naturaleza que dominan el discurso público y las políticas (Foster, 2000).
La segunda tesis, sostiene que las acciones que involucran el ambiente y, en general, las políticas ambientales, tienen costos y beneficios que afectan de manera desigual a los agentes sociales. Estas consecuencias deben ser entendidas no como efectos puntuales y fortuitos, sino como persistentes y repetitivos: «una estructura de resultados que produce ganadores a expensas de perdedores» (Robbins, 2012: 87). De ahí que el presente trabajo enfatice el papel del poder, el conocimiento y el discurso en la construcción de los problemas ambientales y en las soluciones que se proponen. Esto explica el cuestionamiento persistente de la discusión a las ortodoxias convencionales, altamente simplificadoras, codificadas en narrativas que prácticamente se han convertido en un nuevo paradigma de las interacciones naturaleza-sociedad. Evidentemente que la perspectiva aquí adoptada corresponde a aquella de la ecología política, un enfoque interdisciplinario para comprender la dinámica y complejidad del significado, usos y manejo de los recursos naturales en un contexto de conflictos, relaciones de poder y desigualdad (Sanjay y Saarinen, 2016).
Por último, se insiste a lo largo del texto en cómo el discurso sobre el ambiente ha quedado atrapado en una lógica economicista según la cual la solución a los problemas de degradación de la naturaleza requiere de la internalización de los efectos negativos de las actividades económicas sobre el ambiente. De acuerdo a la ortodoxia neoliberal, esto se consigue mediante la asignación de precios a varios aspectos de la naturaleza, sobre la base de mercados construidos alrededor de un análisis costo-beneficio determinado por la disposición a pagar por su conservación o la disposición a aceptar una compensación por su pérdida. Es así como los problemas de ambiente y sociedad han quedado bloqueados en una jerga monística, utilitaria y económica que, en un exceso de arrogancia, asume que la naturaleza puede ser manejada al antojo del capital; que la naturaleza es externa y puede ser codificada, cuantificada para servir al crecimiento económico, al desarrollo social o cualquier otro «loable objetivo» (Moore, 2015: 3). Este discurso es acompañado de una visión de la naturaleza como algo antinatural. Esta es construida «como un objeto amenazado, frágil y enfermizo que tiene que ser manejado y cuidado, solamente viable gracias a la intervención de la ciencia, la protección y los linderos [y su mercantilización]. Como ocurría con los lunáticos y pordioseros de Foucault, la reclusión no es pasiva; tampoco es estéril. La reclusión tienen el doble propósito del escrutinio y la rehabilitación» (Vallejo, 2003: 50). El primero es necesario para optimizar su explotación; el segundo, sencillamente porque el capital ha descubierto una fuente de ganancias en su restauración y conservación.
Contenido
El presente trabajo está organizado en seis capítulos que intentan entretejer diversos aspectos del fenómeno de neoliberalización de la naturaleza dentro de una perspectiva interdisciplinaria. Los capítulos incluidos tienen como denominador común la preocupación de entender las implicaciones del proyecto neoliberal en las políticas públicas ambientales. Cada capítulo tiene su coherencia interna y es autónomo en términos del tema tratado, enfoque conceptual, método de análisis y estudios de casos expuestos. Sin embargo, algunos temas y conceptos son inevitablemente de carácter transversal y se los puede ver como puentes para entrelazar conceptos y dar cierta unidad a todo el trabajo. Esto explica el traslape de algunos temas a lo largo del texto. Su eliminación hubiera destruido la integridad de los capítulos y exigido su unificación en una monografía, lo que hubiera excedido los objetivos del estudio y el tiempo disponible para su realización.
Neoliberalismo es un concepto polisémico que engloba una visión del mundo, un programa político y un plan de acción. Como tal, el término se refiere a un complejo ensamblaje de compromisos ideológicos, representaciones discursivas y prácticas institucionales que atañen un conjunto de procesos interconectados y que tienen lugar en contextos y escalas espaciales y temporales diferentes. El capítulo I intenta delimitar un conjunto de significados y características de esos procesos que nos permiten una interpretación y comprensión del fenómeno de mercantilización de la naturaleza, el tema objeto del presente trabajo. La exposición incluye una breve discusión sobre dos conceptos que nos parecen fundamentales como categorías del análisis: el concepto de mercancías ficticias y aquel de la segunda contradicción del capitalismo. A continuación se exponen las dimensiones o connotaciones que adquiere el proceso de mercantilización de la naturaleza, sus implicaciones sobre regímenes de propiedad y la emergencia de nuevas formas de gobernanza ambiental. El capítulo concluye con una breve discusión sobre el neoliberalismo en el Ecuador. Lejos de entrar en un análisis detallado sobre las modalidades y alcance de este fenómeno en el país, la sección correspondiente cuestiona la idea según la cual el neoliberalismo es una etapa superada y que, por consiguiente, estaríamos entrando en una fase «posneoliberal». Como se argumenta a lo largo del capítulo, el neoliberalismo no es un fenómeno fijo y homogéneo, ni tampoco implica convergencia hacia un destino teleológico; al contrario, debe ser entendido como un proceso en continua evolución que se retroalimenta en contextos y escalas espaciales y temporales discontinuas. Sostenemos que una de las características de la continuidad del proyecto neoliberal en el Ecuador apunta peligrosamente hacia la consolidación de un modelo de acumulación sustentado en una producción intensiva de la naturaleza o, mejor dicho, estaríamos entrando en una «fase ecológica del capital».
El capítulo II presenta una síntesis de los orígenes, evolución y significado del concepto que se ha convertido en el pivote de la ideología neoliberal de conservación de la naturaleza: los servicios ambientales. Son múltiples los orígenes de la penetración de las tesis neoliberales en el dominio de la naturaleza. Ya a finales de la década de los sesenta los influyentes trabajos de G. Hardin (1968) y Coase (1994 [1960]), afines con los principios neoliberales, ponían en el centro del debate ambiental los regímenes de propiedad y el mercado. Posteriormente, la creciente preocupación por los problemas ambientales a escala planetaria coincidió con el auge de las tesis neoliberales, especialmente en la esfera anglo-americana, y su posterior extensión al Sur global donde la inserción de los recursos biofísicos en el mercado fue vista como una fuente de ingresos para la financiación del desarrollo (Castree, 2010). Estas corrientes de pensamiento se producen en el marco del enfoque creciente de la naturaleza como proveedora de servicios; una perspectiva promovida por la Convención sobre Diversidad Biológica adoptada en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992 y popularizada por el economista ecológico R. Costanza y sus colegas en un esfuerzo por valorar todos los servicios ambientales provistos por el planeta (1997). Este mensaje fue rápidamente transformado en una actitud optimista sobre los retornos financieros que podrían obtenerse si el valor de las externalidades ambientales pudiera ser monetizado y comercializado en el mercado. Se abrió de esta manera un amplio espacio en el que el fenómeno de mercantilización de la naturaleza, sobre la base de los llamados instrumentos de mercado, emerge como el paradigma dominante en las relaciones sociedad-naturaleza.
El capítulo analiza dos elementos de importancia que explican el rápido afincamiento de las tesis neoliberales en las políticas ambientales. El primero tiene que ver con los magros resultados y hasta el fracaso de los llamados proyectos integrados de desarrollo y conservación y proyectos comunitarios de conservación, promovidos activamente por agencias de desarrollo y organizaciones ambientalistas transnacionales especialmente a partir de la década de los ochenta. La idea de reconciliar los objetivos de conservación y desarrollo, incorporando las poblaciones locales como actores integrales de la conservación de la naturaleza, por motivos que son discutidos más adelante, no dieron los resultados esperados. Frente a esta decepcionante realidad surge la estrategia de pagos directos por la conservación como un mecanismo eficiente de motivación de los agentes económicos para alcanzar los objetivos de protección y conservación de los ecosistemas. El segundo elemento consiste en la emergencia a partir de la década de los noventa de un nuevo discurso, el de la modernización ecológica, construido alrededor de la innovación tecnológica como factor fundamental para la solución de los problemas ambientales. La propuesta engloba un nuevo enfoque de gobernanza ambiental al proponer que la degradación ambiental puede ser desacoplada del crecimiento económico y que el desarrollo y la industrialización pueden ser ambientalmente responsables mediante regulaciones apropiadas que estimulen la inversión y el comercio.
La idea de los servicios ambientales como una nueva fuente de generación de valor necesariamente condujo a idear mecanismos de pago por estos servicios. Este es otro de los temas abordados en el capítulo II. El principio del pago por servicios ambientales es elemental: una vez que la utilidad de un ecosistema es puesta al descubierto, por ejemplo, la capacidad de un ecosistema de absorber carbono, proteger una cuenca hídrica o atraer turistas, el ecosistema adquiere un valor económico que puede ser monetizado y comercializado. El texto incluye una discusión y cuestionamiento sobre las hipótesis que sustentan el mecanismo de pago por servicios ambientales y que parten de dos enfoques disciplinarios: la economía ambiental y una interpretación particular de las ciencias de los ecosistemas. El primero asume una visión de la naturaleza como proveedora de servicios transables en los mercados y que son indispensables para el funcionamiento de los sistemas sociales y económicos. El segundo, concibe los ecosistemas como un conjunto de flujos y stocks, reducibles a unidades diferenciadas y estandarizadas. El capítulo concluye con una corta reflexión sobre el floreciente negocio que se ha montado alrededor de la identificación, definición y cuantificación de los servicios ambientales. Se sostiene aquí que, a través de la financiación de proyectos de conservación, agencias multilaterales, bilaterales y ONG transnacionales imponen una agenda ambiental que no siempre coincide con los intereses de los países receptores de la «cooperación internacional».
El capítulo III analiza las modalidades y mecanismos a través de los cuales la naturaleza es sometida a un proceso de mercantilización. La exposición empieza con un resumen de tres estudios de caso sobre la implementación del pago por servicios ambientales en el Ecuador. Los casos analizados ilustran tres modalidades de gobernanza ambiental en las que diferentes actores (gobierno, instituciones locales, ONG y empresas extranjeras) establecen acuerdos para el control y manejo de ecosistemas locales. La discusión sobre el tema cuestiona el discurso convencional y muestra que la venta de servicios no conduce a aliviar los niveles de pobreza de las poblaciones beneficiarias de los pagos; que el reconocimiento monetario está lejos de compensar los costos de oportunidad de usos alternativos del suelo y que los incentivos financieros no son distribuidos equitativamente, erosionando en muchos casos el sentido de comunidad. La discusión sobre estos casos es concluyente: los pagos ambientales convierten a los campesinos y comunidades en sujetos de dependencia económica de una renta incierta como inciertos y cuestionables son los logros de los objetivos de protección ambiental.
El examen de los casos mencionados resulta también de interés porque ellos muestran tres modalidades de gobernanza ambiental que son discutidas en el capítulo. A pesar de las especificidades de cada caso, el análisis identifica características comunes a todos ellos: i) en lugar de fortalecer o devolver el control de los recursos a los pueblos locales, se crean condiciones para un aumento del control por parte de agentes externos a través de estructuras descentralizadas en las que por diversas razones estos mantienen una posición predominante; ii) la incorporación de los recursos naturales en estructuras de mercado altera los valores y significados locales afectando las dinámicas sociales y culturales dentro de las comunidades; y, por último, iii) estas nuevas modalidades de gobernanza pueden acelerar en lugar de detener la degradación ambiental.
La discusión sobre los servicios ambientales necesariamente conduce a la pregunta: ¿en qué medida los servicios ambientales son susceptibles de una gestión económica? En otras palabras, esta pregunta se reduce a cuestionar la posibilidad de definir las funciones y servicios ambientales como mercancías en un sentido estrictamente económico; es decir, como unidades claramente delimitadas, que mantengan una unidad consistente a lo largo del tiempo y el espacio y no sean sujetas a controversias entre los agentes económicos que intervienen en el mercado. Este tema, abordado a continuación en el capítulo, centra el análisis alrededor de tres problemas que confronta la mercantilización de la naturaleza: delimitación, conmensurabilidad y equivalencia de los bienes y servicios ambientales. El análisis muestra que la definición de las funciones y servicios ambientales como unidades discretas y estandarizadas conduce a una peligrosa descontextualización de la naturaleza. En efecto, la conmensurabilidad de las funciones y servicios ambientales es posible únicamente a niveles de abstracción que pueden tener sentido económico, pero carecen de significado real al ser dislocados de la materialidad de su geografía local. Más aún, la equivalencia ecológica, una condición fundamental para la mitigación compensatoria y funcionamiento de mercado, crea la ilusión de que la degradación ambiental causada por el crecimiento económico puede ser compensada por acciones de reparación sin afectar la integridad y resiliencia de los ecosistemas.
El capítulo concluye con la preocupante constatación que el proyecto de neoliberalización de la naturaleza ha reducido un problema esencialmente social y ecológico a un problema exclusivamente económico, confinándolo en una retórica utilitaria y de preferencias individuales. Pero más preocupante aún es la tendencia hacia un proceso de colonización del conocimiento científico por las exigencias del capital de producir información «objetiva», funcional y práctica para el funcionamiento de los mercados. Como se discute en la sección final del capítulo, esta exigencia está llevando a una peligrosa articulación ciencia-capital-Estado que está forzando a la peligrosa aparición de una producción científicamente incoherente al tratar de hacerla coherente en el sentido económico. Esto nos muestra que en el proceso de neoliberalización, la ciencia es vista como un simple recurso para ampliar la capacidad de grupos de la sociedad de regatear, negociar y transigir para fortalecer sus intereses, posición y prestigio. El tema exige una seria reflexión académica por la sencilla razón que la universidad, en cierta manera, está involucrada en este proceso.
La visión de la naturaleza como un capital, como un stock que genera flujos y servicios que pueden ser monetizados y convertidos en mercancías para su comercialización, ha colocado la valoración de la naturaleza en el centro de atención del proyecto neoliberal. La asignación de valores monetarios a la naturaleza es un tema de aguda controversia, polarizada alrededor de dos visiones irreconciliables: por un lado, la convicción de preservar la naturaleza por razones éticas, estéticas y espirituales, es decir, por su valor intrínseco, y por otro, aquella perspectiva según la cual la naturaleza tiene un valor instrumental antes que un valor intrínseco. Una discusión sobre la primera posición (compartida por el autor del presente trabajo) cae fuera de la temática planteada en este estudio. La segunda es discutida en el capítulo IV. El capítulo empieza con una referencia a diversos estudios sobre la valoración de ecosistemas de la región amazónica y de las Islas Galápagos. El interés de esta exposición es doble: por una parte, alertar a los lectores sobre el hecho de que los ecosistemas nacionales no son ajenos a la onda neoliberal de mercantilización y comercialización de la naturaleza; y, por otra, mostrar que la «urgencia» o «necesidad» de producir números conduce a prácticas un tanto alejadas de normas elementales de rigurosidad científica. El argumento sostenido aquí es claro: se trata de valoraciones desprovistas de significado, una fabricación de cifras que resultan en fachadas numéricas con apariencia de información real que carece de sentido ya que simplemente no está relacionada con ninguna medición genuina. Estas simplificaciones disfrazadas bajo un ropaje de cientificidad pueden ser vistas, aunque no lo justifica, como una respuesta «pragmática» a los problemas de conmensurabilidad y equivalencia referidos anteriormente.
La economía ambiental propone varios métodos de valoración de la naturaleza, entre los cuales dos ameritan especial atención y son objeto de discusión en el capítulo IV: la valoración contingente y los métodos multicriteriales. El primero tiene por objetivo dilucidar, mediante técnicas muy cuestionadas, las preferencias de las personas y determinar lo que ellas estarían dispuestas a pagar por obtener o conservar un servicio ambiental o su disposición a aceptar una compensación por la pérdida de un servicio. El enfoque multicriterial integra en un marco de análisis, además de criterios económicos, dimensiones de carácter social, político, cultural y ambiental que, en definitiva, son reducidas a una métrica común. Se cuestiona en el presente trabajo el uso de herramientas, por más «sofisticadas» que parezcan, para analizar problemas que van más allá de los estrechos márgenes axiomáticos en el que se fundamentan estas herramientas. El tema sobre los métodos de valoración ambiental se cierra con una breve exposición sobre el enfoque de la ciencia post-normal, un marco conceptual que trasciende las viejas dicotomías entre hechos y valores, entre conocimiento e ignorancia, certeza e incertidumbre, para dar paso a un nuevo enfoque fundamentado en hipótesis de incertidumbre, control parcial y pluralidad de legítimas perspectivas.
En el marco conceptual delineado en los capítulos anteriores, el capítulo V presenta una relectura de la Iniciativa Yasuní-ITT. Se argumenta en esta sección que la iniciativa tempranamente fue derivando hacia un esquema de protección de la naturaleza en cierto sentido alineado con los planteamientos y mecanismos de una conservación de tipo neoliberal. Se discute cómo alrededor de la propuesta fue configurándose peligrosamente un discurso sobre una visión de la conservación del parque subordinada a los vaivenes del mercado global del carbono y al mismo tiempo, de manera paradójica, se planteaban propuestas conservacionistas focalizadas en la intensificación de otras actividades extractivas como la bioprospección, el ecoturismo o la ecoforestería. El estudio sostiene, y quizá esta es una de las contribuciones relevantes del análisis, que estas actividades, a las que se suman otros usos no transformativos de la naturaleza, configuran una nueva fase de explotación intensiva de la naturaleza, una suerte de neoextractivismo, igualmente depredador y socialmente destructivo como las modalidades del extractivismo convencional.
El capítulo VI trata sobre el ecoturismo, un tema que ha acaparado la atención de las esferas del gobierno, círculos empresariales, organismos de desarrollo, grupos ambientalistas y la academia. El ecoturismo adquiere una relevancia especial simplemente porque es presentado como una alternativa para un nuevo modelo de desarrollo llamado a sustituir el modelo de acumulación basado en la renta proveniente de la explotación de recursos no renovables como los minerales y el petróleo. La discusión sobre el tema está centrada en desvelar los mitos que se han creado alrededor del ecoturismo: el mito del desarrollo, el mito de la conservación y el mito de la inmaterialidad. La primera parte del capítulo pone de relieve la tendencia a magnificar los impactos del turismo como un factor dinamizador de la economía. La discusión admite que los efectos son parcialmente ciertos, pero requieren una dosis de realismo. La exposición muestra que una parte importante de los ingresos son acaparados por agentes económicos externos y no ingresan en los circuitos de las economías locales; el empleo generado es un empleo precario, requiere bajas cualificaciones, es de carácter estacional y el nivel de salarios es mínimo. Estas constataciones conducen a afirmar, y este es el mensaje del análisis, que para que el turismo tenga un impacto significativo a nivel macroeconómico necesariamente tiene que ser un turismo de masas. En este caso, como se insiste en la discusión, los efectos negativos a nivel social, ambiental y cultural exceden ampliamente cualquier potencial ganancia económica.
El segundo tema abordado en el capítulo se refiere al ecoturismo como una estrategia de conservación de áreas naturales. Se cuestiona en esta parte aquel discurso, ampliamente difundido, que presenta el turismo, y el ecoturismo, en particular, como una ««industria sin chimenea» que no ocasiona o produce leves efectos sobre el ambiente. A partir de una amplia evidencia de análisis y referencias, la discusión muestra que el ecoturismo degrada la naturaleza y en muchos casos sus efectos pueden ser más nocivos que aquellos causados por el turismo convencional. Particular atención es dedicada a los efectos del turismo sobre el fenómeno de calentamiento global. El análisis pone en evidencia que, debido a la demanda de transporte aéreo, el turismo contribuye de manera significativa a las emisiones de gases de efecto invernadero y, por consiguiente, es un factor importante en la desestabilización del clima.
Por último, la exposición se enfoca a los efectos sociales y culturales del ecoturismo, en particular sobre las poblaciones locales directamente involucradas en esta actividad. Esta sección discute los supuestos que conducen a crear una imagen del ecoturismo como una mercancía fetiche, es decir, una actividad descontextualizada de sus circunstancias sociales y ambientales; presentándolo como una actividad sin ningún costo social para las poblaciones y ambiental para los destinos turísticos. El argumento del ecoturismo como el mecanismo más idóneo para la protección y conservación de las culturas locales y un supuesto empoderamiento de las comunidades a través de su incorporación en emprendimientos capitalistas es ampliamente cuestionado.
Una aclaración necesaria
Señala D. Harvey que ha sido parte de la genialidad de la ideología neoliberal presentarse con una máscara benevolente, llena de palabras con sonidos cautivantes como libertad, elección, derechos, iniciativa privada, para esconder la sombría realidad de la restauración o reconstitución del crudo poder de una clase en las esferas locales, transnacionales, pero de manera particular, en los principales centros financieros del capitalismo global (2005: 119). Frente a esta dura constatación, al mismo tiempo podríamos preguntarnos, quienes criticamos y nos oponemos a esta ideología, si nosotros mismos no estaremos cayendo en la seducción de un mundo binario, simplista y hasta moralista, que contrapone justicia social, solidaridad y Estado de bienestar (todas con una connotación positiva) contra individualismo, mercados y propiedad privada (todas con una connotación negativa). En otras palabras, como lo advierte Barnett (2010), no estaremos acaso, mezclando ficción con realidad y bajo el riesgo de caer en lo que el filósofo Roy Bashkar (2010: 10) llama la «falacia epistemológica», es decir, la confusión de las propias ideas sobre la realidad con la realidad misma. Reconocemos que este riesgo es perfectamente plausible. Sin embargo, debemos aceptar que «el neoliberalismo ya no es el sueño de los economistas de Chicago o la pesadilla en la imaginación de los académicos de izquierda; este se ha transformado en el sentido común de nuestro tiempo» (Peck y Tickell, 2002: 381); «en un virus mental» (Beck 2008: 103). Es este virus el responsable de una dolorosa realidad que, en contraste con aquellos escenarios, tipo ganador-ganador, profusamente publicitados por los abogados del proyecto neoliberal, nos llevan a constatar una realidad diferente: una sociedad que ha acoplado su «progreso» a una continua e insostenible producción y acumulación de capital a través de la mano invisible del mercado, la mano visible del Estado y el vicio privado de la codicia material en nombre del beneficio público (Streeck, 2016: 1).
[1] G. Monbiot, «The Great Impostors», The Guardian, 7 de agosto de 2012.
[2] Todas las traducciones de los textos citados son del autor.
[3] Discurso de Stanley Fink en una reunión de la comunidad financiera de Londres. Citado en Brockington y Duffy (2011: 1).