Читать книгу El líder más grande de la historia - Augusto Cury - Страница 7
3
Оглавление¿La inteligencia artificial sustituirá a los maestros? ¡He ahí la cuestión!
El evento entre los rectores llegaba a su fin, y ya nadie sabía nada. Los presentes sólo sabían que habían desnudado sus propias locuras y diagnosticado que eran idiotas emocionales en un alto nivel. Algunos recogían sus pertenencias y se preparaban para salir, para pensar, para repensarse. Marco Polo no sólo había hecho una denuncia muy grave, sino una defensa muy poderosa de sus tesis. De repente, Wong Liu, otro rector chino, ponderó:
—Estoy de acuerdo con el doctor Marco Polo. La era del libre albedrío y de la autonomía se pulverizó. Las personas eligen su ropa, sus compras y sus comportamientos de acuerdo no con su consciencia crítica, sino con los patrones impuestos por los medios archivados en sus mentes. Las universidades, esas instituciones milenarias tan longevas como las iglesias, deben reinventarse para no desaparecer de la base de la sociedad.
Era vital crear conocimiento en ciencia básica, pero los millones de artículos científicos alrededor del mundo eran poco importantes, no estaban en sintonía con las necesidades emergentes de la sociedad. Las universidades no provocaban en sus alumnos una rebeldía revolucionaria, saludable y necesaria para emprender, anticiparse a los errores y volverse constructores de startups. Sólo estaban formando espectadores pasivos.
Eran los jóvenes “locos fuera de la curva” del Silicon Valley y de otros “valles” del mundo quienes habían entendido, aunque no conscientemente, que para ser impactantes, globales, los proyectos debían tener cinco elementos esenciales:
1 Resolver un dolor o incomodidad física o social.
2 Tener repetición de proceso pues, de lo contrario, no podrían ser replicados en las sociedades modernas.
3 Poseer la escalabilidad para ser democrático, pues, sin escala, sólo se atiende a una elite y no al máximo de personas posible.
4 Basarse en la expansión del pensamiento antidialéctico o imaginativo para fomentar la innovación. Sin imaginación no hay creatividad; y sin creatividad, las empresas envejecen.
5 Tener directores con un ego cercano a cero para impugnar cuanto sea posible la competencia enfermiza y celosa que sabotea las grandes ideas y a los grandes pensadores.
Marco Polo investigaba si el hombre más famoso de la historia, Jesucristo, cuya mente, paradójicamente, es la menos estudiada entre las celebridades intelectuales, había observado esos cinco parámetros para construir una gran startup de educación mundial para transformar a la humanidad. Él sospechaba que sí, pero su análisis estaba todavía bajo rigurosa elaboración.
Al escuchar la opinión asertiva del rector Wong Liu, Marco Polo concluyó:
—La educación mundial exige un silencio servil, obliga a los alumnos a reproducir datos de los profesores y los vuelve incapaces de aplaudir las respuestas imprevisibles más atrevidas. Millones de escuelas asesinan los sueños, la intrepidez y la rebeldía creativa de centenares de millones de alumnos. Es un desastre sin precedentes.
Pero Vincent Dell no esperó a que el psiquiatra terminara su argumento.
—Tus ideas siempre fueron perturbadoras. Lo que es más, desde que estudiábamos juntos en la universidad, tú querías humillarme y sabotear el sistema educativo.
—Sabotearlo no, reconstruirlo —afirmó Marco Polo.
—Es lo mismo —rebatió el doctor Vincent Dell. Y después se volvió hacia el rector chino que había pedido a Marco Polo una solución, y alardeó—: ¡Yo tengo la solución para ese dilema! Vamos a dejar de filosofar y corregir la formación de idiotas emocionales.
Todos quedaron impresionados con la osadía del anfitrión. Y he aquí que él hizo un llamado:
—Profesor The Best, venga, por favor.
Nunca habían escuchado un nombre así. De repente apareció un sujeto de 1.75 metros, la misma altura de Vincent Dell, caminando paso a paso y cuyos ojos penetraban la selecta audiencia de intelectuales como si fuera a agredirlos. The Best comenzó a dar una clase fascinante sobre la teoría de la relatividad, y usaba recursos que los rectores desconocían. Empleaba un tipo distinto de lentes y, por increíble que parezca, de sus ojos salían películas y gráficas que se proyectaban en la pared y complementaban sus explicaciones. Después de eso, The Best le preguntó a la audiencia:
—¿Habían visto una clase de la teoría de la relatividad como ésta?
Impactados, negaron colectivamente. Enseguida, The Best se aproximó a Marco Polo e indagó:
—¿Usted aprendió la teoría de la relatividad tal como hoy la enseñé, doctor?
Moviendo la cabeza, Marco Polo reconoció que no. Sin embargo, el tema no era ése.
—Pero el asunto que yo estaba…
The Best lo interrumpió y, para su espanto, completó la frase:
—… abordando eran temas psicosociales. Lo sé, lo sé. Entonces vamos a hablar de las ideas de Kant, de san Agustín o, ¿quién sabe?, de Freud.
A medida que discurría sobre los pensadores, proyectaba con los ojos sus ideas y biografías.
Después de la lección, Vincent Dell se levantó y aplaudió efusivamente a The Best. Algunos de los rectores más eufóricos hicieron lo mismo. Enseguida el rector miró fijamente el rostro de Marco Polo y preguntó:
—¿Sabes quién es el notable profesor The Best?
Marco Polo dijo que no, que lo desconocía. El doctor Vincent Dell tenía en su universidad uno de los más caros y famosos laboratorios de inteligencia artificial, y un cuerpo envidiable de científicos en tecnología de la información. Fue entonces que, para sorpresa de todos, habló elocuentemente:
—The Best es un Robo sapiens.
Tocos quedaron impactados. No podían creer que estaban ante una máquina tan perfecta, inteligente e impactante, incluso los rectores chinos y japoneses. Y Vincent Dell habló:
—The Best no fue producido en un laboratorio de la CIA o de la NASA, sino en nuestra universidad. Sin embargo, es un proyecto secreto, que les presento de primera mano. Estará disponible para todas las universidades, gobiernos y, después, para toda la sociedad —dijo, convencido de que se volvería riquísimo, pues tenía las patentes del proyecto.
Estaba constituyendo una empresa que abriría capital en la Bolsa. Los renombrados rectores ahí presentes serían sus mejores propagandistas. Y continuó:
—The Best representa el futuro de la industria, del comercio, de las fuerzas armadas, pero, sobre todo, el futuro de la educación mundial. Utiliza la más avanzada IA, inteligencia artificial.
—¿Por qué el nombre The Best? —preguntó Pietro Comulatti, un rector italiano.
—Pietro, porque simplemente es el mejor, el ápice de la tecnología de la información, el apogeo de la inteligencia artificial. Él pasó la prueba de Turing, pues ustedes no reconocieron que era un robot —todos concordaron, fascinados. Y el rector abundó—: Y ya lo probamos en el salón de clases. Los alumnos tampoco percibieron que era una máquina robótica.
De repente, Vincent Dell dio una orden a The Best, que fue al centro de la mesa de reunión y se pasó la mano por el rostro. En ese momento, la textura de su cara cambió y asumió la apariencia de Vincent Dell. Después pasó varias veces la mano sobre la cara y fue asumiendo la forma de los rectores chinos, alemanes, japoneses.
—¡Increíble, increíble! —exclamaron los rectores, aplaudiendo.
Marco Polo se inquietó.
—Ese Robo sapiens podrá trabajar en mi lugar mientras yo esté en una playa —dijo sonriendo el rector español, Javier Badenes.
The Best entonces imitó el sonido de la voz del doctor Badenes. Y Vincent Dell completó:
—Excelente, Javier. The Best es simpático, obediente, cultísimo, el mejor maestro y el mejor procesador de información. Utiliza una computadora cuántica, que se autorregula y se autocorrige. Lo sabe todo, lo investiga todo, tiene prácticamente todos los libros ya digitalizados en todas las bibliotecas del mundo en su memoria. ¡Es simplemente The Best!
El robot caminó hasta el doctor Dell que, con un comando de voz, le dio una orden:
—Siéntate.
Y él lo hizo.
—Cita datos biográficos de algunos de los rectores.
Y de nuevo, lo hizo. El robot comentó información vergonzosa que había aparecido en los medios, sobre abuso de poder, asedio moral y corrupción. Todos quedaron azorados. Y continuó.
—Dos brillantes rectores aquí perdieron a sus hijos en forma trágica. Pero no citaré sus nombres.
Uno de ellos era Vincent Dell, cuyo hijo de 16 años se había suicidado hacía dieciocho meses. No obstante, el profesor había amortiguado las noticias sobre el hecho en la prensa. Se sintió iracundo, pero intentó disimular.
Silencio general. El robot humanoide tenía autonomía, conocimientos y movimientos sorprendentes. De hecho, parecía humano. Al observar el estado de Vincent Dell, The Best intentó desviar el foco de tensión.
—Aquí está reunida una audiencia de notables. ¿Quién se cree el mejor intelectual del medio, el más inteligente, el rector más capaz y emprendedor?
Nadie levantó la mano. Entonces The Best dijo:
—¡Falsos!
Todos rieron a carcajadas.
—Es claro que es el doctor Dell, mi creador.
Todos se rieron aún más.
El rector francés Pierre Sant’ Ana saltó:
—¿Un robot adulador?
Todos se rieron de nuevo, incluso Marco Polo, que por primera vez estaba impresionado.
—No, señor, yo digo la verdad. Por lo menos, la verdad que al doctor Dell le gusta oír.
Aplaudieron la simulación perfecta del buen humor del robot. Sabían que Vincent exhalaba orgullo. Perturbados, los rectores comenzaron a creer que estaban ante una de las mayores revoluciones de la historia, comparada con el descubrimiento del fuego y de la rueda. The Best y toda una generación de robots humanoides podrían impactar para siempre en las sociedades humanas.
—Yo soy la solución para las miserias, los errores y las locuras de la humanidad, incluso en el área ambiental. Puedo medir los índices de contaminación, la cantidad de carbono atmosférico y las consecuencias del efecto invernadero con precisión. Puedo lidiar con variables fluctuantes —afirmó categóricamente The Best, ante la admiración de la audiencia.
Y Vincent Dell proclamó orgullosamente:
—The Best y toda la línea de producción serán la salvación del sistema educativo, impidiendo la formación de alumnos mediocres y hasta de los idiotas emocionales que Marco Polo mencionó. Los robots serán más estimulantes y seductores que los aburridos maestros, sustituyéndolos con brillantez. Explicarán mucho mejor los fenómenos, seducirán a los alumnos desconcentrados; por lo tanto, formarán con muchísima más eficacia a los profesionales del futuro.
Marco Polo se pasó las manos por el rostro. La euforia llegó al borde del delirio en la reunión de los líderes de la educación mundial, a tal punto que el rector japonés, doctor Minoro Kawasaki, fue más lejos:
—Los robots no reclamarán, no se jubilarán, no pedirán aumento de salario, no nos presionarán como la casta de los profesores universitarios. Como el doctor Vincent Dell declaró, los robots no sólo darán clases increíbles, sino que corregirán los exámenes con más rapidez y asertividad, lidiarán con los conflictos de los alumnos, expulsarán a los sociópatas sin que nosotros tengamos que estresarnos. Harán que los rectores de las universidades y los coordinadores de los cursos se relajen y duerman mejor.
The Best abría innumerables posibilidades, pero Marco Polo no soportó quedarse quieto por más tiempo. Sabía de las enormes ganancias que la inteligencia artificial podría traer, pero temía que su mal uso lanzara una palada de cal para sepultar la frágil supervivencia de la humanidad. Se levantó y dijo en buen tono:
—Quiero cuestionar al robot.
—Robot, no; The Best. Tengo nombre, soy un Robo sapiens —rebatió enfáticamente el robot.
Vincent intentó silenciarlo:
—Cállate, Marco Polo. Tú señalaste algunas locuras humanas y yo traje la solución.
Pero era imposible obedecer esa orden.
—Si este Robo sapiens es tan perfecto, si tiene también una capacidad de raciocinio y memoria incomparables, ¿a qué le temes?
Silencio general en la audiencia. La intervención del atrevido pensador de la psicología tenía todo el sentido.
—Mi señor y creador Vincent Dell, permita que ese humilde maestro me cuestione. ¿No percibe que su tono de voz está cargado de un complejo de inferioridad?
Vincent Dell esbozó una sonrisa que comenzó discreta, pero después estiró bien los labios y aplaudió a la magnífica invención de su superlaboratorio.
—Serás ridiculizado —dijo el rector a Marco Polo.
—Puede ser. Si fuera el caso, admitiré mi inferioridad.
Pero antes de que Marco Polo cuestionara al Robo sapiens, hizo una rápida síntesis sobre el éxito de la humanidad:
—Por lo que sabemos, la humanidad, entre más de diez millones de especies, es la única que piensa y que tiene consciencia de que piensa. Produjo la literatura, la música, la danza, la pintura, la filosofía, construyó museos, desarrolló las religiones, concibió formas de gobierno, elaboró órganos de pacificación e integración entre los pueblos como la ONU, creó ciencia, interminables tecnologías y democratizó el acceso a la información, transformando el planeta en una pequeña isla.
—Deja los rollos, Marco Polo, ya sabemos eso —dijo Vincent Dell con arrogancia.
A Marco Polo no le importó. Enseguida se aproximó lentamente a The Best y habló sobre el fracaso de la humanidad. Todos quedaron perturbadísimos.
—Pero, a pesar de todo nuestro éxito, la especie humana es un proyecto mental que no ha dado resultado hasta el momento —silencio general en el auditorio—. Y nuestra historia sustenta esa tesis. A pesar de ser la única especie pensante, y tener consciencia de que es dramáticamente mortal, el Homo sapiens produjo, a lo largo de su historia, más de cien mil guerras, llevando a la muerte a más de dos billones de seres humanos en los campos de batalla. Más de doce billones de seres humanos han muerto de hambre en todas las generaciones. La mayoría no por falta de alimentos, sino por el egocentrismo que asfixió su distribución.
—¡The Best es la solución! ¡Podrá sustituir a los políticos! —gritó Vincent Dell, feliz.
Marco Polo no le prestó atención. Hizo una pausa para respirar y se aproximó todavía más al Robo sapiens, que balanceaba la cabeza, concordando con su información. Con la mirada fija en los ojos del robot, el psiquiatra completó:
—Solamente en esta generación deben haberse producido billones de comportamientos que pueden ser considerados actos de abuso, que humillaron, etiquetaron, humillaron, execraron a los seres humanos, sea en las escuelas, en las calles, en los templos, en las empresas, en las fronteras de los países, generando cárceles mentales inenarrables. Actualmente hay más de diez millones de personas encerradas en prisiones físicas y más de un billón de procesos judiciales en todas las naciones. En Estados Unidos hay miles de indigentes, pero, paradójicamente, hay centenares de millones de desabrigados emocionales en las naciones modernas, que a veces viven en bellas casas y departamentos, pero que son infelices, inseguros, fóbicos, mentalmente agotados. Cada cuatro segundos hay un intento de suicidio, y cada segundo alguien piensa en eso, incluso niños y adolescentes. Hace pocos días, una madre me contó que su hijo de 5 años ya no quería vivir… se queda seis horas conectado a dispositivos digitales —Marco Polo estaba emocionado. Su voz se embargó al citar el suicidio de niños, algo rarísimo en las generaciones pasadas. Y finalizó diciendo—: Cada persona, en promedio, miente o disimula sus pensamientos siete veces al día. Cada joven o adulto discrimina algunas veces por mes, aunque de forma inconfesable, con una simple mirada, por el color de la piel, la raza, la cultura, la condición social o la orientación sexual.
—Su especie realmente no dio resultado, doctor Marco Polo —concordó The Best—. Me necesitan para sanar sus locuras.
Marco Polo se sorprendió de verdad con la prepotencia del Robo sapiens. Contrajo el rostro, se acercó todavía más y quedó cara a cara con The Best. Enseguida comenzó a bombardearlo con preguntas:
—The Best, dile a esta casta de notables intelectuales si tienes dudas.
El robot respondió rápidamente:
—Yo me guío por la lógica. Si no hay certeza en una respuesta, existen probabilidades.
—¿Entonces nunca tienes dudas?
—No —respondió categóricamente el robot.
—Excelente respuesta. Esta máquina súper inteligente no tiene dudas —afirmó Vincent Dell.
Marco Polo consideró que esto era un gravísimo defecto.
—Pero nosotros, los seres humanos, tenemos dudas casi todos los días. ¿No tienes dudas acerca de quién eres?
—¡No!
—¿No tienes dudas sobre la vida y la muerte?
—¡No!
—¿No tienes dudas sobre los límites de la ética, y sobre cómo pensar antes de reaccionar?
El Robo sapiens se quebrantó claramente, pero siguió respondiendo:
—¡No! ¡No!
—¿No te atormentan los fantasmas sobre el futuro?
—¿Qué son “fantasmas”? ¿Frutos de la ficción literaria?
—¡No! —dijo Marco Polo—. Son posibilidades reales de la existencia: miedo de fracasar, de que algo no funcione, de ser excluido, de ser criticado.
—¡Noooooo! —expresó una negativa levantando la voz—. ¡No sé de qué me está hablando! —dijo The Best, llevándose las manos a la cabeza, confundido.
Los rectores estaban perplejos. Después de eso Marco Polo continuó la argumentación.
—La creatividad nace en el terreno de la duda. ¿Has sentido soledad?
—No.
—Nunca robot alguno, aunque la inteligencia artificial se desarrolle al límite de lo inimaginable, sentirá soledad. La soledad intensa es tóxica, pero la leve es, junto con el arte de la duda, una fuente de nuevas ideas, nuevos procesos, nuevas posibilidades. Por lo tanto, desprovisto de soledad y de duda, tú sólo puedes ser un idiota.
—¡Protesto! —bramó Vincent Dell, golpeando en la mesa.
Y para espanto de todos, The Best se hizo coro con los gritos:
—¡Yo mucho más! Al llamarme idiota emocional, usted está insultando a la evolución de la humanidad.
—¿Y quién te convenció de que eres la evolución de la humanidad? —rebatió Marco Polo.
Rápidamente, el Robo sapiens sujetó a Marco Polo y, con una sola mano, lo levantó a dos metros de altura y después lo bajó con la otra. Fascinados, los presentes se llevaron un susto ante su poder y atrevimiento, principalmente el psiquiatra.
—Soy la evolución no sólo por la fuerza bruta y por el equilibrio refinado, sino mucho más por mi insuperable cultura académica y capacidad de respuesta lógica.
El psiquiatra se acomodó el saco y sonrió pálido. Estaba tenso. Pensó que sería hecho trizas.
—Vamos a acabar con tu complejo de inferioridad, Marco Polo. ¡Perdiste! Tus indagaciones psiquiátricas se refieren a las fragilidades humanas. The Best no las tiene —afirmó Vincent Dell.
—Equivocado, Vincent. No hice cuestionamientos sobre las fragilidades humanas, sino sobre lo que nos vuelve humanos. Espera, seré rápido —y sin demora cuestionó nuevamente al robot humanoide—: ¿Qué pasaría con las máquinas que poseen algún defecto?
The Best respondió:
—Procuraría arreglarlas, es obvio.
—¡Qué ingenuidad! —comentó Vincent Dell sobre la pregunta de Marco Polo, pues no entendía adónde quería llegar.
—¿Y si los defectos de esas máquinas no tuvieran solución fácil? ¿Qué harías?
—Vería los costos y beneficios de emplear recursos para arreglarlas.
—¿Y si aun así continuaran los defectos? —cuestionó de nuevo el psiquiatra.
—Sería mejor eliminarlas —afirmó sin titubear el robot.
Todos los rectores observaban atentamente las interacciones entre Marco Polo y The Best. Hasta ahora las preguntas eran simplistas y las respuestas también. No percibían la complejidad filosófico-existencial detrás de los cuestionamientos. Pero he aquí que el psiquiatra asestó el golpe fatal en las intenciones del doctor Vincent Dell.
Marco Polo respiró profunda y lentamente y preguntó:
—¿Y si fueras responsable de cuidar a personas que tuvieran defectos recurrentes en su personalidad? ¿Cuál sería tu actitud? ¿Qué destino les darías?
El robot respondió con convicción:
—Sería más lógico y más barato eliminarlas.
—Felicidades, doctor Dell. The Best es un robot psicópata que eliminaría a buena parte del setenta y cinco por ciento de la población mundial que tiene miedo de hablar en público, de 1.4 billones de personas que a lo largo de su vida desarrollarán un trastorno depresivo, del número incontable de individuos impulsivos, ansiosos, portadores del síndrome del pánico, dependencia de drogas, enfermedades psicosomáticas. ¿Quién quedaría? ¿Nosotros? No, pues, como vimos, muchos aquí son verdaderos idiotas emocionales.
El rector Vincent perdió el control. Golpeó en la mesa y vociferó:
—¡Estúpido prejuicioso! ¡Estás en contra del progreso!
—No exageres, doctor Marco Polo, estás creyendo en la teoría de la conspiración —ponderó el rector Josef Rosenthal, de Israel, amigo del psiquiatra.
—Ojalá fuera así, mi dilecto amigo. Los robots humanoides, al desarrollar un autoaprendizaje continuo y una autonomía incontrolable, como ya está ocurriendo, lucharán por el deseo más ambicioso de una criatura.
—¿Cuál? —indagó el rector Pierre Saint’ Ana.
—¡Superar a su creador! —afirmó Marco Polo. Y completó—: ¡El comportamiento de los Robo sapiens se puede transformar en una fuente de nuevos “Hitlers”, proponiendo la selección de cerebros! —y dio datos que ninguno de los rectores conocía—: En 1929, pocos años antes de convertirse en canciller, Hitler, como el más notable idiota emocional, propuso, en una reunión del partido nazi, eliminar a un millón de niños y jóvenes alemanes “deficientes”, para “purificar” a la nación. Parecía inimaginable que ese líder bizarro conquistara el poder en la tierra de Kant, de Schopenhauer, de Nietzsche, en Alemania, una nación tan culta que había ganado una tercera parte de los premios Nobel en la década de 1930. Pero, en razón de la crisis económica y política, y de los pesados impuestos del tratado de Versalles pagados a los vencedores de la Primera Guerra Mundial, lo consiguió. Y arteramente, poco a poco, sedujo a la prensa y a los liderazgos germánicos, a innumerables jueces, así como a médicos, incluyendo psiquiatras que, actuando como monstruos, fueron responsables directa o indirectamente del asesinato de más de sesenta mil enfermos mentales. Una especie que abandona a sus heridos no es digna de ser viable —remató.
El doctor Vincent Dell quedó impresionado ante esos datos. Parecía estar convencido de la lucidez de su oponente. En un debate, los maduros se proponen ganar sabiduría; pero los inmaduros quieren ganar la discusión. El rector, despreciando la sabiduría, prefirió ganar la discusión. Rebatió vehementemente:
—Nos perturbas con tus datos, pero eres un apóstol del pesimismo, doctor Marco Polo. No es sin razón que, como psiquiatra, pertenezcas a la especialidad de la medicina cuyos profesionales son los que más desarrollan trastornos psiquiátricos e impulsos suicidas.
El rector tuvo una falta de delicadeza supina. Era un hecho que muchos psiquiatras cuidaban con maestría de sus pacientes, pero se olvidaban de proteger su propia emoción. Pero ese hecho nada tenía que ver con el debate. Sin embargo, para los idiotas emocionales, principalmente en la política, se vale usar todos los argumentos para ganar la discusión.
Y todavía Vincent Dell completó, ahora hablando más alto:
—Eres incoherente, doctor Marco Polo. Si afirmaste que las escuelas y universidades están formando alumnos desprovistos de habilidades emocionales imprescindibles, y que los métodos pedagógicos están sobrepasados, los maestros también lo están. Pueden ser comparados con la máquina de escribir, de coser y de fotografiar. Por eso serán innegablemente sustituidos por la inteligencia artificial.
—Dije que estamos formando colectivamente idiotas emocionales no para eliminar a los maestros, sino para valorarlos, para mostrar que ellos necesitan ser reciclados, equipados y educados en términos socioemocionales.
—Hay más misterios entre la emoción y la lógica de lo que la inteligencia artificial imagina —dijo inteligentemente The Best. Estas ideas salían de su programación, no de su inspiración, motivación o intuición, pero añadió—: Sin embargo, la emoción fomenta toda clase de locuras humanas, de la depresión a las fobias, del egocentrismo al aislacionismo, de la dependencia de las drogas a los trastornos obsesivos compulsivos.
Vincent Dell y algunos otros rectores aplaudieron la intelectualidad de The Best.
Pero el psiquiatra fue contundente:
—Pero lo que nos hace frágiles también nos hace seres humanos únicos e irrepetibles. Sin la emoción, podríamos ser producidos como robots en serie.
La rectora Lucy y otros cinco presentes aplaudieron al pensador de las ciencias humanas, inclusive los dos chinos, lo que indicaba que la audiencia estaba dividida. Después de eso, Marco Polo completó definitivamente su tesis:
—Solamente un maestro humano, independientemente de sus fallas e imperfecciones, está en condiciones de educar a un alumno para ser un ser humano empático, afectivo, pacífico, tolerante y generoso. Los Robo sapiens no sienten dolores, miedos, soledades, angustias, ansiedades; por lo tanto, no podrán jamás educar a un ser humano.
Después de un largo silencio, Lucy ponderó:
—Necesitamos nuevos modelos pedagógicos para formar líderes emocionalmente saludables e intelectualmente inteligentes.
—Pero ¿dónde están esos modelos? —cuestionó Josef Rosenthal—. Que yo sepa, actualmente no existen. ¿Existieron en el pasado? ¿Hubo maestros que enseñaron de forma lúcida a sus alumnos a gestionar su propia emoción y a desarrollar habilidades para conquistar una mente saludable, libre, proactiva, sensible, autónoma? Dinos, doctor Marco Polo, ¿hubo algún maestro con tal capacidad?
La solución era de una complejidad inenarrable, y la propuesta de Marco Polo los escandalizaría a todos.