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LA DANZA

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La construcción del muro fronterizo había empezado hacía cuatro semanas y transcurría normalmente, hasta que la música se enseñoreó del lugar.

Al principio la música sonaba en un solo lugar, en zona desértica. Era un ritmo antiguo, pasado de moda, como un vals popular del siglo XIX, o algo por el estilo. Algunos afirmaban que se trataba de "Sobre las olas", aunque esto no pudo ser confirmado.

La pieza musical tuvo sorprendentes efectos. Los trabajadores de la construcción sucumbieron a su hechizo casi inmediatamente y, abandonando sus tareas, se pusieron a bailar. Peones, operadores de grúas, camioneros, conductores de niveladoras…, todos danzaban siguiendo perfectamente el ritmo lento y acompasado. Capataces e ingenieros, a pesar de su aparente resistencia inicial, se dejaron igualmente atrapar por la magia sonora.

Más tarde el ritmo cambió, aunque no se sabe precisamente cuando pues nadie miraba el reloj. Ahora se escuchaba un jarabe vivaz y los movimientos de los bailarines se volvieron rápidos y enérgicos.

La música provenía del otro lado de la frontera, pero ¿cómo y dónde era producida? ¿era música grabada, o en vivo? Si había una banda u orquesta tocando del otro lado no se la veía, porque la ocultaba la porción construida del muro.

Al anochecer, se escuchaban ininterrumpidamente muchos y variados aires musicales (rancheras, mariachi, trova yucateca, marimbas istmeñas, huapangos, bambas, tamborazos, sones jarochos, e incluso boleros). El efecto era siempre el mismo, los presentes no podían dejar de bailar. Al cabo de unas horas los danzarines estaban exhaustos, algunos caían por el suelo, agotados y aún desmayados. Los que no habían perdido el conocimiento, después de un rato de descanso, se unían a los que seguían bailando. La atracción de la música era irresistible.

Alertados del "incidente", miembros de una patrulla fronteriza que estaba en las inmediaciones se acercó para investigar e intervenir, si fuera necesario. Pero ellos también casi en seguida, abandonando sus vehículos, armas y equipos electrónicos, se unieron a la danza.

Enteradas de lo ocurrido, las autoridades inicialmente supusieron que aquello era algo aislado y transitorio. Pero descubrieron que se equivocaban cuando, a las pocas horas, cual alarmante vendaval, empezaron a llegarles similares informes de frenesí danzante en otros puntos de la construcción.

La primera reacción de los oficiales gubernamentales fue enviar inspectores apoyados por policías y guardias fronterizos, listos para arrestar rebeldes empecinados si fuera necesario. Pero esto no dio resultado. Les pasó lo mismo que a los guardias del primer sitio: les sedujo la música y se unieron al pandemonio danzante.

Dos días más tarde, quedó claro que la situación estaba totalmente fuera de control. Las fuerzas del orden utilizadas no podían sustraerse al delirio imperante. A lo largo de toda la frontera había frenéticos bailes, mayormente de hombres, pero también había mujeres, miembros de las cuadrillas de la construcción, o de las unidades enviadas para restablecer el orden.

Al menos un gobernador intentó arreglar las cosas mediante su intervención personal directa, pero no tuvo éxito, pues rápidamente se unió al baile. Ante tal fracaso, algunos consejeros presidenciales dijeron que habría que recurrir a medidas más drásticas.

¿Qué podría hacerse? ¿bombardear a los revoltosos? y si se tomaba esta decisión, ¿cómo hacerlo? Usar aviones era peligroso, no se podía estar seguro de que los pilotos evitaran el embrujo danzante. Si a pesar de la altura cayeran en él, podrían hacer cosas horribles con sus poderosas máquinas.

¿Usar cohetes o drones? Ello evitaría el contagio danzante, pero algunos de estos incidentes tenían lugar en zonas densamente pobladas, y la destrucción y bajas humanas sería inaceptable. Además, unos pocos oficiales por razones de humanidad, se oponían a atacar brutalmente a gente que no hacía nada violento, o aún ilegal, sino que simplemente bailaba.

Finalmente, una madrugada el presidente tuiteó su decisión: iría personalmente a la frontera para poner fin a la locura. Unas horas después, estaba volando en el avión presidencial hacia el lugar donde había comenzado el problema.

El aparato aterrizó en un aeropuerto militar, a unos 120 km del objetivo planeado, pues no había otro más cercano. Desde ahí se trasladó en automóvil, escoltado por una columna de vehículos militares y policiales, así como de otros llevando periodistas, camarógrafos y otras personalidades. Un equipo había sido enviado anteriormente para construir el palco donde el presidente iba a dar su discurso, e instalar el equipo sonoro necesario.

Cuando llegó la cabalgata presidencial, el palco estaba por terminar pues los ingenieros militares encargados de su construcción habían sucumbido al ritmo musical y estaban bailando.

En ese momento se escuchaba un vivaz jarocho. Los ingenieros danzaban enérgicamente, en cambio casi todos los otros celebrantes parecían muy cansados, después de mover sus cuerpos por muchas horas. Unos cuantos, exhaustos, estaban tirados por el suelo recuperando fuerzas.

El presidente bajó de su coche y avanzó enérgicamente. Con o sin palco, con o sin altavoces, confiaba en que su irresistible arenga pondría fin al caos. Pero su pose no duró mucho. Su andar se hizo más lento y gradualmente se transformó en algo distinto. Sus pies comenzaron a seguir, más o menos rítmicamente, la música. Poco a poco empezó a bailar en serio. Finalmente se unió decididamente al jolgorio.

Sería una exageración decir que se movía con gracia pero, dado su tamaño, y otros factores, debe admitirse que no lo hacía tan mal.

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