Читать книгу Proceso a la leyenda de las Brontë - Aurora Astor Guardiola - Страница 8

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2. LA LEYENDA DE LAS BRONTË

Desde el punto de vista de la semiótica, para Roland Barthes el mito es un sistema de comunicación mediante el que se transmite un mensaje. Dado que se trata de un tipo de lenguaje, cualquier cosa puede llegar a convertirse en mito con tal de que se transmita a través del discurso, pues el universo es infinitamente fértil en sugerencias. El mito no se define, por tanto, en función del objeto de su mensaje, sino en función del modo en que este mensaje se emite. A partir de esta idea, Barthes (1990: 109) asegura que cualquier objeto del mundo puede pasar de una existencia silenciosa a un estado oral, expuesto a partir de entonces a que la sociedad lo haga suyo, pues no existe ningún tipo de ley que prohíba hablar de las cosas. Las leyendas se originan y expanden a través de ese sistema de comunicación del que habla Barthes.

Las leyendas, definidas como narraciones de sucesos fabulosos que se transmiten por tradición como si fuesen históricos, pueden llegar a usurpar en ocasiones el puesto de las auténticas realidades, transmutándose entonces en objeto de observación y especulación por parte de aquellos que las escuchan o leen. Pero la fuerza de algunas leyendas es tan grande que éstas pueden llegar también al mundo académico más formal, pasando a ser entonces objeto de investigaciones y análisis profundos cuyos resultados se discuten en foros especializados o se publican en páginas que circulan por ese exclusivo mundo. Las personas en torno a las cuales se entretejió la leyenda pueden convertirse entonces en auténticos personajes de ficción conocidos universalmente. Éste ha sido el caso de la leyenda o mito de las Brontë. Al tratarse de personas de carne y hueso, y carecer de las connotaciones de los dioses o héroes míticos tradicionales, que proporcionan paradigmas, reglas, mapas, matrices duraderas de sentido y verdad para el obrar y el padecer humanos, las Brontë han otorgado a la leyenda un carácter social o cultural que, precisamente por su propia naturaleza, no ha dejado de redefinirse desde sus orígenes. Desde la perspectiva de este estudio, la idea de Barthes acerca de la importancia de la mitología con respecto a la construcción de la realidad se amplía con la reflexión del ecocrítico Neil Evernden, quien considera que durante este proceso los conceptos sociales se depositan en la naturaleza dando origen a una nueva pseudonaturaleza que, de hecho, es, o puede llegar a ser, totalmente histórica (Evernden: 138). Como cualquier otra leyenda, la de las Brontë también ha transformado la realidad.

Uno de los peligros del exceso de absorción cultural de las biografías de escritores es que sus obras puedan caer en el olvido. Existe también otro peligro quizá más negativo todavía, el de que las obras lleguen a ser importantes en tanto en cuanto pueden tomarse como espejos de las vidas de sus creadores. En la mayoría de los casos, por muy justificativa de la obra que la vida sea y por muchos detalles biográficos que aparezcan en el texto literario, la diferenciación entre literatura y vida suele quedar bien definida. Aunque una obra literaria contenga mucho de su autor, generalmente como lectores no solemos fusionar totalmente la biografía de un escritor con su obra o confundir al escritor con uno de sus personajes literarios. En el caso de las hermanas Brontë, en 1941, Fannie Ratchford ya se quejaba del torrente de biografías y trabajos vertidos acerca de ellas.[2] Tal era el caudal de este torrente que, en su opinión, ningún otro escritor excepto Shakespeare y Byron había sido objeto hasta entonces de semejante interés. Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo un renacimiento del interés por la época victoriana que no ha hecho sino engrosar la corriente de estudios brontëanos hasta provocar una furiosa y, a menudo, polémica inundación (Martin, 1966: 15). Algunos críticos han apuntado que una de las razones de esta excesiva y salvaje especulación acerca de la vida de las Brontë, así como de las fantásticas teorías surgidas en torno a sus novelas, podría ser que, curiosamente, ya no puede decirse nada nuevo acerca de ellas (Winnifrith y Chitham: 1).

Aparte de los cientos de miles de personas que han leído Jane Eyre o Wuthering Heights, debe de existir otro número igual de personas que, sin haber leído las novelas, en algún momento se han sentido cautivadas por la historia de la casa de tintes góticos al borde de los páramos y por la vida de sus ocupantes. Aunque, como iremos viendo a lo largo de este libro, la idea de que los Brontë fueron una familia formada por personas tímidas, solitarias, poseídas por fuerzas oscuras, encerradas en un pueblo aislado de Yorkshire resulta inexacta y absurda, esto es precisamente lo que la leyenda ha ido transmitiendo. Si he de ser sincera, yo misma debo confesar que también en algún momento he sentido algo muy parecido a lo que escribió el crítico y poeta Algernon C. Swinburne (1837-1909) en 1877: «Desde el primer momento en que en el colegio leí las novelas J.E. y W.H. siempre he sentido el mismo deseo que sentí entonces por saber todo lo posible sobre las dos mujeres que las escribieron» (cit. Martin, 1966: 16). Pero, como acertadamente señalan Tom Winnifrith y Edward Chitham, es difícil decidir si para la comprensión y valoración de su literatura el conocimiento de la vida de estas escritoras puede ser un obstáculo o una ayuda (Winnifrith y Chitham: 4). Desde luego en muchas ocasiones, el conocimiento de la biografía presta un flaco favor al lector en tanto en cuanto impide apreciar sus méritos individuales o el verdadero propósito de su escritura. El camino más sencillo en la interpretación suele ser el de suponer que su propósito no es otra cosa que un desahogo emocional: la compensación de una existencia constreñida en el caso de Emily, o la fantasía revivida de una vida frustrada, en el caso de Charlotte y Anne (Craik: Intr.). Cuando la mirada sociológica se dirige a la literatura, ésta deja de ser el objetivo principal, trasladándose entonces el foco de interés a los procesos sociales de su producción y recepción. Con respecto a las Brontë, y de acuerdo con M.ª Ángeles Durán, creo que tanto la literatura como la leyenda generada a partir de su biografía y de la misma literatura se perciben fundamentalmente como «un producto social que recibe y genera influencias sociales», de modo que «el interés del estudioso o el lector se divide entre el objeto literario y su tránsito social» (Durán: 11).

La razón de la extraordinaria confusión entre la literatura y la vida de las hermanas Brontë se debe a tres circunstancias fundamentales: en primer lugar, a la ocultación original de sus nombres reales en su primera aparición literaria; en segundo lugar, a la publicación, tras la muerte de Charlotte, de la obra de Mrs. Gaskell The Life of Charlotte Brontë y, por último, al carácter social y cultural tanto de la literatura como de la leyenda, que han ido adquiriendo nuevos matices a través de los cambios ideológico-sociológicos de las distintas etapas históricas que han atravesado. También podrían incluirse aquí las opiniones de personas de reconocido prestigio que conocieron personalmente a las Brontë y, tras la muerte de Charlotte, escribieron acerca de ellas insistiendo en aspectos enfatizados también por la biografía de Gaskell. Es el caso del poeta y ensayista Matthew Arnold (1822-1888) que, poco después de la muerte de Charlotte, creyendo que ésta había sido enterrada en el cementerio próximo al Parsonage y no en la cripta de la iglesia, escribió en Fraser’s Magazine el poema titulado «Haworth Churchyard» en el que ensalza a la escritora. Por su parte, la escritora Harriet Martineau (1802-1876), a pesar de haber roto su relación con Charlotte tras su crítica de la novela Villette, se dedicó a escribir acerca de su desgraciada vida en una casa en medio de «las agrestes colinas de Yorkshire... en un lugar en donde nunca se veían periódicos» (cit. Barker, 1995: 775) en las páginas del periódico Daily News. También el famoso escritor William Thackeray (1811-1863) escribió un elogio a Charlotte en abril de 1860, en la introducción editorial de Cornhill Magazine a su último fragmento de Emma. Al final de este elogio escribe: «¡Qué historia / la de esa familia de poetas / en su soledad más allá de los siniestros páramos norteños!» (cit. Wheeler: 55).

A través de sus obras, pero también a través de la leyenda, las Brontë han sido santificadas, psicoanalizadas, redefinidas por el feminismo como lesbianas y anoréxicas, o victimizadas por la sujeción al poder patriarcal. De entre esta variedad de interpretaciones pueden extraerse dos ejemplos concretos: en el caso de Charlotte sobre todo, debido a la centralidad de la mujer en su pensamiento creador, la exégesis feminista ha descubierto a una mujer en búsqueda de su identidad (Miles, 1990: 39), pues a través de sus heroínas Charlotte explora esta búsqueda con más amplitud y fluidez que cualquiera de los personajes literarios femeninos anteriores. En cuanto a Emily, su personalidad y obra han sido interpretadas desde una perspectiva mística a través de lo que, en términos psicológicos, se denomina «sentimiento oceánico», que hace referencia tanto a la sensación de desinterés por y de liberación de la carne como a la de fusión con el universo, estados anímicos de gran intensidad que a menudo se experimentan en el mar abierto (Moers: 260).

Tras la publicación de las novelas de las Brontë, tanto lo que vino a continuación como la especulación que todavía continúa sobre ellas y su obra se deben a estas circunstancias originales y a sus derivaciones. La fuerza y agresividad de una obra poco ortodoxa para la sociedad victoriana, firmada por unos misteriosos nombres masculinos que más tarde se revelarían como tres mujeres alejadas de la vida social, favorecieron la curiosidad y morbosidad de una sociedad reprimida, algo que la posterior biografía de Gaskell no hizo sino incrementar y nutrir de forma insólita. Gaskell vertió en su biografía todos los ingredientes de una leyenda romántica: una infancia huérfana y solitaria, una sombría casa parroquial junto a un cementerio fantasmal en los confines de un pueblo remoto, las brumas y nieblas de los desolados páramos, un hermano demoníaco, un padre aterrador, la tuberculosis y la muerte. Desde entonces, la verdadera historia y la leyenda se confunden, la vida de las Brontë se ha convertido en ficción literaria y su creación literaria en biografía. Hay gente que desconoce que fueron escritoras, pero sabe de su importancia porque han visto películas de su vida. Otros visitan la casa que habitaron, meriendan sobre las tumbas del antiguo cementerio, se emocionan al contemplar las minúsculas botas de Charlotte y lloran ante el pequeño sofá en el que, según la leyenda, Emily expiró. Existen también personas que han llegado a las Brontë a través de las novelas de ficción escritas a partir de sus biografías, o incluso a través de análisis feministas específicos escritos por investigadores de reconocido prestigio académico. Y, por si esto no bastaba, todavía hay otros que recorren enloquecidos los páramos esperando encontrar entre los brezos a la pareja formada por los personajes literarios Catherine y Heathcliff.

A pesar de su fragilidad física y su timidez, Charlotte siempre soñó con una vida social más intensa, con conocer a gente culta, inteligente e importante. También quiso llegar a ser famosa por sus novelas y esto desde luego lo consiguió. Lo que no pudo suponer nunca es que tanto ella como sus hermanas llegarían a ser famosas y conocidas, no tanto por su literatura como por su vida y sus circunstancias personales. La familia Brontë, Haworth, el Parsonage, el cementerio, los páramos, el viento y los brezos fueron y siguen siendo realidades históricas. Pero lo que de ellos sabemos, el modo en que nos aproximamos a su literatura y su vida contiene, quizá inevitablemente, la textura y el sabor de las leyendas. Y es justamente aquí donde radica el aspecto de la leyenda más difícil de soslayar o criticar. A pesar de que la leyenda ha llegado demasiado lejos, a extremos en ocasiones inaceptables, es imposible negar el hecho de que a través de ella las Brontë han llegado a ser presencias vivas en sus propias obras. Esto ha permitido que desde su muerte la literatura haya llegado a un número incalculable de lectores, dándose además la circunstancia de que este público está formado por lectores de todas las edades, razas y culturas, así como de momentos histórico-sociales muy distantes en su cronología.

THE LIFE OF CHARLOTTE BRONTË: LA BIOGRAFÍA DE MRS. GASKELL

La revisión de esta primera biografía es tarea ineludible desde el momento en que considero que en ella se encuentra la mayor parte de los ingredientes que originaron la leyenda. Los investigadores posteriores a Gaskell siguieron utilizándola como principal fuente de información y aunque otras biografías como las de Winifred Gérin y Rebecca Fraser, por ejemplo, introdujeron detalles que Gaskell desconocía o eliminó, las ideas básicas acerca de la vida de las Brontë no han cambiado mucho desde entonces. La obra de Gaskell es un clásico que sigue utilizándose y citándose en buena parte de las investigaciones más recientes, como atestigua la obra de Juliet Barker, la biografía más extensa y rigurosa de los Brontë jamás realizada y a la que también me he de remitir como contraste. Por otra parte, la revisión de su proceso de elaboración y resultado final es también necesaria. Para la ilustración de mi tesis o contraleyenda con respecto al pueblo de Haworth, a la casa familiar y al paisaje del West Riding utilizaré necesariamente muchas de las descripciones y detalles utilizados por la biografía de Gaskell que a continuación se analiza.

Poco después de la muerte de Charlotte, el 16 de abril de 1855, Mrs. Gaskell (1810-1865), reconocida escritora que había conocido a Charlotte Brontë durante sus breves años de fama, recibió una carta totalmente inesperada de Patrick Brontë, el padre de Charlotte. Tras la lectura de un artículo particularmente escabroso aparecido en Sharpe´s London Magazine, con el apoyo de su yerno Arthur Nicholls, Patrick Brontë decidió escribir a Gaskell, pidiéndole que escribiera una biografía que demoliera dicho artículo (Sellars: 114). Parece ser que Gaskell, admiradora de Charlotte, ya había pensado con anterioridad en la posibilidad de escribir acerca de su vida, sobre todo después de su primera visita a Haworth en septiembre de 1853. Durante los cuatro días que pasó entonces en el pueblo como invitada de Charlotte, movida por la curiosidad y deseosa de conocer más detalles escabrosos acerca de la familia de su amiga, llegó incluso a interrogar a Martha Brown, una de las criadas de la casa. Por ello, tras la recepción de la carta, no dudó en emprender la tarea que Brontë le proponía. Aparte de la ayuda, los recuerdos y las cartas que pudo recibir de la familia que todavía vivía, Gaskell consiguió trescientas cincuenta cartas que Ellen Nussey, íntima amiga de Charlotte desde su encuentro en 1831 en la escuela Roe Head, no llegó a romper nunca, a pesar de que Charlotte le había pedido que lo hiciera. Recibió también, desde Nueva Zelanda, una larga carta de otra amiga de la misma época, Mary Taylor, en la que ésta aportaba todos los recuerdos que conservaba de Charlotte. Gaskell viajó, una vez más, a Haworth y pasó allí varios días visitando con detenimiento la zona; se entrevistó también con amigos y conocidos de Charlotte y de su familia, con algunos de los sirvientes que habían trabajado para ellos e incluso con el dueño de la papelería, John Greenwood, que había conocido a los hermanos Brontë desde niños y les había suministrado el papel para escribir durante toda su vida.

Todos recordaron a los Brontë y expresaron sus opiniones acerca de la familia. Gaskell, indudablemente movida por el afecto hacia Charlotte, y con un afán por conseguir la máxima veracidad y recopilación de detalles para su biografía, llegó a viajar a Bruselas a principios del verano de 1856 con el fin de conocer personalmente el pensionado de Constantin Héger, en la Rue d’Isabelle de esa ciudad, así como a los antiguos tutores de Charlotte y Emily. Le fue imposible hablar con Madame Héger, que debió de esconderse tras haber salido tan mal parada en la novela Villette, pero pudo hablar con su marido, quien sabía de la inteligencia de su antigua alumna y también comprendía sus sufrimientos (Barker, 1995: 787).

Cuando el 25 de marzo de 1857, dos años después de la muerte de Charlotte, apareció la biografía escrita por Gaskell, The Life of Charlotte Brontë, publicada en dos volúmenes por Smith, Elder & Co., era ya considerable el número de personas que habían leído las novelas de las Brontë, especialmente Jane Eyre y Wuthering Heights. Eran escasos, sin embargo, los que, fuera del círculo personal de la familia y los amigos literarios de Charlotte, conocían los detalles más personales de la familia. La combinación del hecho de que Gaskell conociera íntimamente a la familia con el encanto y la fluidez de su experimentada pluma de escritora profesional comenzó a generar, con extraordinaria rapidez, el mito de las Brontë. La biografía tuvo que reeditarse por tercera vez dos meses después. Según Elisabeth Jay, Gaskell fue extremadamente hábil, ya que su aparentemente sencilla y linear organización de los hechos conocidos de la vida de Charlotte, salpicada de cartas y anécdotas, ofrecía una interpretación tan atrayente que siglo y medio después todavía hace sombra a los libros que sobre las Brontë se han escrito, los cuales, paradójica y simultáneamente, la utilizan como fuente y muestran resistencia a la historia que sus páginas cuenta (Jay: IX).[3]2

Pero la semilla de la leyenda se había sembrado con anterioridad. Durante los días que Gaskell y Charlotte pasaron en Briery Close como invitadas de la aristocrática familia Kay-Shuttleworth, su anfitriona sufrió un catarro pasajero, de modo que aprovechó su retiro forzoso para un jugoso cotilleo con la futura biógrafa de Charlotte. La semilla comenzó a germinar entonces a través de la versión de Lady Kay-Shuttleworth. La estrecha relación personal que Gaskell llegó a establecer posteriormente con Ellen Nussey, íntima amiga de Charlotte, sirvió para alimentar y sazonar el caldo de cultivo en que se iba a gestar la futura biografía. Ellen, tras la muerte de Charlotte, no pudo evitar un sentimiento de alienación frente a la familia, especialmente frente a Arthur Nicholls, reticente desde el principio a airear las confidencias más íntimas y personales que Charlotte había vertido en su correspondencia. Ante el deseo de protagonismo que la muerte de su esposa parecía estar generando entre los que la habían conocido, Nicholls también intentó preservar no sólo su propia intimidad sino la de su familia política. Con el paso del tiempo, Ellen Nussey llegó a convertirse en la más sustanciosa fuente de información para Gaskell y, desde luego, en enemiga abierta de Nicholls. Esta doble atracción de Gaskell, tanto por la creación literaria de Charlotte como por su vida personal como mujer, ayudó a que lograra fundir en su biografía una red de realidades objetivas y otra red, más sutil y novelesca, tejida con el estambre de sus sensaciones y percepciones más personales.

Diversas voces críticas han encontrado en Gaskell un cierto regusto por todo aquello que, tratado como material para una de sus novelas, pudo ayudar a generar la leyenda de las Brontë, una especie de morbosidad hacia lo que ella misma necesitaba y deseaba creer, y finalmente vertió en su biografía. Ernest Raymond tampoco consigue evitar en su propio texto los defectos que él mismo critica en Gaskell y otros biógrafos. Raymond tiende a novelar la historia de los niños Brontë con grandes dosis de sentimentalismo y falta de objetividad. Winnifrith y Chitham por su parte, consideran que la biografía es una obra dramática magistral, por lo que aconsejan prudencia y precaución en su utilización, ya que «Gaskell tuvo que cuidarse muy bien de que el marido de Charlotte y su padre no le retorcieran el pescuezo» (Winnifrith y Chitham: 132, 2). La fascinación que la historia de Gaskell ejerció sobre los lectores victorianos y sus sucesores hizo un flaco favor a todas las Brontë, al menos hasta la aparición de las nuevas tendencias críticas de las décadas de 1940 y 1950, más centradas en el análisis del tema, la estructura y textura de las novelas que en los aspectos psicobiográficos de las mismas. Muchos años después, Lucasta Miller (2002: 57) no duda al afirmar que la visión trágica de la biografía de Gaskell penetró imperceptiblemente en la conciencia colectiva. Así pues, lentamente, a través de intereses, miradas y sensibilidades muy diferentes, siempre enmarcadas en un contexto histórico concreto, la historia de las Brontë, que empezó a extenderse a partir de 1857, se ha ido convirtiendo en la leyenda mágica y romántica contada y recreada por infinitas voces e interpretaciones iguales o parecidas a la del propio Raymond. Existen en The Life of Charlotte Brontë numerosos ejemplos de la habilidad de la escritora para introducir datos e información real que, antes o después, comenta y adapta a su propia visión e interpretación de los hechos.

Esta insistencia en el sufrimiento de la familia recubrió a Charlotte especialmente de una suerte de aura que la santificaría para siempre, el velo de lo que, en otras palabras, Lucasta Miller (2002: 26) denomina «la pobre señorita Brontë» y sirve de título al segundo capítulo de su trabajo. Tras la lectura de la biografía, la opinión acerca de la obra y persona de Charlotte de un crítico tan ácido como Charles Kingsley, por ejemplo, cambia por completo. Kingsley se excusa por haber cerrado la novela de Charlotte convencido de que a la escritora le gustaba la ordinariez, y agradece a Gaskell que haya ofrecido el retrato de una mujer valiente perfeccionada por el sufrimiento, pues desde esta nueva perspectiva es posible justificar y entender la creación de la escritora (cit. Miller: 26). Como en el caso de otros críticos victorianos y a pesar de su atracción por Jane Eyre, Gaskell debió de sentir que en la heroína de la novela había también egocentrismo, independencia y obstinación, atributos poco apropiados para una mujer de la época. Como señala Heather Glen (1997: 6), el mundo de Jane Eyre no es un mundo de juicios considerados, sino un mundo de identificación y repulsión, de oposiciones violentas, de lucha por la vida y la supervivencia, de prejuicios más que de argumentación razonada, un mundo de intenso partidismo más que de discriminación moral, muy diferente al sutil análisis moral de otras escritoras de la época como Jane Austen o George Eliot. De ahí el esfuerzo de Gaskell por suavizar para los demás las aristas de un carácter y una creación semejantes. Es evidente que, desde el principio, Gaskell siente mucho más interés por la persona de Charlotte que por su creación literaria. En opinión de Lucasta Miller (2002: 33), los comentarios epistolares que Gaskell cruzó con Lady Kay-Shuttleworth provienen indudablemente de su gusto por el chismorreo, de su interés por las vidas de los demás, aunque también reflejan la incomodidad que sentía ante la obra de Charlotte y ejemplifican su modo habitual de afrontarla: difuminando el peligro al centrarse en los sufrimientos de la autora antes que en su literatura.

No llama la atención, por tanto, que tras la aparición de las novelas de las Brontë, sobre todo Jane Eyre, Wuthering Heights y The Tenant of Wildfell Hall, esta última escrita por Anne en 1848, la biografía de Gaskell sirviera para satisfacer la voraz y morbosa curiosidad de muchos lectores victorianos, horrorizados por la lectura de historias que algunos críticos ingleses contemporáneos calificaron de desagradables, salvajes, improbables, extrañas o torpes; con personajes llenos de cualidades malignas, odio implacable, ingratitud, crueldad y egoísmo. Mientras que la crítica norteamericana fue bastante amable con Jane Eyre, la novela de Emily fue considerada una colección antinatural de horrores y depravación, una novela cuyos excesos de tosquedad y brutalidad no debían aparecer jamás en una obra de arte (cit. Allott, 1992: 39-49). Con el intento de justificación de su biografía, Gaskell debió de sentir que había lavado la memoria de su querida amiga Charlotte y, a través de ella, la de sus hermanas, ya que, según se deduce de sus palabras, la producción de un escritor no puede liberarse jamás de los factores ambientales en que dicha producción se realiza.

No obstante, y de acuerdo con la opinión de Juliet Barker, creo que los detalles biográficos de un autor deben servir simplemente para arrojar una luz más diáfana y brillante sobre la comprensión y el análisis de la obra, no para su justificación. Barker considera que en Jane Eyre, por ejemplo, el capítulo en el que la pequeña Jane describe los horrores de su vida en la escuela Lowood no debe tomarse como una copia exacta de la realidad. La historia está escrita con tanta pasión y rabia que es imposible no identificarse con la niña frente a sus perseguidores, ya que es indudable que esta parte de la novela se basa en las experiencias de la pequeña Charlotte en la escuela de Cowan Bridge. Es fácil, por tanto, caer en la trampa de creer que los personajes de ficción y el lugar son representaciones de la escuela real. Pero la historia de la pequeña Jane no debe entenderse como la verdadera historia de la niña Charlotte, pues Lowood es visto a través de los ojos de la niña que sufre, no a través de la distancia adulta (Barker, 1995: 120). Por otra parte, Barker comenta que rastrear la ficción de las Brontë en busca de la verdad de su biografía no es más que un ejercicio subjetivo y casi siempre inútil. La misma Charlotte, como comentó con Gaskell en más de una ocasión, era consciente de que estaba escribiendo una obra de ficción, no una realidad. Winnifrith y Chitham (1989: 1) consideran que a pesar de que las novelas se han relacionado constantemente con los sucesos acaecidos durante la vida de las escritoras y con el telón de fondo de Yorkshire, su éxito se debe a una cualidad intemporal que ha atraído a lectores de diferentes países y culturas.

La biografía de Gaskell presenta la vida y personalidad de una mujer fuerte e interesante, a pesar de la frágil constitución de su cuerpo. Esa misma fragilidad coloreó su carácter y personalidad adulta de un constante matiz hipocondríaco, fomentado a su vez por la enfermedad, el deterioro y la muerte de los hermanos, así como por la constante preocupación y sentido de la responsabilidad para con la salud y el bienestar de su padre. A pesar de ser consciente de que se encontraba inmersa en un entorno de dolor y tragedia del que difícilmente podía escapar, siempre tuvo la esperanza y resolución de encontrar un espacio propio en el que escribir e imaginar un mundo mejor y diferente para ella. Ni la contemplación cotidiana del cementerio frente a su ventana, ni la temprana muerte de todos sus hermanos, ni tampoco la terrible soledad de los últimos años de su vida, antes de su breve matrimonio con Arthur Nicholls, pudieron asfixiar su extraordinaria fantasía e imaginación.

Tampoco la creatividad de sus hermanas, Emily y Anne, dejó de florecer en medio de circunstancias cuyas brasas Gaskell reaviva a lo largo de su bio-grafía. El drama y la tragedia fueron indudablemente componentes muy reales del marco de la vida y el destino de las Brontë pero, como he dicho anteriormente, no comparto, sin embargo, la imperiosa necesidad de justificar la pro-ducción literaria a través de las biografías personales. Es evidente que la falta de convencionalismo de las hermanas Brontë que Gaskell quiso justificar o, quizá, sintió que debía justificar (porque tampoco ella se sintió libre en su momento histórico), no precisaría actualmente de ningún tipo de justificación. Emily Brontë pudo resultar una muchacha rara y poco femenina en su contexto histórico. Su reticencia verbal, su deseo de aislamiento y soledad junto con su afición a vagabundear por los páramos de Haworth no eran desde luego atributos que socialmente convenían a la hija de un clérigo de la época. Pero a pesar de la insistencia en estos aspectos de su carácter, creo que su creación literaria no proviene del aislamiento o la misantropía sino, sobre todo, de la dieta literaria con que los niños Brontë se alimentaron desde la infancia: el romanticismo y los artículos, críticas e historias góticas publicadas en Blackwood’s Magazine y, especialmente, del entorno físico del norte de Inglaterra en el que crecieron y tan bien había asimilado. La rareza e incomprendida personalidad de Emily ejercie-ron una gran atracción sobre biógrafos y críticos de momentos históricos posteriores que también contribuyeron a la expansión de la leyenda.

No obstante, resulta difícil evitar la duda de si Gaskell fue verdaderamente desinteresada e inocente en el tratamiento del material que pudo conseguir para su biografía, de si no hubo una manipulación consciente y sutil de la tragedia de los Brontë mediante la que consiguió llevar la realidad a su propio terreno: la creación literaria. Y es que, todavía ahora, es posible leer la biografía casi del mismo modo como si de una novela se tratara. The Life of Charlotte Brontë es, sin lugar a dudas, la primera e ineludible referencia de los Brontë a la que debe acudirse, tanto por la contemporaneidad del contexto histórico en el que los Brontë y su biógrafa vivieron como por la información de primera mano que ofrece. Pero la lectura de otras biografías en las que la voz narrativa del autor no se funde y confunde tan estrechamente con las voces de los personajes objeto de la biografía, puede servir para una aproximación más objetiva a la vida de esta interesante y, quizá todavía, a pesar de la especulación, desconocida familia.

THE BRONTËS: LA BIOGRAFÍA DE JULIET BARKER

Casi siglo y medio después de la publicación de la biografía de Gaskell aparece una aproximación a la vida de los Brontë completamente diferente, no sólo por la distancia cronológica sino por el tratamiento con que se ha realizado. Se trata de la visión aportada por Juliet Barker en sus obras, The Brontës (1995), ya mencionada anteriormente, y The Brontës. A Life in Letters (1997). Más que una biografía, esta última es una recopilación cronológica de documentos, cartas y artículos, escritos por los Brontë o sobre ellos, en la que la voz de Barker simplemente intenta realizar la función de la mirada que lo engarza todo. Rebecca Fraser, que también escribió una biografía de Charlotte (Charlotte Brontë, Londres, Methuen, 1988), reseñó así en The Times esta nueva biografía epistolar: «Un brillante y magnífico retrato no sólo por la riqueza del nuevo e importante material que aporta sino porque su lectura resulta deliciosa» (Barker, 1997: contraportada). Una investigación exhaustiva de todo lo descubierto, imaginado o novelado con anterioridad, el tiempo transcurrido desde que las primeras investigaciones comenzaron, así como la aportación de nuevos documentos y testimonios sobre los Brontë, ayudan a que la autora consiga con The Brontës una de las biografías más completas y documentadas. Nacida ella misma en Yorkshire, y dedicada durante seis años tanto a la dirección del Brontë Parsonage Museum como a su biblioteca, Barker tuvo indudablemente la posibilidad de acceder con mayor facilidad que otros investigadores anteriores a todos los documentos y archivos que de los Brontë se conservan, tanto por su puesto en el museo como por su relación con las entidades, universidades y personas privadas que conservan en sus bancos de datos todo lo que no se encuentra en Haworth.

Sin embargo, lo que más atrae de esta nueva biografía no es únicamente el volumen de datos y textos que aporta a partir de la extensa y dispersa documentación de los Brontë. Lo más interesante de su investigación es el rigor y el distanciamiento emocional en el tratamiento de un tema tan manoseado por la leyenda. Tanta es la fuerza de esta leyenda que cualquier investigación acerca de las Brontë supone la inmersión en un territorio de arenas movedizas de las que no siempre es fácil escapar. Barker realizó esta comprometida y exhaustiva investigación durante un período de once años, plasmándola definitivamente en una obra que necesitó justificar por dos razones: en primer lugar, porque sus vidas han sido escritas tantas veces que no debe de quedar nada más que decir, pero también porque, como si de objetos se tratara, sus vidas y obras han sido «desarmadas y montadas de nuevo» según teorías de diferente grado de cordura por cientos de otros biógrafos y críticos literarios (1995: XVII). Igualmente interesante y novedosa es la frescura de la llamada de atención que la autora lanza al mundo intelectual interesado por la obra de las Brontë.

Charlotte dejó constancia de su vida, preocupaciones e ilusiones en las cartas que de ella se conservan pero, aunque muchos lo han intentado, Barker explica que es imposible escribir una biografía rigurosa de la vida de Emily o Anne porque los hechos conocidos de sus vidas podrían escribirse en una única hoja de papel, y porque sus cartas, extractos de diarios y dibujos no llegan a una docena. Por ello, los biógrafos han buscado su huella en la crítica literaria y en su obra. En su biografía, Barker se aproxima a los Brontë en conjunto, con la esperanza de que este tratamiento permitirá al lector verlos tal y como vivieron, no en aislamiento, sino como un grupo estrechamente unido. Esta aproximación rigurosa, pero llena a la vez de respeto hacia los Brontë, concluye con reflexiones acerca de cada uno de ellos que, quizá, deberían ser para todos los que siguen interesados en su obra nuevos marcos de trabajo y puntos de inflexión en los que moverse. Al leer las novelas de Charlotte, y conocidas las biografías que de ella y su familia se han escrito, Barker considera que no se deberían olvidar sus prejuicios, su desagradable hábito de ver siempre lo peor de la gente y la tiranía que ejercía sobre sus hermanas y a la que ellas se rebelaban. En su opinión, es posible que lo que todavía permanece de la biografía de Gaskell sea un ser humano más perfecto, pero no era Charlotte Brontë. Descubre igualmente una doble moral en muchos de los comentarios que Charlotte vertió en su correspondencia, pues mientras acusa a su hermano Branwell de fracasar en su búsqueda de trabajo, no manifiesta ningún sentimiento de culpa para con ella misma, a pesar de que había pasado dos años sin trabajar permitiendo que Anne y su padre la mantuvieran. Con la misma insistencia y rabia, Charlotte critica su falta de control emocional, pero no es consciente de que, a pesar de sus propios esfuerzos por controlar las emociones y no perder los papeles o por no exteriorizar su infelicidad, como hizo Branwell, su profunda depresión también afectó a su familia y sus amigos (1995: 471-472).

La vida y la personalidad de Emily Brontë apenas aparecen esbozadas en la biografía de Gaskell. Han sido biografías posteriores las que han ido ofreciendo, desde distintos puntos de vista, aproximaciones a su evasiva, huidiza y singular personalidad. Aparte de la biografía de Gaskell, la misma Charlotte colaboró indirectamente en prender la yesca de la leyenda de Emily a través de los escasos comentarios acerca de su hermana que incluye en algunas cartas y, sobre todo, a través de su prefacio a la segunda edición de Wuthering Heights. Aquí, para justificar la rudeza de la novela, asegura que la disposición de su hermana no era gregaria por naturaleza y que las circunstancias de su vida favorecieron su tendencia a la reclusión, de modo que raramente salía de casa excepto para ir a la iglesia o para caminar por las montañas (Brontë, 1967: 16). Encendida definitivamente la llama de la leyenda, Emily ha sido canonizada como escritora mística, como escritora profética o como la esfinge de la literatura inglesa, y también mitificada, ensalzada e inmortalizada por casi todos los biógrafos posteriores a Gaskell (Frank, 1992: 1). Atraída por el talento de Emily, Muriel Spark acepta abiertamente la utilización de la leyenda y considera que es el vehículo apropiado para expresar la manifestación del genio de algunas personas que no pueden describirse en términos corrientes. Piensa por ello que los datos legendarios que se adhieren al talento de las personas deberían respetarse. Para Spark (1975: 11) la leyenda es «el receptáculo de un aspecto vital de la verdad» y, aunque no pueda tomarse literalmente, no debería rechazarse simplemente porque no se puede comprobar. Una interpretación bastante plausible de Spark es la que considera que los detalles más oscuros del mito de Emily, su proceso creativo y el cambio de carácter en los últimos años de su vida son una manifestación del movimiento romántico. Los poetas románticos solían expresar en su conducta personal las hipótesis que sustentaban la creación, como si tuvieran necesidad de expresar activamente y manifestar al mundo la pasión y las creencias de este proceso. Como sabemos, el resultado de semejante apasionamiento no fue siempre satisfactorio para la vida del poeta y es muy posible que también Emily dramatizara en su propia persona las aspiraciones expresadas en su obra.

Emily no dejó escritos personales. Su asociación con la libertad y los páramos se debe a lo que Charlotte escribió acerca de ella tras su muerte, a la interpretación de su poesía y a la novela Wuthering Heights. Al recordar su estancia en la escuela Roe Head, Charlotte dijo que Emily no pudo soportar la experiencia porque, al despertar cada mañana, ante sus ojos aparecía la visión de la casa y los páramos de Haworth, oscureciendo y entristeciendo el día que comenzaba (cit. Gaskell: 104).

La personalidad de Emily, revestida de misticismo por muchos de los críticos que han estudiado su poesía sobre todo, también se tambalea en la biografía de Barker. En su opinión, si hay originalidad en los textos de Emily es por su capacidad imaginativa y porque sus poemas e historias no parecen provenir de su cabeza, sino que surgen como representaciones ajenas e independientes fuera de su control. Para Barker, Emily era simplemente un espectador pasivo que podía visualizar con fuerza lo que veía, de modo que el hecho de que externalice y personifique la imaginación no la convierte en una mística. Para esta biógrafa, el padre, Patrick Brontë, tampoco merece seguir pasando a la posteridad como un recluso excéntrico y egoísta, sobre todo después del descubrimiento de nuevas cartas y testimonios que dan buena cuenta del afecto y la libertad intelectual que siempre dio a sus hijos (Barker: 1995: 482, 829-830). Brontë murió el 7 de junio de 1861 a la edad de ochenta y cuatro años pero, cinco años antes, el 30 de julio de 1856, en pleno litigio por los problemas que la publicación de la biografía de Charlotte estaba generando, escribió a Gaskell con la inteligencia de un hombre vital y lleno de humor con respecto a sí mismo y el mundo.

La leyenda ha insistido en la tristeza y el aislamiento de la infancia de los pequeños Brontë pero, como intentaré demostrar, ni la casa de Haworth ni la vida en ella fueron tan oscuras como cuenta la leyenda. Es evidente que de haber crecido en otro entorno, su imaginación infantil no se habría desarrollado del mismo modo a través de las historias y los personajes que imaginaron. Sin embargo, desde un punto de vista psicológico, la invención infantil de personajes no indica necesariamente un desarreglo emocional. Para Adam Gopnik (2002: 81), un compañero imaginario de juegos no es un generador de traumas, sino más bien la indicación de que el niño ha alcanzado la suficiente seguridad como para empezar a organizar su propia experiencia en historias. Al crecer, algunos niños desarrollan lo que en términos psicológicos se conoce como paracosmos, una especie de universo de ficción habitado por una determinada sociedad y con una lengua, una geografía y una historia distintivas. No todos los niños que tienen un amigo imaginario inventan un paracosmos, pero ambos pueden estar relacionados.

Aunque considero que la biografía de Gaskell debe utilizarse con prudencia, comparto con Barker la idea de que, con todos sus errores, ha servido para fortalecer y asegurar ese sentimiento de que para las futuras generaciones la vida de las Brontë continuará siendo tan fascinante como sus novelas (Barker, 1995: 830). Lo que después hagamos, como nuevos y continuos lectores de su biografía y obra literaria, debería circunscribirse al campo de la interpretación y responsabilidad crítica para con su creación literaria. En este caso, ahondaré en la biografía con el objetivo de demostrar que su marco no fue tan tenebroso como cuenta la leyenda. Por otra parte, la vida privada de los escritores no debería mezclarse, ni tampoco confundirse, con su creación literaria. No hay nada tan apasionante para el lector de una novela como sentirse cómplice de un escritor de cuya topografía y avatares personales se desconoce todo. Generalmente, el lector intima en primer lugar con el escritor a través de su obra, y sólo tras la complicidad puede sentir interés por su biografía. Es probable que esa curiosidad o necesidad de conocer la biografía del escritor provenga de la necesidad de encontrar respuesta a la propia identidad. En cualquier caso, a pesar de la posible distancia cronológica y circunstancial entre escritor y lector, la verdadera razón de ser de la literatura no es otra que el encuentro y reconocimiento emocional a través de la obra literaria.

PROCESO A LA LEYENDA

Es necesario insistir en el hecho de que aunque Gaskell dio origen a la leyenda, ésta se ha ido modificando y expandiendo a lo largo de los años a través de otras muchas biografías, pero también a través de aproximaciones e interpretaciones surgidas en el mundo académico en diferentes contextos históricos y culturales. Otro factor determinante en la evolución de la leyenda ha sido la diseminación de Jane Eyre y Wuthering Heights a lo largo de los años, a través de reproducciones y adaptaciones en los medios más diversos. Como demuestra el exhaustivo trabajo de Patsy Stoneman, las Brontë han generado una gran diversidad de productos: ediciones con ilustraciones de todo tipo; adaptaciones para el teatro, el cine y la televisión; versiones para la ópera, el musical o el ballet; versiones específicas para tebeos y cuadernos de dibujo infantiles; parodias y, lo más sorprendente de todo, una variada reelaboración de los textos por parte de escritores posteriores. Stoneman analiza cómo las distintas adaptaciones vienen marcadas por la ideología del momento histórico en que se producen o por la mirada de quien las realiza. A través de esta diseminación, las novelas han adquirido un estatus diferente, semejante al de los cuentos de hadas, que podría describirse como mitológico (Stoneman, 1996: Introd.).

Para un rápido recorrido, aunque exhaustivo y detallado a la vez, por las biografías y aproximaciones más pertinentes que han ido haciendo evolucionar la leyenda me remito al ya mencionado trabajo de Lucasta Miller, que analiza con objetividad y enlaza coherentemente la diversidad y multiplicidad de miradas, moviéndose sin fisuras desde lo académico hasta lo puramente biográfico, desde la tienda de recuerdos hasta la vida literaria. Según la crítica emitida por Joanna Griffiths en The Observer, Miller manifiesta una clara antipatía hacia cualquier tipo de biografía y desconfía de su forma de introducirse en la ficción así como de sus aseveraciones de objetividad. Considera que los biógrafos no son en absoluto detectives altruistas de la personalidad de un autor, ya que cualquier imagen de un escritor no es más que un embrollo de fijaciones personales o arquetipos culturales. Ésta es la razón de que Miller insista en la necesidad de limitarse a las obras para la búsqueda de la última verdad. En la voz de otro crítico, la importancia de este trabajo se encuentra en su agudeza a la hora de dar cuenta de los esfuerzos de eruditos y lectores por revestir a las hermanas con los avatares de sus propias quejas e ideologías (Kakutani, 2004: 1).

Aunque desde un punto de vista distinto al de Miller y sin perder de vista mi propio objetivo, para el desarrollo de mi estudio, aparte de la biografía de Gaskell, también he de remitirme constante y necesariamente a muchas de estas miradas y lecturas que han ido conformando y alimentando la leyenda: testimonios de personas contemporáneas de la familia Brontë que hablan de la familia, del pueblo de Haworth, del Parsonage y de los páramos; testimonios de personas que visitaron el entorno de la familia tras la publicación de la biografía de Gaskell; biografías posteriores de distinto tono y orientación; biografías noveladas; aproximaciones a Charlotte y Emily Brontë desde diferentes puntos de vista, por ejemplo, desde el feminismo (Davies, 1994) o el análisis psicológico (Frank, 1992); diferentes estudios e interpretaciones de Jane Eyre y Wuthering Heights; novelas inspiradas por la vida de las hermanas (Davies, 1996); artículos y textos de todo tipo con aromas de leyenda que hablan de las Brontë y del entorno físico en que crecieron, remitiéndome también al material de carácter geográfico, pseudogeográfico o turístico originado por la leyenda y que sirve para seguir alimentándola.

Sin embargo, no puedo perder de vista el objetivo de mi investigación: el cuestionamiento de la leyenda de las Brontë con respecto a aquellos aspectos relacionados con la arquitectura y el paisaje del entorno en que crecieron y crearon en su obra, así como la evocación de estos entornos en Jane Eyre y Wuthering Heights. Por ello, también he de acudir a cualquier tipo de material ajeno a la leyenda que sirva para ilustrar y defender mi punto de vista. Si la leyenda se ha ido generando a través de textos que hablan específicamente de las Brontë, su deconstrucción sólo podrá obtenerse mediante la contrastación y el análisis de estos textos junto con el análisis, aplicación y superposición a la leyenda de textos específicos de otros campos: la historia, la psicología, la geografía, la arquitectura o la ecología, material con el que espero poder elaborar una nueva estructura que soporte los espacios físicos conocidos por las Brontë desde una perspectiva diferente. Desde esta nueva perspectiva, alejada temporalmente de la voz de la leyenda, y con la diversidad de datos obtenidos de contextos ajenos, espero poder descubrir lo que hay de verdad o de ficción en la leyenda. A través de los textos, también espero aislar los elementos visuales, estéticos y espaciales que pudieron repercutir en la creación literaria. Para ello, me aproximaré a la biografía del mismo modo en que lo haría a la de un arquitecto o pintor, buscando especialmente todo aquello relacionado con el espacio físico, con los colores de la tierra que las vio crecer, con las corrientes artísticas que conocieron, con lo que de algún modo pudo influir en su creación artística.

A pesar de su gran peso en la leyenda, no se incidirá, por tanto, en los aspectos más trágicos y sentimentales en los que tanto han ahondado algunas biografías. Todo lo que se contemple de sus biografías buscará siempre un contexto paisajístico-artístico-arquitectónico-medioambiental en donde engarzarse, en otras palabras, los espacios emocionales, estéticos y visuales que recorrieron las miradas de las niñas y adolescentes Brontë, aquello que pudo implantar en ellas la semilla que más tarde germinaría en su literatura en lo que se ha dado en llamar «sentido del lugar», concepto definido por J. A. Chapple como la fusión de un lugar real percibido a través de los sentidos y de las impresiones iniciales fijadas en la memoria y transformadas por el pensamiento y las emociones a lo largo del tiempo (Chapple, 1992: 314). Según este autor, esta mezcla de imágenes y sensaciones de un lugar que permanecen imborrables en la memoria es la razón de que, al referirnos a los seres humanos, pueda hablarse de conceptos como paisajes de la mente o incluso de regiones de la mente entendiendo claramente su significado. De acuerdo con esta idea, en los paisajes o regiones mentales de las hermanas Brontë se encuentra el telón de fondo de una zona geográfica concreta de Yorkshire cuyos detalles se introducen a lo largo de los cuatro capítulos siguientes.

[2] Fannie E. Ratchford, The Brontës’ Web of Childhood, Nueva York, Columbia University Press, 1941. La aparición de esta obra introdujo una nueva dirección en los estudios críticos de los Brontë, al revelar de qué modo todos los hermanos Brontë habían intentado escribir desde niños, concretamente desde 1829 hasta 1845. Aunque Gaskell había hecho alusiones acerca de Gondal y Angria, es Ratchford quien analiza por primera vez los manuscritos infantiles, definiendo su naturaleza y contenido, diferenciando las características individuales, estudiando su interacción, enjuiciando su valor y extrayendo conclusiones acerca de su relación con las creaciones posteriores.

[3] La obra de Gaskell ha sido incluso utilizada por las publicaciones infantiles más recientes. En una búsqueda bibliográfica, se ha encontrado una publicación infantil de 1999 de Catherine Brighton: The Brontës: Scenes from the Childhood of Charlotte, Branwell, Emily and Anne (no aparece editorial).

Proceso a la leyenda de las Brontë

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