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ESPAÑA A TRAVÉS DEL PRISMA ALEMÁN: PERSPECTIVAS DEL MEDIEVO Y LA PRIMERA MODERNIDAD E INVESTIGACIONES IMAGOLÓGICAS

Albrecht Classen

University of Arizona

A pesar de que Gahmuret y después su hijo Parzival (Wolfram von Eschenbach, Parzival) viajaron por todo el orbe conocido en aquella época; a pesar de que Wigalois (Wirnt von Grafenberg) o Wigamur (anónimo) en sus respectivas obras comparecen ante muchas cortes y conocen un país tras otro, y a pesar de que la hidalguía medieval tuvo un carácter verdaderamente internacional y participó en múltiples cruzadas y empresas militares (véase, por ejemplo, la caracterización que se hace del Caballero en el «Prólogo general» de los Cuentos de Canterbury de Chaucer, hacia 1400) (Robinson, 1957: 5167), sólo en contadas ocasiones se ha ocupado alguien del marco geográfico, y normalmente se ha tendido a crear espacios imaginarios más que a proyectar un mundo claramente reconstruible.[1] La dimensión literaria permite, sin embargo, deducir que, también en la realidad histórica, los viajes y la participación en las más diversas campañas militares formaron parte de las normas de vida del caballero (Stanesco, 1992). En la novela epónima de Gottfried von Straßburg, Tristán no sólo se presenta como genio lingüístico, es decir, como sorprendente políglota, sino también como trotamundos. El radio de consciencia geográfico creado por el poeta no se extendía, por supuesto, hasta el suroeste de Europa, más bien el protagonista, cuando tiene que separarse definitivamente de Isolda, se dirige a Francia y Alemania y al país imaginario de Parmenia, para encontrarse finalmente en el Ducado de Arundel con la tercera Isolda, la que desconcierta sus sentidos; esto imprime a la novela de amor un sello no sólo trágico, sino más bien amargo. Tristán, y en general el protagonista medieval de la novela de caballerías, no posee una patria verdadera y se le asociará en primer término con virtudes e ideales caballerescos y, por consiguiente, con una corte ficticia y su señor; sin embargo, no se le ubicará biográficamente en el tiempo y el espacio.[2]

Naturalmente, el protagonista se refiere en alguna ocasión a España sin haber estado nunca allí, si bien esta indicación le sirve precisamente para describir su supuesto origen de «Hispanje» de la manera más vaga posible para que a nadie se le pudiera ocurrir contrastar su afirmación con mayor rigor. Según esto, Tristán, ante la reina irlandesa Isolda, hace hincapié en que él ha organizado junto con un amigo «da heime ze Hispanje» (v. 7.579; «en casa en España») un viaje comercial a Bretaña, pero que, por desgracia, han sido abordados por piratas durante la travesía (Gottfried von Straßburg, 1980). Sólo su afirmación de que no es comerciante, sino juglar, como demuestra su arpa, le ha salvado la vida cuando todos los demás fueron asesinados.[3]

Aparte de este caso, en las novelas de caballerías no se tienen noticias ni de España ni de Portugal, a no ser que se hable de reyes de «Hispanje» o «Spanje»

o de ciertas razas de caballos.[4] Este tipo de referencia, sin embargo, sólo sirve para resaltar el carácter exótico de los participantes en torneos o para subrayar la audacia de los héroes que como cruzados fueron capaces de salir victoriosos ante los paganos.[5]

Naturalmente, todo filósofo medieval conocía la famosa enciclopedia de Isidoro de Sevilla y también circulaban por todas las universidades de cierta importancia las obras de Averroes y Maimónides. Sin duda, los geógrafos estaban familiarizados con el suroeste de Europa, no en vano reconocemos en el mapamundi de Ebstorf los nombres de Arragonia, Sancti Jacobi y Castella, y junto a éstos también vagamente el contorno de la Península Ibérica (Wilke, 2001, 1: 151-152; 2: 28-30), lo que no implicaba que el mundo ibérico estuviera presente de manera tangible en las mentes de la gente de Alemania. Por este motivo, las investigaciones más antiguas han preferido ocuparse de los contactos culturales, económicos, políticos y militares desde los siglos XVI y XVII, y se han contentado sin más con la creencia tradicional de que antes de esa época no hubo ningún intercambio relevante, incluyendo los contactos de tipo cultural, económico, militar y político entre, por una parte, los países al norte de los Alpes y, por otra, entre España y Portugal (Schwietering, 1902: 19-22; Hoffmeister, 1976: 17-25). Hay, pues, que revisar esta opinión, al menos en lo que se refiere a los siglos XIV y XV, ya que desde entonces nos ha llegado una cantidad considerable de crónicas de viaje.[6]

Aun así se constata que el nivel de conocimiento experimentó un cambio fundamental en la Baja Edad Media, tal como se muestra con la novela en prosa Fortunatus (primera impresión en 1509), muy apreciada ahora, de manera ejemplar e incluso insistente, ya que su viaje por el mundo le lleva también por la Península Ibérica aun cuando allá no se dieran acontecimientos dignos de mención para el héroe.[7] El narrador cuenta con total sobriedad qué lugares visita el protagonista y a qué distancia se sitúan unos de otros, por ejemplo:

von Biana gen Panplion </> ist die haubstat des künigs von nauerren. ist .xxv. meil </> von dannen gen burges vnd gen dem hailigen sant Jacob / haißt die stat Conpostel. ist. lij. meil </> von sant jacob gen fumis terre, genant zum finstern steren... («De Viana hacia Pamplona </> es la capital del rey de Navarra. está a 52 leguas </> desde allí hacia Burgos y hacia el apóstol Santiago / se llama la ciudad Compostela. está a 52 leguas </> de Santiago hacia Finisterre, es llamada la estrella oscura...») (Müller, 1990: 447-448).

Sólo el hecho de que Granada es un «haidnisch künigreich» («reino pagano», p. 448) y la breve explicación del santuario de Montserrat,

da rastet vnser liebe fraw gar gnedlichen / da grosse wunderzaichen beschehenn / vnnd beschehen seind. Daruon vil tzu schreiben waer (allí descansa Nuestra Señora clementísima, allá donde sucedieron y suceden signos maravillosos de los que habría mucho que escribir) (Müller 1990: 448),

se apartan del esquema de descripción que predomina en el resto del texto. A fin y al cabo, esto significa que la Peninsula Ibérica, muy lejana para el poeta de la Edad Media y de la Edad Moderna temprana, por decirlo así, surgió enel horizonte y fue ganando poco a poco relevancia tanto en su forma concreta como en lo que respecta a temas y motivos, todo ello sin que ese nivel de conocimientos se ciñera exclusivamente al Camino de Santiago.

Mucho antes del Fortunatus, la gran batalla de Roldán contra los sarracenos en el Rolandslied (aprox. 1170) del cura Konrad se sitúa en los Pirineos españoles, y la historia previa de la traición de su suegro Genelun nos lleva hasta Zaragoza, pero se trata aquí de elementos narrativos bastante vagos que se pueden explicar desde la historia de la recepción; no se puede deducir de esto, sin embargo, la existencia de contactos más estrechos entre el ámbito germano-parlante y el espacio ibérico.[8] Si llevásemos a cabo un análisis lingüístico de corte estadístico podríamos incluso encontrar en la literatura alemana de la Edad Media cognados o muchas referencias a España, pero esto sólo podría servir como demostración de que se tenía en general una idea de los límites geográficos de Europa y de que gustaba incluir el suroeste en el marco narrativo para poder jugar con personajes y objetos exóticos. En este contexto no se puede dar por sentada la existencia de un verdadero conocimiento entre Alemania y la Península Ibérica.[9]

El estudio que presentamos a continuación enlaza con mis trabajos anteriores sobre el tema y, por una parte, contempla las relaciones comerciales entre Alemania y España con mayor intensidad y, por otra, considera los relatos de viajes de los siglos XV y XVI que, en el marco de los German Studies y de las nuevas «Ciencias Culturales», han llegado entre tanto a ser considerados parte importante del legado narrativo de la Edad Media.[10]

Comerciantes y feriantes recorrían incluso ya en la Alta Edad Media grandes distancias, apenas imaginables para nosotros, y en cuanto se profundiza algo más en las fuentes descubrimos múltiples contactos también entre Alemania y la Península Ibérica. Gunther Hirschberger ha realizado los estudios más importantes sobre este tema y nos podemos apoyar en ellos aun cuando el autor se concentrara especialmente en la situación de la metrópoli comercial de Colonia.

Ya en el siglo XII y a principios del XIII, los cruzados del noroeste de Alemania que querían ir en primer lugar a Lisboa se reunían en Colonia. A partir de este hecho se desarrollaron con rapidez intensas relaciones comerciales que aumentaron en las décadas siguientes, si bien hay que registrar un retroceso significativo a partir del siglo XIV. No es necesario mencionar expresamente la atracción que ejercía Santiago de Compostela también sobre los peregrinos alemanes, pero éstos siempre fueron acompañados por comerciantes.[11] El comercio internacional, no obstante, está con frecuencia sujeto a grandes fluctuaciones, algo que se puede observar viendo los flujos de mercancías entre Lisboa y Colonia, ya que los comerciantes portugueses asumían, como es natural, el transporte y se dirigieron a las grandes ferias de la Champagne y Flandes, desplazando en parte a Colonia sin afectar en modo alguno al contacto entre los mundos ibérico y germano-parlante (Hirschfelder, 1994: 8-10). A finales del siglo XIV aparecen en Barcelona una serie de comerciantes de Colonia que rápidamente establecieron contactos económicos también con Zaragoza y otras ciudades aragonesas. Como afirma una fuente de 1428, serán sobre todo los productos metalúrgicos los que gocen de mayor aceptación en los mercados españoles, así como artículos de cuero, cintas, anteojos, sombreros de fieltro, cadenas y libros impresos (por ejemplo, Paternóster).[12]

Al mismo tiempo, Valencia gozaba de buena fama como puerto de paso para el tráfico comercial desde y hacia Barcelona. A los representantes de la Liga Hanseática les gustaba utilizarlo porque el gran liberalismo de la política económica creaba condiciones favorables para los negocios. También los primeros impresores de libros alemanes que fueron a España, entre los que destacaron Lambert Palmart y Hermann Lichtenstein, se establecieron preferentemente en Valencia. Otros centros impresores importantes donde los artesanos alemanes dejaron su impronta son Sevilla, Burgos, Granada, Zaragoza, lo que, por supuesto, no quiere decir necesariamente que estas personas contribuyeran al intercambio o al comercio internacional (Classen, 2003a). Sin embargo, su existencia en España confirma en qué medida este espacio del suroeste europeo era accesible también para las gentes de la región del norte de los Alpes.

Por una parte, nos encontramos, por tanto, con comerciantes alemanes, por otra parte con numerosos peregrinos que querían visitar Santiago de Compostela. Después hay que considerar el grupo bastante amplio de artesanos que se podía encontrar en toda España y en parte también el grupo algo más reducido de artistas (juglares, músicos, poetas, etc.) para los que no había prácticamente fronteras nacionales, culturales o lingüísticas apreciables (Salmen, 1983: 197).

Con el descubrimiento de América floreció de nuevo el comercio de Colonia con Lisboa, lugar desde el que se importaba azúcar a Alemania. Algunas casas comerciales consiguieron así una fortuna tan grande que pudieron comprar plantaciones y refinerías de azúcar en la isla canaria de La Palma. Simultáneamente continuó floreciendo de manera considerable el comercio con Valencia y Barcelona, tal como lo demuestran los negocios de la casa de Johann de Colunga (Hirschfelder, 1994: 19-25). Pero también entraron aquí en escena empresas comerciales de la Alta Alemania, y consiguieron en gran medida hacerse con una posición propia porque el margen de beneficio para ambas partes adquirió dimensiones considerables (Haebler, 1902: 392). Al parecer, las empresas de Augsburgo, Ratisbona y Constanza mantuvieron representaciones permanentes en Barcelona y después incluso en Valencia, algo que da una idea de lo intensivo y regular del intercambio comercial.[13]

El medio textual más importante para poder valorar con mayor exactitud el grado en que se conocía en Alemania la Península Ibérica durante la Baja Edad Media lo constituyen los relatos de viaje, sorprendentemente numerosos. Tras la caída de Akko en 1291 y con ello también tras el fin de las Cruzadas, los intereses de los cristianos europeos cambiaron, de forma que ya no se continuó con los intentos de recuperar Tierra Santa por medios militares, aunque siguieron los esfuerzos por conseguir acceso a los Santos Lugares. Por este motivo, a partir de entonces comenzó un intenso tráfico de peregrinos muy marcado finalmente por motivos turísticos, tal como reflejan los detallados textos, de redacción cada vez más florida. Resulta digno de mención que ya no se dirigían sólo a Jerusalén, sino que se visitaba también Santiago de Compostela, algo casi tan fatigoso como el viaje por el Mediterráneo oriental. Aquí quisiera seguir las rutas fundamentales emprendidas por los que se dirigieron a España, lugar donde se encontraba el tercer santuario europeo en importancia (Estepa Díez, Martínez Sopena y Jular Pérez-Alfaro, 2000). Por ejemplo, entre 1428 y 1432 Peter Rieter fue, junto con el viejo Paumgartner y Gabriel Tetzel de Núremberg, a Santiago, visitó también Finisterre, Astorga, Zaragoza y Montserrat, para desde allí ir por Francia a visitar Roma (Halm, 2001, n.º 73: 75). En 1446, Sebastian Ilsung, miembro de una conocida familia patricia de Augsburgo, viajó a Santiago y eligió la ruta siguiente: viniendo de Francia se dirigió a Barcelona, Montserrat, Tortosa, Zaragoza, Olite, Burgos, León, Santo Domingo de la Calzada y llegó después a Santiago (Halm, 2001, n.º 36: 102).

En las notas autobiográficas de su diario, Niklas Lankman von Falkenstein hace un informe detallado de su prolongada peregrinación a Lisboa, que tuvo lugar entre marzo de 1451 y el 19 de junio de 1452. Ésta le llevó a España y Portugal pasando por Francia. Cruzó los Pirineos por Roncesvalles e hizo estación en las siguientes ciudades: Narbona, Perpiñán, Girona, Barcelona, Zaragoza, Lleida, Navarra, Santiago de Compostela, Burgos, León, Oporto, Coimbra y Lisboa. El camino de vuelta pasó por Granada, Gibraltar, Ceuta y después, en barco, por Marsella para dirigirse desde allí por tierra a su patria (Halm, 2001, n.º 47: 121).

Leo von Rožmital, caballero de Bohemia, inicia el 25 de noviembre de 1465 su extensa peregrinación que le lleva, en primer lugar, a atravesar toda Alemania para llegar a Calais, donde hace la travesía a Inglaterra para llegar desde allí en barco a España. En esta travesía lo abordan piratas, pero cuando éstos ven sus salvoconductos se arrepienten de lo que han hecho y llegan a ofrecerle incluso llevarlo sano y salvo a su destino. En la Península Ibérica va primero a Burgos, después a Salamanca, Braga, Santiago de Compostela, Finisterre, luego de nuevo a Santiago, Padrón, Braga, Évora, Mérida, Toledo, Calatayud, Zaragoza y después de regreso a Francia, pasando por la Provenza al norte de Italia, donde hace estación en Milán, Treviso, Padua, Venecia, Mestre y Treviso para regresar desde allí a su tierra (Halm, 2001, n.º 63: 157).

Al igual que él, otros comerciantes acometieron también este tipo de viajes de inspiración religiosa, como Hinrich Dunkelgud de Lübeck, que partió el 2 de febrero de 1479 y llegó a Santiago de Compostela. Sin embargo, no sabemos nada de los detalles de su viaje, ya que sus notas se limitan prácticamente a los asuntos puramente comerciales. Su ejemplo, no obstante, ilustra algo que también debe asumirse en la mayoría de los demás viajeros: en qué medida le movieron motivos religiosos y económicos a acometer esta costosísima empresa que implicaba, incluso, arriesgar la vida. Otros peregrinos, como Leo von Rožmital, combinaban intereses políticos con religiosos y, al fin y a la postre, también con los turísticos, para justificar su viaje hasta España y Portugal, algo que, en vista de la curiositas muy extendida ya desde la Baja Edad Media, no debería considerarse en modo alguno inusual.[14]

Otras personas, por el contrario, viajaban en calidad de diplomáticos o de representantes de señores seculares y religiosos, y llegaron a Portugal y a España, como fue el caso ya a principios del siglo XV, del poeta y caballero del Tirol meridional Oswald von Wolkenstein (1376/1377-1445).[15] En este punto quiero citar brevemente a otro autor que retrató sus vivencias con mucho más detalle y no de una manera literaria tan fragmentaria como las canciones de Oswald, con las que se encontró en su viaje por Europa Occidental entre 1483 y 1486. Nikolaus von Popplau, al servicio del emperador Federico III desde 1482, registró con gran amor por el detalle a dónde lo llevaron sus misiones diplomáticas. Entre los años 1486 y 1487 y de 1489 a 1490 también viajó a Rusia, pero aquí nos interesa sólo que contempló algunas partes de la Península Ibérica. Tras un reconocimiento detallado de Bélgica, Inglaterra e Irlanda, se dirigió a España, visitó Santiago de Compostela; después, entre otros lugares, Finisterre, Padrón, Muros, Pontevedra, Redondela, Barcelos, Barreiro, Oporto, Lisboa, Sevilla, Córdoba, Valencia, Sagunto, Girona, Figueres, etc., para regresar desde allí a Francia, hacer una ruta por Flandes (Mons, Nivelles, Bruselas y Malinas) y volver a Breslau, de donde había partido en un principio (Halm, 2001, n.º 89: 223).

También a los médicos como Hieronymus Münzer (1437-1508) les atrajo lo exótico, sobre todo para huir de la peste en su ciudad natal (Núremberg), y aprovecharon la ocasión para hacer el esfuerzo de conocer tierras y gentes de las zonas más remotas de Europa. Tras Lyon, Narbona y Perpiñán, llegó a la Península Ibérica y visitó Figueres, Girona, Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia, Almería, Granada, Sevilla, Lisboa, Coimbra, Oporto, Santiago de Compostela, Finisterre, Salamanca, Ávila, Toledo, Madrid, Alcalá de Henares, Guadalajara, Hita, Tudela, Barcelona y Pamplona, desde donde se dirigió de nuevo a Francia y, tras un desvío por Brujas, Malinas, Worms y Frankfurt, llegó de vuelta a su ciudad, Núremberg (Halm, 2001, n.º 107: 264-265). El relato de su viaje contiene todavía muchas más descripciones de lugares, pero para nuestros fines basta con diseñar un bosquejo a mano alzada de su viaje para percibir lo amplio del radio por el que se movió él, como la mayoría de los demás peregrinos, para visitar y, aparentemente sin esfuerzo, descubrir para sí grandes extensiones de la Península Ibérica.

Aunque la mayor parte de los monjes estaba sometida al mandato de la stabilitas loci, hubo alguna orden, como la de los Siervos de María, que concedió gran movilidad a sus miembros si ésta respondía a ideales religiosos. Hermann Künig von Vach, que se unió a esta orden en 1479, emprendió en 1495 una peregrinación a Santiago de Compostela. Tras haber visitado procedente de Einsiedeln muchos lugares en Francia, cruzó los Pirineos por Roncesvalles y se dirigió entonces, entre otras, a las siguientes ciudades: Pamplona, Burgos, León y Santiago de Compostela; después volvió a León y Burgos para regresar poco a poco a casa pasando en Francia por Burdeos (Halm, 2001, n.º 108: 267-268).

Algunos viajeros parecen haber perseguido objetivos casi planetarios en la medida en que se esforzaron por visitar el máximo de países posible en el mismo viaje. Arnold von Harff, un caballero del Bajo Rhin al servicio del duque Wilhelm IV de Jülich, realizó en 1496 un viaje de estas características y pasó por Italia, Siria, Egipto, Arabia, Etiopía, Nubia, Tierra Santa, Turquía, Francia y España. Su relato de viaje, extraordinariamente detallado, debía evidentemente servir como guía turística dedicada por él a su señor y a su esposa Sybilla. Harff coleccionó incluso muestras de idioma árabe, sirio, etíope, hebreo, armenio, turco, húngaro, euskera, serbocroata, albanés y griego, aunque no de español o portugués. Su fascinación estaba motivada por lo novedoso de la fauna y flora, las costumbres y las situaciones exóticas de los países que visitó.

Esta visión panorámica y la buena accesibilidad de una edición de su texto nos permiten en este caso embarcarnos con más precisión en la materia e intentar hacernos una idea de cómo percibió Harff el mundo en la Península Ibérica.[16] Su Peregrinación ya ha sido tratada con bastante profundidad, aunque, no obstante, el interés se ha centrado por lo general en aspectos que no nos afectan directamente, como la transmisión manuscrita, los glosarios que contiene el relato o los conocimientos que tenía Harff de lenguas extranjeras, sus observaciones sobre la ciudad como hilo conductor de su relato, las xilografías que acompañaban al texto y que le proporcionan valor antropológico o las actitudes religiosas del autor.[17]

La investigación no alemana apenas se ha ocupado de Harff, aun existiendo una traducción inglesa de su obra.[18]

No hay otro escritor de viajes de la Baja Edad Media que haya hecho un informe de sus experiencias tan exhaustivo y hasta con el detalle técnico más nimio. Sin embargo, no debemos cifrar muy altas nuestras expectativas de encontrar afirmaciones relevantes en cuanto a la mentalidad, ya que Harff destaca en primer lugar –como se observará después en el Fortunatus– la distancia que hay entre los diferentes lugares aunque no escatima esfuerzos para dar el nombre de los poblados más pequeños (pp. 227-228). Como debía ser normal para un cristiano de la Baja Edad Media, la atención de Harff se centra sobre todo en iglesias, retablos, santuarios, etc., pero junto a esto comenta también las prácticas de ejecución, sobre todo las que le parecen crueles en España: «Item in Hyspanyen deyt man gar strenglich justicien» («En España se ajusticia con especial rigor», p. 228), sin interesarse por el trasfondo y procediendo más fenomenológica que analíticamente. Parece ser que le escandalizó haber visto incluso a mujeres bamboleándose en la horca, algo que el ilustrador representó eficazmente en una drástica escena. Cuando el autor se centra más en una ciudad, como en el caso de Burgos, sólo informa de que es una ciudad bonita, que está sometida al rey de Castilla, que posee una catedral considerable, que está encabezada por un obispo, que además tiene un palacio real y que está situada junto a un río (229-230). Harff se queja amargamente del hospedaje en España, ya que los albergues no incluían la comida en el precio: más bien se hacía necesario comprarla en la calle. También le atormenta que el huésped tenga que pagar aparte la ropa de cama, algo que en su conjunto le lleva al juicio de que «ist Hyspanien gar eyn buesser lant, as ich in der Turkijen mit der cristenheyt funden hane ind dae man eyns mans me spottet dan in Hyspanien» («España es un país mejor que el que he encontrado en Turquía con la cristiandad, y [no hay lugar] donde se burlen más de uno que en España», 230).

En Galicia le llama la atención que todas las mujeres llevan aros de oro o plata en las orejas (231), pero su atención recala principalmente en la dotación de las iglesias, algo que, lógicamente, está cercano a su condición de peregrino. Se informó especialmente sobre las reliquias de Santiago de Compostela y menciona la cuestión polémica de si los restos del apóstol están en verdad enterrados allí o en Tolosa, en el Languedoc (p. 233). También fue importante para él la posibilidad de conseguir allí una concha como acreditación de su peregrinación (233-234), cuando el resto de las ocasiones apenas habla de las gentes o de la cultura extraña que le rodeaban. También se puede decir esto de otros apartados de su descripción, y no deja entrever nada de su postura personal sobre la cultura y la sociedad de España o Portugal. Visto en su conjunto, su interés narrativo no se refiere prácticamente nada al entorno, sino, en primer lugar a sí mismo como viajero, de manera que en su informe de viaje nos topamos frecuentemente con largas listas de lugares de estancia que marcaron la ruta, sin poder extraer mucha más información sobre otros aspectos relevantes. Si contemplamos, por el contrario, el relato que hace Harff de otras partes de su peregrinación mundial, descubriremos diferencias considerables, como en el caso de cuando nos habla en Siria de los jardines, el paisaje, la estructura de gobierno o la praxis comercial (por ejemplo, p. 196). Cuando el autor nos da informaciones más exactas sobre el mundo en España, éstas se refieren a iglesias y conventos, por ejemplo: «vff eyn halff ijle ouer dat wass Moneta lijcht eyn schoyn kartuyser kloister vff eynem kleynen berge, heischt ad mille flores. dae inne lijgen alle die koeninck ind konincgynnen van Kastilien begrauen» («en una península sobre el río Moneta se alza un hermoso monasterio cartujo sobre un montículo, llamado Miraflores. Allí están sepultados todos los reyes y reinas de Castilla», p. 230).

Pero también proporcionó datos muy similares sobre, por ejemplo, Padua o Venecia, ya que las intenciones de su viaje eran tan amplias que nunca encuentra tiempo para dejar reposar las cosas que están justo delante de él, a no ser que éstas despertaran su interés turístico, interés que, sin embargo, era dirigido conscientemente por los guías locales. Así se le muestra en Roncesvalles el presunto cuerno de caza de Roldán (Roland) y él se muestra admirado por el recuerdo del gran héroe sin comprobar la autenticidad de esa pretensión, tal como hizo antes que él Hieronymus Münzer: «dat saicht man were Roelantz des resen jheger horn geweest» («ese, se decía, era el cuerno de caza del gigante Roland», p. 226).[19]

La lista de peregrinos a Santiago, sin embargo, no se interrumpe ni con Arnold von Harff ni con Hieronymus Münzer. A principios del XVI se puso en camino Gerdt Helmich de Hildesheim, y ese mismo año partió hacia España también el duque Heinrich el Piadoso de Sajonia para dar satisfacción a su necesidad religiosa y descubrir al mismo tiempo el mundo exótico de la Europa meridional (Halm, 2001, n.º 116: 292; n.º 117: 293). Sigmund Freiherr zu Herberstein pasó entre 1519 y 1520 tanto por Italia como por el norte de España (Halm, 2001, n.º 136: 334), y el príncipe elector Friedrich II von der Pfalz consiguió incluso venir a España cinco veces en su vida: una vez a Madrid en su juventud, a Barcelona en 1520, a Granada en 1526, otra vez a Barcelona en 1535 y en 1538 a Toledo.[20]

Es cierto que la mayor parte de los peregrinos europeos se esforzó por visitar Tierra Santa, pero también Santiago de Compostela se mantuvo durante siglos como uno de los destinos preferidos. Esto justifica que podamos asumir la existencia de un intenso tráfico de viajeros entre Alemania y, al menos, el norte de España durante los siglos XV y XVI. En algunas ocasiones, los viajeros llegaban incluso a adentrarse en el sur y, a veces, hasta llegaban a la costa del norte de África (Plötz, 1988), como en el caso del caballero Georg von Ehingen (1428-1508).[21]

Sin embargo, el más exhaustivo en sus observaciones sobre España fue el ya mencionado Hieronymus Münzer, médico de Núremberg, puesto que describe con el máximo detalle cada una de las ciudades que visitó en 1494 en su viaje a Santiago de Compostela y después hacia el sur; hace incluso descripciones a vista de pájaro para dar al lector una especie de visión panorámica desde la torre más alta de cada ciudad. Además, es el único que apunta diligentemente cuántos alemanes viven en España o Portugal, ya sean artesanos, comerciantes, músicos o impresores, los cuales proceden de Estrasburgo, Augsburgo, Esslingen, Frankfurt, Fulda, Gmünden, Kempten, Mergentheim, Espira, Stettin, Danzig, Zürich y Ulm, entre otras ciudades. Debe resaltarse que Münzer no sólo se limitó a iglesias y santuarios, sino que también nos dio información detallada sobre la geografía y la economía locales, de modo que el lector obtiene una impresión muy vivaz y se puede hacer una idea plausible de cómo transcurría la vida en la Península Ibérica. Con frecuencia Münzer hizo el esfuerzo de comparar los lugares o las regiones que visitaba con los de Alemania con el fin de transmitir una mejor imagen de lo que él tenía ante sus ojos. También resulta inusual su interés por los aspectos históricos, puesto que sigue en repetidas ocasiones la historia de edificios aislados y ciudades sin escatimar observaciones personales, ni siquiera sobre cadalsos escalofriantes.[22]

Hasta los cristianos que no podían emprender personalmente el camino a los grandes lugares de peregrinación en Tierra Santa, en Italia o en la Península Ibérica, tenían a su alcance relatos de viajes con los que podían viajar en espíritu. Felix Fabri (1437/1438-1502) escribió una descripción de viaje de este tipo y en su Sionpilger (Peregrino de Sión) incluyó lo que había escrito para las monjas del convento de Medlingen, cerca de Dillingen. En la medida en que éstas estaban sometidas al mandato de stabilitas loci y no se les permitía ir personalmente de peregrinación, este trabajo altamente inusual pero fascinante les servía de instrumento adecuado para ver el mundo con sus ojos espirituales y dar cumplida satisfacción a la necesidad de enriquecimiento espiritual por la peregrinación.[23]

Fabri se dedica aquí también al viaje a Santiago de Compostela y habla de Barcelona y Valencia, entre otros lugares. Sin embargo, no se mencionan elementos característicos de la última de estas ciudades, el autor sólo habla de los mártires cristianos que padecieron suplicio allí por sus creencias:

In die grössen statt In der Sant Vallerius der bischoff vnd Sant vincencius sein leuit haben gröb martir gelitten von dem Richter Daciona Dau habent die prediger ainen schoenen Conuent In dem Sant Vincencius martir lyplich lyt Vß der statt was geborn (En la gran ciudad en la que el obispo San Valero y su diácono San Vicente sufrieron un cruel martirio a manos del juez Daciano, allí los predicadores tienen un bonito convento en el que yace el verdadero cuerpo de San Vicente en el lugar en que nació, p. 363).

Pero justo a continuación, Fabri menciona una ciudad que no se puede identificar con exactitud, Olicorda, en la que perdió la vida el héroe Roldán, algo que se refiere directamente al Rolandslied, pero que aquí refleja con claridad el desconocimiento geográfico del autor, quien simplemente había copiado de sus fuentes y confundió aquí el Roncesvalles pirenaico con una ciudad cercana a Valencia de nombre similar:

Nit wyt von valentz ist Olicorda die statt dau ist vmb komen Ruolandus ain starcker ritter mit vuil raisigem volck von den vngeloebigen vnd dau ist Runciual der grouß Spitaul (No lejos de Valencia está Olicorda, la ciudad donde los paganos hicieron sucumbir a Roldán, un poderoso caballero, con muchos soldados infieles, y allí está el gran asilo de Roncesvalles, p. 363).

A continuación, el autor conduce a sus compañeros de viaje virtuales desde Valencia a la costa, donde se embarca para navegar hasta Cartagena. Los detalles se desvanecen, como es lógico, enseguida, y Fabri hace vagar su mirada intelectual rápidamente por la geografía ibérica; esto, evidentemente, no perjudica en absoluto a su público si sólo se quieren extraer los aspectos espirituales de la lectura. Por este motivo, el peso narrativo recae de manera coherente en las iglesias locales y en la historia de santos y mártires, aunque Fabri incluya en ocasiones también otro tipo de informaciones, como cuando habla de la Universidad de Salamanca:

Vnd ist ain houchi schuol dau der gantzen lantschafft hyspanarum vnd von Salamantica gaund si in die stat obila In der ligend die hailigen sant Secundus ain bischoff vnd Sanctus Sinbina cristina martir vnd sant Vincentz marti vnd dau belyben die bilgrin (Y hay allí una universidad para todas las Españas, y de Salamanca van a la ciudad de Ávila. Allí yacen el obispo San Segundo y Santa Sabina y Cristeta mártires, y San Vicente Mártir y allí van y permanecen los peregrinos, p. 365).

En ocasiones, el autor ridiculiza a compañeros de viaje ignorantes que no son capaces de interpretar correctamente la etimología de ciertos topónimos. Cuando habla, por ejemplo, de Finisterre, que era el punto final de la tierra (se ve que en aquel momento desconocía el descubrimiento de América), se ríe de que algunos legos necios cometan un error de bulto al interpretar el nombre: «verstaund nieman des vinis terre den finstern stern Daurumb si Sant Iacob haissen den vinsternstern» («Nadie entendía la estrella oscura como “finisterre”. Por eso llaman a Santiago “la estrella oscura”», p. 366).

Los peregrinos de Sión (Die Sionpilger) proporcionan una buena impresión sobre lo poco que se interesaban precisamente los viajeros (o lectores) motivados por la religión por las condiciones físicas reales, incluso cuando tenían conciencia clara de la ruta real hasta Santiago. Tenemos, sin embargo, un contraejemplo decisivo en el extraordinario Trachtenbuch de Christoph von Weiditz, que visitó España en 1529 estando al servicio del emperador Carlos V. Este autor dibujó con gran atención imágenes de los distintos tipos de personas que reflejaban en múltiples aspectos un nuevo nivel de idiosincrasia en la relación entre la Península Ibérica y Alemania.[24]

En parte se trataba claramente de un encargo, pues el artista retrató a algunos de los gobernantes más significados, aunque se incluyó a sí mismo y fijó su atención después en los hombres exóticos a sus ojos con los que se encontró en su viaje. Entre éstos se contaban en especial los representantes de los indios americanos traídos a Europa por los colonizadores como, digamos, piezas de exposición. Weiditz hizo aparentemente un esfuerzo para representar a estos hombres del modo más natural posible sin respetar ninguna de las tradiciones medievales de monstruos o de presentar a los indios como caníbales tal vez, algo que formaba parte de una iconografía apreciada en la época.[25]

El artista integró además gran cantidad de escenas cotidianas de la agricultura, de las ciudades, de las cortes y, sobre todo, de los caminos. Merecen atención sus imágenes de los moriscos, que utilizó en diferentes ocasiones como motivo, debido a que, por su aspecto insólito, le llamaban poderosamente la atención. De las mujeres moriscas pasó a las mujeres en general, y creó una serie de ilustraciones que reflejaban los distintos estamentos sociales (Epalza, 1992). No satisfecho con esto, Weiditz incluyó también imágenes de policías castellanos, aguadores, sicarios, esclavos negros, campesinos, plañideras, nobles y burgueses (de Valencia, número LXXVIII), y creó así un panorama visual del mundo ibérico extremadamente rico, único en su época y en el entorno germano-parlante, que ofrece más información cultural que todos los demás relatos de viajes o recreaciones poéticas de experiencias de viaje (Oswald von Wolkenstein) en su conjunto (Hampe, 1927).

A modo de resumen, con todo lo dicho se puede establecer que, al menos a partir del siglo XV, si ya no desde algún tiempo antes, hubo contactos relativamente estrechos entre el mundo germano-parlante y la Península Ibérica. En parte cobran importancia los peregrinos jacobeos, a veces, sin embargo, dominan la escena comerciantes y artesanos. Las mejores fuentes, aunque bastante superficiales y de tipo fáctico, las proporcionan los viajeros por motivos religiosos, aunque éstas, a su vez, tienen la impronta de los esquemas de informe y nos impiden una visión de mayor profundidad. En este sentido, el Trachtenbuch de Weiditz transmite una impresión excelente de cómo percibía un viajero alemán la sociedad de España o Portugal y de cómo era capaz de darle forma visual en su policromía.

Como ya pude constatar anteriormente: «en el segle XV, la Península Ibèrica s’havia convertit, d’aquesta manera, en la destinació de molts comerciants, artesans, cavallers, poetes i erudits alemanys» (Classen, 2003b: 36-37). Este juicio continúa vigente y ahora puede incluso ser confirmado y ampliado por una serie de fuentes diferentes, lo que debería tener amplias consecuencias en un nivel comparatístico de la futura historia de la mentalidad de la Baja Edad Media europea. Las escasas informaciones sobre la Península Ibérica en los mapas medievales y las observaciones fugacísimas sobre Castilla o Aragón en las novelas corteses sólo nos dicen que el discurso público en la Alta Edad Media no se centraba todavía de manera intensiva en los objetos geográficos concretos, mientras que a partir de la Baja Edad Media aumenta la importancia del anclaje geográfico y la toma de conciencia del mundo ajeno. Tampoco debe olvidarse que la Reconquista, que culminó con la toma de Granada en 1492, sometió a la influencia cristiana partes cada vez mayores de la Península Ibérica, con lo que los viajeros del norte de Europa también podían dirigirse a esos lugares con tranquilidad y sin peligro por parte de los musulmanes. Como hemos visto, pronto fueron acompañados de artesanos y artistas, y a partir de la Baja Edad Media, España y Portugal podían considerarse apenas parte del auténtico extranjero dentro de Europa.

Traducción de José Antonio Calañas Continente

Universitat de València

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[1] Dinzelbacher (2003: 180-182). Un enfoque mucho más teórico tienen las contribuciones de Hanawalt y Kobialka (2000). Ertzdorff y Giesemann (2003) se refieren a una gran cantidad de casos aislados, tratan las dimensiones míticas del relato de viajes y consideran los tópicos de la percepción de lo ajeno, aunque apenas se refieren a los factores que determinaron en los viajeros medievales la consciencia del espacio y la cultura. Véase sobre esto mi recensión (2005) en Mitteilungen des Instituts für Österreichische Geschichtsforschung 113, 1-2, pp. 176-177.

[2] Sobre esto, cf. Molly C. Robinson (1998).

[3] Sobre la historia de los juglares, véase Dobozy (2005). Parece, sin embargo, como podemos inferir de sus estudios, que hay algunas referencias a España en la poesía trovadoresca.

[4] Sobre esto, véase mi estudio (2003b). Un ejemplo concreto se encuentra, entre otros, en el cantar de gesta Walberan, citado aquí de Tuczay (1999: v. 86).

[5] A título de ejemplo, véase sobre este tema Mai und Beaflor (2006: 3878 y ss.).

[6] Sobre esto, véase Moraw (1992).

[7] Una síntesis sobre esto se encuentra en Müller (1990).

[8] Cf. Classen (2000b: 54-58).

[9] Sorprendentemente se encuentran muchos datos en esta base de datos en Internet: Middle High German Conceptual Database, Universität Salzburg, búsquedas de, por ejemplo, «Hispanje», «Ispanje», «Ispân», «Ispanie», etc. En línea <http://mhdbdb.sbg.ac.at:8000/help/ dictionary.html#search_window> (último acceso: 30/1/2007).

[10] Sobre esto, véase Stegbauer, Vögel y Waltenberger (2004). Sobre el concepto de German Studies desde la Medievalística, véase Classen (2000a).

[11] Sobre esto, véanse los artículos en Herbers (1988). Aquí se trata principalmente la experiencia religiosa y del viaje, no el encuentro con el mundo ibérico desde la perspectiva de los viajeros alemanes. A título de ejemplo citamos aquí el artículo de Klaus Herbers, «Der erste deutsche Pilgerführer: Hermann Künig von Vach», pp. 29-49.

[12] Hirschfelder (1994: 13-14). Sobre esto, cf. Vincke (1959), Mitja (1962/1963) y Ammann (1970).

[13] Schwietering (1902: 10); lógicamente, sus pruebas documentales parecen ser poco numerosas. Y su trabajo está, en cualquier caso, marcado por su objetivo de polemizar contra Arturo Farinelli.

[14] Aunque referido a la motivación de los viajeros al Extremo Oriente, Münkler (2000: 232-240) sintetiza bien los argumentos filosófico-históricos y teológicos desde la Antigüedad.

[15] Classen (2003b). Cf. también Classen (1994/1995).

[16] Halm (2001, n.º 111: 279-281). No sorprende que Hoffmeister (1976) no tuviera conocimiento de este viajero. En historias de la literatura más antiguas sólo se menciona a Harff de pasada, véase, por ejemplo, Rupprich (1970: 162). Este tratamiento superficial le ha sido otorgado también en la crítica más reciente, véase, por ejemplo, Cramer (1990: 135).

[17] Una bibliografía completa de los estudios significativos se encuentra en Halm (2001: 276-279). Desde entonces no han aparecido estudios relevantes y, en todo caso, la percepción del mundo en la Península Ibérica no ha sido considerada hasta ahora.

[18] A Harff se le nombra tres veces en Friedman, Mossler y Figg (2000: 24, 25, 331), pero no se ha incluido una entrada específica para él. Véase Pilgrimage (1946). Últimamente ha aparecido una traducción al alemán actual; véase Rom (2007) y una exposición: <http://user.phil-fak. uni-duesseldorf.de/~brall/offiziellebeilage.pdf>.

[19] Habría de retirarse la apreciación de Malcolm Letts (traducción) «in Spain he has many hints about customs restrictions» (Pilgrimage, 1946: xxxi).

[20] Halm (2001, n.º 137: 335). Cf. Hasenclever (1907).

[21] Cf. Classen (2000a: 67-69).

[22] Ya he tratado en profundidad la figura de Münzer, véanse Classen (2003b: 20-23) y Classen (2003c).

[23] Fabri (1999); véase también Classen (2005).

[24] Sobre esto, véase Classen (2004).

[25] Sobre esto, cf. Honour (1982).

Viajes y viajeros, entre ficción y realidad

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