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INTRODUCCIÓN

En las últimas décadas, las investigaciones y propuestas historiográficas en torno a las identidades de género y las especificidades de la presencia femenina en los procesos de cambio social, han conseguido un progresivo reconocimiento y una creciente legiti­midad teórica y metodológica en el debate historiográfico internacional.[1] No obstante, esta afirmación precedente debemos matizarla, e incluso a veces «rebajarla», cuando fijamos nuestra atención en la situación que presenta la historiografía española de los siglos XIX y XX. En este sentido, hemos de indicar que aún suele ser bastante frecuente encontrar, en aquellos trabajos que abordan de forma genérica la historia contemporánea de España, un notable desconocimiento y omisiones incomprensibles al respecto. Sin duda, son todavía escasas las monografías que dedican atención a aspectos tan esenciales como son, por ejemplo, las prácticas políticas y cívicas desarrolladas por las mujeres en la construcción del nuevo Estado liberal, y su evolución posterior. Como escasas son, asimismo, las investigaciones centradas en el papel determinante jugado por la politi­zación o por la difusión de las diferentes culturas políticas entre las mujeres en España, y sus repercusiones en la movilización y acción colectiva femenina. Sería necesario, en una perspectiva de historia comparada, analizar en qué medida su desarrollo discurrió a través de vías paralelas a las existentes en el caso de otros estados europeos, pero a la vez, en qué medida se dieron también características específicas en tales procesos. Y sin embargo, aún persisten en las investigaciones históricas de carácter generalista, tal y como acabamos de señalar, significativas ausencias relativas a estas cuestiones que las convierten en recopilaciones parciales, sesgadas o insuficientes.

Partiendo de esta constatación, puede afirmarse que la universidad española aún está lejos de alcanzar la «normalidad» existente en otros países y universidades, en lo relativo a la integración y reconocimiento académico de la historia de las mujeres y la historia del género.[2] Llama la atención que en nuestro país, todavía hoy, sus propuestas explicativas y aportaciones teóricas sigan sufriendo, hablando en términos globales, una clara desa tención. Desatención que sorprende más aún cuando comprobamos que a lo largo de las últimas cuatro décadas, tal historia, lejos de mostrar el aspecto de un terreno baldío, ha dado lugar a fértiles y fructíferos trabajos de investigación, y ha favorecido el desarrollo de novedosos planteamientos metodológicos para el análisis histórico. Un desarrollo que, mucho más allá de iniciales y superados planteamientos «militantes» –o simplemente vinculados a una historia «contributiva»–, ha producido fecundas aporta­ciones y propuestas explicativas en torno a la reformulación de conceptos claves en la historia contemporánea: discurso, lenguaje, acción colectiva, experiencia, o identidad, entre otros. En definitiva, propuestas explicativas y referentes conceptuales de amplia proyección social y política colectiva que han abierto, y siguen abriendo, nuevas pers­pectivas para una historia global.[3]

Así, la historia de las mujeres ha venido dando cuenta de la diversidad histórica de las identidades de género, así como de los diferentes contextos en los que las mujeres han vivido y en los que han actuado. El concepto de género –entendido como construc­ción cultural de la diferencia sexual–,[4]y el análisis de las relaciones de género como relaciones sociales, construidas social y culturalmente, históricamente cambiantes y campo primario de relaciones de poder, son instrumentos metodológicos enormemente operativos.[5] No casualmente, desde estas perspectivas metodológicas se ha producido una amplia reflexión sobre los nuevos significados de la historia social y cultural. Reflexión vinculada tanto a la complejización teórica y temática de la historia social, como a las nuevas aportaciones derivadas de la historia cultural.[6]

Hoy en día es clara la importancia de todas estas cuestiones en la historia de Es­paña, y muy especialmente en su etapa contemporánea.[7] Ciertamente, contamos ya con multitud de excelentes trabajos sobre historia de las mujeres, sobre las prácticas políticas y socioculturales desarrolladas por éstas en muchos de los procesos e hitos históricos de los siglos XIX y XX, así como sobre la presencia del pensamiento feminista y antifemi­nista en distintas culturas políticas.[8] Trabajos que han realizado un esfuerzo encomiable en la investigación, y que han analizado modelos y discursos de género, identidades, experiencias y prácticas desarrolladas por las mujeres en la historia contemporánea de este país.[9] En una elevada proporción, los aludidos trabajos han incorporado, de manera gradual y harto dificultosa, innovadores utillajes teóricos, consiguiendo colocar en una posición preeminente las expresiones políticas, culturales, alegóricas y ritualizadas que rodearon las vivencias, las experiencias y las acciones colectivas femeninas. Las conclusiones a las que han llegado muchas de esas investigaciones permiten y obligan a reorientar las explicaciones relativas a la caracterización de los distintos contextos y procesos de cambio social de la reciente historia de España.[10] Y sin embargo, como apuntábamos anteriormente, estas explicaciones siguen sin incorporarse, en la mayoría de las ocasiones, a manuales y lecturas de carácter general.

Por todo ello, nos planteamos los objetivos de este libro en una perspectiva global. Una perspectiva que pretende integrar la pluralidad de enfoques que aporta la historia de las mujeres y la historia del género, al tiempo que pretende, asimismo, contribuir a ir llenando los todavía abundantes «vacíos» existentes en nuestra reciente historiografía. Desde este interés, hemos diseñado la elaboración de la presente monografía con el fin de profundizar y avanzar en el estudio de las relaciones entre identidades de género, culturas políticas, y feminismos/antifeminismos[11] en la sociedad española del siglo XX. Desde las perspectivas de análisis comparado que aportan las nuevas herramientas de la historia del género nos planteamos analizar diferentes aspectos vinculados a prácti­cas y representaciones simbólicas en torno al género, así como aspectos relativos a géne­ro y espacio político-público (en distintas claves: nacionales, de ciudadanía, de culturas políticas, etc.). En este sentido, hemos querido plantear interrogantes sobre las formas en que los individuos y los grupos sociales gestionan las propuestas o imposiciones, en términos de roles e identidades de género, que implican su pertenencia a una comunidad nacional o política determinada. También, sobre cómo se producen sus adaptaciones o resistencias a nivel individual o colectivo. Y finalmente, sobre cómo aparecen propuestas alternativas que tratan de romper los esquemas predeterminados por las culturas nacio­nales o los sistemas de género.

En consecuencia, con la culminación de este ambicioso trabajo hemos querido incorporar, en una visión globalizadora y panorámica, las más novedosas aportaciones que, sobre todas esas cuestiones, se han ido planteando de manera dispersa en los últimos años.[12]Perseguimos, pues, la utilización de nuevas lentes teóricas y metodológicas con las que auscultar detalladamente las claves de modelos, representaciones y prácticas de género, de propuestas políticas, y de actitudes y comportamientos culturales de mujeres y hombres en la sociedad española de finales del siglo XIX y del siglo XX.

Y para conseguir estos objetivos, consideramos enormemente útil el empleo trans­versal de las aportaciones metodológicas y herramientas interpretativas provenientes tanto de la nueva historia política; como de la nueva historia social, la historia cultural y la historia del género. Entre ellas, las teorizaciones sobre el protagonismo de las construc­ciones simbólicas y los lenguajes en la gestación de las culturas políticas movilizadoras de los grupos sociales.[13]En definitiva, recientes útiles hermenéuticos que ayudan a di­lucidar el protagonismo de las recreaciones simbólicas de la realidad en todo el proceso de autorepresentación experimentado por los/las actores sociales, y en la gestación de identidades colectivas. En este caso, de las identidades de género y el desarrollo de los discursos feministas y antifeministas en las culturas políticas contemporáneas.[14]

Partimos de la constatación de que conceptos como «culturas políticas» e «iden­tidades de género», de reiterada utilización en la explicación histórica actual, centran algunos de los debates más relevantes de la historiografía internacional de las últimas décadas.[15]Y también de la constatación paralela de que han sido precisamente las apor­taciones teóricas realizadas desde la historia del género, las que han conseguido una mayor renovación de los objetos de estudio y de los análisis de la diversidad de meca­nismos y formas de construcción de las identidades. Aportaciones que han permitido avanzar en la comprensión histórica de las articulaciones discursivas de las identidades de género, y sus vinculaciones con las diferentes y muy variadas culturas políticas, el espacio público y el poder.[16]Por cuanto distintas propuestas interpretativas sobre «cul­turas políticas» provenientes de la historia del género, aunque también de la historia sociocultural, han ido superando y cuestionando el carácter «idealista» con el que alguna historiografía ha utilizado este concepto. Una utilización que partía de «tipos ideales», y no de la reinterpretación prioritariamente contextual y de la historicidad de los con­ceptos empleados por los sujetos para definirse a sí mismos. Conceptos quizás más imprecisos pero más demostrativos de la ambigüedad de las fronteras de lo que se denominan «culturas políticas».[17]La historia del género pone de manifiesto cómo los lenguajes políticos disponibles ofrecen un marco simbólico desde el que las/los ciuda­danas/os interpretan políticamente sus experiencias y actúan en la esfera pública. Y a la vez, cómo el proceso de aprendizaje por medio del cual se adquieren las identidades de género es paralelo a la incorporación de los significados culturales desde los que se produce la participación en una determinada cultura política.[18]

Vinculada a las culturas políticas, también la conceptualización de la «ciudadanía femenina» y su evolución histórica ha sido una cuestión clave en investigaciones, en­sayos y reflexiones que han integrado la historia del género y la nueva historia política. Trabajos como el dirigido por George Duby y Michelle Perrot, así como el efectuado por Françoise Thebaud para el caso de Francia,[19]o los análisis de Danièle Bussy Ge­nevois, Marie Aline Barachina o Mercedes Yusta para el caso de España,[20]han puesto en evidencia el carácter supuestamente neutral del concepto de «ciudadanía»,[21]incor­porando la perspectiva de género. Es decir, el análisis de los derechos de las mujeres en tanto que derechos individuales, en tanto que derechos humanos, y, en definitiva, en tanto que derechos ciudadanos. Siguiendo el ejemplo de los estudios citados, parte de los capítulos que conforman este libro se han ocupado de analizar cómo se fueron cons­truyendo demandas igualitarias y ciudadanas dentro de las diferentes culturas políticas, y cómo éstas contribuyeron a la construcción de identidades de género. Identidades que no existen ahistóricamente, ni preexisten a sus invocaciones políticas o estratégicas.[22]Y por tanto, identidades conformadas de manera cambiante y discontinua, desde propues­tas discursivas, prácticas y formas de acción colectiva muy diversas. Y que, a pesar de su diversidad, muestran en el caso de las mujeres una amplia y no siempre normativa concepción de la política, bien en las estrategias de difusión empleadas, bien en las re­presentaciones y elementos simbólicos presentes en sus discursos, o bien en los espacios de sociabilidad, formales o informales.[23]

Así, una de las vías primordiales para estudiar la formación de las identidades de género consiste precisamente en analizar el papel de las culturas políticas en este proceso, y concretamente, la formación en su seno del pensamiento feminista o antifeminista. Un pensamiento que ha creado en la historia contemporánea «fantasías» identitarias múl ­tiples –como ha señalado J. Scott– que debemos analizar y explicar, a su vez, históri­camente.[24]De esta historicidad de los feminismos/antifeminimos parte también nues­tra propuesta: analizar la formación y evolución histórica de múltiples identidades «fe­ministas», que lejos de establecerse como un continuum, nos permiten refl exionar sobre la historicidad del propio feminismo como cultura política en sí misma, con sus propios lenguajes y prácticas discursivas. Una historicidad que debe explicarse, pues habitual­mente este proceso queda enmascarado, y la identidad aparece como algo «natural» y estable. En concreto, debe explicarse por qué y cómo, las culturas feministas y anti­feministas se fueron conformando en el seno de distintas culturas políticas. Y cómo los cambios en el contexto político y discursivo, así como las políticas de género impulsadas desde el poder y el Estado, afectaron a las identidades de género y a sus prácticas. En resumen, y más allá del binomio dominación/resistencia, hay que analizar los procesos que posibilitan las propuestas y acciones desarrolladas por mujeres y hombres como sujetos, y que a la vez ponen límites a las mismas.[25]

Y para complejizar estas explicaciones, consideramos de utilidad distintas revi­siones críticas que han ido reformulando algunos de los paradigmas más clásicos de la historia social, y que han permitido repensarla más allá de lo considerado como perte­neciente a sus «territorios» tradicionales, en términos de «significados culturales». Debe tenerse presente que la subjetividad reguladora del proceso de gestación de decisiones individuales se encuentra, asimismo, reglamentada por un complejo sistema de valores y percepciones culturales socialmente edificado. Un sistema que se expresa en cada periodo histórico mediante el revestimiento de una específica formulación «discursiva» y «lingüística». El estudio de los discursos, o si se quiere, del lenguaje y su importancia en la instancia política, se ha convertido para un elenco de relevantes historiadores en el epicentro de la investigación histórica.[26]El lenguaje no hay que entenderlo –según aclaran los partidarios de esta corriente historiográfica– como un medio de comunicación, sino como el entramado sistematizado y secuencial de conceptos, a través de los cuales se organiza significativamente la realidad misma. En consecuencia, todo discurso contiene una determinada concepción de la sociedad o «imaginario social», que opera a través de una secuencia de protocolos conceptuales de percepción de la realidad, o mediante la gestación de patrones normativos que regulan la práctica de los individuos.[27]

La interiorización que de la realidad hace el individuo se torna fundamental, pues, para entender su aproximación o alejamiento con respecto a un movimiento socio-político, a un proyecto de acción o a una violenta reacción contrarrevolucionaria. Quede claro, pues, que partimos de la existencia de una reglada sistematización de creencias y valo­res compartidos por cada generación de actores, dotada de una poderosa funcionalidad estructurante del imaginario, y de la que se sirven los sujetos particularizados para dar sentido a su propia percepción de la realidad, o para obtener respuestas en la búsqueda de explicaciones personalizadas acerca de «su mundo». Todo ello adquiere así una especial significación, si aceptamos la premisa de que los actores particulares y sociales ejecutan sus propias decisiones –e intervienen conscientemente en medio de un escenario histórico que les es dado– mediatizados por un denso entramado de percepciones culturales, tra­bajosamente edificadas por el constante flujo experimental de generaciones previas. Esto equivale a decir que las personas en tanto que sujetos históricos actúan sensiblemente imbuidas de un denso entramado de recreaciones mentales altamente idealizadas de la realidad, heredado del pasado, y del que son, al mismo tiempo, sus hacedores y criaturas.[28]

De todo lo indicado debe inferirse que cuantos sujetos, mujeres y hombres, se adhirieron activa y libremente a lo largo del siglo XX, a las distintas culturas políticas –liberales, republicanas, socialistas, anarquistas, conservadoras, católicas, fascistas, dic­tatoriales, antidemocráticas– lo hicieron sometiéndose, consciente o inconscientemente, a toda una serie de idealizaciones que contenía una fuerte carga simbólica. Asumieron, pues, la supuesta veracidad de todo un conglomerado de razonamientos, prejuicios y postulados «culturalmente» cimentados, que traducía de forma alegórica e idealizada la realidad y el mundo circundantes, y facilitaba la gestación mental de una determinada imagen sublimada y mitificada del pasado y del presente. La adición de todos los trazos «discursivos» y «lingüísticos» que definieron esa «idealizada visión» del momento histó­rico que les tocó vivir, se configuró en un vigoroso instrumento de movilización política.

Así pues, la construcción cultural colectiva de estas diferentes visiones de la rea­lidad llegó a adquirir un carácter condicionante en la persuasión de muchos hombres y muchas mujeres. Evidentemente, no existe expresión lingüística, discursiva, idealizadora o cultural desligada de la vivencia material y social de los actores sociales e individuales que la configuran y comparten, y mediante la que dan significado a su existencia misma. Pero no es menos cierto que la experimentación social de las conductas únicamente se hace viable y perceptible, alcanzando su forma más depurada y naturalizada, a través de la decodificación de los lenguajes y las culturas interpretativas de la realidad y el mundo que llevan a cabo en todo momento los sujetos, en una permanente justificación de sus propias obras.

Por tanto, a través del estudio de los componentes lingüísticos y culturales, de los discursos interpretativos de la realidad predominantes en cada etapa histórica, es posible, desde la historia, analizar el modo en que los diferentes sujetos –mujeres y hombres– experimentaron figuradamente su propio mundo. En cada momento, en cada contexto histórico, lenguajes y culturas se convierten en los únicos vehículos expresivos y signi­ficativos por los que de manera inexcusable discurre la acción de los individuos en toda sociedad históricamente configurada. Porque todo conocimiento existe a partir de unos significados culturales, pero también todo conocimiento existe en un contexto histórico específico, en la cambiante organización social que lo enmarca. Y no hay conocimiento posible que esté estructurado al margen del poder.[29]

En síntesis, son éstas las perspectivas teóricas, metodológicas y temáticas que han guiado nuestras preguntas y nuestros objetivos al reunir las distintas aportaciones recogidas en el presente libro, más allá de esquemas interpretativos reduccionistas –es­casamente adecuados y ya superados como señalábamos al principio– relativos bien a la llamada «victimización» de las mujeres, bien a la «lucha feminista» de las mujeres frente a su subordinación. Por tanto, más allá de la clásica y restrictiva dialéctica subordinación-liberación.

Hemos reunido para ello a excelentes especialistas en historia de las mujeres y del género, y en la nueva historia política y cultural, de diversas universidades españolas e internacionales. Nuestro objetivo ha sido conectar investigaciones, articular un espacio de encuentro con un denominador común, así como establecer un diálogo y un fructí­fero debate entre las propuestas y análisis presentes en sus trabajos e investigaciones. No partimos de cero, sino que avanzamos en un camino ya iniciado, en proyectos de investigación, seminarios, coloquios y reuniones anteriores. Entre ellos, el Seminario sobre Ciudadanía Femenina y Culturas Políticas desarrollado en la UIMP de Valencia en octubre del 2008,[30]o las Jornadas organizadas por el Grupo de Investigación Consolidado de la Universitat de Bacelona, «Multiculturalisme i Gènere», sobre La consecución de la igualdad de las mujeres en España: el movimiento feminista durante la Transición.[31]

Estos encuentros sirvieron como punto de partida para el desarrollo académico y el avan­ce teórico conjunto de una red de investigación histórica, trabajo académico e intereses intelectuales compartidos en torno a todas las cuestiones que acabamos de exponer. Por todo lo dicho, esperamos que este libro sirva como un nuevo punto de infl exión, para poder continuar avanzando en la reflexión histórica, en la explicación y comprensión de, y por, una historia global.

Ana AGUADO

Teresa María ORTEGA

[1] Gisela Bock, Arlette Farge, Karen Offen y Mary Nash: «Historia de las mujeres, Historia del género», Historia Social, 9 (1991), pp. 55-161; Mary Nash: «Dos décadas de historia de las mujeres en España: una reconsideración», Historia Social, 9 (1991), pp. 137-191; Ana Aguado (coord.): «Les dones i la història», Afers, 33/34 (1999), pp. 298-567; Ana Aguado: «La historia de las mujeres y del género», en Teresa María Ortega López (ed.): Por una historia global. El debate historiográfico en los últimos tiempos, Granada-Zaragoza, Universidad de Granada-Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007, pp. 111-134.

[2] Véase Françoise Thébaud: «La història de les dones a França, avui», en Ana Aguado (coord.): «Les dones i la història», Afers: fulls de recerca i pensament, vol. 14, 33-34 (1999), pp. 415-425; e igualmente Maura Palazzi: «Dones i història: el cas italià», ibíd., pp. 427-457.

[3] Elena Hernández Sandoica: «Joan Scott y la historiografía actual», en Cristina Borderías: Joan Scott y las políticas de la historia, Barcelona, Icaria-AEIHM, 1996, pp. 259-281; Teresa María Ortega López (ed.): Por una historia global...

[4] Joan W. Scott: «El género una categoría útil para el análisis histórico», en James S. Amelang y Mary Nash (ed.): Historia y Género: Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1990, pp. 23-56.

[5] Arlette Farge: «La historia de las mujeres. Cultura y Poder de las Mujeres: Ensayo de Historiografía» Historia Social, 9 (1991), pp. 79-101.

[6] Justo Serna y Anaclet Pons: La historia cultural, Madrid, Akal, 2005; Françoise Thébaud: Écrire l’histoire des femmes, París, Ens Editions, 1998.

[7] Mary Nash: «Dos décadas de historia de las mujeres en España: una reconsideración», Historia Social, 9 (1991) pp. 137-161; Ana Aguado (coord.): «Les dones i la història», Afers, 33/34 (1999), pp. 298-567

[8] Mary Nash: «Experiencia y aprendizaje: la formación histórica de los feminismos en España», His­toria Social, 20 (1994), pp. 151-172; Ana Aguado: «Los feminismos: Movimientos sociales y teorías críticas en la construcción de la ciudadanía femenina en España», en Manuel Redero, Manuel y M.ª Dolores de La Calle: Movimientos sociales en la España del siglo XX, Salamanca, Universidad de Salamanca-Fundación 27 de marzo, 2007, pp. 157-167.

[9] Véase, entre otros, Mary Nash: «Dos décadas de historia de las mujeres en España....»; Ana Aguado (ed.): Mujeres, regulación de conflictos sociales y cultura de la paz, Valencia, Institut Universitari d’Estudis de la Dona-Universitat de València, 1999.

[10] M.ª Dolores Ramos: «Arquitectura del conocimiento, historia de las mujeres, historia contempo­ránea. Una mirada española. 1990-2005», Cuadernos de Historia Contemporánea, 28 (2006), pp. 17-40.

[11] Por antifeminismo entendemos lo apuntado por Christine Bard, es decir, las reacciones y las an­gustias reales que, desde finales del siglo XIX, despertaron entre amplios colectivos de la población (hombres y mujeres) la emancipación de la mujer, los nuevos papeles reivindicados por aquélla, y la demanda de no diferenciación de los sexos. Cf. Christine Bard: «Para una historia de los antifeminismos», en Christine Bard (ed.): Un siglo de antifeminismo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pp. 25-39.

[12] Aún así, recientemente han visto la luz monográficos que han sido publicados en revistas especiali­zadas, que caminan por la dirección que nosotras señalamos. Este es el caso del contenido del dossier dirigido por Ana Aguado: Culturas políticas y feminismos, publicado en Historia Social, 67 (2010); del dirigido por M.ª Dolores Ramos: «República y republicanas en España», Ayer, 60 (2005), pp. 11-224; del número 7 de la revista Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea correspondiente a 2008, coordinado por M.ª Dolores Ramos y Mónica Moreno, y titulado Mujeres y culturas políticas; y del dirigido por Mónica Bolufer y Mónica Burguera: Género y modernidad en España. De la Ilustración al Liberalismo, Ayer, 78 (2010).

[13] Véase en este sentido, entre otros trabajos, Mary Nash y Diana Marre (coord.): El desafío de la diferencia: representaciones culturales e identidades de género, raza y clase, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2003.

[14] Ana Aguado: «Du sens des cultures politiques et des identités de genre dans l’Espagne contempo­raine», en Marie-Claude Chaput y Christine Lavail (eds.): Sur le chemin de la citoyenneté. Femmes et cultures politiques. Espagne XIX-XXI siècles, París, Université París 8-Université París Ouest Nanterre La Défense, 2008, pp. 195-214.

[15] Serge Berstein (dir.): Les cultures politiques en France, París, Seuil, 1999.

[16] Joan Scott: «El eco de la fantasía: la historia y la construcción de la identidad», Ayer, 62 (2006), pp. 111-138.

[17] Miguel Ángel Cabrera: «De la historia social a la historia de lo social», Ayer, 62 (2006), pp. 165­192. También el capítulo de este mismo autor: «La historia postsocial: más allá del imaginario moderno», pp. 41-72, y el de Teresa María Ortega López: «Sobre historia y posmodernidad. La historiografía en los últimos tiempos», pp. 13-40, ambos insertos en el libro Teresa María Ortega López (ed.): Por una historia global...

[18] Margaret R. Sommers: «¿Qué hay de político o de cultural en la cultura política y en la esfera pública? Hacia una sociología histórica de la formación de conceptos», Zona Abierta, 77/78 (1996-97), pp. 31-94; Keith Michael Baker: Inventing the French Revolution: Essays on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cambridge, CUP, 1990; «El concepto de cultura política en la reciente historiografía sobre la Revolución francesa», Ayer, 62 (2006), pp. 89-110.

[19] Entre otros, véase Elisabeth G Sledziewski: «Revolución Francesa. El giro», en George Duby y Michelle Perrot (dirs.): Historia de las mujeres en Occidente, Madrid, Taurus, 1993, vol. 4, pp. 44-45; En el mismo volumen, Dominique Godineau: «Hijas de la libertad y ciudadanas revolucionarias», pp. 23-39; Françoise Thébaud: «Mujeres, ciudadanía y Estado en el siglo XX», en Ana aguado (coord.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, 1999, pp. 13-32.

[20] Marie-Aline Barrachina, Danièle Bussy Genevois y Mercedes Yusta (coords.): Femmes et démocra­tie. Les Espagnoles dans l’espace public (1868-1978), Éditions du Temps, 2007. Véase también: M.ª Dolores Ramos: «Identidad de género, feminismo y movimientos sociales en España», Historia Contemporánea, 21. Dossier: Estudios de Género, 2000 (II), pp. 523-552.

[21] Sobre consideraciones teóricas del concepto de «ciudadanía», consúltense los siguientes trabajos: Thomas Humphrey Marshall: «Ciudadanía y clase social», en Thomas Humphrey Marshall y Tom Bottomore: Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza, 1998, pp. 15-82; Manuel Pérez Ledesma: «Ciudadanos y ciu­dadanía. Un análisis introductorio», en Manuel Pérez Ledesma (comp.): Ciudadanía y democracia, Madrid, Ed. Pablo Iglesias, 2000, pp. 1-35; y también Manuel Pérez Ledesma (dir.): De súbditos a ciudadanos. Una Historia de la ciudadanía en España, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007.

[22] Julián Casanova: «Ficción, Historia, Verdad, Historia. Presentación», Historia Social, 50 (2004), pp. 3-6; Geoff Eley y Keith Nield: «Volver a empezar: el presente, lo postmoderno y el momento de la his ­toria social», Historia Social, 50 (2004), pp. 47-58.

[23] Marie-Claude Chaput y Christine Lavail (eds.): Sur le chemin de la citoyenneté. Femmes et cultures politiques...

[24] Joan Scott: «El eco de la fantasía...», p. 123. También Miguel Ángel Cabrera: Historia, lenguaje y teoría de la sociedad, Madrid, Cátedra, 2001.

[25] M.ª Dolores Ramos: «Feminismo y acción colectiva en la España de la primera mitad del siglo XX», en Manuel Ortiz Heras, David Ruiz González e Isidro Sánchez (coords.): Movimientos sociales y Estado en la España contemporánea, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2001, pp. 379-403. De la misma autora, véase la coordinación del Dossier «Laicismo, identidades y culturas políticas: mujeres fragmentadas», Arenal. Revista de Historia de las Mujeres (Universidad de Granada-Ministerio de Asuntos Sociales), 11, 2 (2004), pp. 5-111.

[26] Keith Michael Baker et alii.: The French Revolution and the creation of modern political culture, 4 vols., Oxford-Nueva York, Pergamon Press, 1987-1994, y Patrick Joyce (ed.): The social in question. New bearings in history and the social sciences, Nueva York, Routledge, 2002.

[27] Véanse al respecto las siguientes aportaciones consideradas como algunas de las que mejor re­cogen las premisas teóricas de la historia postsocial: Miguel Ángel Cabrera: Historia, lenguaje y teoría de la sociedad...; y «La crisis de la historia social y el surgimiento de una historia Postsocial», Ayer, 51 (2003), pp. 201-224.

[28] Miguel Ángel Cabrera: «De la historia social a la historia de lo social», pp. 165-192.

[29] Elena Hernández Sandoica: «Joan Scott y la historiografía actual», en Cristina Borderías (ed.): Joan Scott y las políticas de la historia, Barcelona, Icaria-AEIHM, 1996, pp. 259-281.

[30] Seminario Internacional Ciudadanía femenina y Culturas Políticas, dirigido por Ana Aguado y Danièle Bussy Genevois, Valencia, UIMP, 2008.

[31] Las ponencias de estas Jornadas pueden consultarse en la siguiente publicación: Mary Nash y Gemma Torres (eds.): Feminismos en la Transición, Barcelona, Grup de Recerca Consolidat Multicultura ­lisme i Gènere, Universitat de Barcelona, Ministerio de Cultura, 2009.

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