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INSTRUCCIÓN Y MILITANCIA FEMENINA EN EL REPUBLICANISMO BLASQUISTA (1896-1933)

Luz Sanfeliu

Universitat de València

NOTA: Este capítulo se inscribe el proyecto I+D+I HAR2008-03970/HIST Democracia y culturas políticas de izquierda en la España del siglo XX, en el que participa la autora, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

INTRODUCCIÓN. ESTAMPAS DE VETERANOS REPUBLICANOS

Entre los años 1928 y 1930, aparecieron regularmente en el diario El Pueblo varios artículos firmados por Julio Just, que posteriormente se publicarían en forma de libro.[1]En dichos artículos rememoraba la biografía de republicanos y republicanas «venerables», que en el pasado habían contribuido a levantar el partido Unión Republicana fundado por Blasco Ibáñez en Valencia en torno a 1895. Aquellas historias de vida vieron la luz en los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, en un clima en el que el republi­canismo blasquista continuaba manteniendo en Valencia su arraigo popular, cuando el refundado Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) comenzaba a dar sínto­mas de agotamiento y de cierta indefinición política. El desarme ideológico del partido y del movimiento que le daba soporte, se concretaría años más tarde en un claro viraje a la derecha cuando, en 1931, ya en tiempos de la Segunda República, el nuevo equipo dirigente del PURA presidido entonces por Sigfrido Blasco Ibáñez, se unió al proyecto lerrouxista. En las elecciones municipales de 1934 recibió todavía un respetable soporte electoral; pero en las de 1936, no consiguió ni un solo de los diputados de la circunscrip­ción de la ciudad. El blasquismo agotaba su razón de ser, y las fuerzas sociales que en su origen le habían dado el triunfo en las urnas, se agruparon alrededor de los partidos políticos del Frente Popular.[2]

Sin embargo, en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera y tras la quiebra del sistema constitucional, el partido blasquista mantenía al menos formalmente su ideario democrático y radical, y era una de las escasas facciones organizadas y vivas del republicanismo «histórico» español.[3]

En ese ambiente sociopolítico, las intenciones de Julio Just al publicar las biografías eran, según sus palabras, volver la vista atrás para recuperar las hazañas de republicanos y republicanas ilustres y glosar sus «luchas» en pro de la democratización nacional. El autor expresaba también que convenía transmitir brío y fiebre combativa, «en horas malas para la causa de la libertad española». Asimismo, se hacía necesario aleccionar a la juventud, mostrándoles el camino emprendido por quienes habían sabido mantener «el espíritu» republicano, ya que de este modo, se consolidaría además el vínculo que ligaba a las viejas y a las nuevas generaciones de militantes.[4]

En las citadas biografías, el autor había elegido tres mujeres que representaban los modelos femeninos adecuados para cumplir estas funciones. Rita Mas –la Rulla– per sonificaba a la mujer fuerte y valiente, agitadora popular y promotora de revueltas callejeras. Dolores Ferrer, que representaba a la mujer culta que se ocupaba de su familia, siendo además el «alma» vigorosa que sostenía el casino republicano de su localidad. Y Elena Just, que simbolizaba la feminidad que había logrado una posición de liderazgo en las filas blasquistas, impulsando la acción pública de las mujeres y reclamando su instrucción para que fuesen también independientes de la infl uencia clerical.

La elección de estas biografías por parte de Just no era casual, ya que a través de referentes simbólicos y emocionales extraídos del pasado, trataba de fomentar la iden­tificación colectiva y reconstruir identidades femeninas que sirvieran de ejemplo en el presente. Puesto que la construcción de la memoria es una relación social, el autor, como miembro destacado del blasquismo,[5]en última instancia elegía con propósitos jerárquicos a determinadas mujeres siguiendo criterios de valor instituidos por la cultura política de la que formaba parte. Como señala Maurice Halbwachs, la identidad individual constituye un punto de vista de la memoria colectiva originada por el grupo social al que pertenece el individuo.[6]Así, la recuperación del pasado tenía la función de ofrecer un repertorio de modelos femeninos estimulantes y adecuados que guiaran los actos y las conductas de las jóvenes militantes

Por ello, y en base a dos de las biografías reseñadas por Julio Just, la de Dolores Ferrer y la de Elena Just, el presente trabajo se propone, en primer lugar, analizar las identidades de mujeres que, con perfiles similares, constituyeron los modelos femeninos «apropiados» que difundió el republicanismo histórico valenciano. En ese periodo, en torno a 1900, la posición subsidiaría de las mujeres en la vida social y su exclusión de la participación en la vida pública experimentaron un punto de inflexión, y los roles femeninos se adaptaban en el blasquismo a la intensa actividad política que se vivía la ciudad. En la práctica, el acceso lateral de las republicanas a las actividades formativas relacionadas con las redes de sociabilidad del partido se completó con la atribución a los roles femeninos de importantes cometidos ideológicos. A las mujeres blasquistas se las representaba como modernas, instruidas, y defensoras del republicanismo y el librepensamiento, aunque en gran medida, funcionales a la propia familia republicana y a los intereses del movimiento.

Pero como también explica Rafael del Águila, la rememoración es necesaria­mente plural, aunque dicha pluralidad se haya escindida en contradicciones que dan lu­gar a determinadas omisiones selectivas. Omisiones que convierten en relevante lo que se pre tende resaltar y en silente lo considerado insignificante para los propósitos que se pretenden.[7]En el mismo periodo temporal, las maestras Amalia y Ana Carvia Bernal, que no menciona el texto de Just, impulsaron un movimiento feminista de carácter laicista e implicado en la educación de las niñas, y posteriormente sufragista, que demandaba la igualdad de derechos civiles y políticos para integrar a las mujeres en un nuevo orden social y político que les permitiera avanzar en una espacio «entre iguales».[8]

Por ello, incorporar al presente análisis la trayectoria de Amalia y Ana Carvia Bernal nos va a permitir analizar, en segundo lugar, la forma en la que estas mujeres, en buena medida transgresoras, adaptaron la cultura política republicana para fundamentar sus estrategias de acción feministas.

A lo largo del tiempo, las retóricas masculinas y femeninas, no siempre coincidentes, configuraron en el blasquismo un repertorio de ideas, valores y conductas que permitieron a ambos sexos plantear debates y argumentaciones en torno a la feminidad, y que abrieron para las mujeres nuevos espacios sociopolíticos de participación ciudadana. Los discursos y actuaciones femeninas/feministas contribuyeron con ello a modificar las identidades masculinas, y fueron transformando progresivamente las prácticas de la propia política. No en vano, y como afirma Alessandro Pizzorno, la cultura política es el ámbito en el que se representa y se da forma a la experiencia de los sujetos, produciendo identidades colectivas, y donde se definen y redefinen continuamente los intereses ciudadanos.[9]

A partir de estas formulaciones, más o menos adecuadas o conflictivas del ideal de mujer blasquista que se fue consolidando en el primer tercio del siglo XX, este trabajo se plantea, en tercer lugar, examinar los cambios y las permanencias que se produjeron cuando, en 1931, se organizaron las Agrupaciones Femeninas Republicanas (AFR) en el entorno del PURA. Ya en la Segunda República, una nueva readaptación de los roles de género consolidó formas de actuación de las mujeres que, de algún modo, suponían una continuidad de las pautas femeninas tradicionales en la cultura política del blasquis­mo, aunque en este caso, adecuadas al nuevo contexto democrático. Como señala Joan Scott, la experiencia de los sujetos sucede dentro de significados lingüísticos previa­mente establecidos.[10]Estos significados establecidos respecto a la feminidad, se incor­poraron a los discursos y a las formas de actuación de las AFR, que heredaron muchos de las atribuciones de género que a lo largo del tiempo habían caracterizado a otras blasquistas en décadas anteriores, entre ellas a Dolores Ferrer, a Elena Just y a Amalia y Ana Carvia, a quienes en los homenajes que se les tributaron en este período se les reconocía su condición de guías y precursoras de las citadas Agrupaciones.[11]

DOLORES FERRER. ENTRE LA PARTICIPACIÓN EN LA POLÍTICA Y LA VIDA FAMILIAR

Esta doña Dolores [...]. No tiene espíritu sufragista; es por el contrario muy mujer; [...] como ahora, en nuestros días, lo es Gina Lombroso; ilustre tres veces: por ser hija de Lombroso, por ser esposa de Ferrero y por ella; por las obras suyas. Un fino, delicado temperamento femenino.[12]

Dolores Ferrer formaba parte de una antigua familia local en la que todos habían sido liberales y republicanos, y en la que todos también habían compartido los trabajos manuales o del campo «con los trabajos de la inteligencia». En su casa había «libros antiguos de fina doctrina y grabados, cartas geográficas», además de recuerdos de ciudades europeas y españolas. Ella era como su hermano, fiel a la tradición familiar; «ama[ba] los libros y le gusta[ba] conversar sobre arte y religión y política». También hablaba y discutía en el Casino Republicano «con palabras exactas, con tino y mesura», de todos los temas, alentando a viejos y jóvenes que creían en ella y que luchaban por el «advenimiento de la aurora republicana». Su identidad se definía, principalmente, por las relaciones que mantenía con los hombres de su propia familia, aunque también por sus propias «obras» en el ámbito del casino republicano. El texto de Just señalaba además de forma explícitamente su condición de «muy mujer» como opuesta a la de sufragista.[13]

Ambivalente entre el espacio público y la privacidad, el modelo deseable de mu­jer republicana, como en el caso de Dolores Ferrer, se constituía en el blasquismo en relación con la cultura, la sociabilidad y el entorno familiar. Un entorno que ampliaba sus fronteras e incluía al partido y al movimiento, consolidando una identidad colectiva que estaba en función de «la gran familia republicana», pues como afirmaba un orador en los actos de celebración de la Primera República: «El que se llame republicano es nuestro hermano. [Ya que] todos formamos una sola familia».[14]Por este motivo, las representaciones de la feminidad no eran ajenas a la esfera pública y las atribuciones de las mujeres eran también participar en el formidable tejido asociativo popular que, en torno a 1900, se articuló en torno al blasquismo.[15]

Puesto que se entendía además que la ideología política debía plasmarse en la vida personal y en el quehacer cotidiano, resultaba deseable que esposas e hijas compartie­sen ideas, principios y valores con los hombres de su entorno. De esta forma, ellas se constituían en compañeras, apoyo y sostén de los militantes republicanos a los que les unían las mismas convicciones y a los que ofrecían refugio y afecto. Tal era el caso, por ejemplo, de Alfredo Calderón, de quien El Pueblo decía que cuando «se ve[ía] envuelto en [...] las persecuciones y los odios, enc[ontraba] ánimos en los santos afectos de la familia [...] donde relampaguea[ba] el más puro amor: el de la esposa y los hijos».[16]

En situaciones de mayor adversidad, a las mujeres se las representaba animando a los hombres a mantenerse firmes en sus luchas hasta llegar al martirio, como había sucedido en la resistencia al asedio de Numancia.[17]Definidas como indomables, heroicas, pero a la vez, santas y buenas,[18]los rasgos deseables de la feminidad blasquista combi­naban atribuciones de ambos sexos. De mujeres como George Sand, Emilia Pardo Bazán o Carmen de Burgos, se llegaba a afirmar con admiración que gozaban de un talento homólogo al masculino y de conductas que denotaban «virilidad».[19]Contrariamente, de mujeres extranjeras como las abogadas Mackinley y Bajan, que habían presentado su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, o de las socialistas que articulaban sus demandas igualitarias en el Congreso Socialista de Gotha, se consideraba que mantenían actitudes y pretensiones inapropiadas, puesto que las gestión del gobierno, los derechos y las elecciones políticas eran asuntos reservados exclusivamente a los varones.[20]

Desde estos presupuestos, la reclamación del sufragio femenino se juzgaba co­mo una cuestión propia de exaltadas y poco conveniente. El feminismo aceptable o «no enojoso», debía consistir en hacer conscientes a las mujeres de las discriminaciones legales y de los prejuicios que las costumbres y la religión les imponían en materia sen­timental y sexual. Por ello, las demandas del matrimonio civil y de la ley del divorcio, temas habituales en los discursos blasquistas, hacían referencia también a la liberación femenina de los falsos pudores y de los matrimonios de conveniencia que acrecentaban su sometimiento.[21]De esta forma la cultura política del blasquismo incorporaba de forma habitual en los lenguajes de la política toda una serie de simbologías en torno a la vida privada y familiar, y abundantes metáforas sexuales y referidas al género.[22]

A las republicanas no se las calificaba, por tanto, como criaturas domésticas en el sentido estricto del término, ni sus roles coincidían con las normas de decencia y pudor atribuidas a «El Ángel del Hogar»,[23]aunque sí se continuaban manteniéndose ámbitos de intervención y cometidos diferenciados en función del género. En una velada promovida por el Casino de Fusión Republicana del distrito del Museo, el orador expresaba esta idea «Alent[ando] a los hombres á continuar la misión liberadora, y salud[ando] á las hermosas mujeres que se veían en la sala, felicitándolas por su independencia de ideas».[24]

Esta diferencia de funciones no impedía que las mujeres participaran en los actos, veladas y bailes de los Casinos y demás asociaciones obreras, en los encuentros organi­zados por las escuelas laicas, en los mítines, las manifestaciones, las algaradas callejeras u otros rituales de movilización, en los que su presencia era numerosa. El hecho de que las mujeres estuvieran formadas e integradas en las ideas, rituales y espacios de la cultura política republicana resultaba crucial para la reproducción de la ideología blasquista. Por este motivo, las madres debían instruirse, fundamentalmente, para acrecentar su consciencia sobre las desigualdades sociales y sobre las problemáticas políticas con el objetivo de que su prole aprendiera, también de ellas, los principios del grupo. Esta labor de «madres e iniciadoras» también en cuestiones sociopolíticas, en última instancia, garantizaba la consecución de un futuro más justo. Adolfo Gil y Morte, por ejemplo, en un mitin en el casino «El Pueblo», elogiaba la firmeza de convicciones de las mujeres republicanas «porque ellas eran las madres de las futuras generaciones revolucionarias llamadas a realizar grandes empresas».[25]

La instrucción femenina se legitimaba, por tanto, en base a sus tareas como com­pañeras de los hombres y educadoras de los hijos e hijas, lo que confería una función política a los papeles de las mujeres como agentes y protagonistas del cambio social, aún cuando les limitaba el ejercicio de su individualidad en un sentido pleno.[26]La transmisión que debían realizar las mujeres de la cultura republicana acrecentaba la cohesión familiar y garantizaba la pervivencia del movimiento que, en una heteronimia de la religión católica, difundía una nueva fe basada en el «progreso humano». Una fe que, sin intermediaciones sobrenaturales, dependía de las convicciones que hombres y mujeres fuesen capaces de inculcar a sus descendientes.[27]

Las imágenes y prácticas de vida de las blasquistas estaban pues en función del nuevo modelo de vida política y de relaciones familiares notablemente politizadas aun­que, en términos generales, a las mujeres se les seguían negando la participación en los asuntos transcendentales de la política y en la elaboración de la ideología colectiva. Su valor «como mujeres» –y esa era también la percepción de Julio Just– dependía de los hombres de su familia, y el mérito de sus propias obras estaba sobre todo en función de su adhesión a la «causa» republicana. Sin embargo, las blasquistas militantes constituían modelos femeninos que otorgaban legitimidad a un proyecto de relaciones modernas, progresistas, laicas y opuestas, en todo caso, al de la Liga Católica, cuya organización femenina, la Junta de Protección de Intereses Católicos, se había formado en 1901 con la finalidad de oponerse al blasquismo, re-cristianizar las costumbres sociales y socorrer e instruir a las obreras.[28]

En última instancia, las mujeres que manifestaban su «ferviente republicanismo», tenían un cierto peso en la estructura política del movimiento.[29]Con lo cual, la adapta­ción de las atribuciones femeninas a la cultura propia del republicanismo, al cargarse de ideología, otorgó a las republicanas un nuevo valor para consolidar el proyecto político blasquista, lo que les proporcionó status social de cierta relevancia.[30]

En agosto de 1931, nada más proclamarse la II República, se creaban en Valencia las Agrupaciones Femeninas Republicanas (AFR) vinculadas al blasquismo. También en este caso, la oposición a la Acción Cívica de la Mujer (ACM), organización femenina vinculada a la Derecha Regional Valenciana, actuó de acicate en el rápido y numeroso encuadramiento de las mujeres republicanas.[31]Entre 1931 y 1933, llegaron a existir en la ciudad y en las comarcas valencianas 28 agrupaciones femeninas integradas en una Federación cuyas tareas estaban dirigidas a la formación cívica y política de las mujeres.

En el momento de su constitución, el diario El Pueblo hacía un llamamiento a «las veteranas correligionarias» y a todas las republicanas de Valencia, y las invitaba a inscribirse en sus filas por la importancia que revestía su participación social.[32]Dichas agrupaciones llevaban habitualmente el nombre de novelas de Blasco Ibáñez como por ejemplo, «La Barraca», «Entre Naranjos», «Flor de Mayo» o la denominación del barrio al que pertenecían. En muchos casos, las agrupaciones estaban además ubicadas en los mismos locales de los casinos ya existentes, donde desarrollaban una labor autónoma centrada en la formación política de las mujeres.

La iniciativa de su creación había partido de una Junta Central Femenina que, tras proclamarse la Segunda República y en colaboración con los dirigentes del partido, había tomado la decisión de impulsar un programa de «Actividades Feministas» con la finalidad de dinamizar el asociacionismo entre las mujeres para que se preparasen para ejercer una ciudadanía activa.[33]

Las Agrupaciones Femeninas mantenían una cierta independencia del partido, y la constitución y organización de sus juntas directivas o de sus actos públicos dependían exclusivamente de las asociadas. Sin embargo, las actividades programadas tenían el mismo carácter ambivalente que había caracterizado los rasgos de la feminidad blasquista en las décadas anteriores. Las tareas «femeninas» de las agrupaciones estaban relacio­nadas con la asistencia y los cuidados a los demás, y consistían en «hacer el bien», pero «sin alardes ni fanatismos religiosos» y, en algunos casos, en recoger fondos mediante la organización de fiestas benéficas con el objetivo de, posteriormente, repartir dinero o cocidos de navidad entre las familias necesitadas del distrito en el que estaban ubicadas.[34]En 1932, crearon también «El Ropero Autonomista» dedicado a beneficiar a los hogares míseros. El acto más emblemático de dicho Ropero lo constituyó la conmemoración de «La llegada de los restos de don Vicente Blasco Ibáñez» donde se repartieron «a los necesitados 3.000 mantas y 20.000 pesetas en bonos de dos pesetas», en medio de una semana cuajada de otros festejos. El reparto se efectuó en la Plaza de Toros, y El Pueblo reseñó la entrega del dinero y demás regalos y dio publicidad a las consiguientes aglome­raciones de gente que se produjeron.[35]Aunque el Ropero se gestionaba desde un enfoque cercano al «humanismo laicista», limitaba las funciones políticas de las blasquistas al trabajo asistencial propio de la feminidad más tradicional.[36]

Paralelamente, las conferencias culturales y políticas programadas por las AFR llevaban títulos tan significativos como «La política, las mujeres y sus derechos», «Ga­lantería y derechos para la mujer», «Deberes de la República con la mujer y de la mujer para con la República», «La cuestión social y la mujer».[37]En algunos casos, finaliza­das las conferencias se organizaba un «grandioso baile, amenizado por la orquesta La Caraba», y había «grandes regalos para las señoritas, concursos y premios».[38]En estas actividades se invertían los papeles respecto a la función de los sexos, puesto que eran las presidentas de las agrupaciones las protagonistas de los actos y las que invitaban a otros integrantes del movimiento blasquista como «agrupaciones, socios y familiares», aún cuando los que impartían las conferencias solían ser varones.[39]

En otros casos, las llamadas a la población femenina para que se inscribiesen en las agrupaciones apelaban a los deberes maternales de las mujeres afirmando: «vuestros hijos os lo agradecerán, ya que gracias a vosotras se humanizaran las costumbres, se extinguirá toda tiranía y la justicia imperará en el mundo».[40]En este caso, la maternidad continuaba siendo un mecanismo discursivo que apelaba a la organización y participación cívica de las mujeres, aunque en este contexto, dicho mecanismo no era ya el fundamental.

Por esos años, también las pautas y recomendaciones en torno a la «vida familia republicana» habían desaparecido prácticamente de las páginas de El Pueblo. Los debates sobre la promulgación de la Constitución y de la ley de divorcio,[41]ponían de manifiesto la mayor coincidencia de las prácticas sociales y legislativas con el modelo de relaciones familiares que los blasquistas vivían ya en clave civil y secularizada. Buena prueba de ello era la reiterada publicación de matrimonios civiles que se anunciaban en los juzgados municipales de los distritos de la ciudad. Estos casamientos civiles estaban «intervenidos» por el grupo librepensador de la Casa del Pueblo Radical. Un grupo que se ocupaba de tramitar la documentación de los futuros cónyuges «para allanar cuantas dificultades puedan encontrar para ello».[42]

Las campañas emprendidas por la Acción Cívica de la Mujer, sobre todo las desti­nadas a desprestigiar la labor legislativa del bienio progresista en temas como la ley del divorcio y la laicidad de la educación, eran además respondidas por las AFR, posicio­nándose a favor de la secularización de las prácticas de vida, tal y como proclamaban el nuevo Estado y la Constitución. Paralelamente, se desacreditaba a las mujeres católicas por su «fanatismo religioso» y por la manipulación política de la que eran objeto por parte de la jerarquía eclesial.[43]

En febrero de 1932, Melquíades Álvarez en un «discurso político» pronunciado en el Teatro Principal de Valencia, se dirigía a las mujeres para recomendarles: «Trabajad por ella en el hogar y fuera del hogar, que a vosotras se deberá la consolidación de la libertad, el triunfo de la democracia y el afianzamiento de la República».[44]Como afir­maban sus palabras, el «doble trabajo» de las mujeres en lo privado y en lo público, en aras de mantener los valores republicanos, seguía, por esas fechas plenamente vigente. El discurso de las esferas complementarias entre los sexos era asumido también por parte de algunas agrupaciones. Así la Agrupación Femenina de la Vega decía: «No pretendemos suplantar a los hombres en las actividades que le son propias, sólo deseamos llevar a la vida nacional un poco de ternura del hogar».[45]

Esta duplicidad de funciones entre lo político y lo benéfico y asistencial que, efectivamente, siguieron manteniendo las AFR, posibilitó en última instancia a un mayor número de mujeres de tendencia republicana, pero moderada, acceder a una sociabilidad política respetable. Una sociabilidad que les permitió superar los estrechos límites de la domesticidad que, en gran manera y con la pasividad de los partidos de izquierdas, había impuesto hasta entonces la moral católica.[46]

ELENA JUST. INSTRUCCIÓN Y LIDERAZGOS FEMENINOS

Iba al frente de las manifestaciones tumultuosas [...]. Tenía en la masonería a cargo suyo las obras de misericordia [...] Leía mucho. Tenía grandes estantes llenos de libros; las obras de Voltaire y de Víctor Hugo; las «Memorias de Garibaldi» [...].[47]

Como relata su sobrino Julio Just, doña Elena tenía una sólida formación intelectual y política y había mantenido relaciones de amistad con las figuras más representativas del partido como Blasco Ibáñez, Azzati o Castrovido, y también, con personalidades feme­ninas como Belén Sárraga. Los rasgos que caracterizaban su identidad hacían referencia tanto a la difusión de los ideales librepensadores entre las mujeres, como a la atención a los más necesitados. Su formación propiciaba además, que a su casa acudieran otros republicanos en busca de ayuda material y de consejo político y por ello, «[su] casa estaba siempre llena de gente». Por ello también, sus correligionarios la elogiaban comúnmente por «sus dotes como propagandista y por sus valientes actuaciones y palabras».[48]

Carismática y respetada en el entorno blasquista, la maestra Elena Just Castillo había nacido en tiempos de la Primera República, y su familia era de reconocida ideología republicana y librepensadora. A finales del siglo XIX había fundado un grupo dentro de la masonería femenina –las Hijas de la Unión n.º 5– que se dedicaba a obras benéficas en las prisiones y hospitales.[49]Había puesto también en pie una asociación de enfermeras, y en 1899 organizó, junto con la también maestra Carmen Soler,[50]otra sociedad deno­minada Bien de Obreras, cuyo objetivo era «la educación de la mujer en todos aquellos conocimientos prácticos y útiles para las obreras».[51]Asimismo, fue colaboradora habitual de la publicación librepensadora Las Dominicales del Libre Pensamiento de Madrid y de La Antorcha Valentina (1889-1896), vinculada a la logia Puritana de Valencia. Elena Just escribía con el seudónimo de «Palmira» y recomendaba a las mujeres instruirse, abrazar la «libre conciencia» y mantener una actitud crítica frente a los dogmas y las imposiciones de la religión católica.[52]

Con el paso del tiempo, la asociación Bien de Obreras sólo tuvo una actuación destacada en la huelga de las hilanderas en 1902, en la que las propias Carmen Soler y Elena Just se hicieron cargo de negociar las demandas de las obreras con el gobernador civil. En este caso, más de 400 hilanderas exigieron un aumento de salario y mejores horarios.[53]El apoyo unánime de las sociedades obreras masculinas, que contaban con una notable fuerza en la ciudad, estuvo a punto de provocar una huelga general tras dos meses de cierre de las fábricas de hilados. Finalmente, las hilanderas consiguieron que se aceptaran sus reivindicaciones y volvieron al trabajo. Sin embargo, y como afirma Ramiro Reig, «les dones havien irromput amb èxit en la lluita sindical, però açò no va bastar perquè els homes sabessen integrar-les en el moviment organitzat».[54]

Con posterioridad a esas fechas, las obreras no contaron con ninguna organización específica que les permitiera instruirse para mejorar su cualificación profesional, o cons­truir una conciencia femenina en relación a su conciencia de clase, ya que comúnmente, las retóricas blasquistas hacían referencia a una forma de entender el trabajo femenino relacionándolo con ocupaciones de mayor rango. Desde una perspectiva interclasista, el republicanismo valenciano fue paulatinamente conformando una imagen del trabajo de las obreras como trabajo aniquilador, proclive a los abusos patronales y con salarios ínfimos.[55]Y en contraste, prefiguró la vía de la instrucción de las jóvenes como el camino más adecuado para que en el futuro pudieran desarrollar actividades laborales de mayor rango y más rentables económicamente. El ejemplo eran las mujeres extrajeras de las que se decía: «Con la joven inglesa, no es posible esa explotación de su honrado trabajo, porque [...] bien dotado el cerebro por la instrucción que recibe, se halla en condiciones y con aptitudes para cualquier trabajo bien remunerado».[56]De este modo, las mujeres instruidas que ejercían una profesión eran elogiadas en el periódico, ya que se consideraba que la educación las capacitaba para elegir sus propios itinerarios laborales y, también, para ser más autónomas en «la carrera del matrimonio» cuya opción, en ningún caso, debía adoptarse basándose en razones económicas o de «conveniencia».[57]

Estas mismas ideas se repetían en 1906 en un mitin de Adolfo Beltrán dedicado específicamente a las «señoras» y titulado «La influencia que para su emancipación tiene el progreso». En este caso, el diputado recomendaba a las mujeres distintas vías para superar su subordinación. Entre ellas, participar en la vida pública desde posiciones progresistas interviniendo en el arte, la ciencia y la cultura. Y también a través de la instrucción, donde «las mujeres [tenían] abiertas las aulas de las Universidades é Insti­tutos». El ejemplo, en este caso, era que en «la primera Universidad del mundo, en la Sorbona de París, una mujer, Madame Curie forma[ba] parte del Claustro y explica[ba] Física y Química ante las notabilidades más eminentes de la ciencia».[58]

En base a estos planteamientos, los blasquistas manifestaban comúnmente su admiración por mujeres ilustradas o maestras. Así, las páginas de El Pueblo elogiaban en una reseña biográfica a la médica Manuela Solís Claras,[59] «[...] la ilustre dama va­lenciana gloria de las letras, de la ciencia y de las mujeres españolas».[60]La escritora Rosario de Acuña, las ya citadas George Sand, Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos, o las maestras institucionistas María de Maeztu o María Carbonell,[61]eran consideradas también mujeres admirables por su educación y por la tarea pública que desarrollaban y, en algunos casos, ejemplos de «liberación femenina».

En la práctica, la realidad cotidiana atenuaba esta exaltación que con frecuencia expresaba el blasquismo respecto al avance social que estaban experimentando las mu­jeres instruidas, ya que las jóvenes que accedieron a las universidades españolas antes de 1910 fueron invisibles estadísticamente. En Valencia antes de esas fechas sólo 10 estudiantes habían pasado por las facultades.[62]También en la Normal femenina valencia­na, maestras como la propia María Carbonell o Navidad Domínguez, ponían en cuestión los objetivos y límites de la precaria educación que recibían las mujeres y niñas.[63]En 1900 el porcentaje de analfabetismo según sexos arrojaba unas cifras nada alentadoras de 65.72% para los hombres y 78.62% para las mujeres.[64]

Pese a ello, la biografía de la maestra Elena Just coincidía con el perfil identitario de mujer instruida, comprometida con las ideas republicanas y reconocida en el ámbito público y, por este motivo, aparecía con asiduidad en las páginas de El Pueblo. En el año 1904, firmaba un artículo titulado «Las mujeres contra Nozaleda» y convocaba a las mujeres a una manifestación que, posteriormente se llevó a término. En otras ocasiones participaba como oradora junto a los varones importantes del partido en mítines donde estaban «invitadas todas las sociedades republicanas de Valencia». Sus intervenciones habitualmente estaban dedicadas a convencer a las mujeres de que se alejaran «del con­fesionario» y del fanatismo que promovían los católicos, pero, insistía además en que reclamaran el «puesto que en la sociedad les correspondía». Con parecidas intenciones, ofrecía conferencias donde hacía la crítica de «algunos sermones predicados [esa] semana en Valencia», conferencias que llevaban títulos como: «La mujer y la Iglesia» o sobre «La inutilidad de la religión en la educación de la mujer».[65]Al mismo tiempo, participaba habitualmente pronunciando discursos alentando a las niñas a esforzarse en su educación, en los actos conmemorativos o de fin de curso que organizaban las escuelas laicas.[66]

Especialmente significativa resultaba la presencia de los hombres blasquistas en estas celebraciones. La labor educativa de sus vástagos se consideraba una responsabi­lidad de la familia republicana, puesto que desconfiaban tanto de la educación religiosa como de «la intrusión del Estado en la enseñanza del hogar».[67]Por esta razón, algunos casinos, centros o sociedades obreras, mantenían escuelas laicas de enseñanza primaria. En ellas, las maestras eran consideradas figuras de autoridad y eran las mujeres que con más frecuencia participaban en los actos públicos. Las labores instructivas de las escuelas se acompañaban con actos y fiestas de final de curso donde se entregaban premios al alumnado, acudían padres, madres, concejales o demás figuras importantes del partido y del ayuntamiento.[68]En cualquier caso, la actitud de los hombres en estos actos era activa, puesto que se ocupaban de recabar fondos para mantener la escuela y actuaban de educadores e iniciadores ideológicos tanto de los hijos como de las hijas. Conviene también señalar que las escuelas laicas, cuyas perspectivas pedagógicas coincidía en ocasiones con las escuelas racionalistas, eran habitualmente mixtas, «recibiendo niños y niñas la educación e instrucción en igual grado, y estas últimas, además, las labores y conocimientos peculiares de su sexo».[69]

No obstante, en la Casa de la Democracia, uno de los enclaves fundamentales del partido que contaba asimismo con una escuela laica y mixta, las clases de segunda enseñanza estaban enfocadas principalmente a los varones, ya que comprendían los estudios de Bachiller, Maestro, Perito Mercantil, Perito Mecánico, y Perito Electricista. Había además clases de Lengua Francesa, de Mecanografía y de Contabilidad y clases de Corte y Confección para «señoritas».[70]Dato que induce a pensar que en realidad las niñas accedían sobre todo a una instrucción básica.

Finalmente, las representaciones que los blasquistas hicieron de la educación y del trabajo femenino, en las que se reconocía que las mujeres estaban habilitadas para estudiar y trabajar en igualdad de condiciones que los hombres, ofrecían un repertorio de identidades femeninas que permitían a las mujeres –al menos teóricamente– gozar de una sólida instrucción y de un proyecto vital en mayor medida autónomo. Como afirma Mary Nash, las representaciones culturales delimitan identidades colectivas a través de imágenes, ritos y múltiples dispositivos simbólicos que inducen a prácticas sociales.[71]

También la labor de las escuelas laicas –a falta de de investigaciones más concre­tas referidas a esta cuestión– debieron de proporcionar a una minoría de niñas mayores oportunidades para acceder a una educación mixta, al menos primaria, de base secular y científica. Carmen Agulló constata además que el laicismo fue una de las notas distintivas de la práctica pedagógica de las maestras durante la Segunda República. Algunas de estas maestras republicanas ya habían trabajado previamente en escuelas laicas patrocinadas por el PURA o subvencionadas por organismos públicos, como las escuelas municipales del Ayuntamiento de Valencia.

Las imágenes de mujeres cultas y comprometidas política y socialmente se consolidarían en la práctica en este período democrático, cuando se puso de relieve el protagonismo de una nueva generación de jóvenes maestras, algunas de ellas de familia republicana, que fueron militantes significativas en partidos de la izquierda política del PURA. Estas maestras republicanas contribuyeron a la innovación pedagógica local, ya que fueron docentes que defendieron la escuela laica, pacifista, democrática solidaria, única y activa. Participaron y organizaron también numerosas actividades educativas alternativas, desarrollando una amplia función social.[72]

Por esas mismas fechas, en 1931, y al mismo tiempo que era debatido el texto Constitucional, el PURA puso en funcionamiento un Centro de Cultura Femenina, «es­cuela de hogar y profesional», en el que se impartirán clases de francés, inglés, dibujo lineal, canto, música, corte y confección y nociones de cultura general para las mujeres, en los locales de la Casa de la Democracia. El Centro contaba con la financiación del Ayuntamiento y de la Universidad de Valencia como entidades colaboradoras.

Se aplicaba de esta forma la Orden Ministerial que desde diciembre de ese mismo año preveía oficialmente mejorar la calidad de la enseñanza primaria y su universaliza­ción entre las personas adultas que no habían podido acceder a la instrucción. Aunque la aplicación de la norma tuvo en Valencia un desarrollo irregular, diferentes organismos públicos y privados se aprestaron a dar cumplimiento a la ley.[73]Se hacían realidad las demandas educativas que, desde una perspectiva más teórica que real, los blasquistas habían difundido durante décadas. Aunque en este contexto, fueron sectores intelectuales de hombres y mujeres de la izquierda política del PURA, como la Federación Universitaria Escolar (FUE), quienes se ocuparon del tema de la educación de las personas adultas constituyendo las Misiones Pedagógicas o, la Universidad Popular. Esta Universidad se constituyó a imagen y semejanza de la que en 1903 Blasco Ibáñez ya había puesto en pie con escasos resultados. Su finalidad durante el período republicano fue divulgar la educación y la cultura, extendiendo las funciones de la universidad entre los obreros y obreras «proletarios». Su programa pedagógico tuvo en la ciudad una extraordinaria acogida, fue ampliamente apoyado por el partido blasquista, y llegó a alcanzar unas cifras de alumnado de 600 matrículas en el curso de 1933-1934.

La Casa de la Democracia desarrolló su labor también en relación con la Agrupación Femenina Republicana Autonomista, que inscribía socias todos los días de 6 a 8 en los locales de las escuelas.[74]Rosalía Figueras, la presidenta de esta agrupación, era la única que contaba con un cargo en el partido y ostentaba a su vez la presidenta de la Federación de Agrupaciones Femeninas. Por esta razón, desde la Casa de la Democracia, se llevaba a cabo la organización y coordinación de eventos colectivos para cumplir los objetivos que se habían trazado las Asociaciones Femeninas Republicanas (AFR). Básicamente, para «elevar el nivel cultural de las mujeres valencianas y capacitarlas para ejercer los derechos que la legislación les concedía».[75]En febrero de 1932, en locales de la Casa de la Democracia, la Agrupación Femenina Republicana Autonomista tributó un home­naje a Elena Just, de avanzada edad, que había sido nombrada presidenta de honor de la agrupación por el carácter emblemático de su persona. Acudieron al homenaje, que tuvo un carácter institucional, representantes de todas las AFR de Valencia, «un número considerable de correligionarios» y distintos grupos y organizaciones blasquistas. Los discursos de concejales, diputados y personalidades masculinas, elogiaron la promoción del laicismo entre la población femenina que había desarrollado «la propagandista» a lo largo de su vida, y ensalzaron «la figura de doña Elena Just como mujer precursora de los grupos femeninos hoy constituidos». Rosalía de Figueras, tomó también la palabra, animando a las mujeres a formarse para participar en la política en apoyo de la secula­rización y del progreso social.[76]

Otros eventos significativos de la Federación de Agrupaciones Femeninas fueron el homenaje a María Blasco, primera esposa de Blasco Ibáñez, de quien se decía que al igual que Mariana Pineda, «fue ejemplo vivo de sacrificio por el ideal mantenido hasta el heroísmo».[77]También, la organización del viaje de cerca de doscientas mujeres que se desplazaron a Madrid para escuchar a Lerroux, o la participación en los eventos celebrados con motivo del traslado de los restos mortales de Blasco Ibáñez a Valencia.[78]

Las AFR desarrollaron a lo largo del tiempo un trabajo propagandístico centrado en la formación política y cultural de las mujeres, desde ámbitos no formales. En la mayoría de conferencias, homenajes y actos trataban de educarlas para «sus nuevas responsabilidades ante la República», cuyos valores laicos e igualitarios eran, desde su perspectiva, símbolo de progreso y libertad femenina, en oposición a los principios antidemocráticos de la derecha española que, con la complicidad de la Iglesia católica, trataba de perpetuar las dependencias femeninas.

El liderazgo en esta empresa formativa dependió mayoritariamente de mujeres cultas y profesionales, que participaron como oradoras en actos públicos y animaron con sus artículos los debates en El Pueblo. Tal fue el caso de la citada Rosalía Figueras, de Trinidad Pérez, presidenta de la Agrupación Mare Nostrum, que firmaba sus artículos añadiendo a su nombre su calidad de farmacéutica, de Asunción Chirivella, primera abogada colegiada en España en el año 1922, o de Amalia Carvia, librepensadora y feminista, cuyas reflexiones y colaboraciones en el periódico fueron en este período las más numerosas.

La tarea organizativa y movilizadora de las AFR, pese a lo tradicional de muchas de sus actuaciones, propició el aprendizaje de las mujeres en los canales «formales» de la actuación política democrática, multiplicó los liderazgos femeninos en la vida pública del blasquismo, y consolidó una ciudadanía más plena y participativa para una cifra nada desdeñable de mujeres valencianas.

AMALIA Y ANA CARVIA BERNAL. DEMANDAS FEMINISTAS, LAICIDAD Y DERECHOS

[Las mujeres] [n]o debemos querer ni pedestales ni cadenas: justicia y nada más. Que se nos conceda la libertad de acción necesaria para desarrollar nuestras fa­cultades de seres pensantes; que se nos dé la instrucción conveniente para poder adquirir la conciencia de nuestra misión como parte integrante de la humanidad. Queremos poseer nuestro yo.

AMALIA CARVIA BERNAL[79]

El activismo en pro de la emancipación femenina fue impulsado en Valencia por la Asociación General Femenina (AGF), que en 1897 se había constituido legalmente en la ciudad para difundir entre las mujeres las ideas laicas y del librepensamiento. También, para reclamar un cambio en el sistema educativo español que diera posibili ­dades a la población femenina de acceder a la instrucción –incluida la enseñanza supe­rior– que les permitiera incorporarse a la sociedad de una forma igualitaria. Conforma ­ron la primera junta de la asociación Belén Sárraga, Amparo Alcina, Ana Carvia, Emi­lia Gil y Trinidad Ribelles.[80]Posteriormente se incorporarían Amalia Carvia, Ángela Griñón, Maria Lorente o María Marín, entre otras. Este grupo femenino se coordinaba en redes informales con otros grupos feministas y laicistas radicados en distintos enclaves de la geografía española.[81]

La asociación valenciana publicó en 1896 La Conciencia Libre, «semanario republi­cano y librepensador que dirig[ía] la ilustrada la distinguida escritora doña Belén Sárraga de Ferrero, y en el que colaboraban ilustradas señoras».[82]En este caso, la publicación trataba de hacer consciente a la sociedad de la necesidad de incorporar la libertad de conciencia a las atribuciones femeninas, contando con la instrucción y la participación en la vida pública como principales instrumentos para integrar a las mujeres al proyecto regenerador. Amalia Carvia –según los ejemplares disponibles de la mencionada revista– formó parte del equipo de «Redactores y Colaboradores» de la publicación desde 1898 hasta 1905 y escribió regularmente en sus páginas.

Para cumplir los fines que la AGF valenciana se había trazado, en 1897, abrió de forma pionera un gabinete de lectura para obreros y obreras en la calle Colón que, por lo que relata el periódico El Pueblo, contaba con un moderno fondo bibliográfico para la educación de quienes carecían de medios económicos para acceder a la lectura.[83]Por esos mismos años, también puso en marcha una escuela nocturna para adultas y una escuela laica para instruir a las niñas.[84]La escuela de niñas, en torno a 1902, se ampliaría con otra dedicada a los niños. Ana Carvia era maestra de la escuela de niñas junto a la también maestra y directora María de la Natividad de Nuestra Señora. En la documentación de la escuela, la Asociación Femenina hacía constar explícitamente en sus estatutos que sus objetivos eran «la propagación entre las mujeres de la instrucción, a fin de hacerlas aptas para el ejercicio de los derechos que le correspond[ían]». Añadía asimismo la rigurosa laicidad de la formación impartida en las escuelas que regentaba, y reconocía su tendencia «humanista y feminista». El análisis comparativo de la documentación de las escuelas de niños y niñas en lo que respecta a las asignaturas, materiales y horarios, muestra una notable paridad, así como la promoción de aprendizajes de raíz científica para ambos sexos. Solamente las niñas añadían la asignatura de labores a las materias del curriculum.[85]Periódicamente, el diario blasquista daba publicidad a los centros que sostenía la AGF y a los actos de fin de curso programados, a los que acudían los con­cejales y demás miembros destacados del partido.[86]La escuela para niñas mantuvo sus actividades de una forma constante, al menos hasta 1906, fecha en la que tras el cierre de la Escuela Moderna de Barcelona, la Asociación General Femenina reivindicaba su calidad de fundadora de las escuelas laicas de Valencia.

Años más tarde, Ana Carvia seguía manteniendo su actividad profesional como maestra, y colaboraba con los sectores blasquistas e institucionistas que en 1912 impul­saron las Colonias Escolares en Valencia a través de una Sección de la Asociación para el fomento de la Cultura y de la Higiene en España en Valencia y de las Juntas Provinciales de Protección á la infancia y de la Lucha contra la Tuberculosis. Los objetivos de la llamada Junta de Colonias fueron proporcionar al alumnado más necesitado un mes de escolarización veraniega al aire libre, con alimentación sana y suficiente, ejercicio físico habitual, y aprendizajes pedagógicos basados también en los juegos y excursiones. Ana Carvia formó parte de la Junta organizadora de las Colonias Escolares los años 1914 y 1915. Las colonias se instalaron en las localidades de Requena y Buñol, y acogieron a 30 niños y 30 niñas cada una de ellas.[87]

La cercanía ideológica de las mujeres que constituían el feminismo laicista a los círculos blasquistas hacía que sus discursos y actuaciones fueran acogidos con respeto y consideración en el diario El Pueblo. Precisamente, en un contexto en el que las mujeres que constituían la Obra de Intereses Católicos estaban desarrollando en la ciudad una importante tarea organizativa en relación con las obreras, a las que proporcionaban tra­bajo y socorro mientras estaban en paro, asistían con medicinas y donativos en metálico cuando se encontraban enfermas, repartían revistas y diarios católicos, y las instruían a través de la «Sección de Escuelas».[88]

En 1909, la publicación en dicho diario de dos secciones fijas relacionadas con cuestiones femeninas/feministas, tenía como finalidad que las blasquistas constituyeran también una organización mayoritaria de mujeres, para cumplir tareas semejantes pero desde valores progresistas y laicos. La organización femenina no se llegó a consolidar en el blasquismo. Pero en el periódico El Pueblo los escritos de las mujeres vinculadas a la primitiva AGF se dirigieron, en muchos casos, a los hombres para plantearles sus demandas.[89]Como afirmaba un texto de Amalia Carvia, sus reivindicaciones se concre­taban en gran medida en la instrucción:

Que se nos conceda la libertad de acción necesaria para desarrollar nuestras fa­cultades de seres pensantes; que se nos dé la instrucción conveniente para poder adquirir la conciencia de nuestra misión como parte integrante de la humanidad. [90]

Posteriormente, María Marín[91] «Ella» irían explicando a sus lectores y lectoras cuales eran las condiciones laborales y educativas en que se desenvolvían las mujeres, las reivindicaciones del feminismo en los países occidentales más avanzado o las razones que alentaban la negativa actitud de los hombres españoles frente al feminismo.

En términos generales, la instrucción femenina fue una de las cuestiones centra­les a la hora de desvelar las incoherencias masculinas. Como afirmaba Marín, en poco contribuían los liberales y republicanos españoles en el fomento de la educación de las mujeres, y algunos republicanos todavía establecían diferencias en la educación que proporcionaban a sus hijos y a sus hijas. Las cifras de analfabetismo femenino en la ciu­dad y las escasas escuelas e iniciativas promocionadas por los blasquistas, daban la ra­zón a las quejas femeninas. En el curso escolar de 1904-1905, las escuelas para adultas dependientes del Ayuntamiento de Valencia eran seis y para los adultos quince, ubica­das mayoritariamente fuera del casco urbano.[92]La ciudad contaba con 123 escuelas primarias, aunque las de niñas eran en realidad 57 y sólo una de ellas era de enseñanza superior. Las cifras de analfabetismo femenino tampoco habían disminuido de forma drástica: si en 1900 alcanzaban al 78.62% de las mujeres, en 1910 sólo habían dismi­nuido al 74.43%.[93]Como afirma Ramir Reig, la labor educativa del blasquismo, pese a la organización de escuelas laicas, fue más bien pobre. Las subvenciones a las citadas escuelas afines ideológicamente a ellos le salían baratas al Ayuntamiento, complacían a sus militantes, y así no promovía las escuelas estatales cuya responsabilidad no le incumbía directamente.[94]

Por ello, las integrantes de la primitiva AGF, tras evaluar la situación de las mujeres de su tiempo, concluían afirmando que la liberación femenina iba a depender de las ac­ciones y reivindicaciones de las organizaciones femeninas/feministas que, como sucedía en los países europeos más avanzados, agrupaban a mujeres de distinta ideología y clase social para reclamar los derechos que les eran negados.[95]Los objetivos que –como se ha citado anteriormente– expresaban los estatutos de la AGF en 1902 de propagar, «entre las mujeres de la instrucción, a fin de hacerlas aptas para el ejercicio de los derechos que le correspond[ían]», comenzaban a virar el eje de la argumentación. La consecución de derechos femeninos igualitarios proporcionaría a las mujeres mayores oportunidades sociales, también en el ámbito de la instrucción.

La prensa, que por esas fechas cobraba relevancia en la educación de las masas, se convertía también en una «escuela de papel», a través de la cual las republicanas femi­nistas proponían nuevos aprendizajes y otros modelos de identidad femenina.[96]Modelos de identidad que mostraban públicamente que algunas mujeres ya no dudaban en «leer la realidad» y actuar desde sus propios parámetros, en mayor medida autónomos de la autoridad de los hombres.

Pocos años más tarde, en 1915, las hermanas Carvia pusieron en marcha en Valencia la revista Redención, que se presentaba ya como una publicación pacifista y abiertamente feminista.[97]Junto con los presupuestos laicistas y librepensadores, la revista defendía la necesitad de que las mujeres se organizaran para demandar el sufragio. Iniciativa también de las citadas hermanas fue la constitución de la Asociación Concepción Are­nal. Dichas asociación junto a la Sociedad Progresiva Femenina –liderada por Ángeles López de Ayala en Barcelona– organizó en 1918 la Liga Española para el Progreso de la Mujer, de la que Ana Carvia era Presidenta y Amalia Carvia Vicepresidenta. A través de la Liga se coordinaban distintas asociaciones feministas y republicanas existentes en Valencia, Barcelona, Madrid, Andalucía y Galicia. En 1919, la Liga envió al parlamento la primera petición integral de voto femenino, mientras se debatía la ley de los conser­vadores –proyecto de Burgos y Mazo– que preveía otorgar a las mujeres la capacidad de ser electoras.[98]En esta nueva etapa, que se puede considerar refundación del primitivo feminismo laicista, las feministas de tendencia republicana manifestaban ya notables signos de autonomía respecto a sus compañeros de ideología que, mayoritariamente, eran contrarios al sufragio femenino.

Ese mismo año, la Liga tomó contacto con la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de tendencia moderada y no específicamente relacionada con el republicanismo, para establecer un Consejo Supremo Feminista (CSF) que agrupara a mujeres de diferentes tendencias políticas en un frente único de impronta aconfesional, para establecer objetivos y reclamaciones conjuntas de derechos. Fundamentalmente, la petición del derecho al voto para las mujeres.[99]

En la ANME militaron mujeres como las maestras Benita Asas, María de Maeztu, la empresaria María Espinosa, la médica Elisa Soriano, o la abogada Clara Campoamor. Otras mujeres de la organización habían pasado por la Escuela Normal de Maestras, y este sector profesional era la base de su militancia. Editaron la revista Mundo Femenino, que se publicó de forma ininterrumpida de 1921 a 1936.[100]En 1920, María Espinosa de los Monteros, en la conferencia que impartió en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid, explicaba el programa de su asociación y la labor conjunta desarrollada con el CSF. En el citado programa se reivindicaban un nutrido número de derechos civiles y políticos, y reivindicaciones educativas como: «Pedir la creación de escuelas públicas en número suficiente...», o «que en los centros docentes sean exigidos títulos pedagógicos a las profesoras».[101]

Años más tarde las feministas valencianas a través de la revista Redención, que se publicó en la ciudad hasta 1923, mantuvieron sus objetivos de exigir derechos y colaborar en la formación de una minoritaria élite intelectual. Una élite que en 1920 constituyó la Juventud Universitaria Feminista. Esta asociación reivindicaba en sus Estatutos, entre otras cuestiones: «que al estudiar una carrera [las mujeres] puedan obtener los mismos puestos que los hombres cuando por su inteligencia lo merezcan».[102]

De esta forma, contribuían a «educar» a una parte de la sociedad en la idea de que los beneficios de la instrucción, del «progreso» o de la igualdad no eran privativos de los varones. Estas ideas reformuladas por las feministas significaban, además, alentar a otras mujeres para que se organizaran en pro de la consecución en la práctica de derechos verdaderamente universales.

En 1931, algunas presidentas de las AFR y conocidas figuras del blasquismo esta­blecieron en El Pueblo una serie de debates y reflexiones sobre los derechos femeninos, principalmente sobre el voto de las mujeres, objeto de polémica durante la aprobación de la Constitución. A finales de ese mismo año, Belén Sarrága visitaba Valencia tras largos años de residencia en diversos países latinoamericanos. El periódico blasquista anunciaba su visita a la ciudad, y daba la bienvenida a la propagandista por su «admi­rable cooperación en nuestra labor republicana».[103]Días más tarde era visitada por las representantes de las Agrupaciones Femeninas que se fotografiaban con ella. También, una larga entrevista en el periódico repasaba su militancia librepensadora, republicana y a favor de la «causa femenina». Belén Sárraga, que había vuelto a España para reor­ganizar en Málaga el Partido Federal, se mostraba partidaria de la igualdad civil de las mujeres que aún no se había conseguido, y abundaba en la idea de que era necesaria su preparación para el acceso a los derechos políticos.[104]Escritores y periodistas, como el también pedagogo Luis Bello, manifestaban paralelamente su desasosiego ante el voto de las mujeres españolas, afirmando, por ejemplo: «Ni un solo momento dudo de que aquí el voto de la mujer será contrario a su liberación». Por eso pedía un pequeño aplazamiento del sufragio femenino ante la incógnita de las primeras elecciones de la República.[105]En otros casos, los articulistas que escribían en el periódico, mostraban su confianza en el republicanismo femenino, pronosticando que: «[...] la mujer votará con nosotros en las próximas elecciones, volviendo la oración por pasiva y hundiendo a quienes con tan burda maniobra pretendían hundir a la República».[106]Los artículos femeninos que hacían referencia a la cuestión, como el escrito por Trinidad Pérez, expresaban el convencimien­to de que las republicanas formarían un frente único para combatir con arrojo y valor, defendiendo sus «puros ideales». Utilizando una metáfora notablemente maternal para referirse a las mujeres, decía también que, gracias a las mujeres se acercaba la hora en la que la joven República «cre[ciera] saludable y robusta en este ambiente de bienestar y cariño de que sabr[ían] rodearla».[107]

Coherente con su trayectoria vital, Amalia Carvia desautorizaba a quienes seguían poniendo en cuestión el voto femenino. Desde su perspectiva, no se trataba ya de pregun­tarse si el voto era una cuestión de «feministas o antifeministas». Había llegado la hora de «la mujer» y correspondía ponerse al servicio de la ley para «allanar los obstáculos y preparar a la ciudadana de forma que comprend[iera] lo que se va a poner en sus ma­nos».[108]Por ello, animaba también a que las agrupaciones solicitaran al PURA ejemplares de la Constitución para divulgarla, y que el pueblo español conociera el Código y supiera apreciar «el valor de las leyes y se aficion[ase] a practicarlas». Esa era también la tarea formativa de las agrupaciones que debían colaborar para que las mujeres conocieran la Constitución y aprendieran a «valorar [sus] derechos de ciudadanas».[109]

La Agrupación Femenina «Entre Naranjos», de la que Amalia Carvia era Presi­denta de honor, fue la única que hemos localizado que impartía entre sus socias clases nocturnas para que «aprendieran a leer y a escribir» y «se ilustraran». En el anuncio de las clases, se dirigían a los hombres solicitando su colaboración, e increpándoles con las siguientes palabras: «Si no les ayudáis, nos veremos obligadas a deciros que sois de la misma opinión que los borbones; solo a estos les convenía que viviéramos en la más completa ignorancia».[110]

En enero de 1932, la Agrupación «Entre Naranjos» tributó un homenaje a Amalia Carvia que compartió, de algún modo, con su hermana Ana. En el acto hablaron desta­cadas figuras del blasquismo: tanto Alejandro López como el doctor Mariano Pérez Feliu reconocieron su «trabajo en pro de la escuela laica y los niños valencianos». Francisco Rubio dirigió unas frases de admiración a doña Amalia y a la agrupación femenina promotora del acto «que sab[ía] premiar la labor de las mujeres del siglo pasado que s[ervían], como la homenajeada, de ejemplo a las mujeres de hoy».[111]En otros discursos se hicieron llamamientos para que el colectivo femenino, cuando ejerciera el sufragio, diese un «mentis al clericalismo» que con el voto de la mujer pretendía derrocar a la República. Pocos días después, se publicó el discurso íntegro que había pronunciado Amalia Carvia en el acto de su homenaje. Sus palabras reconocían la labor de quienes formaron las redes del feminismo laicista finisecular: «¡Hermanas queridas! ¡Compañeras de lucha e infortunio!». Entre ellas nombraba a Rosario de Acuña, María Marín, Soledad Areales, Dolores Ferrer, Amalia Domingo Soler, Ángeles López de Ayala, su hermana Ana Carvia y otras más; «que trabajaron con valentía y constancia por la emancipación del pensamiento y la dignificación de la mujer, arrancándolas de las sacristías y de los confesionarios». A aquellas mujeres, la mayoría ya fallecidas, dedicaba el homenaje que, decía, «no era para ella, sino para el ideal que todas ama[ron]».[112]

Una vez que se inició la campaña electoral en las primeras semanas de noviem­bre de 1933, sólo tres mujeres, Josefina Lorente, Vicenta Borreda y Carmen Sánchez, participaron en los actos y mítines de propaganda. Cabe también señalar que el PURA no llevaba ninguna representación femenina entre sus candidatos.[113]Por esas mismas fechas, mujeres que ostentaban el cargo de Presidenta de alguna AFR, como la propia Amalia Carvia, Paula de la Cal y Lerroux, Concha Brau o la maestra Vicenta Borreda, escribieron diferentes artículos dirigidos a las futuras electoras en el diario El Pueblo. En la mayoría de ellos se resaltaba la importancia que el voto femenino revestía en la consolidación de la República y sus valores. También se solicitaba a las mujeres un voto meditado y centrado para elegir un Gobierno de «orden y respeto», que se alejara de los extremismos tanto de la izquierda como de la derecha. En algunos casos, se pedía abiertamente el voto para la candidatura «del gran Partido Autonomista de Valencia» y, en otros, se recordaba que las valencianas debían no defraudar las esperanzas puestas en ellas por la Constitución, que «tras siglos de esclavitud había concedido a las mujeres sus derechos». Los discursos que en años anteriores hacían referencia al valor de las mujeres para el partido, como defensoras de la laicidad y de los valores republicanos en el ámbito familiar, habían sido sustituidos por los que remarcaban su poder decisivo a la hora de ejercer el sufragio.[114]

Nada más producirse las elecciones, y pese a que el PURA conservó la mayoría en la capital y en la provincia, aunque habían concurrido solos a las elecciones y en 1931 fueron con los socialistas y Acción Republicana, algún artículo de El Pueblo acusaba a «la mujer, recién nacida a los derechos políticos» de dejarse seducir por «impresión de hechos religiosos», y solicitaba que por este motivo se enmendase legalmente y cuanto antes, la cuestión del voto femenino «que constituía un peligro para la República».[115]Contrariamente, Amalia Carvia defendía incluso el hecho de que las monjas de clausura hubieran obtenido permiso para ir a votar y afirmaba: «bienvenidas sean esas enemigas si se acogen a las leyes del progreso, y esos umbrales que ahora han traspasado pueden quedar como camino abierto al paso de esos tristes seres».[116]

Tras las elecciones de 1933, la cultura política compartida por los blasquistas con­tinuaba actuando como elemento cohesionador, donde hombres y mujeres representaban y daban distintos significados a las experiencias femeninas, produciendo identidades colectivas y tratando de definir y redefinir sus diferentes intereses ciudadanos.

CONCLUSIONES

En términos generales, durante el período republicano en Valencia la proliferación de instituciones y actividades dedicadas a la educación femenina, tanto la formal como la no formal, contribuyeron a que descendiera de una forma notable el analfabetismo entre las mujeres.[117]Tras proclamarse la República, las elites más activas del feminismo hispa­no de tendencia progresista intensificaron esfuerzos por ver consolidadas sus demandas de derechos igualitarios, y se aprestaron a organizar masivamente a amplios sectores femeninos, con el apoyo y beneplácito de los partidos republicanos y del socialista.

Al igual que las AFR en Valencia, la Unión Republicana Femenina, liderada por Clara Campoamor y constituida en junio de 1931, multiplicó sus afiliadas en el territorio nacional, defendió el ejercicio activo de derechos políticos, sociales y jurídicos para las mujeres y programó actividades que combinaban charlas culturales y de formación cívica y política con otras actividades benéficas y asistenciales.[118]También María Lejárraga –que en 1933 sería elegida diputada– puso en pie la Asociación Femenina de Educación Cívica, posicionada a favor del socialismo. La «Cívica» pretendía proporcionar a las jóvenes empleadas y «proletarias», carentes de estudios universitarios, un foro cultural y social que acrecentara su formación en el nuevo contexto democrático.[119]En Cataluña las mujeres de Esquerra Republicana de Catalunya organizaron también secciones es­pecíficas para encuadrar y coordinar la militancia femenina. María Dolors Bargalló fue una de las dirigentes feministas de las secciones femeninas y del partido.[120]

Pese a la tensión aún presente en estas formaciones que, en muchos casos, oscila­ban entre la afirmación del protagonismo femenino en la política y la reproducción de ciertas jerarquías de género, esta nueva modalidad de educación ciudadana aludía a la capacitación de las mujeres para ejercer una ciudadanía progresivamente equivalente entre los sexos.

Las estrategias mantenidas durante décadas por el minoritario feminismo republi­cano valenciano, pero también por otros feminismos socialistas o progresistas que habían reivindicado la igualdad de derechos y particularmente el derecho al voto, manifestaban finalmente su eficacia. En el bienio republicano-socialista la formación cultural, cívi­ca y política de la población femenina dependía, en mayor medida que en momentos anteriores, de la capacidad de las mujeres para articular discursos, auto-organizarse y actuar con cierta independencia. El sufragio femenino, como había sucedido también con la concesión en 1890 del sufragio universal masculino, se revelaba además como el elemento dinamizador de una sociabilidad democrática. Una sociabilidad que permitía a un creciente número de republicanas desarrollar en mayor medida una identidad laica, moderna, instruida y activa, que tendía a multiplicar su acción política y social.

[1] Los citados artículos publicados en El Pueblo fueron posteriormente publicados en el libro de Julio Just: Veteranos de la República. Estampas, Valencia, L’Estel, 1931.

[2] Ramir Reig: «Entre la realidad y la ilusión: el fenómeno blasquista en Valencia, 1898-1936», en Nigel Townson (ed.): El republicanismo en España (1830-1977), Madrid, Alianza, 1994, p. 396. Del mismo autor, véase también: Obrers i Ciudadans. Blasquisme i moviment obrer, Valencia, Institució Alfons El Magnànim, 1982; Blasquistas y clericales, Valencia, Alfons El Magnànim, 1986.

[3] Alfons Cucó: Sobre la ideología blasquista, Valencia, Eliseu Climent, Col·lecció 3i4, 1979.

[4] Julio Just: Veteranos..., pp. 11-22.

[5] Julio Just, miembro destacado del movimiento blasquista, fue elegido diputado por Valencia en las elecciones de 1931 en representación del Partido Republicano Radical. En 1933 renovó su escaño en repre­sentación de Unión Republicana Autonomista, y en 1936 lo hizo en representación de Izquierda Republica. Fue ministro de Obras Públicas entre el 15 de septiembre de 1936 y el 15 de mayo de 1937.

[6] Maurice Halbwachs: La memoria colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, p. 50.

[7] Rafael del Águila: «Desmemoria y rememoración: la guerra y el franquismo hoy», Historia y Política, 16 (2006/2), p. 181. Véase también Paul Ricoeur: La memoria, la historia, el olvido, Madrid, Trotta, 2003.

[8] Luz Sanfeliu: Republicanas. Identidades de género en el blasquismo. (1895-1910), Valencia, PUV, 2005; «Familias republicanas e identidades femeninas en el blasquismo», Ayer, 60 (2005), pp. 75-103.

[9] Alessandro Pizzorno: «Identidad e interés», Zona Abierta, 69 (1994), pp. 135-152.

[10] Joan Scott: «La experiencia como prueba», en Nuria Carbonell y Merry Torras (eds.): Feminismos literarios, Madrid, Arco, 1999, p. 106.

[11] «El acto del domingo en la agrupación femenina republicana entre Naranjos, en honor de doña Amalia Carvia», El Pueblo, 13 de enero de 1932; y «En la Casa de la Democracia. Homenaje a doña Elena Just», El Pueblo, 21 de febrero de 1932.

[12] Julio Just: Veteranos..., p. 26.

[13] Ibíd., pp. 25-27.

[14] El Pueblo, 11 de febrero de 1897.

[15] Ramiro Reig: Obrers i Ciudadans..., p. 353.

[16] El Pueblo, 14 de diciembre 1896.

[17] El Pueblo, 25 de abril de 1902.

[18] Estas cualidades se atribuyen a la «valerosa mujer de Congre, cuadillo del ejercito bóer [que había] corrido todos los riesgos de la guerra junto a su esposo». El Pueblo, 12 de marzo de 1901.

[19] José Álvarez Junco constata también que las apelaciones a la «virilidad» de las mujeres es una metáfora sexual habitual entre los republicanos. José Álvarez Junco: El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990, p. 250.

[20] Nicolás Estévanez: «La agonía de la revolución», El Pueblo, 10 de marzo de 1898, «A la chita callando», El Pueblo, Francisco Roig Bataller «Congreso Socialista de Gotha», El Pueblo, 13 de octubre de 1896.

[21] Luz Sanfeliu: «Género y cultura política: Construcción de identidades femeninas y acción social de las mujeres en el republicanismo blasquista (1896-1910)», Arenal, 10 (julio-diciembre 2003), pp. 191-217, pp. 207-208.

[22] Gisela Bock señala al respecto las connotaciones de género que de una forma imperceptible, habitualmente incorporan los lenguajes políticos. Gisela Bock: «La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un debate internacional», Historia Social, 9 (invierno de 1991), pp. 69-72.

[23] Sobre el citado modelo de feminidad véase Bridget A. Aldaraca: El Ángel del Hogar: Galdos y la ideología de la domesticidad en España, Madrid, Visor, 1992.

[24] El Pueblo, 13 de abril de 1902.

[25] El Pueblo, 25 de febrero de 1910.

[26] Geraldine Scanlon se refiere a las atribuciones femeninas en el republicanismo histórico español. Geraldine M. Scanlon: La polémica Feminista en la España contemporánea. (1868-1971), Madrid, Siglo XXI, 1976, p. 30.

[27] El ideario político republicano, cargado de elementos éticos y morales, sustituía con frecuencia la legitimidad cristiana por una moralidad positiva y científica que emulaba la religiosidad. José Álvarez Junco: «Los “amantes de la libertad”. La cultura republicana española a principios del siglo XX», en Nigel Townson (ed.): El republicanismo en España..., pp. 274-275.

[28] Irene Palacio Lis: Mujer, trabajo y educación. (Valencia, 1874-1931), Valencia, Universidad de Valencia, Cuadernos del Departamento de ECHE, 1992, p. 162.

[29] Ángel Duarte afirma también ideas similares respecto a la feminidad en el caso de Cataluña. Ángel Duarte: Història del republicanisme a Catalunya, Lleida, Eumo, 2000, pp. 32-33.

[30] Mary Nash explica también, que durante la Guerra Civil española, al politizarse las funciones tradicionales de las mujeres y al asignárseles el bienestar colectivo de la retaguardia, se les adjudicó un estatus social de mayor valor. Mary Nash: Rojas. Las Mujeres republicanas en la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999, p. 104.

[31] Rosa Dasí Asensi: «Procés de Politització de les dones en la Segona República 1931-36», Ideco, 6 (1989-1991), pp. 167-168.

[32] El Pueblo, 14 de agosto de 1931.

[33] Luz Sanfeliu: «La sociabilidad en el republicanismo blasquista. Un lugar de encuentro entre los géneros», Asparkía. Investigació Feminista, 17 (2006), pp. 39-59.

[34] «La mujer republicana en acción», Entrevista con Paquita Almarche presidenta de la Agrupación Femenina La Barraca, El Pueblo, 22 de diciembre de 1931.

[35] «El Ropero Autonomista a Blasco Ibáñez. La fiesta más simpática», El Pueblo, 2 y 3 de noviembre de 1933.

[36] Rosa Dasí Asensi: «Procés de politització...», pp. 178-179.

[37] El Pueblo, Las charlas corresponden a la Agrupación Femenina de Fraternidad Republicano Socia­lista del distrito del puerto, 8 de diciembre de 1931; Agrupación Republicana La Barraca, 29 de diciembre de 1931; Agrupación Republicana Autonomista, 14 de diciembre de 1931, y Agrupación Femenina La Barraca 30 de enero de 1932.

[38] «Conferencias. Agrupación Femenina Republicana Entre Naranjos», El Pueblo, 30 de enero de 1932.

[39] «Agrupación Femenina Republicana La Barraca», El Pueblo, 12 de febrero de 1933.

[40] «Agrupación Femenina de la Vega», El Pueblo, 23 de diciembre de 1931.

[41] «En el Congreso siguió discutiéndose la ley del Divorcio», El Pueblo, 20 de febrero de 1932.

[42] «Casamiento civil», El Pueblo, 27 de marzo de 1932.

[43] Rosa Dasí Asensi: «Procés de politització...», p. 177.

[44] «Discurso político de D. Melquíades Álvarez en el Teatro Principal», El Pueblo, 2 de febrero de 1932.

[45] «Agrupación Femenina de la Vega», El Pueblo, 23 de diciembre de 1931.

[46] M.ª Pilar Salomón mantiene esta misma idea respecto a la organización Unión de Mujeres Republi­canas fundada por Clara Campoamor. Pilar Salomón Chéliz: «Las mujeres en la cultura política republicana: Religión y anticlericalismo», Historia Social, 53 (2005), pp. 103-118, p. 115.

[47] J. Just: Veteranos..., p. 181.

[48] El Pueblo, 13 de abril de 1902.

[49] Elena Just Castillo llegó a obtener el grado 9, y no en el Rito de Adopción sino como «Caballero Elegido del nueve», condición que no era usual entre las mujeres. En 1903 estaba integrada en la logia masculina Federación Valentina, n.º 93 del Gran Oriente Español. M.ª José Lacalzada de Mateo: «Perfiles masónicos de señoras entre hojas de acacia», La Acacia, 21 (2004), p. 12.

[50] En 1914 Carmen Soler era profesora en la escuela racionalista «Escuela Nueva». «Festival laico escolar», El Pueblo, 20 de junio de 1914. Citado por Luis M. Lázaro Lorente: Las Escuelas Racionalistas en el País Valenciano (1906-1931), Valencia, Universitat de València, Cuadernos del Departamento de Educación Comparada e Historia de la Educación (ECHE), 1992, p. 98.

[51] El Pueblo, 16 de abril de 1899.

[52] Palmira Luz: «A las Mujeres», La Antorcha Valentina, 7 de enero de 1911.

[53] «Huelga de hilanderas», El Pueblo, 22 y 23 de octubre de 1902, y 10 de noviembre de 1902.

[54] Ramir Reig: Obrers i ciutadans..., p. 164.

[55] Numerosos artículos del periódico difunden esta imagen. Véase por ejemplo «A las obreras», El Pueblo, 10 de mayo de 1900, «Las oficialas modistas», El Pueblo, 24 y 28 de mayo de 1904, «El congreso de la Unión General de Trabajadores: el parto y el jornal», El Pueblo, 7 de junio de 1905.

[56] «¿Y aquí?», El Pueblo, 21 de septiembre de 1908.

[57] «El trabajo de las mujeres», El Pueblo, 22 de enero de 1909.

[58] El Pueblo, 1 de noviembre de 1906.

[59] Consuelo Flecha describe la trayectoria académica de la doctora Manuela Solís, y señala que fue una de las primeras universitarias españolas que desarrolló una carrera brillante. Consuelo Flecha García: Las primeras universitarias en España, Madrid, Narcea, 1996, p. 127.

[60] «Triunfos de una Dama Valenciana. La doctora D.ª Manuela Solís Claras», El Pueblo, 2 de julio de 1908.

[61] «Homenaje a doña María Carbonell», El Pueblo, 13 de diciembre de 1915. Sobre María Carbonell véase también M.ª Carmen Agulló Díaz: Mestres valencianes republicanes, València, Universitat de València, Cuadernos del Departamento de ECHE, 2008, pp. 30-32.

[62] Germán Perales Birlanga: El estudiante liberal. Sociología y vida de la comunidad escolar uni­versitaria de Valencia, 1875-1939, Madrid, Biblioteca del Instituto Antonio de Lebrija de Estudios sobre la Universidad, 2009, pp. 38 y 47.

[63] Juan Manuel Fernández Soria y M.ª Carmen Agulló Díaz: Los temas educativos en las Memorias del Magisterio valenciano (1908-1909), Valencia, Universitat de València, Cuadernos del Departamento de ECHE, 2002, pp. 110-111.

[64] Luis M. Lázaro Lorente: «La educación de la mujer en la comarca de l’Horta (1860-1940)», Ideco, 6 (1993), pp. 25-100, p. 80.

[65] El Pueblo, 24 de octubre de 1902, 19 de noviembre de 1900, 20 de abril de 1902, 5 y 22 de abril de 1902. Los actos se celebraron en el Club Republicano del Grao y en el Casino de Unión Republicana del distrito de Misericordia. Al día siguiente, el periódico ofrecía una amplia reseña de las ideas que Elena Just había expuesto en las charlas.

[66] El Pueblo, 23 de marzo de 1902; 7 de abril y 21 de octubre de 1902; 1 de enero de 1904.

[67] El Pueblo, 19 de octubre de 1902.

[68] «Los beneficios de la Instrucción laica», 2 de noviembre de 1906 y «Instrucción como base de la República», El Pueblo, 3 de enero de 1908.

[69] Luis M. Lázaro Lorente: Las Escuelas Racionalistas..., p. 99.

[70] Luis M. Lázaro Lorente: «La escuela laica de la «Casa de la Democracia» de Valencia (1914-1939)», Cuadernos de Pedagogía, 95 (noviembre 1982), pp. 43-47.

[71] Mary Nash: «Representaciones culturales y discurso de género, raza y clase en la construcción de la sociedad europea contemporánea», en Mary Nash y Diana Marre (eds.): El desafío de la diferencia: representaciones culturales e identidades de género, raza y clase, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2003, pp. 21-36, p. 21.

[72] M.ª Carmen Agulló Díaz: Mestres valencianes republicanes..., p. 93.

[73] Cándido Ruiz Rodrigo: Política y Educación en la II Republica. (Valencia 1931-1936), Valencia, Universitat de València, Cuadernos del Departamento de ECHE, 1993, p. 172.

[74] «A todas las mujeres republicanas y especialmente a las del distrito del Teatro», El Pueblo, 31 de enero de 1932.

[75] Rosa Dasí Asensi: «La integración política de las mujeres valencianas», en VV.AA.: Las mujeres en la Guerra Civil Española, Madrid, Ministerio de Cultura, 1991, p. 75.

[76] «En la Casa de la Democracia. Homenaje a doña Elena Just», El Pueblo, 21 de febrero de 1932.

[77] «In Memoriam, El Partido de Unión Republicana a doña María Blasco», El Pueblo, 21 y 22 de enero de 1932.

[78] «Las Agrupaciones Femeninas regresan de Madrid», 27 de febrero de 1932 y «Cultura Cívica Femenina», El Pueblo, 8 de agosto 1934.

[79] Amalia Carvia: «Ofrenda de agradecimiento. A. J. Deleito Piñuela», El Pueblo, 6 de enero de 1909.

[80] El Pueblo publicaba los nombres de las mujeres que componían la Asociación General Femenina y los cargos que ocupaban el 21 de mayo de 1897.

[81] Sobre las redes del feminismo laicista véase M.ª Dolores Ramos: «La república de las librepensa­doras (1890-1914): laicismo, emancipismo, anticlericalismo», Ayer, 60 (2005/4), pp. 45-74; «Heterodoxias religiosas, familias espiritistas y apóstolas laicas a finales del siglo XIX: Amalia Domingo Soler, Belén de Sárraga Hernández», Historia Social, 53 (2005), pp. 65-83.

[82] El Pueblo, 13 de julio de 1896.

[83] El Pueblo, 3 de abril de 1897.

[84] El Pueblo, 11 de julio de 1897.

[85] Colegio de niños, calle de Balmes n.º 39, y Colegio de niñas, calle Recaredo n.º 10, de la Asociación Femenina. AUV/Escuelas Privadas. Leg. 140-268.

[86] El Pueblo, 18 de agosto de 1903, 11 de octubre de 1905, 1 de noviembre de 1906, 14 de noviembre de 1906.

[87] Memorias de la Junta Valenciana de Colonias Escolares. Años 1914-1933. Edición facsímil con prólogo de León Esteban, Valencia, Generalitat Valenciana, Conselleria de Cultura, Educació i Ciencia, 1989, pp. 11-12 (correspondientes al año 1914) y pp. 5-9 (correspondientes al año 1915).

[88] Irene Palacio Lis: Mujer, trabajo..., pp. 163-164.

[89] Desde febrero hasta septiembre de 1909 se publicó en El Pueblo, de una forma regular, la sección «Movimiento femenino». Los artículos los firmaban tanto María Marín como «Ella». Entre septiembre de 1909 y febrero de 1910, María Marín publicó, igualmente con regularidad, otra serie de artículos titulados «Conferencias femeninas».

[90] Amalia Carvia: «Ofrenda de agradecimiento. A J. Deleito Piñuela», El Pueblo, 6 de enero de 1909.

[91] María Marín era maestra de la escuela laica El Siglo XX que sostenía el Casino «El Ideal» de Pueblo Nuevo del Mar. En marzo de 1909 es nombrada maestra interina de Buñol. Pertenecía a la Agrupación de Pro­fesores Racionalistas. Véase al respecto Luis M. Lázaro Lorente: Las Escuelas Racionalistas..., pp. 134-139

[92] Irene Palacio Lis: Mujer, trabajo..., p. 125.

[93] Luis M. Lázaro Lorente: «La educación de la mujer...», pp. 25, 80, 99.

[94] Ramir Reig: Blasquistas..., pp. 275-276.

[95] María Marín: «Las sufragistas inglesas», El Pueblo, 15 de abril de 1909.

[96] Este enfoque de la prensa como educadora y «formadora» de identidades femeninas en M.ª José, Rebollo Espinosa y Marina Núñez Gil: «Tradicionales, rebeldes, precursoras: instrucción y educación de las mujeres españolas a través de la prensa femenina (1900-1970)», Historia de la Educación, 26 (2007), pp. 181-219.

[97] Redención, Valencia, 1 de septiembre de 1915.

[98] Concha Fagoaga: La voz y el voto de las mujeres El sufragismo en España 1877-1931, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 106-107.

[99] Concha Fagoaga: «La herencia laicista del movimiento sufragista en España», en Ana Aguado (coord.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, 1999, pp. 91-111.

[100] Concha Fagoaga: La voz y el voto..., pp. 148-151.

[101] María Espinosa: «Influencia del feminismo en la legislación contemporánea», en Amalia Martín-Gamero (Introducción y Comentarios): Antología del feminismo, Madrid, Alianza, 1975, pp. 193-200.

[102] «La Juventud Universitaria Feminista», Redención, Valencia, abril y marzo de 1921.

[103] «Doña Belén Sárraga», El Pueblo, 29 de diciembre de 1931.

[104] José Llorca: «Una mujer que luchó por la libertad en España y América. Doña Belén Sárraga nos habla de la función social y política de la mujer», El Pueblo, 1 de enero de 1932.

[105] Luis Bello: «Las Constituyentes. Una incógnita», El Pueblo, 10 de diciembre de 1931.

[106] Dr. Altabas, El Pueblo, 3 de diciembre de 1931.

[107] Trinidad Pérez P. De Ribelles: «En torno al voto femenino. Para la mujer», El Pueblo, 1 de enero de 1932.

[108] Amalia Carvia: «Sobre el voto de la mujer», El Pueblo, 30 de marzo de 1932.

[109] Amalia Carvia: «A nuestras correligionarias», El Pueblo, 30 de marzo de 1932.

[110] El Pueblo, 7 de mayo de 1933.

[111] «El acto del domingo en la agrupación femenina republicana entre Naranjos, en honor de doña Amalia Carvia», El Pueblo, 13 de enero de 1932.

[112] «Discurso de doña Amalia Carvia pronunciado en el acto de su homenaje», El Pueblo, 17 de febrero de 1932.

[113] «Actos de propaganda electoral», El Pueblo 14 de noviembre de 1933.

[114] Amalia Carvia: «Odios, no», El Pueblo, 10 de noviembre de 1933; 13 de enero de 1932; «¡A votar, mujeres, a votar!», Paula de la Cal y Lerroux, Presidenta de la Agrupación Femenina María Blasco; «A las mujeres liberales del distrito del Puerto», Concha Brau; «Un artículo de la Constitución Española», Vicenta Borreda, Maestra municipal. Presidenta de la Agrupación Femenina Nostra Senyera, 16 de noviembre de 1933.

[115] «Los desastres del voto femenino», El Pueblo, 28 de noviembre de 1933.

[116] Amalia Carvia: «Después de la lucha», El Pueblo, 28 de noviembre de 1933.

[117] Luis M. Lázaro Lorente: «La educación de la mujer...», p. 83.

[118] M.ª Pilar Salomón Chéliz: «Las mujeres en la cultura política republicana...», p. 115.

[119] Antonina Rodrigo: María Lejárraga: Una mujer en la sombra, Madrid, Vosa, 1994, p. 240.

[120] Maria Dolors Ivern: Les dones d’Esquerra Republicana de Catalunya (1931-1939), Barcelona, Fundació Joseph Irla, 2000, p. 38.

Feminismos y antifeminismos

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