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¡A la mar, muchachos!

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¿Qué posibilidades habría de que un adolescente mulato, como Juan Miranda, formara parte de una tripulación? Manuel Lucena Samoral afirma que los marineros de los navíos españoles que ejercían el corso en el Caribe no eran profesionales. “Se apuntaban a este oficio aventureros criollos la mayoría, entre los que se encontraban negros y mulatos”.11 Por otra parte, un testimonio de la concurrencia de hombres de piel oscura en el corso hispánico, contemporáneo a la fecha del apresamiento de Miranda en la costa venezolana, surge del extracto de una carta, escrita en la isla caribeña de San Cristóbal, el 17 de marzo de 1735, y publicada en el Pennsylvania Gazette, de Filadelfia, Pensilvania, el domingo 10 de julio de 1735. La apertura del texto, casi a manera de titular, sienta el tono condenatorio del resto del escrito. Deplora la conducta de los corsarios españoles que “continúan haciendo los estragos de siempre, con toda la crueldad y la insolencia de piratas”. La comparación borra la distancia, tan habitualmente violada por todas las naciones enfrentadas en el océano,12 aun en tiempos de paz, entre el corsario (policía del mar) y el pirata (delincuente del mar).13 El remitente británico, un corresponsal de la época, narra con pluma ácida que el 27 de febrero de 1735, “un corsario español, o más bien pirata”, persiguió una nave de Spanish Town, entonces capital de Jamaica, disparó contra ella, le destruyó el aparejo y las velas, y la hizo varar en la orilla de una isla. Los lugareños ingleses, vigilantes en la costa, sin embargo, no permitieron que los españoles tomaran la presa. En la denuncia inmediata del suceso, ante el gobierno de San Cristóbal, Lewis Soire, comandante del barco atacado, calculó que el corsario disponía de ciento veinte tripulantes y afirmó que la mayoría de estos eran negros y mulatos.14

No solo la demanda de marineros para equipar los barcos corsarios se satisfizo con sujetos pertenecientes a grupos marginados, sino que muchos de ellos eran muy jóvenes, como demuestran las edades de otros Spanish Negroes capturados años después de Miranda, pero cuyas instancias se introdujeron ante el gobernador y la junta gubernamental de Nueva York también a mediados del siglo XVIII. De estas se tratará luego; por ahora, considérese, de entre los “negros españoles”, la edad de Hilario Antonio Rodríguez, un adolescente cubano que contaba con escasos trece años cuando fue apresado por un corsario neoyorquino en 1746.15 Se desconoce, porque no lo declara, desde cuándo estaría este muchacho ejerciendo el oficio de marinero; pero es sensato pensar que tendría, al menos, un par de años de experiencia en los navíos corsarios.

El reclutamiento de “niños y muchachos pertenecientes a ámbitos marginales” para emplearlos, no oficialmente en el corso, sino en los buques de la real armada naval, se practicaba en España: “La escasez de marineros experimentados también se pretendió solucionar por medio de levas de niños de edades comprendidas entre los nueve y los catorce años, a los que se les destinaba para el oficio de marino desde grumetes y pajes”. Manuel Martínez explica que “en épocas anteriores al siglo XVIII existe constancia del envío de muchachos condenados a servir […] en galeras y otras embarcaciones. Sin embargo, será en este siglo cuando se realicen levas específicas para dotar de este elemento humano, a las tripulaciones de los barcos de la armada española”.16 Nuevamente, en consonancia con los años en los que nos movemos, una leva infantil “se produjo entre 1733 y 1734, cuando el marqués de Arellano, corregidor de Salamanca, remitió a La Graña a todos los niños ‘vagabundos’ de esa ciudad para ser embarcados o ser aplicados a las obras de ese arsenal”.17


Figura 2. Mapa de San Cristóbal o Saint Kitts, uno de Antigua en el recuadro inferior izquierdo, titulado “Het Eyland Antego”, y otro a la derecha de La Española, las islas de las Antillas Menores, la costa de Venezuela y el Caribe colombiano, titulado “Een Gedeelte van de Eylande van America”. Publicado en Ámsterdam por Rudolf y Gerard Wetstein 18

Fuente: John Oldmixon, Het Britannische ryk in Amerika…, 1721. The John Carter Brown Library at Brown University, https://jcb.lunaimaging.com/luna/servlet/detail/JCBMAPS~1~1~4454~102542:Het-Eyland-St--Christoffel?qvq=q:Het%20Eyland%20St.%20Christoffel&mi=0&trs=1# (consultado el 12 de noviembre de 2019).

De igual manera, por la demanda de marinería, el uso peninsular de recluta infantil pasó al Caribe hispánico. Allí, ingenuos mocitos negros y mulatos, con exiguas opciones laborales, en sociedades rígidamente estratificadas, se enrolaron en buques corsarios.19 Esta integración se conseguiría bien por la fuerza, a través de las levas, ya que las Ordenanzas de la Corona del 22 de febrero de 1674, emitidas por Carlos II para regir el corso en las Indias, les permitían a los armadores hacer reclutas para abastecer los barcos de marineros,20 o bien seducidos por las promesas de botín de los corsarios o de los guardacostas. “Los privilegios fundacionales fijados en la cédula constitutiva” del 22 de septiembre de 1728 de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, por ejemplo, establecieron que a las tripulaciones se les adjudicaría “la tercera parte del producto de las presas obtenido de su venta, libre a su vez del pago de alcabala”.21

La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, una iniciativa privada, de negociantes vascos, con inversión y protección de la Corona, se estableció con los objetivos de lograr el monopolio comercial de los productos venezolanos, en especial del cacao, que así llegarían y beneficiarían a España; combatir el contrabando ingente en las costas de Venezuela, y satisfacer la demanda de la población de la provincia de mercancías hispánicas.22 Eran los holandeses de Curazao, sobre todo, pero también los ingleses y franceses,23 quienes, a través de la venta o el intercambio, habían estado beneficiándose por décadas de la casi inexistente oferta española de artículos europeos para esta colonia.24 A su vez, los curazoleños adquirían el cacao de los venezolanos para conducirlo a Holanda, donde era muy apreciado. Aizpurua explica que “la excelente calidad del cacao caraqueño” se debe a “que necesita menor cantidad de azúcar para ser gentil al paladar”.25 Así, señala Hussey, “una compañía que pudiera proteger las costas venezolanas dominaría la mejor fuente del mundo” de este producto en alta demanda.26 De ahí que a la Guipuzcoana se le haya conferido el poder “para perseguir, como si fuera el Estado mismo, el contrabando y comercio furtivo, realizado no tan solo por extranjeros, sino por españoles o venezolanos”.27

En cuanto a “la dotación de las tripulaciones” de los barcos mercantes de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas para cubrir la ruta transatlántica Guipúzcoa-La Guaira, en ambas direcciones, la empresa exigió “que toda la gente de mar fuera de la región vasca”.28 Distinta fue la historia de la asignación de hombres para el cuerpo de guardacostas, una vez que, ya en el litoral de Caracas, se sopesó la realidad del exceso del tráfico prohibido frente a los compromisos mercantiles de los cuatro buques dedicados inicialmente a las operaciones marítimas de la empresa: dos embarcaciones zarparían de Guipúzcoa rumbo a Venezuela a inicios de abril, y las otras dos, a comienzos de septiembre. Se aspiraba, entre otros objetivos, a que “de las tripulaciones de los dos primeros navíos” resultaran “las dotaciones para armar en corso balandras y bergantines para combatir el contrabando”; pero, como señala Vivas Pineda, “la represión del comercio ilícito, a tenor de estas expectativas”, no era realizable, pues dependía de la conclusión “cíclica de los despachos marítimos”. En efecto, hay “ciertos lapsos en los cuales buques y tripulaciones guipuzcoanos se reintegran a la carrera transatlántica, dejando otra vez campo libre a los contrabandistas, mientras llegan los dos buques del segundo viaje y reponen las tripulaciones necesarias”.29

Además de la situación comentada, las regulaciones iniciales de la Compañía Guipuzcoana de Caracas les abren también la puerta a los marineros caribeños cuando aconsejan qué hacer con las embarcaciones confiscadas en la actividad corsaria coordinada por la empresa:

La embarcación apresada, de ser posible, se armaría en guerra y se destinaría también al corso, pero tratando de que, si debe enviarse a España cargada de cacao, no lleve mucha marinería de los navíos para que a estos no les falte gente, que puede suplirse para tripular aquella con gente de la misma provincia de Venezuela. Se prevé, sin embargo, que los navíos del segundo viaje lleven cincuenta marineros más entre los dos, para reponer los muertos en acción o por otras causas.30

Está claro que el rol central de los marinos caribeños no se halla en la flota mercante, sino en las naves corsarias. Pedro José de Olavarriaga, primer factor de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, pedía que las fragatas salieran a recorrer las costas de Venezuela y de Curazao para detectar la presencia de embarcaciones contrabandistas. Hecha esta vigilancia, y al recibirse el reporte de la localización de las naos avistadas, los navíos oficiales se lanzarían a ejercer el corso. Si realizaban presas, estas debían armarse de inmediato; así, para equipar las naos apresadas, los navíos oficiales debían conducir el doble de la tripulación.31 No era suficiente la disponibilidad de criollos blancos para este oficio de mar tan arriesgado y en el que se repartiría entre oficiales y marineros un tercio de las mercancías confiscadas. ¿De qué otra manera se iba a satisfacer el requerimiento numeroso sino incorporando a las filas de la marinería a sujetos necesitados, marginados, privados de acceso al poder y, en general, inexpertos en las lides del mar?32

Por la constante escasez de marinería, la situación no cambió a lo largo del siglo XVIII. En 1757, casi veinticinco años después del periodo que nos ocupa, Pedro de Rada y Aguirre (1728-1782), oficial santanderino en funciones en la escuadra de guardacostas de Cartagena de Indias, expresaba entre frustrado y contento:

Ultimam[en]te ha llegado a este Puerto [Cartagena] una Balandra cuio contramaestre ha hablado con el Capitan, y asegura no manifestar cuidado alg[u] no de los Guardacostas, por que está informado dela mala Tripulacion conque navegan, pero en esta salida se ha proporcionado la vella ocasión de reforzar los Javeques con la Gente de Mar de los Navios Marchantes nombrados el Zesar, y N[uest]ra S]eño]ra del Buen viage, y 30 Artilleros del Batallon dela Plaza.33

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