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1. Tom McKenzie

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Thomas McKenzie, mejor conocido como Tom, despertó en su apartamento una mañana lluviosa. Se durmió con las gafas puestas. Al asomarse por la ventana para ver el amanecer y las nubes que adornaban Brooklyn, dio un largo suspiro. Contempló por unos segundos su loft: todo estaba estático. Solamente se balanceaban ligeramente sus viejas medallas de karate por el viento que soplaba a través de las persianas. El silencio siempre le pareció insoportable, de manera que no tardó mucho en poner música en su celular y encender el televisor para que hiciera ruido de fondo, no importaba el contenido.

Estoy escribiendo estas letras que estás leyendo en el baño. En el inodoro, para ser todavía más preciso. Sí. Ahí lo tienes. Me pediste que fuera muy honesto, Angus. Por cierto, el nombre de Angustias, tu nombre. Creo que tus padres fueron muy egoístas al ponerte ese nombre. ¿Angustias? ¿Cómo sucedió eso? Es que al escucharlo solo me puedo imaginar a una señora hincada persignándose por haber sentido un poco de placer. O una señora que cuando observa a un adolescente hacer una «atrocidad» niega con la cabeza mientras sostiene ambas manos sobre las caderas. Que si te lo pusieron por la Virgen de Las Angustias. Pero es que ella es andaluza. Y tú no. Y además su festividad es el 8 de septiembre y tu cumpleaños, según pusiste en la app, es en julio. Entonces no entiendo. Pero no importa, «Angus» suena mejor…, distinguido, aunque de repente me imagino una ternera sonriente con tu pintalabios violeta azul. Hablando de labiales color violeta azul. Angus, chingado. No lo vuelvas a hacer. Todavía tengo esa impresión al observar tu primera fotografía tomada (espero) solamente para mí. ¿Por qué? ¿Moda? Siempre imaginé que el maquillaje era para embellecer y resaltar lo que ya tiene la mujer en sí. La sombra de los ojos, profundizarlas. Las mejillas, ruborizarlas. Los labios, enrojecerlos. Pero unos labios violeta azul… Aunque, irónicamente, debo confesar que a veces (repito, a veces) me pone un poco. Me prende, pues. Es como esa imagen de Femme fatale. Quiero pensar que lo haces por una cuestión de rebeldía. Es decir, que sabes que en el fondo no te embellece para nada, pero por eso mismo lo haces, porque no quieres complacer a nadie. Y te lo pones por que sí, ¿es así? Lo siento, no me hagas caso. Tengo que romper con esos estúpidos clichés y estereotipos en mi cabeza. Tal vez eres una mujer que gusta vestirse de negro diariamente acompañada de ese maquillaje oscuro, pero tu manera de ver la vida hace que den ganas de vivirla aún más. No lo sé. Para eso nos vamos a conocer. Pero me dijiste que, antes de vernos, querías saber un poco más de mí. Cuando la gente hace ese tipo de preguntas, usualmente se comparten los hobbies y gustos básicos. Aquí te los pongo con gusto.

Música: me gusta el folk, el jazz, blues, jangle pop y el rock progresivo. Me avergüenza un poco admitir que de vez en cuando disfruto escuchando la música New Age (que ya es Old Age). Las que no puedo escuchar son las baladas, no solo por lo empalagoso de la música, sino porque sus letras son bastardamente cursis al punto que llega a insultar la inteligencia humana.

Especialidad: la informática, estudié en la Universidad de Columbia, pero no te diré aún cuál es mi puesto o qué hago para trabajar, primero porque no es muy emocionante para ti, supongo…, y segundo porque no quiero agobiarte.

Mis orígenes: soy mitad hispano y mitad gringo. Mi padre, canadiense que se hizo americano, y mi madre 100% mexicana que se vino aquí a Nueva York sin mucha ilusión. Lo hizo por mi padre, quien le prometió que cuando se jubilaran, lo harían en Guanajuato, México. No fue así y ya te contaré la historia.

Placeres culposos: contemplar la disección de cuerpos humanos, observar a la gente dormirse y acercarme a su rostro mientras lo hacen a una distancia que de otro modo sería muy incómodo, escuchar cierto tipo de reggaetón cuando me ducho, arrancar flores por el hecho de sentir que he destruido algo bello y puedo tenerlo para mi deleite visual y olfativo, hacer preguntas existencialistas a niños para que dejen su inútil ingenuidad y se pongan a cuestionar aspectos realmente importantes, y cosas por el estilo.

Todo lo que escribí arriba en cuanto a placeres culposos es mentira. Por favor no me bloquees o elimines. Sigue conmigo. Creo que realmente mi único placer culposo tal vez es ver de vez en vez pornografía, de lo cual no estoy orgulloso; me siento como un pendejazo incapaz de tener a una mujer de verdad y que en su desesperación recurre a esto, pero batallo para contenerme. Me he dado cuenta, eso sí, de que cuando tengo una relación aparentemente estable, raras veces acudo a ello, con toda la lógica que trae consigo. El placer dura unos minutos y al terminar me siento sucio y solo puedo pensar que las mujeres y hombres que están delante de las cámaras son unos grandes actores y que, con sublime ingenio, están fingiendo que de verdad están disfrutando de lo que hacen.

No te voy a decir cuál es mi color favorito ni platillo preferido ni serie de televisión que más me agrada. De eso te darás cuenta.

Angus…, tengo una cuenta anónima en twitter. No sé por qué, pero te la comparto: twitter.com/OldWiseLonelyMysteryIndian

Otra mentira (al menos lo admito a tiempo), en realidad sí sé por qué te la comparto. Creo que en el fondo quiero que conozcas mis ideas y forma de ver el mundo. Podrás adentrarte un poco en mi mente, ya que escribo como pensando en voz alta. No te asustes por la foto que tengo de perfil, ahí parece que estoy enojado, pero es porque me estaba pegando el sol. Creo que mi mirada está casi siempre relajada, lo cual no me agrada mucho porque siento que podría pasar por idiota o simplón. De una manera extraña, me hubiese gustado tener una expresión al estilo Robert De Niro. Pareciera que siempre está pensando algo muy profundo, inteligente e interesante.

Te cuento secretamente (aunque si se lo cuentas a alguien está bien, no soy famoso, nadie querrá cubrir esa nota, así que no pasa nada en absoluto) que antes me dedicaba a trolear a políticos justo por esta plataforma digital que te da la ilusión de sentirte escuchado. Después me di cuenta de que más del 80% de los jefes de gobierno, alcaldes, líderes o mandatarios jamás se enteran de lo que sucede ahí y sus cuentas las manejan otras personas.

Fueron tres veces las que me pediste honestidad. O dos, pero se sintieron como tres. Ahora no puedo quitarme de la cabeza esta curiosidad del porqué de esa obstinación o inquietud. Me refiero a que quiero conocer tu historia. ¿Quién o quiénes te metieron esta inseguridad? ¿Estuviste con un hombre que al final resultó ser narco? ¿Te hizo sentir culpable por tener ideas de izquierda o derecha o tener absoluta apatía al respecto? ¿Algún tipo se quiso hacer el misterioso enigmático diciéndote que en realidad viene de otro planeta y que la relación al final no puede suceder porque él lamentablemente tendría que regresar tarde o temprano a su planeta? Quiero que me lo cuentes todo.

Uf. Puse una lista musical y ahora mismo está de fondo esta canción de François Hardy, se llama «Voilà». Me imagino que tienes esa voz y que cantas así. Qué tonto. Por cierto, hablando de François, tú también tienes un aire de francesa… Aunque al mismo tiempo con un toque muy latino con esos labios gruesos y tu nariz tosca. Me gusta tu nariz gruesa, esa que todas se empeñan por disimular, me parece que da una personalidad férrea que se acentúa con tus pómulos de india cheroqui. ¿Sabes?, me parece la raza más bella, los cheroqui. Es una lástima que se la haya aniquilado casi por completo. Siento que, acompañada de su belleza, tiene un gen de entendimiento muy profundo de la naturaleza humana. Puede ser solamente una percepción.

Otra cosa para confesarte: a todos mis amigos les digo que no creo en el matrimonio, ni siquiera en una relación amorosa como algo duradero o sustentable. Pero estando solo pienso otra cosa muy distinta. Que ya te lo contaré también cuando esta convivencia se haga física, pero tal vez no en la primera cita.

Me gustaría ver contigo el documental La teoría sueca del amor.

Por cierto, una disculpa si ves muchos puntos y el desorden de mis ideas. Es que es la manera en que pienso. Justo como lo pienso, lo escribo. Creo que me masturbaré dentro de dos minutos aproximadamente. Muchas gracias por leerme y espero que aceptes caminar conmigo junto al lago Erie este próximo domingo para evadir el vacío dominical.

Este mensaje jamás fue leído, nunca se dio clic en «Enviar» y quedó en el olvido. Decidió eliminar de su celular la aplicación a través de la cual conoció a Angustias. Antes de intercambiar números, direcciones, antes de verse en persona. No quiso ahondar en sí mismo para encontrar una razón para ese impulso.

Dos meses atrás, su ex novia Joanna, con quien sentía que había una conexión especial, le confesó en la azotea del edificio Pertford Heights que había conocido a alguien igual que él… pero mejor. Le pidió que la disculpara y la entendiera, porque fue algo que simplemente llegó a su vida… Ella no lo buscó. La confesión fue tan decepcionante para Tom como interesante. Después de que Joanna le describiera cómo era su nuevo amante: tenía un auto Volvo recién estrenado, un doctorado en la Sorbonne, amplio sentido de la moda y, a diferencia de él, sí sabía sobre nutrición y entendía la dieta paleolítica. Al ver la fotografía que Joanna le enseñó, descubrió que, en efecto, se parecían físicamente.

Era una de esas extrañas coincidencias en donde uno suele decir: «En la vida real no sucedería tal cosa»; sin embargo, sus facciones eran casi idénticas: el mismo tono de piel, la misma caída melancólica en los ojos y el mismo grosor de sus amplias cejas. Parecían hermanos, con la diferencia de que el otro era mejor en todo lo demás. De extraña manera, se sintió aliviado de que la superioridad del nuevo amante de su ahora ex novia, proviniera de cosas externas a su personalidad, carácter y manera de ser con ella. Reforzó su orgullo de viajar en metro y no poseer un auto, y el simple hecho de que para ella eso fuera un factor de desventaja, le ayudó a que no fuera tan doloroso dejarla.

Su mejor amigo, Elliott, quien vivía en Chicago, le dijo que se relajara y dejara de ser un marica, pues no debía sufrir por una mujer. Tom le colgó furioso y a los pocos minutos recibió un mensaje de texto:

«hHey, sorry, no quise decir eso. Es solo q no quiero q sobrepienses las cosas, ya sabemos desde la prehistoria cuál es el proceso… la eliminas de tu mundo, todo lo q te recuerde a ella. Luego Embriágarte pa anestesiar el dolor y olvidarla +rápido. Conocer otras viejas. Escoger la q más t guste y ke caiga. Sigue. la vida SIGUE. #Lavidasigueee ¿para q te atormentas, brother??¡ Es un consejo de hermanos».

Esto causó aún más molestia en Tom, así que decidió no contestarle.

Tom estaba confundido porque la ruptura no le había dolido tanto como podría suponer. La voz en su interior, aquella que se cansó de decir: «lo sabías», ahora decía: «ahí tienes. El momento que sabías llegaría, aquí está. Realmente estás solo y tu idea del amor y de la amistad son así de cabronas».

A partir de ese momento, sintió que su vida se detenía a pesar de que en el exterior seguía su curso: la mecánica de cada día y sus rutinas calendarizadas.

En toda acción cotidiana se hacía evidente su obsesión con el diseño, no solo con muebles y objetos (Tom desarrolló un diseño para sí mismo durante un viaje exprés a Silicon Valley), sino que creó un estilo de vida. El desayuno sano con suficiente fibra: bien. El horario: bien. La oficina: bien. El club deportivo: bien. La serie de televisión con suficientes episodios para relajarse y olvidar todo: bien. La pareja: bien. El amor, o la idea de este: muy jodido.

Mientras se arreglaba para ir a Pharmafos, empresa farmacéutica donde laboraba, no dejaba de pensar en sus padres. Su papá había muerto por un tumor cerebral hacía tres años; su madre le siguió un año y medio después. Murió de tristeza…, no literalmente, pero sí como víctima de la depresión que la orilló a tirarse del octavo piso de un edificio de la calle de Stanhope, en Bushwick, Nueva York.

Algo que Tom evadía era el sentimiento de culpa por no haber estado en contacto con ellos cuando ambos vivieron en Idaho. Entonces recurría al autoconvencimiento, se tranquilizaba al decirse que realmente había estado: demasiado ocupado, demasiado absorto, demasiado por atender. Siempre demasiado.

Pharmafos era la empresa líder en el mercado farmacéutico a escala mundial. Tom llevaba nueve años laborando en ella y la consideraba parte esencial de su vida. No se imaginaba que a las once de la mañana con cuarenta minutos lo llamarían del consejo general para despedirlo. Eso no estaba en el plan que diseñó. Tom pensó que era una broma y que después le anunciarían que sería ascendido a vicepresidente corporativo. La broma nunca ocurrió. Lo cierto es que Tom era excepcional en su trabajo como jefe del área de informática con archivos confidenciales a su cargo, lo cual se volvió una amenaza para Pharmafos, así que lo más conveniente era eliminarlo.

Tom fue indemnizado con una cantidad insultante de dinero, ese era el costo por deshacerse de él. Supo leer entre líneas y supuso que el motivo de su despido era precisamente la amenaza que su presencia significaba para la empresa, sobre todo por la ocasión en que la ayudó a evadir impuestos para luego usarlos como inversión en un país del tercer mundo.

Frente al consejo, Tom no dijo una sola palabra, solo se quedó observando la ciudad por la ventana. Por raro que parezca, y a pesar de que lo único que le quedaba en el mundo se derrumbaba, Tom no tenía ganas de morir, sino de revivir.

Juanita, su secretaria, lo estaba esperando afuera de la sala de juntas con una pequeña, vieja y vacía caja de cartón de las plumas Faber Castell para que en ella Tom guardara sus cosas. Juanita, quien siempre lo saludaba con una gran sonrisa, ahora estaba triste; tenía los ojos cargados de lágrimas, pero no podía llorar en el trabajo, pues eso mostraría debilidad emocional, y lo que menos necesitaba era seguir los pasos de su ahora ex jefe. Tom vio su reflejo en las gafas de Juanita, por lo que le dijo en español:

—Gracias. Aunque no lo digas, puedo verlo.

Su oficina no tenía nada de particular, pero sabía que, si algo extrañaría, sería la increíble vista hacia el Río Este, cerca del puente Robert F. Kennedy. Tom guardó lo poco que le pertenecía: una fotografía de sus padres, un libro de ficción de Salvador Sula, uno autobiográfico de Andrew Sculley (que luego dejaría sobre el escritorio), una maceta con un pequeño cactus que le había regalado Joanna (no quiso tirarla, pensó que la planta no tenía la culpa de nada), sus tazas para el café, un mousepad con el puente de Londres en blanco y negro y las plumas que le habían regalado sus compañeros de trabajo con leyendas inscritas de los lugares visitados: Acapulco, Praga, Aguascalientes, Suecia, Nebraska, Hollywood, Pasadena, Texas, Montana, Universal Studios, Irlanda, Beijing, Toulouse, Brasil y Berlín. De pronto, al observarlas, le parecieron reliquias y no simples tubos plásticos.

La caja estaba llena; era como si tuviera en sus manos una urna a la que tendría que quitar el check mark. Trabajo: desmarcar. Seguridad: desmarcar. Prestigio: desmarcar.

Tom McKenzie era un hombre astuto: poseía claves de los distintos archivos digitales confidenciales de la empresa, así que decidió llevarse una copia como suvenir. Juanita estaba fuera sin sospechar lo que Tom estaba haciendo durante los últimos minutos que pasaba en la oficina. Nadie podía creer que habían corrido a McKenzie. Fue el gran tema de conversación a la hora del almuerzo.

Ahora Tom entendía por qué amaneció con esa sensación en el estómago, sus intuiciones no siempre eran erradas; sabía que algo iba a cambiar, pero no imaginaba que a partir de ahora su vida tomaría un giro inesperado, lo cual le dibujó una leve sonrisa en el rostro.

El concepto de lo inesperado le agradaba. Le ponía sabor a su vida perfectamente diseñada y orquestada.

Mientras Tom bajaba por uno de los elevadores, la caja se abrió por la parte de abajo quedando regadas todas sus pertenencias. Dejó caer la caja vacía, no le importó dejar sus cosas tiradas y solamente decidió conservar la fotografía de sus padres: la misma que guardó dentro del libro Mi Eterna Jodida Sonrisa, de Salvador Sula, regalo de su abuelo Tomás cuando cumplió catorce años.

Al llegar a la planta baja se dirigió hacia la salida, deteniéndose de golpe al ver en las pantallas del lobby una noticia que lo dejó perplejo: «Salvador Sula ha muerto esta madrugada». El escritor había fallecido tan solo un par de horas antes de que se anunciara que había sido el ganador del Premio Universal de Literatura de ese año. Tom vio la contraportada de su libro y en ella aparecía un Salvador joven, con sonrisa plena y una mirada que reflejaba las ganas que tenía por compartir sus historias con el mundo.

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