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3. Linda Evangine

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Linda Evangine en realidad nunca le dio gran importancia a los libros que su esposo escribía, así que mucho menos a los que coleccionaba; como mucho daba su opinión de vez en cuando sobre el diseño de alguna portada, pero no más. Esa actitud cambió radicalmente cuando la colección de su marido emprendió el viaje a su nuevo hogar: la Biblioteca Central.

Después de desayunar su cereal orgánico con leche de almendras y hacer la rutina diaria de Pilates, Linda entró al que había sido el estudio de Salvador. Al observarlo, no pudo evitar que unas lágrimas se le escaparan, pero sin caer en el llanto estruendoso del cual fue experta en las telenovelas. Jamás se había sentido sola como hasta ahora. Cada mueble, cada detalle le recordaban algo de su esposo, y el peso de no haber querido tener hijos se hizo presente con cierta carga de culpa. Recordó el día en el que le dijo que no deseaba tener hijos porque no quería arruinar su figura, evitando el riesgo de que su carrera se viera afectada. Salvador aceptó y respetó la decisión de su esposa, pues le ganaba el remordimiento de nunca haber estado realmente enamorado de ella.

Ciertas noches, cuando Salvador se quedaba mirando por la ventana al no poder dormir y solamente escuchaba el río caudaloso y los grillos ficticios desde la pequeña máquina easy sleep que lo ayudaba a relajarse, su mente divagaba y se cuestionaba el concepto del amor. Pero estaba seguro de algo, lo que sentía por Linda no era lo mismo que sentía por Marta.

La relación de Linda y Salvador se inició durante una fiesta temática del periodista Gilberto Gil Valencia. El tema fue la Época Victoriana, y lo interesante, poder ver a todos los asistentes vestidos como en aquellos años del Reino Unido comportándose de manera moderna.

Ambos quedaron cautivados el uno por el otro: Linda por la personalidad y seguridad de Salvador; él por su belleza juvenil. Salvador, con unas patillas largas que no quiso rasurar para la ocasión alegando que también se usaban en ese tiempo, comenzó el cortejo invitándola a salir, hecho por el cual Linda se sintió halagada, ya que era uno de los escritores más conocidos del país. Iniciaron rápidamente su noviazgo, que terminó en boda un año después.

Durante su etapa de prometidos, la carrera de Linda despuntó abruptamente al conseguir el protagónico de La Bella del Ejido: la telenovela mexicana más vista de todos los tiempos, donde interpretaba a una joven rural que termina convirtiéndose en una famosa vedete, lo cual permitió alimentar también su faceta musical. Para la mayoría, Linda dejó de ser solamente la futura esposa de Salvador Sula para convertirse en Linda Evangine, la estrella del momento. Salvador nunca se sintió celoso de su éxito y popularidad, incluso salió beneficiado, pues los admiradores de Linda comenzaron a comprar sus libros.

Linda y Salvador se convirtieron en la pareja más fotografiada y publicada en la prensa «del corazón», ya que su matrimonio sería el suceso del año. Se especulaba mucho: «¿cómo sería el vestido y de qué diseñador?», «¿cuántos y quiénes serían sus invitados?», «¿qué iglesia barroca escogerían para la ceremonia religiosa?», «¿a dónde se irían de luna de miel?». Estas y otras tantas preguntas tenían locos a los reporteros y al público del país.

Dada la expectativa, su boda fue televisada. La magnitud del evento hizo que muchas personas pidieran el día libre en su trabajo para poder contemplar la unión. Varias revistas publicaron ediciones especiales de colección con las mejores fotografías del evento. Así se consolidaron como «una pareja mítica».

Los primeros años de su matrimonio fueron los mejores para ambos, porque profesionalmente los dos cosecharon éxitos. Salvador publicó Mi Eterna Jodida Sonrisa”, bestseller que sería adaptado al cine, mientras Linda deslumbró en el musical Niní, en el que aparecía semidesnuda. Todo iba viento en popa, hasta que la relación se fue enfriando. Linda sintió que Salvador no la quería como ella a él, y Salvador, por más que luchaba, no podía dejar de pensar en Marta, quien discretamente también triunfó como pintora e ilustradora. A Linda le convino seguir casada con él, ya que su matrimonio le otorgaba cierto estatus dentro del ambiente intelectual, sin perder su aura de estrella popular.

La pantalla de tener una vida plena y amorosa les dio mucha más publicidad que cualquier escándalo de tres minutos. Así que no, el divorcio no era una opción y Linda prefirió seguir con su matrimonio a pesar de que veía claramente cómo Salvador ya no la miraba a los ojos cuando le daba los buenos días y las buenas noches; además, sus salidas sociales se volvieron cada vez menos frecuentes y resintió que su marido dejara de pedirle su opinión acerca de sus manuscritos, a pesar de que siempre le había parecido una monserga.

Linda sospechaba que su marido le era infiel, pero nunca pudo comprobarlo a pesar de haber contratado a un sinfín de investigadores privados. Y sí, Salvador le fue infiel sentimentalmente, pero nunca físicamente.

Linda se sintió frustrada: las relaciones sexuales dejaron de ser buenas y ella dedujo que Salvador ya no le pertenecía. El escritor resultó ser mejor histrión que ella, al mostrarse atento y cariñoso cuando aparecían en público, pero la verdad era que nunca dejó de pensar en Marta. Con el tiempo se acostumbró al frecuente desapego emocional de su esposo, al mismo tiempo que Salvador se acostumbró a vivir con una mujer de la cual no estaba realmente enamorado pero que siempre trató con respeto.

Linda siguió concentrada en su carrera; cada vez se fue refugiando más y más en su trabajo, lo cual la volvió casi omnipresente en la vida pública del país a pesar de la falta de calidad de algunos de sus proyectos y los eternos cuestionamientos sobre su talento. Ante dichas críticas, reforzaba la imagen de ser ella y Salvador, la pareja idílica que el público y los medios querían ver, lo cual se convirtió en obsesión. «Si no logro tener reconocimiento como actriz, sí lo tendré como esposa ideal», se repetía convencida.

Las distracciones de Salvador eran muchas: las tardes de golf, los fines de semana en el yate de Patricio Vargas en Playa Caletilla de Acapulco, los «juevecitos» en el bar Florida, el programa español de los sábados donde entrevistaban a viejas glorias del espectáculo, las llamadas de larga distancia con su hermana Nydia, etc.; y al haber tantas, se hacía menos notorio, menos perceptible.

Los años pasaron, Linda se consolidó como una diva y Salvador escribía cada vez mejores libros que se convertían en éxito de crítica y ventas, además fueron traducidos a más de treinta idiomas. Dos de sus novelas se adaptaron al cine en Hollywood y una más se hizo serie de televisión. Los premios, doctorados honoris causa y reconocimientos se hicieron habituales… pero también se intensificó la culpa de no haberse arriesgado, confesándole a Marta lo que siempre sintió por ella desde el segundo día que la conoció. Esto porque el primero fue tan breve que se quedó con la idea de que era una artista snob; todo cambió después, al conocer su verdadera personalidad.

En su última década, Salvador cumplió uno de los máximos deseos de su esposa: irse a vivir al mar, a pesar de que él prefería estar en un ambiente totalmente urbano. Linda fue contemplando la idea cada vez que visitaban la Riviera Maya; ella soñaba con vivir en una playa del Caribe mexicano y hacer apariciones esporádicas en la televisión para crear expectación.

Asombrosamente, Linda y Salvador jamás tuvieron una discusión fuerte: reinaba la indiferencia y ante los ojos del mundo eran el matrimonio perfecto, pero ambos sabían que la realidad no era como les gustaría que fuera.

Antes de mudarse, habitualmente salían a pasear las tardes de sábado por los jardines del Parque Astoria Manzanares. Salvador se burlaba diciendo que era una mala copia del Parque Villa Borghese de Roma. Años después, en Punta Maroma, los paseos se volvieron largas caminatas en la arena, donde ya no prestaban atención al sonido de las olas ni se escuchaban el uno al otro. Cada uno escuchaba algo diferente: ella la música de Rocío Dúrcal, Isabel Pantoja y Lucha Villa; él audiolibros, que, a diferencia de sus amigos, no le causaban ningún conflicto.

Después de haberse llevado la última caja con libros, Linda se encerró en su recámara, no quería saber ya nada de las noticias. Pero mientras miraba el mar desde su ventana, sintió algo pesado en uno de los bolsillos de su bata de seda escarlata: era el llavero de Salvador. Recordó que había un lugar que faltaba por abrir: su escritorio, mueble que jamás imaginó se convertiría en su caja de Pandora. En el tercero de los cajones, descubrió el diario de su esposo, en donde estaba escrita la verdad acerca de sus sentimientos.

Más que impactarse, se sintió herida al comprobar finalmente lo que había sospechado durante tanto tiempo: su marido siempre vivió enamorado de otra mujer. Pero Linda sintió que el mundo se le venía abajo cuando leyó la última página escrita por Salvador; en ella externó su pesar por no haber entregado la carta donde declaraba su amor hacia aquella mujer.

La existencia de esa carta, que Salvador mantuvo oculta entre sus libros durante todos esos años, ponía en riesgo la tranquilidad de Linda; Sula había declarado en varias entrevistas que jamás había estado enamorado de nadie como lo estaba de ella, pero esa misiva no entregada desmentía la imagen que por años habían cultivado, así que Linda no podía permitir que se conociera. Si la carta salía a la luz, su gran legado de amor quedaría destrozado, y fracasaría en un área donde siempre se la consideró exitosa.

Un ataque de ira se apoderó de Linda, rompiendo una a una las páginas de aquel diario en donde su esposo había escrito sus últimos y más sinceros sentimientos. Tomó todas las hojas y se dirigió de nuevo a su recámara, las colocó dentro del lavabo y las quemó con un encendedor.

No pudo evitar que creciera dentro de ella una obsesión enfermiza por asegurarse de que absolutamente nadie leyera esa carta, porque destruiría la imagen de haber sido el único amor de Salvador Sula, el ahora Premio Universal de Literatura. Solamente una persona podía ayudarla a encontrar aquella carta: su «amigui» Wendolyn Sánchez.

Linda conoció a Wendolyn cuando esta última era pareja de su publirrelacionista. Con el tiempo cosecharon una aparente amistad, siendo Wendolyn la más interesada en quedar siempre bien con la prima dona del espectáculo mexicano. Linda la presentó con Gilberto Gil Valencia, quien se convertiría en su esposo, lo cual le permitió refinarse además de relacionarse con políticos y funcionarios que la ayudaron a convertirse en servidora pública. Después de varios años de laborar en el gobierno, ahora era la flamante subdirectora de bienes inmuebles con valor histórico, artístico y cultural de la Ciudad de México, por lo que la Biblioteca Central quedaba a su cargo.

Linda trató de contactar a Wendolyn, pero ya volaba rumbo a la capital. Al no poder comunicarse con ella, tomó el primer avión a la Ciudad de México. Dos horas y media de vuelo se le pasaron rápido con ayuda de una dosis doble de clonazepam. Justo al aterrizar, Linda le pidió a Wendolyn que fuera a visitarla lo más pronto posible. Se trasladó del aeropuerto directa a su casa, o chalet, como solía llamarlo. Wendolyn llegó tres horas más tarde. Linda la recibió muy angustiada y enojada, no podía creer que su esposo hubiera dejado testimonio de otro gran amor que tuvo y así destruir su gran legado: el matrimonio de ensueño que tuvieron.

Linda explicó lo que Salvador había escrito en su diario sobre esa carta que permanecía oculta dentro de uno de sus libros, que ahora se encontraban rumbo a la Biblioteca Central. No quería que alguien, tarde o temprano, fuera a dar con ella. Wendolyn trató de calmarla, diciéndole que exageraba, que ella creía que, si se llegara a conocer dicha carta, su mito de «amor perfecto» no se derrumbaría, pues fácilmente podría contratar a un grupo de investigadores ficticios que demostrarían ante la opinión pública que la letra no era la de su amado esposo, sino un ardid creado por alguna persona sin quehacer. Linda entrecerró los ojos con evidente molestia, ante lo cual Wendolyn se retractó de su propuesta.

Sobre una fina mesa de madera, Linda dejó caer varias revistas y álbumes de recortes con fotos y notas acerca de Salvador y ella.

—No quiero que todo esto se vaya a la basura… No quiero correr ningún riesgo. ¡Debemos destruir esa estúpida carta! —gritó con ira.

Wendolyn le prometió que en cuanto llegaran los libros a la Biblioteca Central pondría a sus empleados a buscarla.

—Confío en ti. Después de todo, me lo debes.

Wendolyn solo bajó la mirada.

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