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“He vuelto a Pisagua. ¡Qué cosas extrañas cuenta el silencio de esta ciudad en agonía! Porque Pisagua muere calladamente, allí ante el soberbio espectáculo de un mar azul como ninguno, y de la majestuosa bahía que lo encierra. Conocedora de su irremediable destino, desea que la muerte la encuentre engalanada”. Así escribió, Alfredo Wormald Cruz en su Historias Olvidadas del Norte Grande, acerca de Pisagua.

Pareciera que este puerto o caleta como quiera que se llame, ha logrado cautivar, en una especie de macabra vocación a la muerte. Alguien ha dicho que en Pisagua hay más muertos que vivos. Incendios, peste bubónica, maremotos, etc., han contribuido a ello. Pisagua Puerto Mayor de la Muerte parece ser su verdadero nombre, independiente de lo que quiera decir en otra lengua.

Me tocó subir un día miércoles 6 de junio de 1990 a Pisagua, llevando algunos implementos como carpas, sacos de dormir, lámparas, cocinas y otros pertrechos que hicieran posible que un grupo de hombres pernoctara de modo mejor en ese puerto. Se estaba cavando una fosa en busca de nuevos cuerpos de prisioneros políticos asesinados entre septiembre de 1973 y febrero de 1974.

En el trayecto a Pisagua y en el lugar mismo de los sucesos, me fue madurando la idea de escribir algo acerca de Pisagua que ayudara a que este negro episodio no volviera a suceder nunca más.

Siempre la letra impresa ha de perdurar por el tiempo. Por eso, un libro acerca de Pisagua ha de cumplir la misión de perpetuar el dolor, la gloria y la esperanza de ese puerto-caleta. Pero, se hace necesario también saberlo todo acerca de Pisagua. Aunque ese “saberlo todo” suene a ambición desmedida.

¿Qué sabemos acerca de Pisagua?. Creo que muy poco, y lo que sabemos siempre está en relación a hechos puntuales y dramáticos. Y si son estos hechos puntuales, conocemos solo situaciones fragmentadas, producto de la situación o ubicación de quien la cuenta.

Chile y el Norte Grande de la patria, reclaman conocer la biografía social del dolor y la esperanza de este Pisagua, que vive de espalda al cerro y al mar, pero que siempre ha sabido estar a la hora puntual cuando la historia lo reclama. Aun cuando esta puntualidad signifique la muerte para los hombres.

Este libro pretende cumplir esa misión: develar los principales hitos históricos en la que se ha visto envuelto Pisagua. Y decimos pretende, por la sencilla razón, de que un puerto-caleta como éste, abriga muchas más historias que las que aquí se esbozan. En ese sentido, éste sigue siendo, afortunadamente, un libro incompleto. Digo afortunadamente, porque a todas luces, hace falta más investigación arqueológica, histórica, arquitectónica, sociológica, etc. y este estudio, debe ser encarado bajo la premisa de que el conocer

ayuda también al que el tan apreciado “nunca más” sea una realidad, y no solamente una consigna.

Este es un libro que tiene un doble componente. Por un lado, es histórico, y por el otro, testimonial. Y hemos querido combinar esos dos aspectos por las mismas características de lo que ha ocurrido en este puerto-caleta. Hemos querido rescatar el análisis histórico, como un modo de entregar al lector una visión sistemática de los principales hitos históricos por el cual ha pasado Pisagua.

En este sentido el trabajo de Lautaro Núñez A., logra esbozar con amena prosa, lo que ha sido Pisagua desde la prehistoria hasta hoy: una continum de cementerios. En carta a Freddy Taberna nos lleva de la mano por la historia, donde junto a este dirigente socialista, morrino e iquiqueño, buscaban otros muertos. Lo insólito de la vida, hace que Lautaro Núñez busque ahora a su amigo entre tantos muertos.

Como una paradoja, el artículo de Luis Gómez Morales, logre dibujarnos el rol que le cupo al ejército chileno en la Guerra del Pacífico. Digo de paradoja, porque en 1973 este mismo ejército heroico, le da las espaldas a su pueblo, le pone vendas y le dispara por la espalda. Cuando comparamos a ese ejército con el de hoy, un escalofrío nos recorre el cuerpo. ¿Y el heroísmo dónde quedó?. ¿Por qué no ser también heroico frente a sus propios hermanos?. ¿Por qué torturar y por qué matar?. ¿Por qué enterrar a escondidas?. ¿Qué vergüenza corre por los uniformes de los hombres de armas de hoy?

Pero, también está el Pisagua del esplendor y del ocaso, es el Pisagua del Ciclo Salitrero escrito por Mario Zolezzi Velásquez, estudioso erudito que gracias al buen manejo de las fuentes documentales, logra dar una visión del auge y de la caída del puerto-caleta.

Testimonial como un modo de dejar en evidencia, a través de testimonios directos, de personas que tuvieron un rol de importancia en esos eventos.

Desde esta perspectiva el trabajo de Luis Muñoz Orellana basado en su propia experiencia como prisionero político en tiempos de González Videla es de un alto valor. Es bien poco lo que se conoce de esa época, y me he encontrado con la suerte de conocer a Luis Muñoz Orellana, y de contar con su confianza para que este artículo apareciera en este libro.

En el mismo tono –pero con una fuerza dramática e impresionante- mi buen amigo Héctor Taberna Gallegos, apodado cariñosamente como “Pichón” hermano de Freddy, asesinado en Pisagua y cuyo cuerpo aún no se encuentra, logra transmitirnos los últimos momentos en que vio a su hermano con vida; logra comunicarnos la entereza que siempre tuvo Freddy, Juan Antonio Ruz, José Sampson y Rodolfo Fuenzalida en esos momentos en que la muerte ya era una realidad. Este es un testimonio que permanecerá en la historia de los derechos humanos y de las luchas sociales por mucho tiempo. “Pichón” nos da una magnífica lección de humildad y de respeto por sus muertos, que son también nuestros muertos.

Don Javier Prado Aránguiz, el obispo que conquistó a los iquiqueños por su humildad y sensibilidad, logra en su relato de Pisagua 1984-1985 entregarnos una visión realista y descarnada de esos momentos tan difíciles, en que la Patria buscaba nuevos caminos para salir de la dictadura. Agradezco la confianza que me deposito el Obispo Prado al enviarme su artículo.

Nelson Muñoz Morales no necesita grandes presentaciones. El juez de Pozo Almonte, con su acción ha logrado prestigiar al Poder Judicial de Chile, tan a mal traer. El con su relato, nos narra los momentos en que la tierra pisaguina cansada de tanta muerte logra parir a sus muertos –y con ello le da vida- al permitir que Iquique y Chile entero los entierre y los despida con orgullo, y de hecho, 17 años más tarde, los corone con las consignas que a ellos les hubiese gustado gritar.

Pisagua también ha sido objeto de literatura. Y en esa perspectiva Laura Salinas C., nos entrega un breve, pero interesante análisis de las principales obras que sobre este puerto-caleta se ha escrito. Desde Mario Bahamondes pasando por Andrés Sabella hasta nuestro Premio Nobel Pablo Neruda, todos ellos, de una u otra manera, han logrado en su prosa y poesía eternizar sus sentimientos acerca de Pisagua.

En el transcurso de la implementación de este libro, nos surgió la idea de escribir un artículo acerca del Pisagua de cada día. La pregunta básica que nos hacíamos era: ¿Qué se sabe de ese Pisagua de pescadores que habita en ese puerto-caleta?. ¿Qué hay de su historia que es independiente de la historia del dolor con la cual frecuentemente se le asocia?. Personalmente asumí el desafío de escribir ese artículo.

Finalmente, Juan Podestá A., actual Secretario Regional de Economía, intenta proponer, al final de este libro, algunas ideas para que Pisagua sea asumido por la comunidad, no solo como una mala conciencia regional, sino también como una lección constante para los chilenos.

Cuando el sábado 10 de junio, las campanas de la Catedral doblaron por los muertos de Pisagua, esas campanas tuvieron el sabor de la sal de la pampa y del mar de ese puerto. Fueron campanadas de dolor, pero también de alegría. De dolor, por cuento la duda se convertía definitivamente en certeza bajo la palabra muerte. De alegría, por cuanto el peregrinar había llegado a su fin, y en consecuencia, gracias a la democracia, los muertos de Pisagua desfilaron por última vez por sus calles: Obispo Labbé, Tarapacá, Vivar, Zegers hasta llegar al Cementerio N° 3 justo al lado del regimiento Telecomunicaciones, donde casi todos ellos pasaron sus primeras horas detenidos, acusados del “delito” de querer cambiar la sociedad.

Ese fue un peregrinar que sirvió para expiar las culpas de todo un pueblo, que aun no logra sobreponerse de tanta barbarie. Ese día Iquique entero se desgarró entre el dolor y la impotencia. El dolor que sus profesores como Humberto Lizardi o de sus obreros como Germán Palominos hayan sido asesinados. La impotencia de que sus asesinos sigan

gozando de buena salud, lamentándose tal vez de su desidia al permitir que se descubriera la fosa.

Iquique lloró a sus muertos, por la sencilla razón de que esos muertos eran nuestros muertos, vecinos, amigos, profesores, compañeros de idealismo, en fin, sus nombres, vivieron con los nuestros en la escuela, en el club deportivo, en el barrio, en el liceo o en el “Camino” en Cavancha o en los paseos de domingo en la Plaza Prat. Sus vidas cotidianas la tuvimos que confrontar con la muerte nada de cotidiana. Cuando los enterramos, nos fuimos un poco con ellos también.

Pero más allá de la injusta muerte de ellos, se nos impone como un deber la lección que tenemos que aprender, para que de ese modo no volvernos a tener que lamentar tanta muerte, tanto dolor, tanta injusticia. Esa es una tarea que todos, hombres de izquierda y porque no decirlo, hombres de derecha no comprometidos con la barbarie, podamos mirarnos a los ojos, y ser capaces de sacar las lecciones que la historia y nuestros hijos algún día nos reclamarán.

Frente a ello, creo que la justicia, la verdad y el castigo, por muy dolorosos que sean, es la mejor lección para ello. Parecemos que vivimos tensados entre una suerte de “realismo político” y de “excesiva ideologización” cuando tratamos temas como el de Pisagua. Y pareciera que ambos extremos han de ser necesariamente poco viables para el afán de aprender del dolor.

Este “realismo político” que nos hace pensar que cualquier acción de enjuiciamiento a los responsables de esos crímenes pueden poner en duda nuestro frágil sistema político democrático, nos hace demasiado dependiente del fantasma del golpe de Estado, que vive agazapado en cada cuartel. Este “realismo político” conduce más que nada a la inmovilidad, y favorece, por supuesto, a los sectores comprometidos con estos crímenes.

Por otro lado, y casi como respuesta a lo anterior, la “excesiva ideologización” reclama la verdad, la justicia y el castigo, pero, casi olvidando el marco político en la que se inscribe la vida nacional. De allí que muchas de sus propuestas válidas en lo ético, se convierten en inviable en lo político.

El rol del gobierno de la Concertación es pues, de suyo complicado. Anclado en su “realismo político”, pero sabedor de los costos que implica no hacerse cargo de corregir la violación de los derechos humanos, por lo mismo que su bandera de lucha fue ésa, se ve doblemente amarrada, primero por lo que prometió, y segundo por tener que gobernar en un ambiente de amarras.

Pareciera que por ahora, independiente de las consideraciones anteriores, la cultura de izquierda necesita, para su crecimiento y consolidación, asumir la experiencia de Pisagua, no necesariamente como una experiencia traumática, sino más que nada, como una

experiencia que la ha de marcar para su enriquecimiento como fuerza social, política y moral.

“He vuelto a Pisagua. Sus habitantes no alcanzan a la centena. De los muelles apenas quedan los restos de uno. Muchos años que no entra un barco. Las aguas azules de su bahía solo mecen a dos maltrechos botes pescadores. Todas las semanas debe ir el camión municipal a Iquique en busca de alimentos. Pero, desde hace más de un siglo, allí, en la cúspide de la elevada torre, está el reloj. Indiferente, sigue haciendo vibrar sus campanadas con la alegre sonoridad de las épocas venturosas, sin advertir que a sus pies muere Pisagua, con la elegancia y señorío que corresponden a un Puerto Mayor”. Alfredo Wormald Cruz, Historias Olvidadas del Norte Grande.

Tal vez, ese mismo reloj, guarda en sus ojos de fríos números, y en su corazón puntual, el secreto donde yacen los restos de Freddy Taberna, José Sampson, Juan Antonio Ruz, Rodolfo Fuenzalida y Michel Nash, y de otros que tal vez lo acompañan en ese sueño macabro que empezó esa mañana del once de septiembre 1973. Seguimos esperando que sus campanadas nos orienten para de una vez por todas encontrarlos.

Bernardo Guerrero Jiménez

Vida, pasión y muerte en Pisagua

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