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2. ¿Tragedia o gloria?

Lectura creyente de los acontecimientos

Roma, 27 de mayo de 1996

Mis queridos Hermanos y Hermanas:

Durante estos días que estamos viviendo, poco tiempo después del asesinato de nuestros Hermanos de Atlas, me ha parecido importante tratar de leer a la luz de la fe los acontecimientos que tan hondamente nos han afectado desde su anuncio.

Un testimonio que no ha de ser olvidado

La carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, en vistas a la preparación del jubileo del año 2000, nos recuerda que la Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. “Se trata de un testimonio que no hay que olvidar” (TMA, 37). Los hermanos de Atlas nos han dejado hoy este testimonio, justamente cuando nos preparamos para celebrar en 1998 los 900 años de la fundación del Císter y, poco más tarde, los 2000 años desde el nacimiento y muerte de Jesucristo, ¡no podemos dejar este testimonio en el olvido!

El misterio del ser humano, de todo ser humano, solo se manifiesta en el misterio del Verbo hecho carne, del Verbo humanizado. El testimonio de nuestros hermanos, al igual que nuestro propio testimonio monástico, testimonio de creyentes, solo puede ser comprendido a la luz del testimonio de Cristo Jesús. He aquí el testimonio del Testigo fiel: ¡Dios es Amor! Padre, perdónales pues no saben lo que hacen. ¡Qué venga tu Reino! Perdónanos nuestros pecados así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.

ESTABILIDAD HASTA LA MUERTE

Estabilidad en nuestras comunidades

La opción de los hermanos de Atlas no es única ni exclusiva. Todos nosotros, como monjes y monjas en la tradición benedictino-cisterciense, hemos hecho un voto de estabilidad que nos ha ligado a la comunidad y al lugar en el que ella se encuentra hasta la muerte. Varias de nuestras comunidades en los últimos años han tenido que afrontar situaciones de guerra o de violencia; en estas circunstancias han tenido que reflexionar seriamente sobre el sentido de este voto y han tenido que tomar decisiones cruciales sobre si quedar en el lugar o partir. Tal ha sido el caso de las comunidades de Huambo y Bela Vista en Angola, Butende en Uganda, Marija Zvijezda en Banja Luka en Bosnia y, más recientemente, la comunidad de Mokoto en la República Democrática del Congo. La mayoría de estas comunidades decidió permanecer en el lugar; los Hermanos de Mokoto, por razones diferentes, emprendieron el camino del exilio. En cada uno de estos casos la decisión comunitaria fue tomada después de una seria reflexión por parte de todos.

¿Cómo comprender la hondura de este voto en la vida de un monje o de una monja? Quizás el texto de la carta que el Padre Christian, superior de Atlas, había pensado enviar el pasado 28 de octubre de 1993 a Sayah Attiya –jefe del Grupo Islámico Armado (GIA) y cabeza del grupo que irrumpió en el monasterio aquella noche de Navidad– pueda ayudarnos a comprender mejor el sentido de nuestro voto:

Hermano, permítame dirigirme a usted así, de hombre a hombre, de creyente a creyente (...). En el conflicto actual que vive el país, nos parece imposible tomar partido. Nuestra calidad de extranjeros nos lo prohíbe. Nuestro estado de monjes (ruhbán) nos liga a la elección de Dios sobre nosotros que es vida de oración y simplicidad, de trabajo manual, de acogida y de compartir con todos, en especial con los más pobres (...). Estas razones para vivir son una elección libre de cada uno de nosotros. Nos comprometen hasta la muerte. No pienso que sea la voluntad de Dios que esta muerte nos venga de ustedes (...). Si un día los argelinos estiman que estamos de más, respetaremos su deseo de vernos partir. Ciertamente, con un gran dolor. Sé que continuaremos amándolos a todos, y también a ustedes entre ellos. ¿Cuándo y cómo le llegará este mensaje? ¡Poco importa! Tenía necesidad de escribirle hoy. Perdóneme haberlo hecho en mi lengua materna. Me comprenderá. ¡Y que el Único de toda vida nos conduzca! ¡Amén!

Discernimiento comunitario

Me parece ahora importante recordar las grandes etapas del discernimiento hecho por la comunidad de Atlas después de la visita de seis personas armadas en Navidad de 1993. La GIA intentaba comprometer a nuestros hermanos u obligarlos a la “colaboración” (sea mediante ayuda médica o económica y apoyo logístico). El Wali (Prefecto) de Medea les había ofrecido protección militar, pero los hermanos se negaron a aceptarla, pues deseaban ser un signo de paz para todos y cada uno. De igual modo, no aceptaron trasladarse a un lugar “protegido” en Medea, prefirieron permanecer en el propio monasterio. Solo estuvieron de acuerdo con dos cosas: cerrar las puertas entre las 17:30 y 7:30 horas e instalar una nueva línea telefónica conectada con la casa del Guardián.

Durante los días siguientes los hermanos hicieron una serie de votaciones comunitarias, llegando así a las siguientes decisiones: rechazar todo tipo de colaboración con la GIA (salvo en el caso de ayuda médica en el recinto del monasterio), permanecer en Atlas aunque reduciendo provisionalmente el número de los presentes en la comunidad, no aceptar novicios en el lugar, no regresar a Francia, sino trasladarse a Marruecos en el caso de tener que abandonar el monasterio y regresar a Atlas en cuanto las circunstancias lo permitieran.

El Nuncio Apostólico, muy consciente de la situación, les había escrito con fecha 24 de junio proponiéndoles instalarse en la propiedad de la Nunciatura. Nuestros hermanos respondieron que por el momento no veían la necesidad de un traslado, pero que, si tal fuera el caso, lo discernirían juntamente con el señor Arzobispo y el señor Nuncio.

El 16 de diciembre de 1994 tienen lugar nuevos diálogos comunitarios. Se confirman nuevamente las decisiones tomadas el año anterior. Monseñor Teissier, presente en el monasterio para esta ocasión, les deja un mensaje de agradecimiento reconociendo el riesgo que corren deseando testimoniar con su presencia en medio de una región en la que se afirmaban las bandas armadas. El Arzobispo les agradecía su fidelidad y les manifestaba con todo reconocimiento lo que esa presencia de oración y trabajo cotidiano en Tibhirine significaba para la comunidad cristiana en Argelia.

Posibilidad de una muerte violenta

Durante el discernimiento que los condujo a la decisión de permanecer en Atlas, a pesar de la situación prevalente de tensión, los hermanos eran muy conscientes de la posibilidad de una muerte violenta. La carta que Christian envió después del asesinato de dos religiosas en septiembre de 1995 lo dice claramente:

La celebración tenía un hermoso clima de serenidad y de ofrenda. Reunía una muy pequeña Iglesia cuyos miembros eran conscientes de que la lógica de su presencia debía incluir en adelante la eventualidad de una muerte violenta. Esta era, para muchos, como una inmersión nueva y radical en el carisma mismo de su congregación... y también un retorno a la fuente de la primera llamada. Por lo tanto, es claro que el deseo de todos es que ninguno de estos argelinos, a los que nos ha ligado nuestra consagración, en nombre del amor que Dios les tiene, hiera este amor matando a alguno de nosotros, a alguno de nuestros hermanos. (Carta del 7 de septiembre de 1995)

La reflexión de Christian sobre la posibilidad de una muerte violenta se había convertido en su propia oración, la oración de un hombre que quiere estar totalmente desarmado de toda violencia ante sus semejantes, sus hermanos: “Señor, desármame y desármales”.

Al menos en tres ocasiones, sobre todo con ocasión de la muerte violenta de religiosos y religiosas cercanos a su corazón, el Padre Christian evocará esta posibilidad. Después del asesinato del Hermano Henri, marista, escribe:

Yo estaba personalmente muy unido a Henri. Su muerte me parecía tan natural, tan conforme a una larga vida toda entera entregada a las cosas pequeñas. Henri me parecía pertenecer a la categoría de los que yo llamo “los mártires de la esperanza”, de los que no se habla nunca, porque es en la paciencia de lo cotidiano donde ellos han derramado toda su sangre. Es así como comprendo el sentido del “martirio monástico”. Este instinto es el que nos lleva, actualmente, a no cambiar nada, a menos que se trate de un esfuerzo permanente de conversión (pero a este respecto, todavía, ¡ningún cambio!). (Carta del 5 de julio de 1994)

Después de la muerte de las Agustinas misioneras, cuando los hermanos de Atlas confirman la decisión de permanecer a pesar de los riesgos:

Las comunidades masculinas parecen mantener su opción de permanecer. Esto es claro, hasta el presente, para los Jesuitas, los Hermanos de Jesús, los padres Blancos en su conjunto. Es claro también para nosotros. En Tibhirine, como en otras partes, esta opción tiene sus riesgos, esto es evidente. Cada uno de los hermanos me ha dicho estar dispuesto a asumirlos, en una actitud de fe en el porvenir y de compartir con nuestros vecinos siempre muy cercanos a nosotros. La gracia de este don se nos concede día a día y con toda simplicidad. A fin de septiembre hemos tenido otra “visita” nocturna. Esta vez los “hermanos de la montaña” querían utilizar nuestro teléfono. Hemos objetado que teníamos escuchas... pues es necesario resaltar la contradicción entre nuestro estado y cualquier complicidad con lo que podría atentar a la vida de otro. Nos han dado seguridades, pero la amenaza estaba allí, bien armada, por cierto. (Carta del 13 de noviembre de 1994)

Y después del asesinato de las hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles:

El Papa ha tenido la gran delicadeza de enviarnos un delegado especial que presida las exequias, el Secretario de la Congregación de Religiosos. Hemos podido encontrarle esta tarde en una reunión de obispos y superiores mayores. Fue particularmente llamativo. Con una sonrisa y mucha convicción, nos ha confirmado en nuestro hoy, frente a la historia de la Iglesia, al designio de Dios y a nuestra vocación religiosa, incluyendo la eventualidad del martirio. Todo como exigencia de una disponibilidad a esta forma de fidelidad personal que el Espíritu quiere suscitar y donar a la Iglesia aquí y ahora. Esto no impide ciertas disposiciones concretas y reflejos elementales de prudencia y discreción. (Carta del 7 de septiembre de 1995)

Mártires del amor y de la fe

A lo largo del siglo XX, otras dos comunidades de la Orden donaron a la Iglesia y al mundo auténticos mártires del amor y de la fe: los 33 mártires de Nuestra Señora de la Consolación en China, en 1947-48; y los 19 mártires de Nuestra Señora de Viaceli en España, en 1936-37. La causa de beatificación de estos mártires ya ha sido introducida en Roma. Los siete hermanos de Nuestra Señora de Atlas nos acaban de dar asimismo este testimonio de amor y de fe.

En cada uno de estos casos se trató de una gracia comunitaria y no de una gracia individual. En un contexto cenobítico, como es el caso de un monasterio cisterciense, no puede pasarnos desapercibido el hecho de una vida vivida y donada, todos juntos. Y esta gracia comunitaria del martirio ha sido también una gracia eclesial. El amor de nuestros hermanos por la Iglesia en Argelia y por la Iglesia local de Argel es bien conocido de todos. La vida y la muerte de estos hermanos nuestros se inscriben en el libro de todos los hombres y mujeres, religiosos y religiosas, cristianos y musulmanes que vivieron y murieron por Dios y por el prójimo.

En nombre del Evangelio

El día 27 de abril de 1996, apenas después de un mes del secuestro, el cotidiano Al Hayat publicaba largos extractos del comunicado 43 de la GIA, fechado el 18 de abril. El “emir” de la GIA no reconoce el aman, es decir, la protección concedida al monasterio por su predecesor. Aún más, esta “protección” no habría sido lícita, dado que los monjes, según el citado comunicado:

no han cesado de invitar a los musulmanes a vivir el evangelio, han continuado poniendo de manifiesto sus slogans y sus símbolos y conmemorando solemnemente sus fiestas.

El Emir afirma, además:

que los monjes que viven entre la gente del pueblo pueden ser lícitamente matados,

y tal es el caso de los monjes de Atlas:

viven entre el pueblo y alejan a la gente del camino divino incitándoles a seguir el evangelio.

Y continúa luego diciendo:

es entonces lícito aplicarles (a estos monjes) lo que se aplica a los no creyentes cuando son prisioneros de combate, es decir, la muerte, la esclavitud o cambiarlos por prisioneros musulmanes.

Y, para concluir, viene la advertencia: la no liberación de los prisioneros de la GIA traerá como consecuencia la muerte de los monjes:

Ustedes eligen: si liberan, liberamos; si no liberan, degollamos. Gloria a Dios.

Es evidente que los hermanos fueron condenados a muerte por causa del Evangelio que profesaban. Condenados a muerte para “gloria de Dios”.

El perdón a los enemigos

El Padre Christian escribía a un grupo de amigos después de la muerte violenta del Hermano Henri:

“No hay mayor amor que el de dar la vida por aquellos a quienes se ama”, decía Jesús en el Evangelio de este 8 de mayo de 1994. Si esta palabra suena tan adecuada en la vida de Henri, no es porque fue ilustrada en su último día, sino más bien porque nosotros reconocemos que a nuestro hermano le fue esencialmente “donada” hasta ese don perfecto del perdón, incluido por adelantado, en la primera proposición que me enviaba, para ajustar a la situación actual las orientaciones concretas de nuestro grupo. En nuestras relaciones cotidianas, tomemos abiertamente el partido del amor, del perdón, de la comunión, contra el odio, la venganza y la violencia. (Carta del 15 de mayo de 1994)

Al fin del retiro comunitario anual, antes de la Navidad de 1994, el Padre Christophe reasumía los puntos fuertes del retiro, aquello que lo había marcado e interpelado. Habría que copiar todo el texto, contentémonos con este párrafo:

Veo bien que nuestro modo particular de existencia –monjes cenobitas– ¡y bien! eso permanece, nos porta y nos soporta. Para ser más preciso. El Oficio: las palabras de los salmos permanecen, hacen cuerpo con la situación de violencia, de angustia, de mentira y de injusticia. Sí, hay enemigos. No se nos puede obligar a decir demasiado pronto que se les ama, sin hacer injuria a la memoria de las víctimas cuyo número crece cada día. ¡Dios Santo, Dios fuerte! ¡Ven en nuestra ayuda! ¡Apresúrate a socorrernos!

Durante la Pascua de 1995 visité a nuestras hermanas de la comunidad de Huambo en Angola. Hacía unos pocos meses que había concluido la guerra. La hermana Tavita hacía su profesión temporal precisamente el domingo de Pascua. Había elegido como lectura bíblica para su profesión el Evangelio sobre el amor a los enemigos. La adversidad puede llegar a ser una experiencia agobiante, pero puede también dar lugar al perdón y al amor de los enemigos. Todo esto tiene sentido, un sentido que pide ser acogido y reconocido. Y puede que sea tan solo el descubrimiento de este sentido lo que le permite a Christophe dejar al Hermano Luc la última palabra que concluye y firma su reflexión con ocasión del retiro espiritual:

Para el primero de enero de 1994, inaugurando el año y el mes de sus 80 años, al refectorio, hemos escuchado el casete que Luc guarda para el día de su entierro, Edith Piaf que canta: “No, nada de nada, no. ¡No lamento nada!”.

Ejecutados con el Cordero

Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos un Cordero, como degollado. (Apoc 5, 6)

Ahora ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte. (Apoc 12, 10-11)

Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar... de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos... Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero... El Cordero los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. (Apoc 7, 9. 14. 17)

El 23 de mayo de 1996 recibimos de parte del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia la noticia de que una radio de Marruecos había difundido un nuevo comunicado (el número 44) de la GIA. Este comunicado nos da el sentido último de la ejecución de nuestros hermanos por mano de sus secuestradores. Ha de ser leído a la luz del comunicado precedente y de los motivos de la condenación evocados por el Emir de la GIA, motivos que preveían: la muerte, la esclavitud o el intercambio con prisioneros musulmanes. Como no hubo intercambio de prisioneros, la GIA decidió aplicar la sentencia prevista. Dice el comunicado:

El 18 de abril de 1996, publicamos un comunicado (...). Ya habíamos dicho: Si liberan (a Abdelhak Layada...), liberamos; si no liberan, los degollamos. El 30 de abril hemos enviado un emisario a la embajada de Francia (...) llevando un casete audio probando que los monjes están vivos y un mensaje escrito precisando las modalidades de las negociaciones, si es que ellos (los franceses) quieren recuperar a sus prisioneros vivos. En un primer tiempo, se han mostrado dispuestos (a hacerlo) y nos han escrito una carta firmada y sellada (...). Algunos días después, el presidente francés y su ministro de relaciones exteriores han declarado que no dialogarían ni negociarían con el Grupo Islámico Armado. Han interrumpido lo que habían comenzado y nosotros hemos degollado a los siete monjes, fieles (en esto) a nuestro compromiso (...). Gloria a Dios (...). Y esto fue ejecutado esta mañana (21 de mayo).

¡Dejen resonar el clamor de nuestros mártires!

La vida y la muerte de los siete hermanos de Atlas es un testimonio que no puede ser olvidado. ¡Que ni la diplomacia, ni la política, ni una mirada carente de trascendencia sobre estos acontecimientos vaya a privarnos de la voz de nuestros mártires ni acalle el clamor de ese grito de amor y de fe! Desde el martirio del combate espiritual hasta el martirio de la sangre derramada, es el mismo clamor que invita al perdón y al amor a los enemigos. ¡La vida es más fuerte que la muerte: el amor tiene la última palabra!

En vísperas del noveno centenario del Císter y del jubileo del año 2000, estos acontecimientos son un “signo de los tiempos” para cada uno de nosotros. Son una Palabra de Dios que no retornará a Él sin haber fecundado nuestros corazones y producido sus frutos. Hoy, si escuchamos su voz, en cuanto personas individuales y en cuanto comunidades de personas, no cerremos nuestro corazón a esta invitación apremiante que nos llama a perseverar en la conversión y en el seguimiento radical de Jesús y de su Evangelio. Que el ejemplo de nuestros siete hermanos avive en nosotros el fuego del amor hasta que no exista entre nosotros otra deuda que la deuda del amor fraterno, hasta llegar al extremo de perdonar y amar a quienes han matado a nuestros hermanos. Solo así, perdonando y amando hasta el extremo, seremos cristianos como Christian y podremos también como él llegar al ocaso de nuestras vidas haciendo nuestras las palabras de su testamento:

Y tú también, amigo del último instante, que no has sabido lo que hacías.

Sí, también para ti quiero este GRACIAS, y este “A-DIOS” en cuyo rostro te contemplo.

Y que nos sea dado volver a encontrarnos, ladrones bienaventurados, en el paraíso, si lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡Amén!

Con un abrazo grande, en María de san José.


Abad General

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