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Оглавление3. Argel y Tibhirine
Crónica de una celebración
Roma, 7 de junio de 1996
Muy queridos Hermanos y Hermanas:
He llegado ayer de Argel. Sé que están esperando noticias mías y de Armand. Aunque estoy efectivamente en Roma, parte de mí ha quedado en Tibhirine, en el cementerio del monasterio al lado de las siete fosas que guardan los restos de nuestros hermanos.
No sé cómo contarles todo lo vivido en Argelia. La manera más simple es comunicarles sin más las notas que tomé para mí mismo. Había pensado en corregirlas y redactarlas de otra forma. Pero no tengo el tiempo necesario ni estoy en condición de hacerlo. Va entonces esta crónica tal como nació. Confío en que servirá para estrechar la comunión entre todos nosotros y los hermanos de Atlas y de Fez.
ARGEL
Jueves, 30 de mayo
Salimos, Armand y yo, de Roma a las 15:25 en el vuelo 2025 de Air Algérie. El vuelo estaba anunciado para las 13:10 horas, es decir que la partida se demoró 2:15 horas. Llegamos al aeropuerto de Argel a las 15:45 (hora local) pasadas las 1:20 horas de vuelo sin ninguna novedad. Nos esperaban en el aeropuerto el P. Amédée y un Padre Blanco, holandés. En cuanto llegamos fuimos rodeados por nueve policías vestidos de civil encargados de nuestra seguridad. Los policías hacen los trámites de control y aduana y después de una media hora salimos todos juntos por una puerta lateral (¡un grupito de periodistas de Antenne 2 nos estaba esperando en la puerta principal!). Durante el trayecto hacia la Casa diocesana nuestro vehículo iba precedido y seguido por dos autos policiales. Al llegar se nos informa que una escolta policial estará a nuestra disposición durante todos los días de nuestra estadía. Antes de partir del aeropuerto nos cuentan la muerte, esa misma mañana, del Cardenal Duval a los 92 años de edad.
Llegados a la Casa diocesana la primera persona que nos sale al encuentro nos dice, casi susurrando: ¿Saben la última noticia? Respondemos: ¿Cuál? ¡Han encontrado a los siete monjes! ¿Vivos? Muertos... Monseñor Teissier ha ido a ver al embajador de Francia, el señor Michel Lévêque, quien le comunicó la noticia hacia las 16:15 horas. Pasamos luego a la sala-escritorio de Monseñor, en donde se encontraba un grupo que había venido a presentar sus condolencias por la muerte del Cardenal Duval. Entre las personas presentes se encontraba la señora Boudiaf, esposa del anciano presidente asesinado hace unos tres años; estaba también el director del diario Liberté con su esposa. En los rostros de estas personas se refleja todo el dolor del pueblo argelino ante la dificilísima situación que atraviesa el país. Me es difícil no recordar todo lo vivido en la Argentina de los años setenta.
Pasadas las 17 horas regresa Monseñor Teissier y nos pone al tanto de los últimos acontecimientos. Las autoridades les han hecho saber (a él y al embajador) que los cuerpos serán puestos en cajones venidos de Marsella y que serán traídos al Hospital militar de Argel el viernes por la tarde. Ante esta noticia le hacemos saber a Monseñor la importancia de identificar nosotros mismos los restos; Monseñor piensa que no será posible, pero que los cuerpos, según parece, ya han sido identificados por gente del lugar. Nos ponemos en contacto telefónico con el embajador para hacerle conocer nuestros deseos de identificar los restos; piensa que no habrá inconveniente. Tanto para mí como para Armand este es un punto de importancia capital. Discutimos luego con Monseñor el tema de los funerales y el entierro de los hermanos. Los funerales tendrán lugar en la Catedral junto con la misa de exequias por el Cardenal Duval. Nos presenta luego cuatro hipótesis sobre el entierro. Le expreso a Monseñor el deseo de las familias según me lo comunicó D. Etienne de Bellefontaine esta misma mañana por teléfono: todos juntos, en Argelia, si es posible en el monasterio. Le hago también saber que este es asimismo el deseo de la familia monástica. Monseñor tiene sus dudas (sobre si) las autoridades lo permitirán. Insistimos sobre este punto y finalmente Monseñor nos pone en comunicación con el embajador. El señor embajador nos dice que probablemente por motivos de seguridad las autoridades tendrán sus reparos, pero que si todo se hace discretamente las autoridades podrían estar de acuerdo.
Desde nuestra llegada hasta después de la comida el teléfono no cesa de sonar. También nos requieren a nosotros a fin de hacer declaraciones a la prensa, a la radio y a la televisión. Insistimos en que por el momento no hay gran cosa que decir. Finalmente nos ponemos de acuerdo con Monseñor para un encuentro con los periodistas mañana a las 9:00 horas. Sentimos una gran solidaridad y pena por Monseñor Teissier que lleva una gran cruz a cuestas; le expresamos nuestro agradecimiento y le decimos que estamos dispuestos a ayudarlo (“descargarlo”) en todo lo que esté de nuestra parte.
Pasadas ya las 21:00 horas me llama por teléfono D. Etienne y, entre otras cosas, me dice que Paris Match ha publicado la noticia de la existencia de un video casete enviado a las autoridades francesas con la filmación de la ejecución de los siete monjes de Atlas. Las familias están de acuerdo en pedir a las autoridades la destrucción de esta filmación; me pregunta mi opinión; le digo que estoy totalmente de acuerdo, si es que el video realmente existe... Obviamente la existencia de esta filmación tiene sus consecuencias políticas e internacionales... Pero dejemos esto a los políticos, diplomáticos y periodistas; a nosotros, monjes, nos corresponde descubrir la “mano de Dios” en todo lo acontecido, aunque no es fácil discernir la mano divina entre tantas manos humanas.
Viernes, 31 de mayo
El encuentro previsto con los periodistas tuvo lugar a las 9:00 horas. Las preguntas de fondo van dirigidas a Monseñor Teissier quien explica el sentido del testamento de Christian y el valor cristiano del perdón. Por mi parte explico el sentido de los hechos vividos para la Orden y la importancia de la identificación de los cuerpos; reitero la importancia del perdón: la petición de perdón es una palabra fuerte dirigida directamente al corazón misericordioso de Dios y no a la “justicia humana”. D. Armand retoma el tema del reconocimiento de los cuerpos que tendrá lugar hoy y hace conocer el deseo de la Orden y de las familias sobre el entierro de los monjes en el monasterio, agrega unas palabras sobre el futuro de la comunidad y de Tibhirine.
A las 11:00 horas viene a buscarnos en su camioneta blindada (a Monseñor, P. Amédée, D. Armand y a mí) el señor embajador junto con el cónsul general y un médico de la Embajada (joven argelino) a fin de dirigirnos al Hospital militar de “Aïn Naadja”. Una vez en el auto, el embajador nos hace algunas confidencias sobre el hallazgo de los restos y nos pide no sacar fotografías.
Llegados al Hospital somos recibidos muy amablemente por un par de médicos y el coronel director general. Nos explican con mucha delicadeza que la muerte se remonta a unos diez días y que los cuerpos habían sido enterrados y desenterrados. Pensaban y esperaban que Monseñor estuviera presente para rezar una oración delante de los ataúdes que ya habían sido cerrados. Por nuestra parte insistimos en que deseamos hacer la identificación por nosotros mismos. Se nos explica que se habían seguido todos los requisitos previstos por la medicina legal en situaciones semejantes: fotos, radiografías, etc. El coronel agrega que, de todos modos, no hay inconveniente en abrir nuevamente los cajones para que hagamos la identificación requerida, nos pone sobre aviso del golpe emotivo que todo esto suele ocasionar. Les hacemos saber que solo dos de nosotros haremos la identificación. Le pedimos al P. Amédée que permanezca en la sala donde nos recibieron, finalmente acepta y dice que aprovechará ese tiempo para rezar el oficio de sexta.
A las 12:15 horas nos dirigimos todos hacia el departamento de medicina legal (morgue) a fin de llevar a cabo el examen pericial. Decidimos finalmente que solo el cónsul general (quien redactaría el acta oficial de defunción), el médico de la Embajada, Armand y yo procederíamos a la identificación. En una amplia sala nos esperaban siete ataúdes muy simples y discretos, sobre cada uno de ellos una rosa roja. Ante lo que contemplamos no pudimos dejar de imaginar al precursor de Jesús, san Juan el Bautista. En unos veinte minutos todo estaba concluido.
A las 13:15 horas llegamos a la Embajada francesa para un almuerzo junto con otras personalidades: varios embajadores, el nuncio Monseñor Antonio Sozzo, y el vicario general de la diócesis, Monseñor Belaid Ould Aoudia. Al inicio del almuerzo, Monseñor Teissier agradece al embajador todo lo que hizo durante los últimos dos meses en relación con los monjes de Tibhirine. D. Armand dirige también unas palabras de agradecimiento en mi nombre y en nombre de la Orden.
A las 15 horas regresamos a la Casa diocesana. Monseñor me dice que piensa ir a ver al ministro del Interior por el asunto del entierro. Le pido si Armand puede acompañarlo a fin de expresar en nombre de la Orden y de las familias el deseo de que los monjes sean enterrados en el monasterio; Monseñor está de acuerdo. A las 16:40 regresan con la buena noticia: el ministro asiente a la petición hecha, solo pide que se trate de un acto privado por motivos de seguridad; el entierro tendrá lugar el próximo martes por la mañana.
A las 16:30 nueva partida junto con los dos autos de la escolta hacia nuestra Señora de África a fin de orar ante los restos del Cardenal Duval. El Cardenal yacía todo vestido de rojo, la relación con los siete pobres féretros de los hermanos sobre los que reposaba una rosa roja se me hizo espontánea: tanto uno como otros habían dado testimonio de paz, amor y convivencia. A las 17:30 horas celebramos misa en el lugar. A las 18:23, estamos de regreso en la Casa diocesana. Al llegar me esperaba un periodista especializado en temas islámicos, me manifestó con gran sentimiento el dolor personal y del pueblo argelino por todo lo sucedido a nuestros hermanos. Mientras tanto Armand fue al estudio de TF1 para una transmisión en directo para el boletín de noticias de las 20:00 (hora francesa): anuncia, entre otras cosas, que el entierro tendrá lugar en el monasterio el próximo martes...
Sábado, 1.° de junio
Permanecemos todo el día en la Casa diocesana. Antes del almuerzo, Monseñor nos comunica las últimas noticias: el ministro del Interior ha decidido que iremos a Tibhirine un pequeño grupo (unas 10 personas), junto con los cajones mortuorios, en helicóptero, el próximo martes; todo esto por motivos de seguridad y a fin de evitar la presencia de multitudes y periodistas.
Después del almuerzo tengo un largo encuentro de casi tres horas con el P. Amédée. Pasamos revista a una pequeña valija con todos los documentos personales de los hermanos; escojo fotografías recientes de todos ellos a fin de hacer copias y hacérselas llegar a las personas más cercanas. Le recomiendo vivamente guardar toda esa documentación, pues seguramente algún día será muy útil y necesaria. Tratamos luego otros temas prácticos sobre sus planes futuros y los del monasterio.
A partir de las 18 horas comienzan a llegar los invitados para las exequias de mañana: el Cardenal Arinze (delegado papal), los cuatro obispos de Argelia, y siete miembros de la familia del Hermano Christophe: Elisabeth y François, Vincent y Thérèse, Claire, Xavier y la señora Finot, madrina de Christophe. Siento que la familia Lebreton ha comprendido mucho mejor el sentido hondo de los acontecimientos que tantos otros que deberían haberlo comprendido: ¡misterio profético de la fe laical del pueblo de Dios! Me entregan copia de tres poemas recientes de Christophe; extraigo algunas frases de cada uno de ellos que me resultan iluminadoras:
Soy de Él y sigo sus huellas, voy hacia mi plena verdad pascual.
Visto el color que toman las cosas y el giro de los acontecimientos, os digo, con toda verdad, todo va bien.
La llama se ha inclinado, la luz se ha ladeado.
Puedo morir
y heme aquí.
Domingo, 2 de junio
Después del desayuno, buen encuentro con el Padre T.B. de la diócesis de Orán y gran amigo de Christian. Le pido me ponga por escrito su experiencia de lo vivido el pasado 27 de marzo; me asegura que lo hará hoy mismo. Por la mañana preparo el “testimonio” que me han pedido para la misa de esta tarde. Lo hago leer al Padre P.L. (de aquí) y me expresa su total conformidad. Luego lo leemos juntos con el P. Amédée:
¿Qué puede decir un monje sobre sus hermanos monjes? Tanto yo como ellos sabemos muy bien que nuestro carisma en la Iglesia es callar y trabajar; interceder y alabar. Pero también sabemos que hay momentos para hablar y momentos para guardar silencio.
La voz oculta de los monjes resonó silenciosamente en los claustros de Nuestra Señora de Atlas durante más de 50 años. Esa misma voz se ha convertido, en los dos últimos meses, en un grito de amor que ha sonado en el corazón de millones de hombres y mujeres creyentes y de buena voluntad. Nuestros siete hermanos de Tibhirine: Christian, Luc, Christophe, Michel, Bruno, Célestin y Paul se han convertido hoy en portavoces de tantas voces acalladas y de personas desconocidas que dieron sus vidas por un mundo más humano. Nuestros siete monjes me prestan hoy, también a mí su voz.
Hemos de entrar en el mundo del otro, sea este cristiano o musulmán. Precisamente si el “otro” no existe no hay lugar para el verdadero amor. Dejémonos desinstalar y enriquecer por la existencia del otro. Permanezcamos abiertos, permeables a toda voz que nos interpela. Optemos por el amor, el perdón y la comunión contra toda forma de odio, venganza y violencia. Creamos sin vacilar en el deseo profundo de paz que yace en todo corazón humano.
El testimonio de los monjes, al igual que el testimonio de cada creyente cristiano, solo puede ser comprendido y considerado como una prolongación del testimonio de Cristo mismo. Nuestra vida en seguimiento de Jesús ha de manifestar sin ambigüedad alguna la gratuidad divina de la buena noticia del Evangelio que deseamos vivir: ¡una vida donada, entregada, ofrecida jamás se pierde, siempre se la reencuentra en Aquel que es la Vida!
Nuestros hermanos monjes son el fruto maduro de esta Iglesia que vive su pascua en Argelia. Nuestros hermanos monjes son también el fruto maduro de este pueblo argelino que los ha recibido y valorado sus vidas durante tantos años de presencia y comunión. Por eso se impone de nuestra parte una palabra de agradecimiento a todos vosotros. Iglesia en Argelia, argelinos todos, adoradores del único Dios: gracias infinitas por el respeto y amor que siempre habéis demostrado hacia nuestros hermanos monjes. Escucha, si te es posible escuchar: Llegar a Él, es despojarse de sí mismo. Silencio: allí arriba, todo es visión. Para ellos, nuestros monjes de Tibhirine, la palabra no es sino una mirada.
Amén.
Cuando llegamos a los nombres de los hermanos tuvimos que detener la lectura, las lágrimas de tierna emoción que nos daban ojos de gloria para ver lo invisible nos inclinaban al silencio orante.
Hacia las 11:30 me encuentro con el Padre T.B. Le pido explicaciones sobre el tema que trabajaron en el grupo de “Le Ribat” (grupo cristiano-islámico de oración y encuentro fundado en 1979 en el cuadro monástico de Tibhirine) en la pascua del año ’95. Me explica que el tema era: Oh Dios, Tú eres nuestra esperanza. El Hermano Christophe había agregado en su comentario: sobre el rostro de todos los vivientes. Me entrega copia del texto completo de Christophe, en el cual puedo leer:
Acerca de este tema, si lo rezo y busco comprenderlo, para ajustar mi corazón y mi inteligencia a lo que digo, a lo que el Espíritu quiere decir en mí: Tú sobre el rostro de todos los vivientes, hago un primer descubrimiento: portador de Tu rostro (envisagé de toi), entre todos, elegido, mirado, amado, soy yo, si verdaderamente quiero ajustar. ¿Y, entonces, los otros? Para que todos se transformen en rostro, Tú no puedes hacer otra cosa que mirar los rostros y asumirlos.
Todo esto tiene su relación con la estrofa final del testamento de Christian:
Y tú también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, también para ti quiero este Gracias, y este “A-Dios” en cuyo rostro te contemplo (en-visagé de toi).
Le explico al Padre T.B. cómo entiendo yo el testamento de Christian. Me escucha con lágrimas en los ojos y dice luego: “Sí, es así”.
~ El Testamento comienza: Cuando un A-Dios se vislumbra; es decir, ante la perspectiva de una partida y cuando a Dios apenas se lo ve.
~ Continúa: Desearía, llegado el momento (...), perdonar de todo corazón a quien me hubiera herido.
~ Llegado el momento de la muerte será por fin liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré (...) hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con Él a sus hijos del Islam tal como Él los ve (...) inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
~ Pero esa contemplación se anticipa al momento de la muerte. Por eso Christian podrá encontrar al amigo del último instante (su asesino) reflejado en el rostro de Dios: en cuyo rostro te contemplo (en-visagé de toi).
~ Todo concluye cuando el perdón ha producido la transformación y restablecido la semejanza. El Padre Dios y el hermano humano han sido conjuntamente encontrados. ¡Misterio profundo del amor!, prolongación del Amor de Cristo que expiró diciendo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.
A las 12:30 salimos para los “Glycines” (Centro cultural diocesano) a fin de almorzar con Monseñor, el nuncio y el Cardenal Arinze. Aprovecho la visita para revisar, junto con el Padre A.G. (director del Centro), el cuarto en donde han guardado en depósito muchas pertenencias del Monasterio: archivos del prior, papeles personales de los hermanos, imágenes sagradas, báculo, cáliz y patena, etc. Tomo algunas cosas de las tres cajas del hermano Christophe a fin de entregarlas a sus dos hermanas y hermanos: un sobre de fotos de familia, una carpeta con recuerdos de la ordenación sacerdotal, un Nuevo Testamento (TOB), dos Biblias de Jerusalén (una de bolsillo y otra de gran formato). A las 14:00 estamos de regreso en la Casa diocesana.
A las 14:50 hs. vienen a buscamos en la camioneta blindada de la Embajada para ir al Hospital militar a buscar y acompañar los siete féretros hasta el Santuario de Nuestra Señora de África. Vamos juntos: el P. Amédée, Armand, el Padre G.N. y yo. Llegamos en veinte minutos. Nos esperaba el señor coronel, quien nos recibió muy amablemente. Nos dirigimos todos juntos al departamento de medicina legal. Una guardia de treinta cadetes militares con brillantes cascos fue depositando los restos en cuatro ambulancias amarillas. Todo fue hecho con gran respeto y dignidad. A las 15:35 horas salimos para el Santuario acompañados por un impresionante dispositivo de seguridad (tres motocicletas, tres patrulleros, dos camionetas militares, una autobomba). El tráfico había sido cortado a lo largo de toda la ruta. Durante los veinticinco minutos de trayecto el P. Amédée rezaba devotamente su rosario. A las 16:00 horas entrábamos en el Santuario. Aguardaban en el mismo gran cantidad de periodistas, radio y TV. Gran emoción durante el traslado de nuestros siete hermanos al interior de la basílica. Pocos minutos después llegaron el Cardenal Lustiger y tres obispos franceses, entre ellos Monseñor Duval, sobrino del Cardenal. En la sacristía me encuentro con los padres Jean Pierre y Robert, llegados hace un momento de Fez y de Tibhirine respectivamente. Dado que las autoridades (cinco ministros representando al gobierno) llegaron un poco antes, se decidió comenzar inmediatamente la misa de exequias del Cardenal Duval y de nuestros hermanos, eran las 16:40 horas. Los ocho ataúdes llenaban el presbiterio, sobre cada uno de ellos una gran corona de flores y una fotografía tamaño oficio: Duval y los monjes estaban nuevamente unidos; no en vano el Cardenal había impedido a inicios de los años ’60 la clausura del monasterio por parte de la Orden. Presidía el Cardenal Arinze, delegado papal, a su derecha e izquierda estaban Monseñor Teissier y Monseñor Duval, inmediatamente después yo, Armand y los padres Amédée y Jean Pierre. No poca emoción al ver sobre el altar el cáliz y la patena del monasterio, cáliz y patena adornados con pulseras de coral provenientes de Kabyle. La ceremonia se desarrolló según el plan previsto, salvo que el mensaje del presidente Chirac por la muerte de los monjes fue sustituido por un telegrama de condolencia del Papa por la muerte del Cardenal.
A las 18:30 horas todo estaba concluido. Muchísima gente, con lágrimas en los ojos, se acercó a saludarnos. Uno de los encargados de seguridad del Hospital militar (musulmán) me estrechó con efusión la mano diciéndome: “los monjes son también nuestros hermanos”. Varias personas nos pedían perdón por lo sucedido; por mi parte solo podía decirles: gracias. Me encuentro con el embajador argentino, resultó ser Jerónimo Cortés-Funes, compañero de colegio de mi hermano mayor. ¡Pequeño mundo! Junto con Armand damos una última bendición a los restos de nuestros hermanos y hacia las 19:00 horas salimos de regreso hacia la Casa diocesana.
Hacia las 19:30, Armand parte para la Embajada francesa a fin de participar en una cena con las autoridades eclesiásticas. Le encargo presente mis excusas al señor embajador. Prefiero quedarme en casa y cenar con los padres Amédée, Jean Pierre y la familia de Christophe. Terminada la cena comparto con la familia Lebreton lo que traje de los “Glycines” perteneciente a Christophe. El día ha sido largo y ha estado lleno de emociones contenidas.
Lunes, 3 de junio
A las 07:30 horas celebramos la Eucaristía presidida por el Cardenal Lustiger. Éramos unas 30 personas: el pequeño resto de la diócesis de Argel. Antes de la bendición final, el Cardenal agradece a todos los presentes la “fe de esta pequeña Iglesia local que mantiene viva y apoya la fe decadente de la vieja Europa”.
Después de la misa, le pido al P. Amédée si puede ir a los “Glicynes” a buscar las cajas con las pertenencias de Christophe. Deseo que su familia pueda revisarlas a fin de llevar a la señora Lebreton los recuerdos más personales. Terminado el desayuno me vuelvo a encontrar brevemente con el Padre T.B., quien me entrega el relato que le solicite hace un par de días; se trata de 6 páginas sobre todo lo vivido en el monasterio la madrugada del 27 de marzo y el día siguiente. Vuelvo a recordarles a los padres Amédée y Jean-Pierre que aún espero sus relatos.
Entre las 15:00 y 16:30 horas tuve un buen encuentro con los padres Jean-Pierre y Amédée. Había varios temas prácticos que tratar y algunas decisiones que tomar. Ajustamos el programa para la ceremonia del entierro en el monasterio. ¿Es posible asegurar una presencia en Tibhirine por dos o tres años con vistas a un regreso si la situación del país se normaliza? Les ofrezco los medios económicos necesarios a fin de buscar casa para M.M. y su familia en Medea, si es que él así lo desea. Le recuerdo a Jean-Pierre que como superior ad nutun de la comunidad tiene que venir a Roma para el próximo Capítulo general. Finalmente, hablamos del P. Michel OP, que desea hacer un tránsito a la Orden entrando en Fez.
Hacia las 17 horas, me reúno con Claire y el P. Amédée para revisar los papeles personales de Christophe. Poco después llegaron Elisabeth y Xavier. No fue fácil distinguir entre: notas de estudio y conferencias, diarios íntimos, poesías, etc. Había también gran cantidad de cartas recibidas que decidimos quemarlas por respeto a quienes las habían enviado. Pusimos todas las fotografías juntas a fin de hacerlas llegar a la madre de Christophe. Por mi parte tome un cuaderno tamaño oficio con un diario personal, en cuya primera página se puede leer: “Cuaderno de oración comenzado en este día domingo 8-8-1993 en Tibhirine”. La última entrada es del 19 de marzo de 1996, una semana antes de la captura, dice así:
San José. Bruno y el P. J.C. llegaron ayer. Aniversario de mi consagración a María. Sí, continúo eligiéndote, María, con José, en la comunión de todos los santos, y te recibo de las manos de Jesús junto a los pobres y pecadores. Con el discípulo amado te acojo conmigo. A tu lado, soy: ofrenda. Esta mañana, en el huerto, una buena conversación con MS. sobre el matrimonio. He estado muy contento de presidir la Eucaristía. He como oído la voz de José... que me invitaba a cantar con él y el niño el Salmo 100: Quiero cantar el amor y la justicia... cursaré el camino de la perfección, ¿cuándo vendrás a mí? Caminaré con un corazón perfecto.
Entre los numerosos poemas hay uno muy significativo a la luz de todo lo sucedido. Lamentablemente no está fechado, pero no es difícil ubicarlo aproximadamente en el tiempo. Dice así:
Terminada la comida nos reunimos con Elisabeth, Claire y Xavier para explicarles algunas circunstancias del hallazgo de los cuerpos de los hermanos y la identificación de los mismos. Tras una breve introducción, le pido a Armand que tome la palabra. Fue muy doloroso tanto para nosotros como para ellos. El dolor nos unió a todos aún más hondamente. Terminamos orando juntos en silencio en el oratorio del primer piso.
ENTIERRO
Martes, 4 de junio
El día comenzó temprano. Antes de las 7:00 horas llamamos por teléfono a la madre de Christophe: pensábamos consolarla, pero nosotros fuimos los consolados. Le dije que tenía ahora 4.500 nuevos hijos e hijas, es decir, todos los trapenses. Me respondió: “me siento verdaderamente madre de todos”. Estoy seguro de que las madres de los siete hermanos, vivas o difuntas, tanto en esta tierra como en el cielo, están todas diciendo lo mismo.
A las 7:30 vino a buscarnos el señor embajador en su auto blindado a fin de dirigirnos al aeropuerto. Éramos: Monseñor, Elisabeth, Claire, Xavier, Amédée, Jean-Pierre, Armand y yo.
Nos dirigíamos al monasterio pero ignorábamos el programa establecido. Gran despliegue de seguridad en el aeropuerto. A las 9:00 horas tomamos, junto con seis personas de la guardia, un avión militar que, tras treinta minutos de vuelo, nos dejó en la Base aérea de Ain Oussera, unos 120 km al sur de Medea. Un helicóptero debía llevarnos a Medea, pero el mal tiempo lo impidió. Poco antes de las 10:00 horas salimos hacia el monasterio toda una caravana de más de 12 camionetas con soldados armados. Un helicóptero sobrevoló sobre nuestras cabezas toda la primera parte del trayecto.
Llegamos justo al mediodía. Las ambulancias con los restos mortales de nuestros hermanos ya estaban allí. Día húmedo y gris: toda la naturaleza lloraba de tristeza. Gran despliegue policial y militar a partir de Medea y más aún en el monasterio. Nuestra pequeña comitiva de nueve personas pasó a la iglesia, allí nos esperaban P.H. y el Padre R.F. Los ataúdes eran llevados por unos treinta cadetes militares, todo con mucho respeto y dignidad. Presidí, a puertas cerradas y en total intimidad, una sencilla liturgia: palabras de acogida, canto (“Souviens-toi de Jésus Christ”), oración letánica (“Tú que has santificado con el agua del bautismo a nuestros Hermanos Christian, Luc, Christophe, Michel, Célestin, Bruno y Paul, dónales en plenitud la vida de hijos de Dios...”), lectura del Evangelio (Lc 23, 33-43), aspersión con agua bendita, incienso y oración final. Xavier ofició de turiferario. Armand y Elisabeth tomaron algunas fotografías. Abrimos las puertas y entraron los cadetes para tomar los restos mortales y llevarlos al cementerio de la comunidad.
Las siete tumbas ya estaban preparadas. Los ataúdes fueron depositados cada uno frente a su respectiva tumba: de derecha a izquierda, primero Christian y luego el resto por orden de ancianidad monástica. El P. Jean-Pierre dirigió a todos los presentes –vecinos y autoridades– unas palabras de agradecimiento llenas de esperanza. Luego hablaron en árabe el señor obispo y el Padre G.N. Hice una oración final y comenzaron a descender los cajones en las fosas. Eran ya las 13:15 horas. Monseñor depositó la primera palada de tierra en la tumba de Michel y yo en la de Christophe; el grupo de vecinos continuó la tarea. Precisamente en ese momento salió el sol. Los cajones se iban ocultando bajo las paladas de tierra, nosotros también éramos sepultados bajo los abrazos, besos y condolencias de cantidad de vecinos del monasterio que, al mismo tiempo, nos agradecían que los monjes fueran sepultados allí. A las 13:45 habían concluido. Pasamos brevemente a una sala del monasterio en donde el prefecto de Medea había hecho preparar mesas con café, té y bombones de fruta. Aprovechando el desconcierto de la partida hice una rápida visita al monasterio, tomé de la biblioteca una cruz-Cristo de madera de olivo que pendía sobre la pared a fin de hacérsela llegar a la señora Lebreton. En mi corazón resonaba una sola frase: “no dejaremos solos a nuestros difuntos, ¡volveremos!”. A las 14:00 horas partimos sin partir.
El camino de regreso fue un poco diferente. En auto hasta la base militar de Berouaghia, de allí en helicóptero hasta la base aérea de Ain Oussera, finalmente en el avión de las fuerzas armadas hasta Argel. A las 16:45 horas estábamos de regreso en la Casa diocesana.
A las 17:00 horas celebramos una Eucaristía con los formularios y lecturas del día de Pascua: los textos pascuales expresaban bien nuestros sentimientos. Presidió el P. Jean-Pierre. Terminada la misa me encuentro con Jerónimo Cortés-Funes, embajador argentino, que vino a presentarnos las condolencias; charlamos un largo rato sobre temas religiosos, políticos y sociales.
Después de la comida, Monseñor, Jean-Pierre y Armand se ponen en comunicación con las familias a fin de contarles todo lo vivido en este día inolvidable. Por mi parte, llamo a D. Etienne de Bellefontaine, me dice que la madre y hermana de Christian están allí, le pido les haga llegar mi más afectuoso recuerdo.
Miércoles, 5 de junio
A las 6:30 horas salida de Xavier y después de la misa, a las 7:30, partida de Elisabeth y Claire. Increíble cómo la “pascua” de Christophe y los hermanos de Tibhirine nos unió con la familia Lebreton y con las familias de cada uno de ellos.
Siendo ya las 9:00 horas me reúno con Jean-Pierre para hablar sobre el futuro de Fez. Está claro que la de Fez es la comunidad de Atlas presente ahora en Fez. La edad media de la comunidad es muy alta y su salud no demasiado buena, pero el espíritu es excelente. Respecto al futuro parece cierto lo siguiente: Regreso a Tibhirine en cuanto sea posible: necesidad de un par de hermanos voluntarios de otras comunidades de la Orden; quizás haya que dejar la presente casa en Fez por motivos de espacio vital. A fin de ayudar material y espiritualmente a la comunidad, quizás haya que nombrar una pequeña comisión ad hoc, que podría estar compuesta por él mismo, un abad y un consejero permanente.
Alrededor de las 14:30 viene a saludarme el Padre J.C., párroco de Nuestra Señora de la Natividad desde 1971, gran amigo de la comunidad y “padre” de la vocación monástica de Christophe. Me cuenta sobre lo sucedido durante su última visita al monasterio el pasado 19 de marzo. Con gran sorpresa suya, se encontró con que los hermanos habían preparado una triple celebración: sus 79 años de vida (cumplidos el 15 de marzo), su santo (san José) y sus bodas de oro sacerdotales. Por este motivo le regalaron el Libro de las Revelaciones de Juliana de Norwich (París: Cerf, 1992). En la primera página habían puesto el sello del monasterio y alrededor del mismo estas palabras con tinta roja: “Todo terminará bien, Aleluya”. Dichas palabras (“All shall be well”) eran un lema repetido incansablemente por la mística. Durante los dos meses del cautiverio se preguntaba sobre el sentido de dichas palabras, más concretamente: ¿cómo puede terminar todo bien? La doble respuesta evidente era ésta: dando gloria a Dios con una muerte aceptada y ofrecida o viviendo y glorificándolo con la vida monástica de cada día. Hoy día solo hay una respuesta. Y agregaba el buen padre: “jamás en mi vida he tenido tanta paz y me he sentido tan cerca de Dios como ahora; Tibhirine es una gracia para todos nosotros, cristianos en Argelia y pueblo argelino; el tiempo lo seguirá demostrando, teníamos necesidad de mártires, ahora los tenemos”. Más tarde me hace llegar el texto de la homilía de Christophe para la fiesta de san José, con toda probabilidad su última homilía.
Preparo, con la ayuda de Armand, tres cartas. La primera para los hermanos de Fez a fin de animarlos y aclarar la situación presente en cuanto comunidad autónoma de la Orden. La segunda para el ministro del Interior, para agradecerle todos sus servicios a lo largo de esta semana: visas, transporte, seguridad, etcétera. La tercera, para el señor embajador de Francia, a fin de darle gracias por su dedicación incansable durante los últimos dos meses. Me parece muy importante encontrar a la persona que existe bajo los títulos oficiales y cargos institucionales.
Después de la comida nos reunimos Monseñor, Jean-Pierre, Armand y yo. Los temas principales fueron: el mantenimiento de los edificios; la seguridad de M.M. (le compartí lo que hablamos hoy con él); la situación de la comunidad en Fez (le pasé copia de la carta que envío a los hermanos); los archivos de la comunidad y los escritos personales de los monjes que se encuentran en los GL (sugiero que permanezcan allí mientras se pueda y sea necesario, pertenecen también a esta Iglesia local). Rezamos Completas con él en su capillita y así terminó muestro último día en Argel. Salimos mañana por la mañana, si Dios quiere.
Jueves, 6 de junio
A partir de las 6:30 comenzamos a despedirnos de todos en la Casa diocesana. Increíble cómo se han establecido lazos tan fuertes en tan poco tiempo. La sangre de nuestros hermanos mártires nos ha unido fuertemente con la Iglesia que sufre y goza en Argelia: son nuestros hermanos y también hermanos de ellos, son sus mártires y también son nuestros. Y Dios quiera que sean por un tiempo los últimos, mártires cruentos, se entiende.
El Padre P.L. nos lleva al aeropuerto escoltados por la guardia que nos habían asignado el día de nuestra llegada. A las 10:08 horas el vuelo 2024 de Air Algérie toma rumbo hacia Roma. Ya en el aire, con los ojos cerrados, desfilan en mi imaginación toda suerte de rostros e imágenes. Ha sido mucho lo vivido. Les pregunto a nuestros siete mártires: ¿cuál es vuestro mensaje para la Orden? La respuesta la leo en sus vidas:
~ Siguieron a Jesús, hasta el fin, según el radicalismo absoluto del evangelio.
~ Se lanzaron hacia el misterio hasta ser plenamente transformados por Él.
~ Vivieron, murieron y entraron juntos a la Vida eterna.
~ Comulgaron entrañablemente con la Iglesia universal y local.
~ Fueron hondamente solidarios de los hombres y mujeres de hoy.
~ Discernieron los signos de los tiempos y desafíos contemporáneos.
~ Enriquecieron nuestro patrimonio desde un contexto cultural determinado.
~ Sellaron con sangre su apertura y dedicación al diálogo interreligioso.
A las 12:40 horas (local) tomamos tierra en el aeropuerto de Fiumicino. El P. Andrés nos esperaba.
Abad general