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Introducción

Un hombre de ciudad viajaba por el interior del país. Cierto día, se entretuvo charlando con un paisano de “tierra adentro”. Intercambios sencillos sobre el clima y la naturaleza fueron llevándolos hacia la ciencia, –la del ciudadano, claro está– hasta que en un momento, el enculturado en la gran urbe, sentenció inquisidoramente: “¿pero usted no sabe todavía que el hombre desciende del mono?” El hombre de campo, con aplomo, respondió: “no me van a quedar dudas el día que me lo diga un mono”.

Cada uno de nosotros respondemos, de alguna manera, a la pregunta “¿quién soy?”, “¿qué es el hombre?”. Todos tenemos una antropología implícita o medianamente consciente y poco importa si está algo o muy conceptualizada. Sea como sea, esta “antropología” siempre ejercerá una influencia en nuestras vidas pues reaccionamos según lo que creemos que somos.

¡Tan cierto es lo recién afirmado, que todo lo que sigue a continuación en vez de subtitularse “Antropología del amor”, podría muy bien llamarse: “Mi antropología del amor”!

Revolución antropológica

El Mundo occidental fue escenario, en los últimos quinientos años, de cuatro o cinco “revoluciones” fundamentales que provocaron profundos cambios en la sociedad y en la cultura: la Reforma protestante, la Revolución francesa, la Revolución soviética y la Revolución cultural de los años ’60 con su epicentro en el ’68 francés. Este último hecho fue y sigue siendo el más radical pues conmovió no solo a la sociedad y a la cultura sino también a la persona humana en su totalidad: espíritu, alma y cuerpo.

Podemos completar el cuadro agregando estos otros datos: el boom económico occidental –iniciado con la revolución industrial y que parece ya tocar fondo–, la secularización de las conductas éticas y religiosas que terminan modificando las creencias, la ideología feminista radical, la divulgación barata del psicoanálisis, algunas formas de hacer teología que se asemejan más bien al quehacer sociológico o de otras ciencias y los nuevos medios de comunicación virtual en tiempo real.

Por estos motivos, podemos afirmar que se ha alterado hondamente la verdad integral sobre la persona humana, la concepción que los seres humanos tienen sobre sí mismos. Y proliferan, en consecuencia, concepciones antropológicas de todo tipo y género. Desde las más sublimes (el ser humano es un ser trascendente y místico) hasta las más aterrizadas (el ser humano es sexo placentero y fecundidad manipulada).

Antropologías reductivas

Veamos desde el inicio, algunas antropologías actuales y presentes en el mundo que son respiradas por el simple hecho de flotar en el aire, aunque muchas veces no lo advirtamos.

~ Antropología determinista: el ser humano no es dueño de sí mismo sino víctima de fuerzas ocultas que escapan a su control. No hay otra salida que colaborar con estas fuerzas mediante horóscopos o brujerías o someterse a ellas.

~ Antropología psicologista: la persona humana se reduce a su psique. Ella es víctima del instinto erótico-sexual o es un mecanismo de estímulo respuesta. La libertad es una simple noción filosófica carente de densidad existencial.

~ Antropología consumista: el ser humano es un engranaje más en la maquinaria productiva y es, al mismo tiempo, un potencial consumidor cuyos deseos han de ser incentivados.

~ Antropología hedonista: el ser humano es, desde siempre y en lo más íntimo, un ser placentero y complaciente. Se identifica con lo que le place y en esta identificación encuentra sentido y finalidad a su existencia.

~ Antropología nihilista: los humanos carecemos de consistencia y de sentido. No sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos. Nuestra nada existencial es fiel reflejo de toda la realidad.

~ Antropología globalista: cada uno es un individuo, pero como todo el mundo, “englobado” en la masa humana dependiente de la gestión del globo terráqueo y de la manipulación liberal o totalitaria, pragmática, utilitarista y colectiva, acreedor de derechos legales y razonables.

~ Antropología cientificista: la persona humana es aquello que dicen sobre ella las ciencias y puede ser demostrado. En consecuencia, todo lo que es científicamente posible es humano y, por eso, bueno.

~ Antropología orientalista: producto de mentes occidentales que importan de oriente diferentes elementos antropológicos antiguos y modernos. Y son, a su vez, recibidos según la forma mentis del receptor occidental, sin mucho discernimiento de su sentido y valor original.

~ Antropología de género: reduce la diferencia corporal sexuada a un mero dato de construcción socio-cultural. En sus extremos, niega la naturaleza humana, aunque manipula aquello mismo que niega. Este tema lo he tratado ampliamente en: Perspectiva e Ideología de género, Buenos Aires: Talita Kum Ediciones, 2019.

Si bien estas concepciones antropológicas prácticamente no existen en estado puro, sus diferentes elementos, muchas veces entrecruzados unos con otros, forman y configuran las difusas o explícitas antropologías de muchos contemporáneos. Todas estas concepciones padecen el mismo defecto: falsifican reductivamente la verdad total, absolutizando un aspecto verdadero.

Propuesta antropológica

Fuentes

El respeto o tolerancia por quienes piensan diferente no ha de impedir vivir ni pensar lo vivido, ni compartir lo pensado a fin de abrir un diálogo constructivo. Es así como nacieron y se han ido criando los fragmentos de este libro, que desde el mismo inicio se ubican en el surco fecundo de la revelación judeo-cristiana plasmada en la Biblia, y en las dos veces milenaria tradición siempre renovada y por lo mismo actual, que la enriqueció y prolongó hasta nuestros días.

Y, más particularmente, intento hundir también sus raíces –y prolongar las ramas– en la antropología medieval elaborada por los grandes autores espirituales del Císter. En efecto, varios monjes cistercienses medievales elaboraron una sólida doctrina humana sobre la cual fundamentaron una rica doctrina mística. Numerosos tratados De Anima provenientes de los claustros medievales de Císter confirman esta afirmación. Estos autores sabían bien que la vida interior o espiritual consistía en una doble realidad: conocerse a sí mismos y conocer a Dios.

El aporte secular de la filosofía racional no puede dejarse de lado. Hay intuiciones y conceptualizaciones de fondo que han sido elaboradas inteligentemente a lo largo de los siglos sobre la base de lo observable y se imponen por su propio peso y densidad. Como bien dijo alguien, “a las sentencias y opiniones de los ancianos hay que darles el mismo valor que le concedemos a las demostraciones, pues ellos ven experiencialmente los principios”.

La filosofía de corte personalista, existencial y fenomenológica está íntimamente emparentada, a pesar de los siglos que la separan de la tradición cisterciense. Ella contiene valiosos aportes que no debemos dejar de acoger.

Señalo también que he recurrido a las ciencias empíricas que tratan acerca del ser humano, sobre todo a la psicología y a la sociología. Sería ignorancia supina ignorar y no apreciar todo lo que los humanos vamos aprendiendo sobre nosotros mismos.

La historia no ha de estar ausente. Tanto la vida humana personal como la vida de la humanidad en cuanto tal son temporales y sucesivas: vivir es madurar. Lo original-nativo (principio) y lo cumplido-definitivo (fin) son normativos y claves de interpretación del presente. Si no somos hijos/hijas del pasado difícilmente seremos madres/padres del futuro.

Por último, sabiendo que quien se tiene por maestro a sí mismo se hace discípulo de un tonto, recurro con frecuencia al Magisterio de la Iglesia. Dos mil años de experiencia no pueden ser ignorados, ni, mucho menos, risueñamente contradichos.

Las fuentes, en definitiva, se refieren a varias disciplinas del saber. De la antropología nos elevamos a la teología y descendemos a la biología, con diferentes estaciones o paraderos, tanto en el camino de subida cuanto en el de bajada.

Siendo la tradición una realidad viva, comunicada por vivientes, es una realidad siempre enriquecida. La auténtica fidelidad a la tradición va de la mano con la fecundidad creativa. De este modo, la tradición es cuna de neonatos y no sepulcro de vivientes.

Queda ahora un amplio espacio para la consideratio, en el sentido más medieval y bernardiano del término; es decir: la reflexión intensa sobre la experiencia existencial concreta de sí mismo y de otros en relación, comenzando por la relación con Dios y concluyendo con ella. Y esta reflexión es asimismo una experiencia, pues se trata de un tipo de conocimiento integral que esclarece afectando y transformando nuestra persona.

Muchas veces, la consideratio lleva a una cierta sabiduría o conocimiento de los efectos en sus propias causas, antes de que se manifiesten y sin necesidad de haberlos experimentado personalmente; algo semejante sucede con la experiencia empática que permite comulgar con la experiencia de quien está experienciando.

Identidad

De todo lo enunciado se desprende que la antropología que intento exponer es “confesional” y “abierta”. Confesional, pues presupone fe en el Dios Trinitario y confianza en el ser humano, varón y mujer, creados a Su imagen; la fe no se opone a la razón, la complementa, cuando es necesario, y se oculta cuando esta se basta por sí misma. Abierta, dado que se alimenta de diferentes fuentes, antiguas y modernas, sin pretender sistematizarlas ni decir una palabra conclusiva ni poner un punto final a la búsqueda de nuestro propio misterio.

Si tratamos de identificar y darle un nombre más preciso a la visión del ser humano que intento comunicar, habrá que decir que es una “antropología relacional”, que puede además ser identificada de este modo:

~ En contexto teologal: antropología trinitaria.

~ En contexto eclesial: antropología comunional.

~ En contexto monástico: antropología cenobítica.

~ En contexto espiritual: antropología esponsal.

~ En contexto existencial: antropología personal.

~ En los cinco contextos conjuntamente: antropología del amor.

Esta antropología relacional –trinitaria, comunional, cenobítica, esponsal y personal– nunca pierde de vista las siguientes verdades existenciales:

~ El ser humano existe como varón-mujer y no solo como varón; y esto no por emancipación femenina sino para recuperar la integralidad de la humanidad.

~ El espíritu humano solo se concibe y percibe en los confines de la materialidad, no somos espíritu y cuerpo sino espíritus encarnados y cuerpos espiritualizados.

~ Lo humano únicamente se descubre tal como existe en las coordenadas históricas de tiempos, lugares y culturas.

~ Al hablar del ser humano es importante lo esencial, simple y definido, pero más aún lo existencial, complejo e ilimitado.

~ El ser humano se caracteriza por ir más allá de sí mismo, solamente se lo comprende desde el interior de sí mismo y desde fuera de sí mismo.

~ La Trascendencia es la única respuesta plausible a la pregunta sobre el origen y el destino del ser humano; en Ella, además, vivimos, nos movemos y existimos.

Y podemos todavía agregar estas tres afirmaciones de hondo alcance antropológico pues revolucionan toda concepción “androcéntrica” (centrada en el varón) del ser humano:

~ Dios Tri-Unidad es la clave última de interpretación del sentido del ser humano creado como mujer y varón.

~ Jesucristo, Verbo de Dios, hecho hombre, explica a los humanos qué es ser humano.

~ La mujer es más relacional que el varón, en consecuencia podemos tomarla como modelo de este tipo de antropología.

La prioridad ontológica de “relación” en la teología cristiana del Dios Uni-Trinidad es fundamental para autocomprendernos y liberarnos de nuestro encierro egoísta a fin de vivir en mayor plenitud humana. La categoría de relación es asimismo propia de la Persona

divina de la Palabra-Verbo (femenino-masculino) encarnado, y manifiesta además una fuerte afinidad con la forma que tienen las mujeres de experienciarse a sí mismas y con su modo de ser y existir en el mundo. La mujer, en efecto, existe y se vivencia más hondamente conectada y comunicada que el varón. Si ellas son más conjuntivas, nosotros somos más disyuntivos.

La imagen humana más perfecta y cabal de relación es la creatura gestándose en el vientre de su madre. Ahora bien, la relación que Dios haciéndose humano establece con María de Nazaret es la relación más estrecha que jamás haya establecido con creatura alguna, es una relación de encarnación. No es raro, entonces, que haya sido considerada como representante y “arquetipo” de todo el género humano, varones y mujeres, en el orden de la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo.

Una mujer, como acabamos de decirlo, es representante y arquetipo de todo el género humano respecto a la finalidad de nuestra existencia: la unión con Dios. Por eso, podemos afirmar que lo femenino es símbolo de todo lo humano; la feminidad de la mujer posee un carácter profético pues manifiesta la identidad humana en su hondura y plenitud; no se puede lograr una auténtica hermenéutica de lo que es humano sin una adecuada referencia a lo que es “femenino”; la identidad humana se caracteriza por “ser sí mismo desde el otro y para el otro” lo cual permite un sano y consistente proceso de individuación, y en esto sobresale la mujer.

Ahora bien, la mujer es arquetipo o representa lo humano desde cinco perspectivas diferentes y complementarias a la vez.

~ La esponsalidad, es decir, la capacidad de reciprocidad o mutualidad en la donación y la acogida.

~ La maternidad, en cuanto don gratuito de sí al otro a fin de que él también goce de la vida, aun al precio de la propia vida y de la aceptación total de lo pequeño e indefenso.

~ La feminidad o modo característico del “ser mujer” que favorece con simpatía la manifestación del otro hasta llegar al encuentro “cara a cara” o personalizador.

~ La filiación como concatenación vital ascendente y reconocimiento de un origen próximo que remonta a un pasado remoto.

~ La incubación o modo de gestar la vida humana y cultivar la relación con la naturaleza que permite nacer y germinar con originalidad y protección pero sin manipulación ni opresión.

La afirmación del lugar central de la mujer trae aparejado el problema del lenguaje: ¿usamos un lenguaje femenino presuponiendo la inclusión de lo masculino, es decir exactamente lo contrario de lo habitual, o es mejor recurrir a artificios convencionales, como por ejemplo utilizar el signo “@” para indicar mujer y varón, como lo hacen unos pocos resultando aun artificial para muchos? Prefiero optar por el lenguaje corriente, aunque quizás, con un sentido poco corriente.

Vuelvo a algo ya insinuado, pero que precisa mayor explicitación a fin de evitar equívocos. Existe una íntima relación entre antropología y teología: el ser humano ha sido gratuitamente creado y recreado en, por y para Jesucristo. Por eso, está originalmente orientado hacia Dios y su destino es sobrenatural. Además, su existencia concreta es una permanente relación entre su libertad y la gracia de Dios.

El amor, conjuga la relación entre “gracia y libertad”. El que ama puede hacer lo que quiere, pues quiere lo que Dios quiere. Esta synergía o “esfuerzo conjunto” puede explicarse así: Dios obra en nosotros que, lo que Él quiere, nosotros lo queramos y hagamos, de modo que también nosotros seamos cooperadores con la gracia divina.

Guía del Magisterio

Concluyendo y sin buscar apoyo fácil en argumentos de autoridad, puedo decir que el Magisterio de la Iglesia, desde hace ya algunos años, se mueve por este camino: saliendo de una antropología individualista y racional, se encamina hacia una antropología relacional y afectiva. Veamos dos textos al respecto.

En estos últimos años, una concepción antropológica renovada ha puesto mucho más de manifiesto la importancia de la dimensión relacional del ser humano. Esta concepción encuentra amplio respaldo en la imagen de la persona humana que emerge de las Escrituras, y, sin duda, ha ejercido un gran influjo en el modo de concebir la relación en el seno de la comunidad religiosa, a las que hace más atentas al valor de la apertura al otro, a la fecundidad de la relación con la diversidad y al enriquecimiento que de ello deriva para todos.

Dicha antropología relacional ha ejercido también un influjo cuando menos indirecto, como hemos recordado, sobre la espiritualidad de comunión, y ha contribuido a renovar el concepto de misión entendida como compromiso compartido con todos los miembros del pueblo de Dios, en un espíritu de colaboración y corresponsabilidad. La espiritualidad de comunión se presenta como el clima espiritual de la Iglesia a comienzos del tercer milenio y por tanto como tarea activa y ejemplar de la vida consagrada a todos los niveles (CIVCSVA, Instrucción del 11-V-2008, El servicio de la autoridad y la obediencia 19, Cf. 3).

Este primer texto, de la Congregación para los Religiosos, nos dice que la doctrina bíblica sobre la persona humana como imagen de Dios es fundamento de una antropología renovada que subraya la dimensión relacional del ser humano. Esta doctrina ha tenido un influjo importante en el seno de las comunidades religiosas, a saber: el valor de la apertura al otro, la fecundidad y riqueza que aporta la relación con lo diferente, la misión como compromiso compartido y la espiritualidad de comunión como clima espiritual-eclesial y tarea empeñativa.

Hoy la humanidad aparece mucho más interactiva que antes: la mayor vecindad debe transformarse en verdadera comunión (…). Es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia (…). Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de relación (…). La criatura humana, en cuanto naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales (…). Esta perspectiva se ve iluminada de manera decisiva por las relaciones entre las personas de la Trinidad, en la única sustancia divina (…). La revelación cristiana sobre la unidad del género humano presupone una interpretación metafísica del “humanum” en la que el relacionalidad es elemento esencial (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 53-55).

La Carta Encíclica del papa Benedicto XVI invita a una reflexión crítica sobre la “categoría de relación”. Constata que la criatura se realiza, en cuanto humana, en las relaciones interpersonales. Y presenta a la Trinidad de personas y unidad de substancia en Dios como fundamento para una “interpretación metafísica” de lo humano en la que la relacionalidad es tan esencial cuanto la unidad de todos en una misma naturaleza.

Finalidad

Cabe, por último, preguntarse: ¿cuál es la finalidad inmediata y principal de esta antropología relacional? La pregunta es importante pues esta finalidad discierne la pertinencia de los temas que elegimos y la forma de abordarlos. La respuesta ya la hemos evocado y ahora la explicitamos: fundamentar una sana espiritualidad cristiana.

El corazón de la espiritualidad cristiana consiste en un encuentro con Jesucristo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 1). Este “encuentro”, claro está, es experiencial y la más plenificante forma de relación.

La espiritualidad es ordinariamente entendida como “fe vivida con la ayuda del Espíritu”, es una realidad del orden de la vida. Desde otra perspectiva, como bien dijo San Bernardo, la vida espiritual consiste en una doble consideración práctica: el conocimiento de sí mismo y el conocimiento de Dios. Por todo esto, si bien el presente balbuceo antropológico será más teórico que práctico, tendrá siempre en cuenta las consecuencias prácticas de una buena teoría.

Temas y forma

Creo importante decir una palabra sobre los temas juzgados pertinentes para la finalidad pretendida, y la forma literaria de abordarlos.

Para este esbozo de antropología relacional, hemos seleccionado los temas clave que nos ayudarán a conocer sus fundamentos y a comprender su dinamismo:

~ Trinidad e Imagen

~ Persona e Interpersonalidad

~ Cuerpo y Alma

~ Inteligencia, Voluntad y Libertad

~ Deseo y Afectividad

~ Sexualidad, Sexo y Género

~ Amor, Amistad y Enamoramiento

~ Púdicos y Castos

~ Célibes y Casados

~ Sociables, Comunitarios y Comunicativos

~ Cultos y Religiosos

~ Trascedentes y Místicos

~ Experiencia

Acerca de la “forma literaria” que voy a utilizar hace referencia a un género literario muy conocido en la antigüedad como Speculum. En efecto, numerosas obras medievales que han llegado hasta nosotros se presentaban como “Espejos de...” Estas obras pueden clasificarse en dos grandes grupos: espejos instructivos y espejos ejemplares. Tanto unos como otros tienen un doble objetivo: ayudar a conocerse a sí mismo y a crecer en la virtud. Además de esto, dado que el ser humano es imagen de Dios, el espejo refleja de alguna manera realidades trascendentes.

En síntesis podemos decir que el género literario de speculum permite acceder a tres realidades distintas y complementarias entre sí:

~ Realidades trascendentes que se reflejan como en espejo y enigma.

~ La visión de un modelo ejemplar que invita a la imitación.

~ Nuestra propia deformidad o inadecuación que queda reflejada por contraste.

Además reconozco que me he inspirado también en otro género literario común a varios autores monásticos.

Este género consistía en agrupar “sentencias” en número de cien, dando lugar así a las “Centurias”. Las sentencias (máximas o aforismos) eran condensaciones de sabiduría práctica y doctrina del espíritu, destinadas a ilustrar la mente y caldear el corazón, hacer pensar y hacer sentir. Si bien las sentencias de una centuria eran comprensibles en sí mismas, no faltaban lazos que las unían unas con otras. Se creaban así afinidades que daban lugar a grupos temáticos y a una cierta relación entre un grupo y otro. Las repeticiones, más que duplicaciones, eran aproximaciones al mismo tema, desde otro ángulo.

Ventaja en la redacción y modo de lectura

Esta forma de redactar tiene sus ventajas y sus limitaciones. Me interesan ahora las primeras, al menos las cuatro siguientes: sintetizar sin necesidad de sistematizar, evocar problemas sin tener que solucionarlos, crear algunos neologismos fáciles de comprender aunque insulten a la gramática y dejar abierto el discurso para eventualmente redondearlo en el futuro.

Pero, sobre todo, esta forma de escribir reclama una forma de leer. No se puede leer todo y de un tirón: lo que se ha escrito pensando, demanda ser leído sentado y reflexionando. Se pueden elegir secciones temáticas según el interés del momento, pero sin olvidar que cada una forma parte de un conjunto. Por lo general, los temas y fragmentos que ponen palabras a la experiencia del lector despiertan más interés. Los que no suscitan atracción hoy pueden atraer e iluminar mañana. Todo esto que acabo de decir es efectivamente así: antes de que le suceda al lector ya le ha acontecido a este escritor cuando era lector y observador.

Conócete a ti mismo

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