Читать книгу Conócete a ti mismo - Bernardo Olivera - Страница 8
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Uno
Trinidad e Imagen
Los cristianos afirmamos que Dios es Amor. Y si es Amor ha de amar a alguien. Ese alguien somos, ciertamente, nosotros. Pero antes de que existiésemos, Dios ya era Amor, sin haber jamás comenzado a serlo.
~ En todo amor hay tres realidades implicadas: uno que ama, uno que es amado y el amor que los relaciona y une.
~ Dios es Amor pues siempre amó a Otro en cuanto Hijo y es amado por Él en cuanto Padre, y este amor mutuo es Otro, que llamamos Espíritu Santo.
~ Un Dios Amor absoluto tiene que ser un Dios Trinitario que, si crea, crea según su imagen y semejanza.
Puesto que Dios es Amor, la única sustancia divina implica comunicación dialogal, ofrenda y acogida amorosa entre dos Personas, el Padre y el Hijo, que se encuentran mutuamente en un intercambio eterno de amor. Pero la felicidad y bondad perfectas entre dos que se aman no admiten exclusivismos ni cerrazones; por el contrario, reclaman la presencia de una tercera persona; en la Trinidad amorosa esta persona es el Espíritu Santo. El amor trinitario es participativo e implica sobreabundancia de delicia, goce de alegría incesante. Quienes saben qué es el amor llegan fácilmente a la Trinidad de las Personas, que es realmente la expresión “lógica” del hecho de que Dios es Amor: la experiencia humana enseña que dos amantes, sin un tercero a quien amar conjuntamente, se agotan y muere el amor.
El Dios revelado por Jesucristo, valga la paradoja, más que el Absoluto es el Relativo: Ser centrípetamente en Relación y centrífugamente Relacional. El Dios cristiano es un absolutamente Relativo y relativamente Absoluto. Este Dios, desde la perspectiva de la espiritualidad o fe-vivida, no Es para quedar encerrado en fórmulas dogmáticas para ser creídas, sino para Ser liberador de la vida que vivimos según el dogma que creemos. No en vano hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Trinidad
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Este misterio se refiere a Dios en sí mismo y a su relación con nosotros. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental en la jerarquía de las verdades de nuestra fe. La historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los seres humanos apartados por el pecado y se une en comunión con ellos.
Un doble principio clave y fontal de nuestra concepción cristiana de Dios puede presentarse así:
~ la Trinidad que se revela gratuitamente encarnándose y salvándonos es la misma Trinidad en su misterio más íntimo, inmanente e intradivino, y la Trinidad inmanente es la misma que se manifiesta en la carne y en la historia obrando nuestra salvación.
~ Dios se manifiesta en la historia tal como es y es tal como se nos manifiesta, pero, lo que nosotros entendemos del misterio íntimo del Dios Trinitario, gracias a su revelación en la historia, jamás agota el misterio íntimo de Dios y, además, la historia no puede contener la Gloria.
La Sagrada Escritura deja claro testimonio de que Jesús dialogó con el Padre Dios como con un igual y un Otro, y de igual forma promete el envío de Otro Paráclito o Espíritu Santo. Afirmando con claridad el monoteísmo judaico, los cristianos tuvieron que explicarse y explicar la presencia de tres Personas divinas y un solo Dios verdadero.
A lo largo de los primeros siglos de su bimilenaria historia, la Iglesia fue descubriendo lo implicado en las relaciones de Jesús con el Padre Dios y con el Espíritu Santo divino. Este largo proceso concluyó plasmando el misterio con un lenguaje determinado y en sólidas fórmulas teológicas y dogmáticas que, pese a los riesgos, siguen guardando todo su valor:
~ La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres Personas: la Trinidad consubstancial. Las Personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios. Es decir, cada una de las Personas divinas es la substancia, la esencia o la naturaleza divina.
~ Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción entre las Personas divinas es real, aunque no divide la unidad divina y reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras. En los nombres relativos de las Personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia. Las Personas divinas son Relaciones substanciales.
~ Los teólogos de lengua griega, para hablar de la recíproca compenetración de las Personas divinas, hablan de perijóresis (rodeo y abrazo compenetrativo): partiendo de la mutua compenetración de las Personas llegan a la unidad de esencia divina, consecuencia de lo anterior.
~ Los occidentales reflexionan partiendo del fundamento o única naturaleza divina, y avanzan por la memoria-conocimiento-amor hacia la Trinidad de Personas. Hablan luego dinámicamente de circumincessio (recíproco ir y venir compenetrándose) y estáticamente de circuminsessio (asentamiento y reposo de uno en los otros). Con esto se está queriendo decir: por esta unidad el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo. Las tres Personas divinas, los tres Distintos, siendo puras Relaciones recíprocas, son el mismo Ser, la misma Vida, el mismo Dios.
La teología contemporánea afirma que Dios es Persona (Inteligencia-Amor): tanto a nivel de su única esencia, cuanto a nivel de las trinitarias relaciones subsistentes.
Las Personas divinas solo existen en relación: Ellas están eterna, original y esencialmente relacionadas entre Sí, se inhabitan e incluyen recíprocamente de modo que se unifican y son Un solo Dios Trinitario. La Trinidad no es una realidad estática sino dinámica; el número tres no es un número matemático con el que se puedan hacer operaciones de suma, resta, multiplicación y división: el Único, por el hecho de ser único, no admite operaciones matemáticas.
~ El Tres de la Trinidad es un número simbólico y arquetípico, remite a la unidad en la diferencia y a la diferencia en la unidad, expresa una relación perfecta:
≈ si hubiese solo uno no habría relación;
≈ si hubiese solo dos habría separación (uno es diferente del otro) y exclusión (uno no es el otro);
≈ siendo tres se evita la des-relación y se supera la separación y exclusión.
~ El Tres expresa: la identidad abierta a la diferencia y que permite la comunión. En la Trinidad las diferencias son inclusivas.
La complejidad creciente del lenguaje teológico y dogmático sobre el misterio de la Trinidad tuvo y puede seguir teniendo dos consecuencias:
~ La primera, positiva: claridad doctrinal en la confesión monoteísta-trinitaria de Dios, evitando monismos y politeísmos; la aparente contradicción entre igualdad y diferencia es en realidad un tipo de “lógica para consistente” que incluye la contradicción en la dicción o afirmación; el lenguaje teológico, de tipo ontológico, permite dar respuestas razonables a las preguntas de tantos creyentes.
~ La segunda, negativa: alejamiento del Dios de Jesús del pueblo sencillo y fiel o, desde otra perspectiva: divorcio entre la definición dogmática y la espiritualidad pedestre y cotidiana.
Siempre existe el peligro de enviar a la Trinidad a la estratósfera. Para que permanezca en el mundo de los humanos se impone, ante todo y sobre todo, escuchar a Jesucristo, respetar el misterio y reconocer con fe enamorada que: en todo lo que existe –tanto en el macro universo cuanto el micro universo– está grabado el Nombre de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación.
Jesús, el Cristo, es nuestro punto de partida para nuestro conocimiento de Dios. Y Él nos enseñó que Dios es Amor y nos dejó en la escuela de su Espíritu para que nos llevara a la verdad completa. Dios es Amor, pero, no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola substancia, tanto en la eternidad del misterio cuanto en su manifestación en la historia. En efecto, Dios Amor es:
~ Rico en misericordia (Dives in misericordia) y Padre.
~ Redentor del hombre (Redemptor hominis) e Hijo.
~ Señor y Vivificador (Dominum et Vivificantem) o Espíritu Santo.
Tres Personas que son un solo Dios: el Padre es Amor, el Hijo es Amor y el Espíritu es Amor. Dios es todo Amor y solo Amor: amor purísimo, infinito y eterno. Dios no vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
En una historia de pecado y salvación, el Padre Dios es el Amor crucificante, el Hijo Dios es el Amor crucificado y el Espíritu Santo es el poder invencible del Amor en Cruz.
En la cruz de Jesús contemplamos un misterio de “entregas” o donaciones amorosas reveladoras de las Personas de la Trinidad Santísima que, desde toda la eternidad, se entregan o donan recíprocamente en el amor de Dios. No en vano los cristianos nos hacemos la Señal de la Cruz en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
~ El Padre, que se entrega totalmente al Hijo en la intimidad trinitaria, entrega a Jesús a la muerte para mostrar su amor por nosotros.
~ El Hijo, que en el seno de Dios se entrega filialmente al Padre, se nos entrega para hacernos hijos y hermanos.
~ El Espíritu Santo es fruto y contexto divino de la mutua entrega divina tanto en la eternidad cuanto en la historia.
La Pascua cristiana nos revela a un Dios comprometido, sufriente y encarnado en nuestra historia; por otro lado, la teología afirma la impasibilidad divina: Dios no puede dejar de ser Dios, quedando absorbido en la historia y sujeto a nosotros. Estas dos verdades, aparentemente opuestas, se resuelven en una perspectiva trinitaria. En todas las acciones divinas en relación con la creación y con las criaturas están implicadas las tres Personas, pero de una forma diferenciada:
~ El Hijo es el que, habiéndose encarnado, está totalmente implicado en nuestro dolor humano. Él es el único de quien podemos decir que sufre históricamente en la cruz y comparte nuestro destino y sufrimiento. Su sufrimiento no es involuntario ni proviene de la imperfección o propio pecado.
~ El Espíritu Santo, según la Escritura, está unido al sufrimiento de toda la creación que gime con dolores del parto por la nueva creación.
~ El Padre, por último, sufre por el Hijo y en el Hijo, sin que podamos separar adecuadamente al Padre del sufrimiento de su Hijo, pero sin que podamos tampoco identificarlos totalmente.
La sabiduría y el poder de Dios se muestran en la cruz de Cristo. El sufrimiento de Dios es expresión de plenitud de su ser y, dado que su ser es amor, este lo lleva a asumir nuestra condición. Dios no puede padecer, pero se puede compadecer; no es incompasible sino impasible. El misterio de la Trinidad nos permite afirmar simultáneamente que Dios sufre y que Dios es impasible.
Este misterio, invisible y visible, de donaciones o entregas –que podemos contemplar también en la resurrección de Jesús (iniciativa del Padre, acontecimiento del Hijo y acción del Espíritu)– nos está diciendo que el Dios Amor es: Relación, Comunión, Esponsalidad, Familia, Comunidad, Solidaridad, Amistad... La Trinidad es: un Amante, un Amado y un Amor que son asimismo Uno solo aunque Tres En-Amor-Dados (¡Enamorados!). Teniendo siempre claro que no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza; en otras palabras: afirmar, negar y trascender. Todo nuestro lenguaje sobre Dios es analógico, es decir: semejante en el contexto de una diferencia aún mayor.
Dios es espíritu, no es varón ni mujer, y para hablar de Él nos valemos de un lenguaje metafórico o simbólico. Y aunque es espíritu, creó a ambos, a la mujer y al varón, a su imagen y semejanza. Estamos acostumbrados a hablar de Dios “en masculino”, también podríamos acostumbrarnos a hablar de Él “en femenino” o en ambas formas a la vez.
Si bien la revelación bíblica nos habla de la Trinidad en términos de paternidad y filiación, esto no impide otras formas de hablar de Ella. Nuestro lenguaje jamás agotará el misterio. Siendo Dios Amor y siendo el amor esponsal entre un varón y una mujer la forma paradigmática del amor humano, no parece inconveniente encontrar en la Trinidad el analogado supremo de la esponsalidad. Esa esponsalidad que es: amor recíproco, donado y acogido, en comunión fecunda. A esto se refieren tantos místicos cristianos cuando hablan del Espíritu Santo como “Abrazo” y “Beso” que une a las dos otras Personas trinitarias. Tanto en la Trinidad cuanto en el amor humano se da la identidad en la diferencia y la diferencia en la identidad y esto es propio del amor esponsal.
Asimismo, Dios es Familia. Tanto la familia cuanto la Trinidad están compuestas por personas, es decir, seres dotados de individualidad y relación: igual naturaleza, diferencias individuales y comunión en el amor sin confusión. Además, tanto una como la Otra son uno en la multiplicidad: la reciprocidad Yo-Tú se abre a un Tercero dando lugar a un Nosotros. Por último, en la comunión de amor familiar, al igual que en el Amor Trinitario, las personas se compenetran recíprocamente: cada uno es con el otro, en el otro y por el otro sin mezcla ni confusión (perijóresis).
Toda la vida cristiana está basada en un hecho fundamental: Dios se nos ha entregado y nos invita a responder a su entrega. La Trinidad nos ha creado y recreado, nos invita así a participar de su misma Vida: en el futuro plenamente y ahora anticipadamente. La Uni-Trinidad mora en nosotros, nos inhabita y posibilita una relación íntima y fecunda con cada una de las Personas divinas, esta relación con Él es fecunda en relaciones con los demás.
La espiritualidad cristiana es una vida en el Espíritu Santo, por Cristo y hacia el Padre. Vida acogida con fe, actuada por la caridad y anticipada con la esperanza. Vida celebrada en la Liturgia, misterio eucarístico y eclesial en el que la salvación y bendición del Padre desciende por Cristo y se comunica en el Espíritu, misterio en el que nuestra acción de gracias y alabanzas asciende al Padre por el Camino que es Cristo en el ámbito vital del Espíritu Santo.
La Trinidad Santísima se nos ofrece como modelo y nos capacita para vivir cristianamente, es decir: en el amor.
~ Ninguna de las Personas divinas existe sin las Otras, cada Una es con las Otras, cada Una es distinta y cada Una coopera para que así sea; esta diferencia es una riqueza en la unidad de la naturaleza divina.
~ Nosotros tampoco podemos ser ni existir sin los otros, esta complementariedad es una perfección, vivir aisladamente es una carencia. Ser con los otros, que son diferentes, cooperando para que lo sean, en el seno de la comunión, es lo que llamamos amor: ese amor que une y diferencia. En esto consiste nuestra máxima plenitud según el modelo trinitario de vida y amor.
La profesión de los “consejos evangélicos” ha dado lugar, en la Iglesia, a un estado de vida en el que se da una singular profundización de la consagración bautismal: surge así la llamada “vida consagrada”. Los consejos evangélicos son un don de la Trinidad santísima y la vida consagrada es una de las huellas de la Trinidad santificante en la historia humana. Los consejos evangélicos son expresión del amor del Hijo al Padre en la comunión del Espíritu Santo, su práctica permite una peculiar vivencia del carácter trinitario de la vida cristiana.
~ La castidad de los célibes y vírgenes en cuanto total donación a Dios refleja y participa del amor infinito que une a las Personas divinas en la unidad trinitaria, amor manifestado por el Hijo hecho hombre hasta entregar su vida por nuestra salvación.
~ La pobreza evangélica manifiesta el vaciamiento y la entrega total de sí que las Personas divinas se hacen recíprocamente, vaciamiento y don que se hace patético en la muerte redentora del Hijo de Dios.
~ La obediencia pone de manifiesto y se alimenta de la dependencia filial, liberadora y responsable de Jesucristo al Padre, la cual, a su vez, remite a la correspondencia en el amor propia de las tres Personas divinas en el seno de la Trinidad.
~ La vida fraterna –vida compartida en comunión de amor–, tiene como modelo al Padre, que quiere hacer de todos los seres humanos una sola familia; remite al Hijo encarnado, que reúne a los dispersos en la unidad y reconcilia entre sí; y manifiesta al Espíritu Santo como principio de unidad en la diversidad en la única Iglesia de Dios. Esta fraternidad es ciertamente una confesión de la Trinidad.
La identidad amorosa y relacional de Dios resplandece en toda la creación, todo lo que existe ha sido hecho en referencia a una Vida eterna que se entrega donándose, en referencia al Amor. En Él vivimos, nos movemos y existimos, especialmente nosotros, los seres humanos. La Trinidad se refleja en nosotros, creados según su imagen, como amor intrapersonal e interpersonal, comunitario y social. Esta Trinidad increada y divina se refleja y hace presente, en forma totalmente original, en la trinidad creada y humana que es la sagrada familia de Nazaret: Jesús, María y José.
Imagen
La dignidad del ser humano proviene del hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios Tri-Unidad. Por eso es capaz de conocerse, poseerse y donarse libremente, relacionarse con otros y otras creando comunión; en una palabra, capaz de: amar.
La concepción bíblica del ser humano creado como imagen de Dios implica dos realidades complementarias entre sí:
~ En primer lugar, el ser humano es en su totalidad el que ha sido creado como imagen de Dios. Es decir: la dimensión espiritual está íntimamente asociada a la dimensión física, social, cultural e histórica del ser humano. Queda, pues, excluida cualquier interpretación que haga residir la imagen en uno u otro aspecto de la naturaleza humana o en alguna de sus cualidades o funciones.
~ En segundo lugar, el ser humano no ha sido creado como un individuo aislado, sino que ha sido creado como varón y mujer en relación recíproca. El varón y la mujer existen sobre todo en relación con Dios, y luego entre ellos y con los otros seres humanos y con la creación entera. Es decir, el hombre y la mujer son personas o seres relacionales. El carácter básicamente relacional de la imagen de Dios es una estructura ontológica o del orden del ser y es, asimismo, fundamento del ejercicio de la libertad y de la responsabilidad.
La imagen de Dios presentada en el Primer Testamento es completada en el Nuevo con la realidad y concepto de Jesucristo como Imagen de Dios. Aparecen también aquí dos notas distintivas:
~ El ser humano debe ser conformado con Cristo, por medio de la potencia del Espíritu Santo, a fin de llegar a ser hijo del Padre. Esta conformación reconoce en su modelo, Jesucristo, un proceso histórico que va desde la encarnación redentora hasta la pasión y resurrección que hace de Cristo el soberano sobre el pecado y la muerte. Proceso que se ha de reproducir, de alguna forma, en los cristianos.
~ La conformación transformadora en la imagen de Cristo se actúa por medio de los sacramentos, sobre todo, el sacramento del bautismo, coronado con el sacramento de la Eucaristía.
Nuestra configuración según la imagen de Cristo implica cuatro relaciones básicas e interrelacionadas unas con otras: relación filial con Dios, relación fraterna con los otros seres humanos, relación soberana con la creación y relación servicial en el Reino de Dios.
La tradición cristiana se ha caracterizado por estas notas clave en su doctrina de la imagen de Dios en el ser humano:
~ Ante todo, al profundizar el tema, hubo que dejar de lado aspectos de este. Un enfoque tradicional en occidente fue el de la estructura tripartita del alma, espíritu-razón-voluntad, como imagen de Dios-Trinidad en el ser humano.
~ Además, ha introducido una distinción entre imagen y semejanza, la primera es de orden ontológico o del ser, y la segunda de orden moral o ético. La imagen no puede jamás desaparecer, mientras que la semejanza se opaca o pierde por el pecado.
~ Asimismo, introdujo la dimensión histórica en la doctrina de la imagen, esta pasa por tres fases sucesivas: imagen de creación (= naturaleza), imagen de recreación (= gracia) e imagen de similitud (= gloria).
~ Por último, la imagen de Dios es fundamento de nuestra participación en la naturaleza divina, la cual se actúa, ya sea por el acto de contemplación intelectiva o por el acto de amor volitivo.
~ Los cistercienses no son ajenos a este desarrollo recién esbozado. El más representativo de ellos pone el acento en el consentimiento o acto libre de amor, que reforma y conforma, mediante un mismo querer y no querer, según la imagen de Cristo el Hijo de Dios.
La teología y el Magisterio, a lo largo de los siglos, han puesto diferentes acentos al hablar del ser humano como imagen de Dios. Más recientemente, se ha concebido la imagen de Dios en el hombre en la medida en que este es: ser espiritual y señor de la creación, ser social o en comunión, ser dotado de libertad, ser capaz de transformar, ser personal...
Considero que el misterio de la Trinidad Santísima es puerta de acceso a una mejor comprensión de la creatura humana creada como persona a imagen de Dios. La persona humana, en cuanto imagen de Dios Tri-Unidad, es tal por su relacionalidad; y esta relacionalidad, a su vez, remite al Dios revelado y comunicado como Comunión de Personas en el Amor. La prueba más convincente de que los seres humanos hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: solo la relación de amor nos hace felices, vivimos para amar y ser amados.
Cuando Dios creó al ser humano lo creó a imagen y semejanza Suya, estableciendo así una relación única entre Él y su creatura humana. El Creador y su creatura son dialogales, el ser humano es capax Dei, capaz de relación y comunión con Dios. Esta relación con Dios es fundamento de la relación igualitaria entre el varón y la mujer. En la relación varón-mujer encontramos la imagen y semejanza con un Dios que es, en Sí mismo, relación.
~ Dado que la corporeidad sexuada es esencial a la identidad de la persona del varón y de la mujer, ella pertenece al modo específico en el que existe la imagen de Dios en la creatura humana. Podemos entonces afirmar que: el mismo cuerpo sexuado de la mujer y el varón participa de la imagen divina.
~ La mujer y el varón son imágenes de Dios tanto en la diversidad sexuada cuanto en la igualdad personal. Y aún más, podemos también decir que el dinamismo de reciprocidad que vivifica el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios. Por este motivo, el varón y la mujer gozan de la misma dignidad y valor.
~ La igualdad personal y la diferencia sexual entre el varón y la mujer remiten al misterio de la Trinidad. En la Trinidad se da la máxima diferencia en el seno de una identidad absoluta. La mujer es “otra” para el varón, al igual que el varón es “otro” para la mujer: esta diferencia irreductible remite a la diferencia entre las Personas divinas. Al mismo tiempo que diferentes, la mujer y el varón son por igual personas humanas, así como en Dios existe una sola naturaleza divina. Aún más: la diferencia sexuada de una y otro es el signo más radical del totalmente Otro: Dios.
~ La integración interior y exterior de la mujer parece ser mayor que la del varón, en este se distinguen más fácilmente las distintas facultades interiores y su mundo de relaciones. Esto podría llevar a decir que la mujer representa mejor la Unidad de la naturaleza divina mientras que el varón reflejaría mejor la Trinidad de personas. Y siempre es verdad que: a mayor integración interior, mayor hondura y capacidad de relación.
La imagen de Dios en el ser humano es una imagen de amistad y esponsalidad pues revela la comunión de personas. Los seres humanos hemos sido creados por amor y para amar, para acoger y donarnos. La esponsalidad como actitud, como forma de ser para el otro en mutua reciprocidad está inscrita en la misma imagen y semejanza que somos de Dios. Por eso la experiencia esponsal puede manifestar analógicamente la experiencia esponsal intratrinitaria y la experiencia esponsal entre Dios y la criatura humana.
Relación y comunión, persona y amor, amistad y esponsalidad son formas de hablar, con diferentes acentuaciones, de la imagen de Dios en la creatura humana creada por el Dios Trino y Uno.
Quizás, la mejor forma de sintetizar una concepción adecuada de la imagen de Dios en la creatura humana es decir lo siguiente: fuimos creados a imagen de Dios porque Dios nos ha compartido su comunión trinitaria de Personas en el Amor. Creados a imagen de Dios, somos espirituales y corporales, mujeres y varones en relación recíproca, heridos por el pecado, necesitados de salvación, destinados a ser conformados con Cristo, imagen perfecta del Padre en la potencia del Espíritu Santo.
La creación de los humanos, varón y mujer, a imagen de Dios tiene una palabra importante para decir en el debate contemporáneo occidental sobre el ser humano, especialmente en relación con el cientificismo ideológico, el cual se niega a admitir como válidas formas de conocimiento distintas de las que son propias de las ciencias positivas. La antropología cristiana, por el contrario, se funda en la revelación de la Trinidad comunicada por Cristo. Y la fe nos dice que el hombre es creado a imagen de Dios, lo que quiere decir que participa en la íntima esencia de Dios que es relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El abismo ontológico que existe entre Dios Creador y el ser humano criatura es zanjado por pura Gracia, de modo que resulta menos profundo que el abismo que existe ente el ser humano y el resto del mundo creado. En efecto, solo el ser humano, por ser persona, es capaz de establecer relaciones con Dios, con el prójimo y con el mundo, y participa así en la dimensión personal y relacional de Dios. Creada a imagen de Dios, la persona humana es, esencial y creaturalmente, lo que a nivel increado, son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en su mismísima esencia divina, es decir: Amor.
En definitiva, la Trinidad nos creó a su imagen por dos motivos básicos: porque deseaba que una Persona divina se hiciera hombre y para que los seres humanos pudiéramos llegar a ser dioses.