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Papeles de Ítaca

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“Como iba resuelto a perderme,

las sirenas no cantaron para mí.”

A Circe Julio Torri

Una mañana también yo partí de Ítaca dejando atrás hacienda, oficio y mujer. Me embarqué en pos de la gloria que ennobleciera mi linaje e hiciera de mí un esclarecido caballero. Me veía convertido en un varón de renombre cuyas hazañas serían contadas por los cronistas, celebradas por los poetas y evocadas con reverencia por las generaciones venideras. Pero aunque mi peregrinaje fue tan largo como el del héroe y hubo en él penalidades sin cuento, ninguna Circe, ningún Polifemo, ninguna sirena de seductor canto se cruzó en mi camino. Tampoco hallé en todo el Ponto —el cual recorrí afanosamente de un extremo a otro— rival con quien chocar mi acero ni a una hospitalaria Nausícaa dispuesta a rescatarme de los naufragios de mi alma. Así fue como, tras largos años de ausencia, regresé al terruño escaso de proezas que dieran brillo a mi blasón y de las cuales pudiera envanecerme. Tuve entonces que aguzar el ingenio: tramé embelecos que llenaron de asombro a mi Penélope, fabulé lances que me ganaron la admiración de los vecinos y concebí andanzas que, en el café, emocionaban al barbero, al sastre y al notario. Y a fuerza de repetir tales historias y para no olvidarlas, comencé a llenar papeles con ellas. Resultó que al irlas escribiendo sumaba personajes, complicaba intrigas y prodigaba hechos sorprendentes nacidos al vuelo. Con el paso del tiempo he comprendido que nunca alcanzaré las riquezas, los títulos y los honores que con tanto afán ambicioné. Me queda tan sólo el consuelo de estos folios, los cuales se han ido multiplicando hasta formar gruesos legajos que acumulo en el cuarto de los arreos y que, a veces, doy a leer a otros, sin decirles nunca si lo allí contado pertenece a la realidad o al reino de la ilusión.

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