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La red en Nevá

(Putin)

Mi hombre se metió en algo,

resultó en una pelea, resultó en algo feo

y me puse tan triste que lo eché de la cama.

Ahora quiero tener uno como Putin.

Poyushchie vmeste (Las que cantamos juntas),

banda de pop (2002-2004)

decidí hacerle caso a olga y contactar a algunos de mis viejos colegas para escuchar lo que pensaban. ¿Qué pensaban con respecto a la situación y los cambios políticos del país en los últimos diez años? ¿Que los motivó a compartir en Facebook sus opiniones contra Occidente? ¿Estaban siendo presionados o realmente sus actitudes habían cambiado? También me interesaba la opinión de los viejos directores de Moj rajon, que si bien seguían siendo firmes contra Putin en las redes sociales y que evidenciaban los problemas más álgidos de Rusia, sus críticas no eran tan frecuentes, además de que tocaban temas distintos a la situación política.

Independientemente de todo, primero tenía que conocer mejor al hombre que estaba dirigiendo a Rusia desde el último cambio de milenio, ese que mantenía a su favor altos porcentajes de popularidad en comparación con otros jefes de estado europeos. Viajé a San Petersburgo, la ciudad donde Vladimir Vladímirovich Putin nació, creció y dio los primeros pasos decisivos en su carrera. De hecho, a pesar de que el poder del país está centralizado fuertemente en Moscú, gran parte del liderazgo político proviene de la que los rusos llaman la capital del Norte.

San Petersburgo fue fundada por el zar Pedro el Grande, en 1703, en una época en la que Rusia estaba a punto de reemplazar a Suecia como la potencia de la esquina nororiental de Europa. El zar buscaba construir una ciudad que pudiera ser la capital de una flota nueva y poderosa en el Báltico y que al mismo tiempo abriera «una ventana hacia Europa». Pedro el Grande ordenó construir la ciudad en la región pantanosa donde el río Nevá forma un delta y desemboca en el golfo de Finlandia. En menos de un año se construyó un fuerte provisional de madera y tierra. Luego, los materiales del fuerte fueron reemplazados por piedras, conservando su forma hasta hoy. La fortaleza de San Pedro y San Pablo debe su nombre a la importancia religiosa de estos apóstoles, algo que en su momento fue una manera de mostrar que el zar estaba cumpliendo una misión divina.

Toda la ciudad fue construida con materiales sólidos y de acuerdo con los ideales europeos clásicos. Además, el zar prohibió las construcciones de piedra en todos los lugares de Rusia. Sin embargo, San Petersburgo estuvo varias veces a punto de ser borrada del mapa por la acción de las inundaciones. En la actualidad hay muchas vías fluviales, algo que le da identidad y orgullo a esta ciudad de cinco millones de habitantes. Nevá, Moika, Fontanka, Obvodny, Griboedova, Kryukov, Admiralteisky —si le preguntas a algún residente sobre la historia de la ciudad, te puede dar afectuosamente una lista de cualquiera de sus ríos y canales—. En «el cruce de caminos» entre el canal de Admiralteisky y el río Fontanka se pueden ver los botes turísticos fondeados, como tomando un descanso, pues si das una vuelta sobre tu propio eje, puedes contar hasta siete puentes. En ningún sitio de Venecia se pueden ver más de seis.

Un par de kilómetros antes de que el Nevá llegue al mar, precisamente ahí donde el río gira bruscamente hacia el oeste, se construyó junto a su orilla izquierda un conjunto de edificios de estilo barraco que resalta por su color azul oscuro. La catedral y el claustro, ambas obras conocidas como el conjunto Smolny, fueron construidos bajo el mandato de Isabel, hija de Pedro, y la obra se terminó en 1764. Aunque Isabel estiró las finanzas estatales hasta donde pudo, la obra maestra del conjunto, una torre de reloj de 140 metros de altura, nunca se construyó. Los edificios siguen atrayendo la atención. Ya sea desde la vía fluvial o desde los cuatro carriles a lo largo del malecón, se podrá observar que en las cinco cúpulas de la catedral se reflejan en perfecta simetría las cuatro cúpulas del convento. Estas construcciones, tras ser remodeladas en diferentes ocasiones a lo largo de los años 2000, han recuperado la mayor parte de su belleza arquitectónica.

En el invierno de 1999, el conjunto Smolny no estaba en buenas condiciones. Para ese entonces, los largos corredores del claustro conformaban un organismo estatal dirigido a estudiantes universitarios extranjeros. Desde mediados de enero hasta febrero recibí clases en un salón con ventanas demasiado delgadas, sentado y tiritando de frío junto la austriaca Anna, el italiano Alberto, el eslovaco Ondrej y el alaskeño Jalilen, quienes ya habían pasado un año escolar al otro lado del estrecho de Bering, al este Siberia. Para llegar al claustro teníamos que caminar cada mañana a través de la nieve junto al Instituto Smolny, vecino casi igual de imponente que el conjunto arquitectónico de Smolny. Este edificio llamativo, de comienzos del siglo XIX, albergó originalmente la primera institución rusa de educación para mujeres. En el otoño de 1917 las estudiantes fueron expulsadas de los corredores por los bolcheviques leninistas que necesitaban un sitio para planear una revolución. Cuando el plan se implementó y Moscú se convirtió en la capital de la nueva Unión Soviética, la administración local de la ciudad se hizo cargo del lugar. Desde entonces el Instituto Smolny ha sido el lugar de trabajo de los líderes políticos, pues el sitio es lo más parecido a un ayuntamiento. Precisamente allí fue donde Vladimir Putin trabajó desde 1991 hasta 1996, periodo en el que estableció las redes políticas que desde entonces lo han ayudado a dirigir Rusia.

En el invierno de 1999 hubo una crisis política en Rusia. Los conocimientos de ruso en mi grupo de estudio no eran suficientes como para discutir sobre política, pero la matrona Tania —quien alquilaba habitaciones a otros dos estudiantes noruegos y a mí—, nos daba información sobre lo que estaba sucediendo en el gobierno de Borís Yeltsin, cuyo segundo periodo presidencial estaba llegando al final. Ocho años después de haber sido elegido primer presidente de Rusia, tanto la mayoría de la gente como el resto de la élite política, habían perdido la fe en él. Yeltsin hablaba sin contexto, se había presentado ebrio en la televisión y había hecho el ridículo durante una visita estatal en el extranjero. Las encuestas indicaban que menos del 10% de la población lo apoyaba. La decepción provenía más que todo del descontento por la debacle económica. Las promesas de comienzos de los años noventa de una economía de mercado al estilo occidental, que supuestamente traería más bienestar para la gente, generaron un marcado contraste con la realidad. En la primavera de 1998 la deuda nacional había alcanzado los 115 millardos de euros, al mismo tiempo que el país le debía a sus propios habitantes ocho millones de euros en salarios no pagados y siete millones a los pensionados. Los precios de los principales productos comerciales de Rusia —petróleo y gas— se habían desplomado debido al temor a una crisis global. Las reservas de divisas se agotaron y, en agosto de 1998, el banco nacional tuvo que darse por vencido en la acción de mantener a flote el rublo que cayó en picada. Por segunda vez en los años noventa gran parte de la población experimentaba la desaparición de sus ahorros. La situación era tan pésima que a finales del otoño de 1998 las autoridades norteamericanas enviaron tres millones de toneladas de comida para paliar la crisis.

Yeltsin trató de responder a las críticas con la renovación del gobierno y de su gabinete presidencial. Reemplazó al primer ministro de los últimos seis años, Víktor Chernomyrdin, por Serguéi Kiriyenko, de 36 años de edad, a quien también reemplazó un mes después de por Chernomyrdin. Luego de que la Duma Estatal rechazara el intento de Yeltsin para volver a designar a Chernomyrdin como Presidente de Gobierno, él nombró a Yevgeny Primakov como figura de compromiso ante el parlamento. Al mismo tiempo, los comunistas y los liberales trabajaban sin parar en la Duma Estatal para hacer que Yeltsin fuera llevado a juicio político —entre otras cosas, porque había firmado un acuerdo con Ucrania y Bielorrusia que en la práctica diluía la Unión Soviética, y porque impulsó la guerra contra Chechenia—. Cuando nos sentábamos por las noches frente al televisor de Tania, cada uno con su taza de té, una de las palabras que más escuchábamos de los locutores de noticias era impeachment7, en inglés. A pesar de que a la propuesta de juicio le faltaban unos pocos votos para ser aprobada, Rusia se acercaba cada vez más a la parálisis total.

El círculo más cercano a Borís Yeltsin hacía mucho tiempo había empezado a buscarle un sucesor. Querían a alguien que se mantuviera leal a él —y que se encargara de que el presidente, que cada vez más presentaba graves problemas de salud, eludiera el juicio político una vez que renunciara al cargo y evitara perder su inmunidad—. En la primavera de 1999, dentro del círculo político de Yeltsin—popularmente llamado «la familia»— se empezó a hablar de Vladimir Putin, a quien el año anterior le habían designado el trabajo de dirigir al organismo sucesor de la kgb, la llamada fsb (Federal'naya Sluzhba Bezopasnosti, en ruso), es decir, el Servicio Federal de Seguridad. El oligarca Borís Berezovsky, uno de los apoyos más cercanos de Yeltsin, estaba impresionado porque Putin en varias ocasiones había rechazado sobornos. Además, Putin era seguidor de Anatoly Sobchak, su mentor y primer alcalde postsoviético de San Petersburgo, pues trabajó en el Instituto Smolny durante su administración. A pesar de que Putin había recibido la oferta de continuar como vicealcalde, él renunció a esta idea una vez que Sobchak perdió la reelección en 1996. Esto les demostraba a Berezovsky y a Yeltsin que Putin era alguien leal. Rápidamente, Berezovsky, Yeltsin y Tatyana Yumasheva, la hija de Yeltsin, hicieron un plan para convertir a Putin en primer ministro y, luego, en el presidente de Rusia.

El temor de Yeltsin de que la Duma Estatal no apoyara a un candidato tan desconocido para el cargo de primer ministro resultó infundado. El 16 de agosto de 1999, Vladimir Putin fue elegido con una mayoría abrumadora. Menos de seis meses después, en la víspera de Año Nuevo, Yeltsin ofreció un emotivo discurso de agradecimiento y, siguiendo la Constitución, le entregó el timón a Putin. El primer decreto que firmó Putin como presidente les confirió a Borís Yeltsin y a su familia inmunidad de por vida contra toda forma de enjuiciamiento penal.

Existen incontables libros sobre Vladimir Putin, pero la mayoría de biógrafos se enfrentan a un reto cuando se enfocan en retratar su vida antes de la presidencia. Las fuentes son pocas y no siempre es tan fácil saber qué se puede creer y qué no. Cuando Putin tomó el cargo de primer ministro, se publicó una biografía autorizada en forma de entrevista con el título Ot pervogo litsa. Razgovory c Vladimirom Putinym (traducido comúnmente al español como Palabras que cambian el mundo). Este libro fue parte de una estrategia de información pensada de forma meticulosa —y en varios apartados es difícil evaluar su grado de veracidad—. Entre algunas de sus anécdotas, Putin cuenta que su padre, llamado también Vladimir, evitó ser capturado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, y lo hizo escondiéndose bajo el agua en un pantano, respirando a través de una caña. El relato de Putin sobre una crianza en el seno de una familia humilde, pero feliz en Leningrado, hoy San Petersburgo, parece ser bastante creíble. Él nació en 1952, cuando su madre, María, había cumplido cuarenta años. Sus padres habían perdido dos de sus hijos antes de la guerra, por lo que Vladimir creció como un hijo único lleno de afecto.

Antes de terminar la escuela, a la edad de dieciséis años, solicitó ser admitido en la kgb. Lo logró cinco años más tarde, al terminar sus estudios de leyes en la Universidad Estatal de Leningrado (su nombre actual es Universidad Estatal de San Petersburgo). En su autobiografía, Putin expone la razón de querer trabajar para la kgb aduciendo que, siendo estudiante, devoraba libros como Shchit i mech (traducido al español como El escudo y la espada) de Vadim Kozhevnikov. Este título, que trata sobre un oficial del servicio de inteligencia soviético en Alemania, se convirtió en un bestseller. El libro fue publicado cuando Putin tenía doce años, y tres años más tarde se realizó una serie de televisión. Algunos biógrafos, entre ellos Masha Gessen, escribieron que probablemente el padre de Putin fuera parte de la llamada reserva activa de la kgb.

En 1984, Putin fue enviado a Moscú para entrenarse como espía y, después, fue enviado en misión de trabajo a la ciudad de Dresde, en la República Democrática Alemana (rda). Junto con él viajó la mujer con la que se había casado dos años antes, la azafata Liudmila, y María, la hija de ella. La estadía en el extranjero fue una desilusión para Putin, quien desde la adolescencia había tenido la esperanza de poder espiar al enemigo, es decir, a Occidente. Su empleo en Dresde era un trabajo de oficina bastante repetitivo y su tarea principal era buscar información sobre Alemania Occidental y las bases militares estadounidenses asentadas en el país —algo para lo cual se había especializado cuando era estudiante en Leningrado—. En Dresde, Vladimir y Liudmila tuvieron una hija más, Yekaterina.

El viaje al extranjero de la familia de Putin se dio justamente cuando a Mijaíl Gorbachov lo nombraron secretario general del Comité Central del Partido Comunista. La liberalización de Gorbachov (la glásnost), basada en la reconstrucción de la economía (la perestroika), les permitió más libertades políticas y económicas a los aliados de la Unión Soviética en Europa Oriental. En febrero de 1989, el Partido Comunista desistió del poder en Polonia; en mayo, los ciudadanos empezaron a destruir la llamada cortina de hierro que separaba a Hungría de Austria, y al mismo tiempo, las personas empezaron a protestar en Alemania Oriental contra el sistema comunista. El 9 de noviembre de 1989 los berlineses hicieron un boquete en el muro que había dividido la ciudad de Berlín durante una generación. En ese entonces, Vladimir Putin estaba en Dresde y veía cómo se derrumbaba piedra a piedra aquello que en cierta forma debía proteger. El 15 de enero de 1990, la gente se reunió en las principales ciudades alemanas frente a la sede del Ministerio para la Seguridad del Estado (comúnmente conocida como Stasi), con el fin de evitar que se destruyeran documentos comprometedores. Cuando se acercaron al edificio de la kgb donde trabajaba Putin, él decidió salir ante los manifestantes para calmar los ánimos. La muchedumbre se tranquilizó cuando Putin le explicó que los edificios pertenecían a una organización soviética y no tenían nada que ver con la Stasi.

Varios biógrafos destacan este episodio como un evento decisivo en la vida de Putin. Seguramente temió por su vida, y se indignó al ver que las autoridades se vieron obligadas a retirarse y darse por vencidas ante una multitud enardecida. La situación se había salido de control y al estado no tenía las fuerzas suficientes para imponer su poder. «Moscú no se pronuncia», fue la respuesta que Putin recibió cuando llamó a las fuerzas militares de la Unión Soviética asentadas en Alemania Oriental. «Me di cuenta de que la Unión Soviética estaba convaleciente. Sufría de una enfermedad mortal llamada parálisis. La parálisis del poder», dice él en su biografía.

La familia tuvo que regresar a Leningrado sin que Putin hubiera terminado su periodo de trabajo, lo que implicó no contar con ahorros suficientes. En febrero de 1990 se mudó a un apartamento de dos habitaciones, el cual compartía con sus padres a las afueras de Leningrado. Allí Liudmila tenía que hacer largas filas debido a la escasez de alimentos que afectó el país, y Putin fue transferido a la reserva activa de la kgb, en un momento de su vida en el que se estaba readaptando a un país que en su ausencia había cambiado drásticamente. Putin recurrió a la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal, donde consiguió empleo como asistente académico del rector. Poco tiempo después, en 1990, fue designado como asesor de Anatoly Sobchak, que en abril de 1991 se convirtió en el primer alcalde de San Petersburgo elegido democráticamente. Posteriormente, Sobchak lo nombró jefe del Comité de Relaciones Exteriores del ayuntamiento y vicealcalde. Sobchak, que en los setenta había sido su profesor, siempre tuvo buenas referencias de Putin. Sobchak, dentro de su estrategia de gobierno, tejió una red de contactos con representantes de las viejas estructuras de poder soviéticas, y lo hizo especialmente para valerse del espionaje. Él tuvo a un contralmirante comunista como sus mano derecha, y ahora contaría con el apoyo de un hombre de la kgb —que tenía experiencia como espía en la rda—. Seguramente, la experiencia internacional que tenía Putin y sus conocimientos de alemán, hicieron que Sobchak le abriera las puertas del Instituto Smolny.

Después de su época decepcionante en Dresde, Putin empezó a labrarse una carrera en Smolny. Le dieron la responsabilidad de liderar el Comité de Relaciones Exteriores, organismo en el que se coordinaba el trabajo de cooperación económica internacional. Entre otras cosas, supervisó un proyecto que consistía en exportar petróleo a Europa Occidental a cambio de alimentos, algo que escaseaba en Rusia y que afectaba a gran parte de la población. Con el paso del tiempo, se le asignó supervisar el trabajo de los órganos de seguridad, así como también el de impulsar políticas para atacar el tráfico de drogas y los juegos ilegales en la ciudad. En 1994 lo ascendieron a vicealcalde y en los años que siguieron tuvo una gran influencia sobre las decisiones más importantes de diversos sectores de la administración pública. La época en Smolny le sirvió a Putin para construir una red de amistades que lo apoyaría aún más cuando se posicionó como presidente. En ese instituto trabajó Igor Sechin, a quien Putin nombraría vicepresidente del Gobierno entre 2008 y 2012. Posteriormente, sería nombrado presidente de una de las petroleras más grande del mundo: Rosneft. Lo mismo hizo con Víktor Zubkov, Primer Vicepresidente del Gobierno entre 2007 y 2008, y luego presidente de la junta de directores de Gazprom, la empresa de gas rusa más poderosa del mundo. El ministro de finanzas de San Petersburgo de aquella época era Alekséi Kudrin, quien más adelante obtuvo el mismo cargo a nivel nacional. El hombre que velaba por la seguridad de Putin en Smolny, Víktor Zolotov, se convertiría entre 2000 y 2013 en su jefe de seguridad personal en el Kremlin. Luego, en 2016, sería nombrado jefe de la Guardia Nacional. Algunos de quienes conformaron este círculo, como Zolotov, por ejemplo, habían trabajado en la kgb; y otros, como Dmitri Medvédev, quien se convertiría, primero, en presidente de la Federación Rusa y, luego en primer ministro, eran colegas de Putin desde su época de estudiante de la Facultad de Derecho.

La carrera de Putin en San Petersburgo se detuvo cuando Sobchak perdió su reelección en 1996. Putin aceptó un puesto de trabajo en Moscú como vicedirector del departamento de Gestión de Bienes de la Administración del presidente Borís Yeltsin. Al año siguiente ascendió a vicejefe de la Administración, responsable del Departamento de Control. Allí estaba «tan bien ubicado y gozaba de tantas buenas relaciones como era posible tener en Rusia sin ser una persona pública», escribe Gessen. El 25 de julio de 1998 asumió el cargo de director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, sucesor de la KGB), el cual ocupó hasta que Yeltsin lo presentó como jefe de Gobierno el 9 de agosto de 1999.

Desde entonces, las principales encuestadoras de opinión rusas sondean la popularidad de Putin, con preguntas como la siguiente: «En general, ¿considera que Vladimir Putin hace un buen trabajo como primer ministro/presidente?». Quienes han respondido que sí cada mes en los últimos diecisiete años representan entre el 61% y 70% de la población. Los niveles de aprobación de Putin superan muchísimo a los de otros jefes de estado. En febrero de 2015, por ejemplo, 46% de los estadounidenses opinaba que Barack Obama hacía un buen trabajo; 41% de los británicos opinaba lo mismo de David Cameron; solo el 24% de los franceses apoyaba a François Hollande; Angela Merkel, quien durante mucho tiempo se ha posicionado como la figura política más popular y respetada de Europa, tenía un apoyo de 64%. ¿Y cuál era el porcentaje de los rusos que apoyaba a Putin durante ese mismo periodo de tiempo?: 86%.

Pero ¿son creíbles las mediciones que hace el centro sociológico ruso Levadatas? La historia de este centro se remonta a finales de los años ochenta, cuando la socióloga Tatiana Zaslávskaya (1927–2013) fundó el Centro Ruso de Estudios de Opinión Pública (VTsIOM). En 2003 el Gobierno intentó tomar el control de VTsIOM con la incorporación en la junta directiva de fichas de la administración presidencial. Como resultado, todos los empleados renunciaron y establecieron un nuevo centro de investigaciones, al que llamaron «Yuri Levada» (1930-2006), en honor a quien fue el director de VTsIOM durante muchos años. Después de que Zaslávskaya y Levada fallecieron, el Centro Levada ha sido dirigido por Lev Gudkov (1946–), quien, al igual que sus antecesores, ha tratado de mantener a raya las pretensiones del gobierno. Cuando en el otoño de 2016, justo antes de las elecciones de la Duma Estatal, el Centro publicó una investigación que mostraba una clara caída del apoyo a «Rusia Unida» (el partido que en ese momento detentaba el poder), el Ministerio de Justicia decidió incluir al Centro Levada en la lista de «agentes extranjeros». Todos estos intentos de censurar las actividades de Levada como lo hicieron con su antecesor, sugieren que los resultados en las encuestas de Putin, en todo caso, se han dado de manera objetiva y sin la presión del gobierno.

Sin embargo, los niveles de aprobación de Putin pudieron haber sido algo elevados debido al método de medición, como lo indicó Kirill Rogov, miembro de la junta directiva de Levada, en una conferencia que llevó por nombre «La opinión de la gente en Rusia: hechos y malentendidos», dictada en diciembre de 2016 en el Instituto de Noruego de Política Exterior (nupi) en Oslo. Además, quienes son más críticos ante el gobierno generalmente suelen negarse a responder las encuestas, algo que sí hacen quienes apoyan a Putin. En consecuencia, los partidarios de Putin representan la mayoría de la muestra seleccionada. No obstante, la conclusión de Rogov fue clara: el pueblo ruso apoya a Vladimir Putin de forma real y masiva. Incluso cuando se corrigieron aspectos metodológicos, Putin siguió estando muy por delante en las encuestas de opinión con respecto a la mayoría de los líderes occidentales.

Putin contaba en muchos sentidos con un buen punto de partida que lo hizo más popular que sus antecesores. Cuando fue nombrado en el cargo de primer ministro, la economía rusa había tocado fondo, y al mismo tiempo el caos político había alcanzado su punto más alto. Como se mencionó anteriormente, la clase media rusa experimentó una disminución de los ingresos y del poder adquisitivo durante la década de mil novecientos noventa, y un desempleo alto y persistente. La crisis del rublo y los muchos cambios de ministros demostraron a la mayoría de la gente que Yeltsin ya no estaba en capacidad de manejar el país. «La Rusia de Yeltsin en la primavera de 1999 era una nación traumatizada por la pobreza y el crimen», escribió el periodista estadounidense y experto en Rusia, David Satter. Cuando en el otoño de 1999 VTsIOM le preguntó a la gente qué era lo que caracterizaba la situación política en Rusia, el 63% respondió que había «un aumento de la anarquía», mientras que solo el 9% dijo que había «una consolidación democrática». Una mayoría quería que desapareciera la economía de mercado y se retornara a la de economía de planificación estatal.

Uno de los primeros desafíos de Putin como primer ministro fue expulsar a los rebeldes chechenos que se habían adherido a la república vecina, Daguestán, en julio de 1999. La misión culminó a finales de agosto, pero Rusia fue objeto de algunos de los ataques terroristas más terribles de la época postsoviética. Entre el 4 y el 16 de septiembre de 1999, cuatro bloques de vivienda —dos en Moscú, uno en Buynaksk (Daguestán) y uno en Volgodonsk (en la región de Rostov) fueron destrozados—. Trecientas siete personas perdieron la vida, muchas de ellas mientras dormían. En tanto que el temor de la población se esparcía, las autoridades informan, según sus investigaciones, que detrás de los atentados había un supuesto «rastro checheno». Más adelante, Ibn Al-Khattab, un líder militar checheno originario de Arabia Saudita, fue señalado como el principal responsable de los atentados.

Varios de quienes han investigado los ataques, entre ellos los periodistas Masha Gessen y David Satter, concluyeron que los responsables no eran chechenos, sino que todo apuntaba a que las propias autoridades rusas eran las culpables. Los investigadores consideraban que Yeltsin y su círculo («la familia») tenían tanto temor por su seguridad que se vieron obligados a generar la ilusión de que Rusia estaba bajo ataque, con el fin de propiciar una nueva guerra en Chechenia, lo que ayudaría a aumentar la popularidad del sucesor de Yeltsin, Vladimir Putin. Un singular suceso acaecido el 22 de septiembre al sur de Moscú, en el pueblo Riazán, seis días después de la cuarta bomba, corrobora aún más esta hipótesis. A altas horas de la noche, los habitantes del lugar vieron a dos hombres y una mujer que abandonaron unos bultos sospechosos en el sótano de un gran bloque de vivienda. Cuando la policía local fue alertada, revelaron que los sacos estaban llenos de hexógeno, explosivos militares que se habían utilizado en los otros atentados. También encontraron un detonador y un temporizador. La policía, la oficina local del fsb y el Ministerio del Interior de Rusia salieron rápidamente a felicitar a quienes alertaron a las fuerzas públicas, bajo el precepto de que estos ciudadanos habían evitado un ataque terrorista.

Cuando los tres sospechosos fueron arrestados, resultó que pertenecían a la fsb de Moscú. Nikolái Pátrushev, el hombre que había reemplazado a Putin como jefe de la fsb, expresó que todo había sido un simulacro. El material que había en los sacos era simplemente azúcar. Fue algo que ni la policía local, ni la fsb de Riazán creyeron. Esta situación hizo que muchos medios de comunicación cuestionaran las explicaciones oficiales de las autoridades centrales.

Otro hecho que respalda la hipótesis de que la fsb u otro órgano de seguridad estatal estaban detrás de los atentados, es que el vocero de la Duma Estatal, Gennadiy Seleznyov, anunció por error la explosión en Volgodonsk tres días antes de que ocurriera: «Este anuncio acaba de llegar. De acuerdo con un reporte de Rostov del Don, un edificio de apartamentos en la ciudad de Volgodonsk estalló anoche», dijo Seleznyov ante los representantes electos. Seleznyov dijo luego que se refería a un ajuste entre pandillas en el mismo sector. Los periodistas Gessen y Satter le dieron importancia al hecho de que el material presentado por las autoridades como prueba de que los chechenos eran culpables, no era suficiente. «Cada vez hay más pruebas que no apuntan contra los supuestos terroristas chechenos, sino más bien contra la dirección del Kremlin y de la fsb», concluyó Satter.

Independientemente de quién estuvo detrás, la mayoría de la gente apoyó de todo corazón la segunda guerra chechena, que Putin impulsó un día después del hecho ocurrido en Riazán. A la mayoría de la población rusa no le interesaba que los periodistas hicieran preguntas críticas, sino que los responsables recibieran lo suyo. Aunque quizá Putin no haya planeado la guerra, sí era él quien encabezaba el honor de llevarlo a acabo. La operación chechena hizo que Putin pasara de ser «un cero a la izquierda, a un héroe nacional en el transcurso de cuatro meses», escribe la biógrafa de Putin, Katja Gloger. En septiembre, el 4% de los rusos apoyaba a Putin como presidente, en octubre subió a 21%, en noviembre era el 45%. Cuando Yeltsin dimitió en Año Nuevo, Putin estaba kilómetros adelante de los contendientes en las encuestas. El hombre que prácticamente nadie conocía hacía medio año, de un momento a otro se había convertido en el candidato presidencial que la mitad de los rusos preferían.

Las autoridades, desde ese momento, decidieron controlar con más ahínco la información que salía de Chechenia, lo cual contrastaba con el modo en que se dio información en la primera guerra de 1994-1996, donde los informes de periodistas independientes acerca de oficiales rusos que desertaban y de los atropellos contra la población civil, hicieron que muchos dieran la espalda a Yeltsin. Ahora, con Putin y gracias a ese control de la información, la versión oficialista de los hechos era la que llegaba al hogar de las personas. En la elección de marzo de 2000, Putin obtuvo 52% de los votos, mientras que el candidato del Partido Comunista, Gennady Zyuganov, logró el 29% y no hubo necesidad de una segunda vuelta en las elecciones.

Una de las primeras cosas que hizo Putin luego de su elección, fue tener un mejor control sobre las regiones. Rusia es una federación. La constitución le da a los ochenta y cinco sujetos federales8 el derecho a un manejo autónomo de sus asuntos. En los años noventa, los gobernantes y empresarios locales se habían tomado la libertad de manejar impuestos y tarifas, y la administración de los fondos públicos. Seis días después de iniciado su mandato, Putin firmó una propuesta de ley que cambió el sistema federal de Rusia. A partir de ese entonces, sería el presidente quien escogería a los funcionarios que ejercerían una contraloría constante a los gobernantes elegidos localmente.

En 2001 se instauró el impuesto fijo de 13% a los ingresos salariales. La baja tasa de impuestos hizo que los ingresos de la gente se acrecentaran, lo cual contribuyó a que las entradas tributarias también aumentaran. La devaluación del rublo entre 1998 y 1999 hizo que la producción nacional fuera más competitiva, y la importación de bienes se hizo más costosa. Principalmente, en 1998 el precio promedio de un barril de petróleo del mar del Norte era de 12,7 dólares, el más bajo desde mediados de los años setenta. Pero en el primer año de Putin como presidente, el precio del petróleo se duplicó, y luego aumentó en un abrir y cerrar de ojos a casi 100 dólares en 2008. El alza de los precios ocasionó que la industria petrolera fuera sumamente rentable, y a partir de 2001 y hasta 2011 Rusia logró doblar su producción de petróleo. El Estado aumentó también su participación en las expropiaciones del sector petrolero, entre otras cosas, como consecuencia del llamado caso Yukos. En 2003, Mijaíl Jodorkovski, propietario de Yukos, fue arrestado y acusado de evasión de impuestos. Su compañía petrolera era en ese entonces la más grande de Rusia. Una vez que Jodorkovski fue condenado a nueve años de prisión, Yukos fue administrada por compañías estatales. Antes de todo esto, Jodorkovski había expresado su ambición de tener un papel político preponderante en Rusia. En este sentido, él afirmó que su caso estaba basado en motivaciones políticas, una visión que fue apoyada, entre otros, por Amnistía Internacional y el Consejo Europeo.

Todo esto contribuyó a que los ingresos del Estado aumentaran drásticamente. En consecuencia, mejoró la capacidad para saldar los créditos estatales y sirvió, a su vez, para aumentar las pensiones y los salarios a los empleados públicos. El aumento del precio del petróleo quizá podría ser un golpe de suerte, pero no cabe duda de que los expertos económicos de Putin, de orientación liberal —Kudrin y German Gref, que por mucho tiempo sirvieron como ministros de las reformas económicas— también impulsaron acciones exitosas. En 2010, la revista Euromoney honró a Kudrin como el ministro del año, por sus logros en política financiera, y en 2015, hizo lo mismo con Elvira Nabiúllina, jefa del Banco Central.

La popularidad de Putin los primeros años se debió también a las estrategias de control aplicadas sobre los medios de comunicación. Como Putin era desconocido para la mayoría de los rusos, se hizo más fácil construir una mitología en torno suyo. La mencionada biografía-entrevista, En primera persona, fue un eslabón importante en la construcción de su popularidad. El libro cuenta la vida de un hombre común y de origen humilde, que fomenta los valores familiares, la lealtad, el cuidado de la salud y la actividad física. Además, el libro también resalta la manera como Putin, en su juventud, se forjó un carácter firme y resolutivo. Putin destaca su pasado como practicante de judo y sambo; este último es un sistema de defensa personal creado en la antigua Unión Soviética. En el libro se narra que el joven Putin frecuentemente peleaba en los patios traseros de su instituto en Leningrado. La imagen de un político pragmático, duro y decidido se fortaleció gracias a las acciones y las declaraciones que dio después de llegar al poder, principalmente ante el tema de Chechenia. Promesas como «aniquilar a los terroristas y acabarlos mientras estén con los pantalones abajo» implicaban un uso del lenguaje popular que le gustó a muchos de sus conciudadanos. Asimismo, Putin era joven, comparado con Yeltsin, quien estaba entrado en años y enfermo. El nuevo presidente lucía trajes personalizados y modernos, y se veía saludable y atlético.

Cuando el Kremlin aseguró, contra todo pronóstico, la victoria de Yeltsin en las elecciones presidenciales de 1996, lo hizo presentándolo como la única y contundente alternativa posible. La campaña presidencial no hizo referencia a los problemas políticos de Yeltsin, tampoco se difamó a los contendientes (el candidato del Partido Comunista, Gennady Zyuganov, era su oponente). La campaña fue dirigida por la Fundación para las Políticas Efectivas (FEB) de Gleb Pavlovsky, un asesor político cuya Fundación era muy cercana al Kremlin. Posteriormente, luego de su trabajo con Yeltsin, Pavlovsky continuó cooperando con Putin bajo principios similares. Putin, desde que se convirtió en presidente interino el 31 de diciembre de 1999 hasta que fue elegido presidente en marzo de 2000, no hizo una sola declaración pública. Se abstuvo explícitamente de participar en las entrevistas televisivas que habían dispuesto para él, de acuerdo a la ley electoral. Sin embargo, los grandes canales de televisión mostraban a Putin volando un avión de caza en Chechenia, posando junto a un tigre siberiano luego de dispararle un dardo sedante, saludando con apretones de mano a todo tipo de personas humildes a lo largo del territorio ruso. Fue presentado como un estadista innato, alguien que estaba por encima del «pequeño» político y de cualquier otro candidato presidencial de la fila.

Cuando me mudé de Rusia en el otoño de 2007, Putin se acercaba al final de su segundo periodo presidencial. Como la constitución rusa dice que nadie puede ser presidente por más de dos periodos seguidos, él se vio en la necesidad de retirarse. Putin declaró que iba a apoyar a Dmitri Medvédev como nuevo presidente, quien en ese momento era primer viceministro de Estado. Medvédev ganó arrolladoramente en las elecciones de 2008, a las cuales Garri Kaspárov tildó de «una farsa». La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), se abstuvo de enviar observadores a las elecciones en protesta contra todas las limitaciones que ellos habían sufrido de antemano por parte de las autoridades rusas y las muchas advertencias de un posible fraude electoral. Por su parte, Medvédev propuso a Putin como ministro de Estado y la Duma Estatal aprobó esta propuesta poco tiempo después. La Duma había estado dominada desde 2003 por Rusia Unida, un partido establecido y controlado por los aliados de Putin.

A pesar de que la elección presidencial fue criticada por ser poco democrática, Medvédev, trece años más joven que Putin y quien no tenía antecedentes en las fuerzas de seguridad, generó expectativas sobre una mejora gubernamental más democrática. Durante sus cuatro años como presidente, estas expectativas resultaron en altos y bajos, pues tanto los medios de comunicación occidentales como los rusos discutían continuamente si era Medvédev o Putin quien realmente detentaba el poder. Tres meses después de la investidura de Medvédev, los tanques rusos transitaban sobre Georgia. Cuando la llamada «Guerra de los cinco días» terminó, Rusia se había anexado los dos sectores geográficos de Osetia del Sur y Abjasia. Después, estos proclamaron su independencia, algo que solamente Rusia y otros tres países de las Naciones Unidas han reconocido. La acción de las fuerzas rusas fue criticada duramente por los líderes de Estado occidentales. Del mismo modo, Georgia tuvo que asumir parte de la culpa por el conflicto armado9.

La crítica se extendió cuando Medvédev llegó a Noruega en abril de 2010 de su primera y única visita estatal como presidente. La visita se convirtió en un triunfo para él y en el mayor acontecimiento en las relaciones bilaterales noruego-rusas de los últimos veinticinco años. Durante el primer foro de negocios noruego-ruso, en Oslo Plaza, Medvédev describió el cuento de hadas de la economía rusa de cara al futuro, en la que los recursos naturales, la juventud rusa con educación superior en tecnología de la información y el know-how occidental se juntarían y generarían grandes inversiones. Invitó a Noruega a trabajar en equipo en la búsqueda de petróleo en aguas congeladas y a desarrollar los proyectos del Silicon Valley ruso en Skólkovo, a las afueras de Moscú. Con una mezcla de firmeza, carisma y un ramillete de hermosas promesas, Medvédev encantó al auditorio conformado por empresarios noruegos y rusos, burócratas y políticos —quienes aplaudieron de pie—. Al día siguiente, el ministro de Estado de Noruega y el presidente de Rusia publicaron el nuevo acuerdo sobre las líneas de delimitación del mar de Barents, que ya habían negociado en 1970 por estos países. «Límites claros en la frontera abren perspectivas totalmente nuevas para un trabajo en equipo en el Norte, con el fin de obtener recursos y generar negocio, empleo, trabajo y cooperación de persona a persona a través de nuestra frontera en común», decía el comunicado de prensa emitido por el Gobierno noruego.

A pesar de que a Mijaíl Jodorkovski en ese mismo otoño le aumentaron la condena a 14 años en un juicio que Amnistía Internacional caracterizó como «extremadamente defectuoso y de motivaciones políticas», y a pesar de que el conocido periodista del Kommersant, Oleg Kashin, fue molido a palos por unos agresores que no recibieron castigo, el periodo de Medvédev generó esperanzas en los rusos de clase media. El optimismo por el futuro entre 2010-2011 fue impulsado también por el hecho de que Rusia se había repuesto de forma rápida luego del impacto de la crisis financiera. El Producto Interno Bruto cayó un 9% de 2008 a 2009, pero ya en 2011 lo que se había perdido fue recuperado nuevamente. Medvédev trajo la esperanza de modernización cuando expresó de manera genuina su interés por las nuevas tecnologías —principalmente a través de su frecuente uso de las redes sociales como Twitter—. Las elecciones presidenciales de 2012 empezaban a acercarse y Medvédev proclamó que iba a apoyar a Vladimir Putin como el candidato a la presidencia por Rusia Unida. La Constitución no dice nada acerca de si un presidente anterior puede postularse nuevamente a la presidencia. Además, bajo el mandato de Medvédev, la Constitución se modificó, lo que permitió que un periodo presidencial durara seis años y no cuatro. Para muchos rusos, la idea de doce nuevos años con Vladimir Putin era alarmante y deprimente. Entre el otoño e invierno de 2011-2012, la gente protestó intensamente en las grandes ciudades. Donde años antes «los disidentes» que marcharon en 2006 y 2007 lograron, en el mejor de los casos, reunir diez mil personas. Pero en las marchas conocidas como «las protestas de Bolotnaya», en referencia a la plaza de Moscú donde se llevaron a cabo, la participación conglomeró diez veces más gente. Las manifestaciones continuaron al año siguiente, pero con menos poder que a finales del año anterior. En las elecciones presidenciales del 4 de marzo de 2012, que fueron criticadas tanto por la oposición rusa como por los observadores electorales internacionales debido a los muchos casos de fraude electoral, Putin ganó de forma contundente. El mismo día que Putin inició su tercer periodo presidencial, el 12 de mayo, la oposición organizó una manifestación más. En esta ocasión entraron en choque con la policía, que en el último momento había retirado el permiso a la manifestación. Varios cientos de manifestantes fueron retenidos.

En la plaza del Kremlin, Putin hizo de todo para mostrar que su figura de mandamás había regresado. En su primer día de trabajo firmó catorce decretos presidenciales, reglamentando desde la economía hasta el sistema educativo relacionado con asuntos de la Unión Europea. Hizo también cambios para concentrar más poder en la administración presidencial. De ahora en adelante toda la planificación estratégica tendría lugar en el Kremlin. «De esta forma el gobierno perdió la última parte de su poder ejecutivo», escribió Gloger. También la fiscalía fue trasladada a una nueva sede en el centro de Moscú. En cuanto a aquellos que habían expresado su insatisfacción en la plaza de Bolotnaya, les había llegado la hora de la revancha estatal. En junio de 2012 la policía llevó a cabo investigaciones en la casa de diez líderes de la oposición, entre ellos, Alexéi Navalni, Boris Nemtsov y Ksenia Sobchak —hija del antiguo jefe de Putin en San Petersburgo—. Varios de los manifestantes de Bolotnaya fueron condenados con cárcel de tres a cuatro años por «participación en disturbios masivos» y «uso de violencia contra la policía». Algunos fueron condenados a tratamiento psiquiátrico forzado. Al mismo tiempo se llevó a cabo una serie de cambios legislativos que limitaron aún más la posibilidad de protestar contra el Gobierno. En junio de 2012 se penalizó llevar botellas de agua a manifestaciones, presuntamente porque estas podían ser utilizadas como armas. La multa máxima por participar en protestas sin aprobación de las autoridades se aumentó diez veces: 300,000 rublos —lo que para la mayoría de la gente representaba el salario anual—, y 600.000 para los empleados públicos. Varios de los expertos occidentales sobre Rusia, como Karen Dawisha, escritora de Cleptocracia de Putin, empezaron a comparar «la creciente opresión sistemática» con la situación de la Unión Soviética de la década de 1930.

En julio de 2012 se habló mucho en los medios sobre la introducción de la ley sobre agentes extranjeros. Esta señala a cualquier institución que reciba fondos del extranjero como «una organización dedicada a la actividad política, siguiendo instrucciones de un estado extranjero». A quien señalen como «agente extranjero» está en la obligación de marcar todos sus documentos —desde la carta más sencilla, hasta las páginas de internet y artículos en periódicos— con la inscripción «agente extranjero». Los agentes extranjeros deben rendir cuentas y presentar documentación más frecuentemente que otras organizaciones. Si se rompen estas regulaciones, los directores o líderes pueden ser condenados con cárcel de hasta por dos años. «La ley de agentes extranjeros fue hecha para culpar, estigmatizar y, en última instancia, para silenciar a las organizaciones no estatales», comentó Serguéi Nikitin, líder de la oficina de Amnistía Internacional de Rusia.

Con el fin de hacer más difícil el trabajo de los periodistas y censurar las investigaciones sobre actos de corrupción, se aumentó la pena máxima por injuria en julio de 2012. En noviembre del mismo año, la legislación para juzgar a gente que revela secretos estatales se hizo más fuerte, al mismo tiempo que las penas máximas siguieron aumentando. En diciembre de 2012 Rusia prohibió la adopción de niños a países que permitían el matrimonio de personas del mismo sexo. Medio año más tarde, en junio de 2013, se ajustó la ley «de protección de niños contra información que puede lesionar su salud y desarrollo». Según esta ley se condena con multas y cárcel la distribución de información que promueva «la igualdad de relaciones sexuales tradicionales y no tradicionales». La llamada ley contra la propaganda homosexual hace que, por ejemplo, sea penalizado manifestar en las calles por los derechos de la comunidad lgbtI.

Varios biógrafos de Putin, como por ejemplo la mencionada Katja Gloger, lo habían estado mostrando durante largo tiempo como una elección correcta y positiva para Rusia. Lo veían cómo un político realmente competente que obtuvo el control en medio del caos y que dio los pasos necesarios para que la sociedad rusa llegara a ser más próspera. A pesar de que las tendencias autoritarias aparecieron bastante rápido, me di cuenta de que mientras vivía allí, me hicieron creer que Putin podía llevar a cabo un proceso de modernización en el que las fuerzas democráticas con el tiempo iban a jugar un papel importante. Cuando Dmitri Medvédev asumió el cargo de presidente, critiqué el uso de poder contra Georgia, pero dos años más tarde recobré el optimismo después de su firme ofensiva en Oslo. Pero la revancha de Putin contra los manifestantes de Bolotnaya, las nuevas leyes antidemocráticas y la forma como torpedeó los derechos populares en Ucrania, me hicieron despertar. La muerte del político de oposición Boris Nemtsov puede también inscribirse en una lista de abusos contra disidentes que empieza a ser larga.

Puedo entender que muchos rusos de clase media agradezcan a Putin por la recuperación económica, pero es mucha agua la que ha pasado por el río Nevá desde la primera década de los años 2000. El crecimiento económico se ha detenido. Entre 2014 y 2015, el Producto Interno Bruto se redujo en casi 4%, de 2015 a 2016 cayó aproximadamente al 1%. El poder adquisitivo de la gente ha disminuido durante tres años seguidos. El endeble precio del petróleo está fuera del control por parte del Kremlin, pero Putin podría haber hecho infinitamente más para diversificar la economía cuando el barril de petróleo costaba 100 dólares. Las sanciones de la Unión Europea, que han incidido en la contracción de la economía, fueron una reacción natural de las violaciones de los derechos de los ucranianos. En otras palabras, Rusia debe culparse a sí misma.

Pero a pesar de una economía más debilitada y de todas estas leyes que «criminalizan acciones que son producto de la libertad de expresión, la libertad a reunirse y otras libertades o el aumento de las sanciones penales por usar estos derechos» —para citar a la organización Inostrannyi— Putin recibe apoyo de la mayoría. En los últimos dos años el porcentaje mensual de favorabilidad de Putin se ha mantenido en el 80% o más. ¿Por qué los rusos de clase media son incapaces de ver que los están despojando de sus derechos básicos? ¿Cuánto más les deben quitar antes de que se den cuenta de que están viviendo en uno de los regímenes más autoritarios del mundo contemporáneo?

Buscaré las respuestas.

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7 Proceso de revocación del mandato en gobiernos presidencialistas.

8 Cuando se formó la Federación Rusa, la cifra era de 98. Dicho número ha variado y seguramente va a continuar haciéndolo.

9 Quién tuvo la culpa de qué todavía es tema de discusión, también entre los historiadores y comentaristas occidentales. Ver, por ejemplo, la presentación El Cáucaso. Una introducción (Oxford 2010) de Thomas de Waal, en el libro El Cáucaso. Una Historia (Cambridge 2015) de James Forsyth.

Democracia envenenada

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