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Un buen tipo

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El Rengo López era tímido, y no es algo de extrañar, ya que su apodo provenía de haber nacido con una deformación en la pierna derecha que hacía que no caminara normalmente como todos los otros chicos.

La hora de gimnasia era un martirio para el Rengo, aún más que el resto de las clases. Porque al Rengo le gustaba mucho el fútbol, pero no era bueno. Es más, el equipo que contaba con él en sus filas generalmente asumía el tener que jugar “con uno menos”. Por eso al Rengo lo mandaban siempre como delantero, donde molestara menos.

Pero así y todo, si alguna jugada iba para su sector, los otros jugadores de su equipo tenían que esforzarse en esquivarlo y hasta incluso se ha comido más de un empujón para sacarlo del camino al gol.

A mí me daba un poco de pena ver cómo el Rengo se esforzaba en correr cada pelota y seguir cada jugada con la mano derecha levantada, esperando ese pase que nunca llegaba.

Una tarde me tocó ser capitán de uno de los equipos y cuando fue mi turno de elegir dije: “El Rengo”.

Muchos se quedaron mudos y otros se rieron sin pudor. El Rengo pasó altivo arrastrando un poco su pierna derecha entre el resto de los chicos y se fue a parar detrás mío.

Seguimos eligiendo jugadores con el otro capitán y cada uno de los que elegía yo se lamentaba de antemano por tener que integrar el equipo “del Rengo”. Pero a mí no me importaba; “que se la banquen”, pensé, “que aprendan ellos también a compartir”.

Nos tocó sacar del centro y le pedí al Rengo que me toque el pase inicial. Si en algún momento se asombró de todo lo que estaba pasando, nunca lo demostró.

Me tocó la pelota y él solito se fue corriendo arriba al paso que podía. La aguanté un rato en el centro de la cancha y cuando lo vi al rengo cerca del área contraria le metí un pase que ni con la mano hubiese sido tan preciso. El Rengo se desesperó por engancharla, pero le pegó tan mal con la parte externa del empeine que la pelota salió disparada por la línea de fondo.

“Animal, le pegaste para el culo”, se escuchó que alguien gritó de nuestro lado. El Rengo, con toda dignidad, bajó un poco hacia el centro mientras esperaba que el arquero contrario saliera.

El partido fue uno más de tantos, pero la diferencia fue que el Rengo recibió siete pases. Todos míos. Y todas las veces pateó la pelota al diablo.

Al terminar la clase habíamos perdido por amplio margen. Mis compañeros pasaban a mi lado diciendo cosas como “solo a vos se te ocurre elegir al Rengo” o “nos cagaste el partido”, algunos hasta me chocaban con el hombro al pasar.

Ese día, ese partido, es lo único que se me viene a la mente mientras veo el caño del revólver apuntándome entre los ojos. Y seguramente el Rengo se acordó de lo mismo porque dijo “vos no, vos sos un buen tipo” y siguió disparando a los otros chicos.


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