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Recuerdos de la naturaleza
ОглавлениеMario nunca había besado a una chica.
Ya tenía catorce años y se sentía menos hombre que sus compañeros, que alardeaban de sus experiencias en el vestuario, el aula, el campito de fútbol. Básicamente en todos lados porque a esa edad existen solo dos pasiones: el fútbol y las chicas.
Se armaban competencias tácitas de quién era más “galán”.
“El sábado fuimos con Rulo y Sopapa al baile del barrio y me transé a una morocha”, decía alguno.
“Eso no es nada, yo en el boliche seguí a una rubia que iba al baño y me la transé sin que nos viera el novio que la estaba esperando en la barra”, alardeaba otro.
Transar era besarse y todavía estaban en la edad en la que el sexo llegaba hasta ahí nomás. Era muy raro que en esa época un chico de catorce hubiera tenido relaciones con alguna chica.
Mario ni siquiera había tenido un roce de labios. Lo más cerca que había estado fue jugando a la “botellita” o a “verdad consecuencia”. Pero cuando la botellita apuntaba hacia él y una chica, la chica se hacía la desentendida diciendo que no era clara la dirección y que había que girar de nuevo.
Peor era en “verdad consecuencia”. Cuando elegía “consecuencia” y le decían “besá a fulanita”, fulanita se negaba rotundamente y la humillación era peor porque no había lugar a dudas del desprecio.
Pero Mario le ponía muchas ganas, no se rendía fácilmente. Cada vez que iban a bailar encaraba a todas, desde la más linda a la más fea, de la más alta a la más petisa. El resultado era siempre el mismo: Mario terminaba yéndose con las manos vacías y los labios secos.
Un sábado en el club del barrio donde acondicionaban la cancha de básquet como pista bailable se festejaban los quince años de una chica del Normal de Señoritas. Mario iba al Nacional y ambos colegios se conocían bastante porque era moneda corriente que los chicos del Nacional persiguiesen a las chicas del Normal.
La noche estaba fresca, todavía con bastante humedad de las lluvias que habían durado toda la semana. No era una noche ideal para salir, pero como dijimos antes, Mario no se detenía ante obstáculos pequeños.
Se había puesto unos zapatos suela febo tractor, jeans, camisa y un saco que había sido del hermano mayor. El secreto para colarse en estas fiestas era parecer invitado. Si te vestís bien y arremetés con aire decidido es más probable que te dejen pasar. Y nunca llegar temprano.
En la puerta había dos patovicas, o al menos se la creían, pidiendo invitaciones a algunos pibes vestidos con remera y zapatillas que alegaban haberse olvidado las tarjetas.
Mario encaró la entrada y cuando fue a pasar por un costado uno de los guardias lo atajó:
—¿Invitación?
—Ya estaba adentro –replicó Mario–, solo salí para ir al quiosco.
El guardia lo miró con desconfianza de arriba abajo. Quizás le vio cara de buen chico, quizás porque la noche estaba floja de invitados, o quizás hasta le creyó la mentira. La cuestión es que lo dejó pasar.
En la pista había algunas parejas bailando “movido”. Mario recorrió disimuladamente las mesas a los costados y cuando podía picaba algo de comer y vaciaba alguna copa que encontraba.
Con la panza llena y envalentonado por la mezcla de tragos, estudió el panorama con mayor detenimiento.
Divisó a una chica sentada sola en una mesa que contemplaba la pista de baile con ojos lánguidos. Se acercó y tiró el clásico:
—¿Bailás?
—No, gracias –recibió como respuesta.
Ella se había girado brevemente y no había demorado más de dos segundos en analizarlo superficialmente antes de dar su contestación.
Esto no amedrentó a Mario, que se sentó a su lado y comenzó a darle charla.
—Mejor, yo también estoy cansado. Me llamo Mario, voy al Nacional. Supongo que vos vas al Normal, creo haberte visto en alguna fiesta. ¿Cómo te llamás?
—Silvia –replicó ella educadamente–. Y sí, voy al Normal. Y a vos te tengo visto, sos de los que encaran a todas.
La respuesta lo tomó por sorpresa. Nunca se hubiera imaginado que ser encarador le hubiese traído al mismo tiempo el beneficio de ser “conocido” y la contra de pasar como al que “cualquiera le viene bien”.
—No es así –trató de zafar–. Solo encaro a las lindas y simpáticas.
Silvia sonrió a su pesar.
Mario vio una oportunidad y siguió dándole charla por varios minutos de cuanto tema se le vino a la mente hasta que atacó por segunda vez aprovechando que sonaba un tema de Soda Stereo.
—Me parece que ya descansamos bastante, ¿vamos a bailar un rato?
—Bueno, dale.
Fueron juntos hacia la pista de baile. Mario iba apoyando su mano derecha en la cintura de Silvia, lo suficiente para no incomodarla con el contacto físico y para que los que estuvieran viendo se imaginasen que ya había ganado.
Mario no era un gran bailarín, solo se sabía algunos pasos de los que veía a los otros chicos. Trató de no improvisar para no hacer el ridículo quedando demasiado aparatoso.
Esperó un tiempo prudente para hacer algunos comentarios sobre los temas musicales que iban pasando, tratando de sonar casual.
Al terminar un tema de GIT arrancó el primer lento de la noche. No habían sonado más de tres acordes que la pista se vació a la mitad. Mario miró a Silvia a los ojos anhelando una aprobación sin parecer desesperado.
Como Silvia no lo miraba a los ojos pero tampoco salía disparada hacia la mesa, Mario tomó coraje y se acercó lentamente con pasos torpes, delatando su inexperiencia. Si Silvia no lo notó o si se hizo la distraída, Mario no se enteró.
Pasó sus brazos por los contornos de Silvia apoyando suavemente sus manos en su cintura. Silvia rodeó el cuello de Mario con los suyos en una forma relajada, doblando un poco los codos. Esa era una buena señal, había chicas que aceptaban bailar lento pero apoyaban sus manos sobre los hombros del chico manteniendo los codos rígidos como si estuvieran tomando distancia en la fila del colegio.
A Mario le llegó el aroma a manzana del pelo de Silvia y respiró profundamente dejándose llevar al ritmo de “Carrie”. No sabía cómo seguir, era la primera vez que llegaba tan lejos. Para él era terreno desconocido. Ya sabía su nombre, edad, colegio, signo del zodíaco. No daba para un diálogo trivial mientras trataba de controlar el entusiasmo en sus pantalones que en cualquier momento lo iba a delatar.
Cuando ya se estaba terminando el tema, separó un poco su rostro del de Silvia, lo suficiente para susurrarle al oído un “Sos muy linda” y ahí fue cuando recibió la segunda sorpresa de la noche.
Silvia giró su rostro y apoyó sus labios contra los de Mario.
Al principio se quedó paralizado. Solo un par de segundos que parecieron eternos. Luego reaccionó devolviéndole el beso, acariciando su espalda con la mano derecha y atrayéndola hacia él despacio pero firmemente con la izquierda.
Volvieron a separar sus rostros y Mario propuso:
—Vamos a dar una vuelta a la manzana.
Salieron de la mano casi sin mirarse, solo de reojo, ante la vista atenta de algunos curiosos.
Se detuvieron en todos lo zaguanes y se apoyaron contra todas las murallas de entrada de las casas que iban pasando, con besos cada vez más apasionados. A Mario ya no le importaban las formas, solo quería seguir probando ese sabor que por primera vez en su vida no se le negaba.
Sin darse cuenta volvieron a la puerta de la fiesta y entraron esta vez con menos vergüenza y la mirada más altiva, aferrándose las manos.
Al pasar delante de un grupito de chicas Mario escuchó unas risas ahogadas y una de ellas dijo:
—Parece que la pasaron bien.
Mario la miró a Silvia y se dio cuenta que en sus rulos habían quedado atrapadas algunas hojitas y telarañas vaya a saber uno de qué zaguán.