Читать книгу Yo era el mar y no lo sabía - Betsheba Gil Vásquez - Страница 6

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Julio, 21


No creo que la maldad tenga género.

Creo en la humanidad y considero que solo se puede desaprender cuando aceptamos que somos ignorantes y que, probablemente, partamos de esta vida ignorando muchas más cosas de las que sabemos, pero apelo a concientizar sobre aquello que ignoramos que transgrede la convivencia con el otro, pues somos los libros que leemos, la gente con la que compartimos, los amigos de los que nos rodeamos.

Observo y cuestiono siempre la «supuesta» alegría que expresan muchos al saber que hay algún embarazo, y también el desdén frente a un embarazo no deseado; en cualquiera de las dos posturas, lo común son las frases trilladas acerca de una nueva vida y la ternura frente a los latidos de un corazón dentro de un cuerpo en el que late otro, las atenciones desmesuradas frente a una gestante, el miedo a la pérdida y lo difícil que puede ser el antes, durante y después frente a una decisión de aborto.

¿Por qué digo todo esto? Porque automáticamente el bebé deja de ser niño, el niño pasa a ser adolescente, y nos olvidamos de que este ser humano era el poseedor de esos latidos que tanto nos conmovía, la vida que esperábamos o la razón por la que nos cuestionábamos una pérdida. Me inclino a pensar que este olvido se da antes incluso, y que la expectativa del ser humano que llega, luego de nacer, se desvanece, y que si la mantuviéramos tendríamos el cuidado anterior, ya que lo importante, esencial y determinante es saber que esos primeros años de vida serán el esbozo de la vida posterior. La responsabilidad es gigantesca si es que hay alguna palabra que pueda definir su tamaño; somos los libros que leemos, la música que escuchamos, las personas que frecuentamos. Es utópico pensar en «hacer» un ser humano infalible, pero más utópico es creer que desde donde estamos no podemos hacer nada, que «uno» no cambia el mundo, que lo que hacemos es poco en comparación a la humanidad entera.

He visto mujeres dejarse violar en silencio por sus esposos para que sus hijos no despierten asustados, he visto hombres devastados al verse engañados, madres quitarse un pan de la boca para que sus hijos coman, hombres avergonzados pidiendo dinero prestado para las cuentas del hogar, mujeres aprovecharse de su maternidad, varones aprovecharse de sus hijos, mujeres cansadas, hombres muertos de miedo.

La maldad no tiene género, pero la bondad sí existe en todos nosotros.

Yo era el mar y no lo sabía es un viaje por la naturaleza humana desde una visión amorosa, aunque hace falta reconocernos como ese mar, poderoso, majestuoso y dador de vida, pues esa es nuestra esencia, independientemente de lo que hayamos vivido, esa es nuestra esencia, que tarde o temprano, siempre nos reclama su razón de ser en cada uno de nosotros.

Yo era el mar y no lo sabía

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