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Capítulo
El Hambre del Corazón
Empezar es difícil. Comenzar un libro, una dieta o un nuevo trabajo, generalmente exige un gran esfuerzo para dar el paso inicial. Cuando Jesús de Nazareth se embarcó en su ministerio en la primavera del año 27 d.C., enfrentó un desafío tan asombroso como complejo. Dónde y cómo empezar la obra de salvar al mundo de la destrucción total, rescatando a todo un planeta que en su mayoría no cree que necesita ayuda?
El Mesías hizo su primer movimiento importante en un lugar poco probable, un desierto polvoriento y en una forma inverosímil, sometiéndose a sí mismo al bautismo por un profeta asceta llamado Juan. Aún la decisión de ir al desierto, donde estaba Juan, fue perfectamente lógica y apropiada, pues Juan era la voz que anunciaba en el desierto la venida del Salvador, el Cristo.
No fue un error que Juan ministrara en el desierto, pues históricamente, el desierto representaba la aridez de la vida espiritual de Israel. El pueblo de Israel no había oído acerca de Dios en cuatrocientos años y ese prolongado silencio hizo que su ansiedad de ver cumplidas sus expectativas mesiánicas fuera cada vez mayor.
El corazón espiritual de Israel estaba sediento, seco y vacío, muy parecido a la desolación del desierto. Así que cuando los judíos oyeron de este decidido y joven profeta, que pregonaba las palabras del reverenciado Isaías, ellos recorrieron casi cincuenta kilómetros a través de la zona árida del país para conocer más de su mensaje.
Juan fue el pionero que precedió al Mesías, gritándole a Israel, “Arrepiéntanse! Prepárense a encontrarse con Dios!” De hecho, mientras Jesús caminaba hacia él allí en el desierto, Juan lo señaló y abiertamente declaró, “¡Aquí tienen al Cordero de Dios!,” indicando claramente que Jesús era el Mesías (Juan 1:29, 36). Ante esta declaración, dos de los discípulos de Juan se sintieron inmediatamente impulsados a seguir a Jesús sin pensar demasiado en quién o qué dejaban atrás.
Por qué estos hombres siguieron a Jesús? Bien, por qué realmente usted decidió seguir a Jesús? Hambre. Ciertamente, la curiosidad es parte de la motivación, pero el hambre del corazón es la fuerza que impulsa. Esta clase de hambre había sido avivada en estos hombres a través del ministerio de Juan. Él había creado en ellos un hambre por el Mesías, por lo que Él era y ofrecía para Israel. Como resultado, estos dos hombres se vieron atraídos por la persona de Jesús como si fueran animales hambrientos atraídos a la fuente de alimento.
Durante los pasados dos milenios, mucha gente ha actuado de igual manera que estos dos discípulos de Juan, siguiendo a Jesús para ver quién es Él. Algunos quisieron seguirlo todo el camino; otros no quisieron pagar el precio. Cuál es el precio del discipulado para Jesucristo? Continuaremos paso a paso junto con estos dos hombres y otros diez, para aprender la respuesta a esta pregunta. Los fundamentos del discipulado pueden ser comprendidos mejor a los pies del Maestro.
Un Preludio al Compromiso
La gran obsesión de los judíos era experimentar al Mesías, dando testimonio del reino de Dios con todos sus beneficios prometidos. Juan el Bautista habló de la importancia de preparar el corazón para la llegada del Salvador prometido y la gente venía a él para ser bautizada como una señal de dedicación y de que aguardaban la venida del Rey. Un aire de expectación inundaba la tierra, así que cuando Juan anunció que Jesús era el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo, sus discípulos supieron con exactitud lo que él quería decir. Sus corazones estaban limpios, llenos de curiosidad y cultivados por el Espíritu de Dios.
Juan estaba sirviendo en un ministerio de preparación, provocando un interés en el Mesías venidero. Cuando Jesús, el verdadero Mesías, llegó a la escena, ese tiempo de preparación terminó. Él había establecido exitosamente el escenario para el gran evento de la salvación, pero era el momento de hacerse a un lado.
Parte del proceso de discipulado es esta fase de preparación, sosteniendo a los creyentes mientras las semillas del compromiso están germinando. Necesitamos reconocer el valor de la obra llevada a cabo por alguien como Juan el Bautista. Él fue un hombre de avanzada, un predecesor que preparó el camino. Tal ministerio es un preludio natural para el compromiso. Actualmente, en nuestras iglesias necesitamos monitorear y nutrir a los “polluelos espirituales”, como lo hizo Juan.
Los típicos ministerios de preparación como la Escuela Dominical, los programas de música y los grupos de amistad proporcionan un escenario en el que el formador de discípulos puede observar y aguardar hasta que una persona esté madura y lista. Tales programas no deben ser descartados como ministerios donde no se hacen discípulos, sino reconocer que generalmente no proporcionan el entrenamiento en habilidades ministeriales.
Estos “ministerios de reserva” son vitales para un discipulado exitoso, pues sin ellos no tendríamos una oportunidad inicial de reunir a aquellos que no están actualmente preparados para una participación más seria.1 Debemos ser pacientes, aguardando y observando el tiempo propicio para que el Espíritu de Dios prepare los corazones de los discípulos para un cierto momento en el que ellos se levanten y digan, “Aquí estoy, Señor, reportándome al deber.” Este fue el caso de los dos hombres que dejaron a Juan en el momento señalado para seguir al Mesías.
Una Invitación a Contemplar al Maestro
Jesús les respondió a estos dos hombres de manera directa y algo abrupta. “Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: ‘¿Qué buscan?’ ‘Rabí, ¿dónde te hospedas?’ [Rabí significa: Maestro]” (Juan 1:38).
Realmente Jesús deseaba saber lo que ellos querían, o, Él ya lo sabía? Ciertamente, Él era consciente de sus deseos y expectativas. Ellos estaban llenos de preguntas y necesitaban respuestas. Ellos no tenían un plan, sino que simplemente se pararon delante de Él llenos de esperanza.
Allí en esa posición, mirándose fijamente el uno al otro, ellos al unísono preguntaron desconcertados, “Rabí, ¿dónde te hospedas?” De una manera torpe, ellos estaban preguntándole si podían caminar con Él. Jesús les respondió con una simple invitación: “Vengan a ver.” En efecto, Él les estaba diciendo, “Vengan conmigo y podrán ver cómo vivo.”
Esta invitación no parecía inicialmente muy importante, pero con estas palabras Jesús lanzó la primera fase de su ministerio. Juan 1:39 dice que ellos pasaron el resto del día con Jesús. Nosotros sólo podemos suponer el contenido de sus discusiones, pero podemos observar que como en muchas otras ocasiones, ellos salieron con sus corazones ardientes.
En este punto surge un principio vital del discipulado: no vincule gente para algo sin primero permitirles calmar su curiosidad. Jesús no tuvo temor de revelarles la letra menuda del contrato. Nosotros tenemos una impresión diferente de este pasaje, en el que Jesús deseaba facilitarles decir no. Él no empleó el equivocado hábito de la cristiandad del siglo XXI, de involucrar rápidamente a la gente en compromisos. Cuando este precipitado método es utilizado, el recién incorporado normalmente despega como un cohete, sólo para volver luego a la tierra como una roca. Después de eso, la restauración es casi imposible y un asunto muy desagradable. No debemos ser intimidantes cuando invitamos a otros a observar al Maestro. De hecho, al comienzo, Jesús mismo lanzó su plan para rescatar al planeta Tierra con la simple invitación a venir a ver.
Cuando la gente obtiene respuestas a sus preguntas y ve reducidos sus temores a niveles aceptables, ellos están listos para hacer un compromiso mayor. El tímido y retraído discípulo Andrés, a quien siempre se refieren como “el hermano de Simón Pedro,” ilustra este principio. El pobre Andrés, siempre siendo opacado por su gran hermano. Cuando le preguntaron a Leonard Bernstein cuál era el instrumento más difícil de tocar, él respondió que el segundo violín. Ciertamente es un instrumento difícil de tocar, pero que es música para los oídos de Dios cuando es tocado con dedicación y humildad. Como Andrés estaba convencido de que Jesús era el Mesías, él estaba ansioso de arriesgarse a compartirle a su pragmático hermano acerca de su descubrimiento. Pedro estuvo de acuerdo en ir con Andrés.
Mientras Pedro permanecía allí delante de Jesús por primera vez, el Maestro demostró otro principio clave del discipulado. Él le dijo al inculto pescador, “Serás llamado Cefas,” que significa “roca” (Juan 1:42). Cuando Jesús lo miró a los ojos, Él vio en Pedro más de lo que el simple ojo humano podía ver. Él sabía que este era alguien cargado, impulsivo, presuntuoso, que prometería la luna e intentaría algo al menos una vez. Aunque Jesús también vio un corazón fuerte y un extraño rasgo de coraje. Un hombre como Pedro, cuando fue lleno del Espíritu de Dios, llegó a ser una roca de estabilidad. Jesús vio a un hombre que se levantaría con firmeza varios años después, en el día de Pentecostés, a predicar la Palabra con valentía.
Jesús vio en Pedro lo que Él ve en cada uno de nosotros, nada que un milagro no pueda lograr. Jesús ve en sus seguidores lo que ellos serán, no lo que ellos son. Cada uno es un candidato para algo y en eso no hay excepciones. A pesar de lo que veamos en una persona, hay mucho más de lo que el ojo humano puede ver, cosas que sólo Dios comprende. Aquí hay una lección básica para quienes buscan reclutar y formar discípulos. No dependan de su propia sabiduría convencional. Busquen la dirección del Espíritu Santo para una comprensión espiritual.
Con su corazón ardiente y su cabeza llena de un mensaje motivante, Andrés salió a buscar a Pedro y una reacción en cadena comenzó. Al día siguiente, Jesús encontró a Felipe y luego Felipe encontró a Natanael. “Felipe buscó a Natanael y le dijo: ‘Hemos encontrado a Jesús de Nazaret, el hijo de José, aquel de quien escribió Moisés en la ley, y de quien escribieron los profetas’.” Natanael era algo escéptico, aunque aceptó al menos dar un vistazo. Es interesante que Felipe le hizo la misma invitación que Jesús les había hecho, diciéndole a Natanael, “Ven a ver” (Juan 1:45-46). De una manera básica, esto indica la importancia del modelo.
Una Canasta, No una Trampa
Jesús tenía una habilidad para ver los patrones de personalidad básicos de la gente. Con frecuencia usaba este gran poder de observación cuando se relacionaba con sus discípulos. A Pedro, que usaba una sobrepuesta fachada de hombre fuerte (como se evidenció en muchos intentos impulsivos por impresionar al Maestro), Él le estimuló su confianza.
Al escéptico Natanael, Jesús le demostró con una prueba convincente su extraordinaria naturaleza. A través de su poder de omnisciencia, Él le dijo a Natanael algo que sólo alguien con dones sobrenaturales podía saber. Su método fue tan efectivo que Natanael pronto se convenció de la deidad de Jesús.
Jesús es adaptable. Él le habla a la gente dondequiera que ellos se encuentren y parece entender por su sensibilidad y divina perspicacia, cómo comunicarse con ellos.2
Jesús hizo un punto final antes de salir para Caná, una promesa indicándole a Natanael que él no había visto nada aún! “’¿Lo crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera? ¡Vas a ver aun cosas más grandes que éstas!’ Y añadió: ‘Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre’” (Juan 1:50-51). Jesús verdaderamente los desconcertó con esta declaración. Seguramente los discípulos no pudieron comprender qué clase de fenómeno sobrenatural estaba por suceder.
Jesús determinó que la estrategia necesaria para rescatar este mundo de las garras del enemigo involucra a la gente. Este hecho puede parecer tan obvio que no necesita ser mencionado. Aunque en la última parte de este siglo, tal vez no haya un error más latente que haber desechado esta simple idea. E. M. Bounds describe este mismo mal:
Estamos constantemente en una elasticidad si no sometidos a una tensión, para idear nuevos métodos, nuevos planes, nuevas organizaciones, para avanzar la iglesia y asegurar la extensión y eficiencia del evangelio. Esta tendencia moderna generalmente pierde de vista al hombre o hunde al hombre en el plan o la organización. El plan de Dios es hacer mucho más del hombre que de cualquier otra cosa. Los hombres son el método de Dios. La iglesia está buscando mejores métodos, mientras que Dios está buscando mejores hombres.
Muchos creyentes ciertamente creen que los hombres son el método de Jesús, pero sólo algunos están dispuestos a invertir sus vidas poniendo todos sus huevos en esa única canasta. Creer en esta filosofía orientada en la gente y practicarla son temas totalmente diferentes. Un gran problema en la cristiandad es que no queremos asumir el riesgo o el tiempo para invertir en la vida de las personas, aunque eso fue una parte fundamental en el ministerio de Jesús. Tememos que la canasta realmente sea una trampa.
Cada cristiano necesita tomar el tiempo para seleccionar algunas personas y determinar invertir tiempo enseñándole los fundamentos básicos, como el estudio de la Biblia, la oración, el evangelismo y otras actividades ministeriales. Pero debemos ser cuidadosos no sólo de enseñar el contenido sino también de dar el ejemplo de estas verdades en nuestra vida. El ejemplo en el evangelismo es vital y sirve como un catalizador. Cada uno de nosotros deberíamos pactar con una, dos o tres personas, reunirnos semanalmente por un determinado tiempo.
Pero mientras buscamos alcanzar a otros, debemos tener presente que Jesús no usó la manipulación o la intimidación como un método para incorporar a otros. Él permitió que el Espíritu de Dios preparara el corazón. De hecho, el Espíritu utilizó el ministerio de Juan para preparar a ciertos hombres para el Mesías. Jesús mismo nunca usó técnicas de presión. Él en verdad le hizo fácil a la gente decir no.
Un problema aún mayor de algunos líderes cristianos de este tiempo, es el síndrome de “Vamos a ponerlos frenéticos.” Yo uso la palabra síndrome por diseño, pues cuando este estilo de motivación es empleado, tiene que ser usado una y otra vez. Es tentador en una iglesia utilizar un mensaje motivacional, junto con una música acorde, seguido por un llamado emocional para un compromiso total. Pero cuando la música se detiene y las luces se apagan, el sudor frío de la realidad permanece. Tal síndrome superficial y teatral genera decisiones superficiales y exigencias cada vez más fuertes sobre las fibras del corazón.
Recientemente escuché a un misionero decir que se está volviendo cada vez más difícil persuadir a los cristianos de Occidente a emplear su riqueza para asistir las necesidades del Tercer Mundo. Él iba a decir que a menos que su video-presentación de niños hambrientos o de estómagos hinchados rebosara de más sufrimiento que el último que se hubiera presentado, la gente en nuestras iglesias no respondería.
Parte del problema es que hemos manipulado y tocado a la gente sólo en el nivel emocional, limitando de esa manera el compromiso a largo plazo necesario para cambiar la mentalidad de una forma efectiva. Si sólo tomáramos una simple lección de Jesús, tal vez no reuniríamos unas estadísticas impresionantes, pero en el largo plazo, tendríamos decisiones más sólidas de gente movida por el Espíritu.
Jesús lanzó su ministerio con una simple invitación: “Vengan a ver.” Durante este período inaugural de cuatro meses, Él le permitió a la gente observar quién era Él y aprender lo que Él planeaba hacer. Él respondió a sus preguntas detalladamente. Pero aunque ciertamente Él era el Mesías, no forzó a la gente de Israel a creer en Él.
notas
1. James Engel, What´s Gone Wrong with the Harvest? (Grand Rapids: Zondervan), 45.
2. Merrill Tenney, John: The Gospel of Belief (Gran Rapids: Eerdmans, 1948). Tenney señala que Jesús empleó una multiplicidad de métodos en las veintisiete entrevistas personales que sostuvo, como lo registra Juan. Tal estudio es especialmente relevante a la luz de nuestra presente tendencia a producir evangelistas, discípulos y hacedores de discípulos unidimensionales.
3. E. M. Bounds, Power through Prayer (Grand Rapids: Zondervan), 11.