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CAPÍTULO OCHO

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La comisaría de policía de Belton le recordaba un poco de más a la comisaría en la que se había pasado tanto tiempo como agente y detective en el sur de Nebraska antes de que el bureau viniera a darle un toque. Era más pequeña, pero parecía tener la misma clase de aire sofocante. Literalmente, era como dar un gigantesco paso atrás hacia su pasado.

Después de que una mujer en el mostrador de recepción le respondiera al timbre y le dejara pasar al área principal, Mackenzie caminó a una salita en la parte trasera del edificio. Un letrero junto al marco de la puerta decía REGISTROS. Resultaba casi devastador ver lo abúlico de todo el proceso. Le había mostrado la placa a la mujer en la recepción frontal. Había hecho una llamada, recibido luz verde, y entonces le habían dejado pasar.

Y eso era todo. De camino a la sala de registros, dos agentes que caminaban por los pasillos le hicieron un gesto de asentimiento y le echaron unas miradas algo extrañas, pero eso fue todo. Nadie le detuvo ni le preguntó qué se traía entre manos. Francamente, eso le parecía bien. Cuantas menos distracciones, más rápidamente podría salir de aquí.

La sala de registros consistía de una pequeña mesa de roble en el centro de la sala, enmarcada por dos sillas a los extremos. El resto de la sala estaba llena de armarios que cubrían las paredes, entre los que había algunos que parecían antiguos y desgastados, mientras que otros parecían mucho más nuevos. A Mackenzie le sorprendió lo organizado de los archivos en este lugar, los armarios más antiguos albergaban archivos que databan hasta 1951. Por pura curiosidad y por su agradecimiento por los registros y archivos bien conservados, abrió uno de estos cajones y echó un vistazo al interior. En su interior, páginas bien desgastadas, carpetas, y otros materiales descansaban en orden, aunque era evidente debido al aroma a papel viejo y al tufillo a polvo que nadie los había hojeado en muchísimo tiempo.

Cerró el cajón y entonces examinó las etiquetas delante de los otros armarios hasta que encontró el que necesitaba. Sacó el cajón y lo abrió y empezó a hojear entre los archivos. Lo bueno de ser una agente de policía en un lugar tan pequeño era que, por lo general, no se daban muchos casos que mereciera la pena registrar. Cuando empezó a investigar el caso de su padre, Mackenzie descubrió que el año que él había muerto solo había habido dos homicidios en todo Belton. Debido a esto, le resultó muy sencillo encontrar el archivo de su padre. Lo sacó de su lugar, frunciendo el ceño al ver lo delgadito de la carpeta. Hasta volvió a mirar de nuevo en el cajón para comprobar que no se había pasado ningún archivo por alto, pero no había nada más.

Resignada a la única y delgada carpeta, Mackenzie se sentó a la mesita que había en el centro de la sala y comenzó a repasar los contenidos de la carpeta. Había varias fotografías de la escena del crimen, y ya las había visto todas. También volvió a leer las notas sobre el caso. También las había visto antes; hasta tenía fotocopias de ellas en su propia colección de registros del caso. Claro que, ver los documentos originales—tenerlos en la mano—parecía que, de alguna manera, le diera más realidad a todo.

Había unos cuantos documentos en el archivo de los que Mackenzie no tenía copias personales. Entre ellos estaba una copia del informe del forense, completo con el nombre de Jack Waggoner y su firma en la parte inferior. La repasó, consideró que tanto el trabajo como las notas eran satisfactorias, y continuó a la siguiente página. No estaba segura de lo que estaba buscando, pero no había nada nuevo que ver. Sin embargo, cuando llegó a la parte de atrás del archivo, se encontró con la página dos del informe final, donde una nota afirmaba que el caso quedaba por resolver.

En la parte inferior, había dos firmas garabateadas, junto con el nombre impreso de ambos. Uno de ellos era Dan Smith. El otro era Reggie Thompson.

Mackenzie volvió a hojear el informe del forense para ver los nombres de los agentes que también habían firmado allí. Solamente había un nombre allí: Reggie Thompson. El nombre de Thompson en ambos documentos era una buena indicación de que este era el agente que parecía haber estado manteniéndose al tanto del caso, hasta en la oficina del forense.

Hojeó los archivos una vez más para asegurarse de que no se había perdido nada. Como había sospechado, no había nada. Colocó el archivo de vuelta en el armario y salió de la sala. Cuando caminó de regreso al pasillo, se tomó su tiempo. Miró los letreros que cubrían las paredes junto a cada entrada. La mayoría de las puertas estaban abiertas, y no había nadie ocupando los escritorios adentro. No fue hasta que llegó al final de pasillo, casi de regreso a la pequeña área de corralillo y el mostrador de recepción junto al mismo, que encontró una oficina desocupada.

Llamó a la puerta parcialmente abierta y le respondieron con un alegre “Adelante.”

Mackenzie entró a la oficina donde le saludó una mujer regordeta que estaba sentada detrás de un escritorio. Estaba tecleando algo en su ordenador, sin detenerse incluso cuando elevó la vista hacia Mackenzie.

“¿Puedo ayudarle?” le preguntó la señora.

“Estoy buscando a un agente llamado Reggie Thompson,” dijo Mackenzie.

Esto pareció ganarse la atención de la mujer. Dejó de teclear y elevó la vista hacia Mackenzie con el ceño fruncido. Sabiendo lo que se avecinaba, Mackenzie le mostró su placa a la señora y le dijo su nombre.

“Ah, ya veo,” dijo la señora. “En ese caso, lamento decir que el agente Thompson se retiró el año pasado. Aguantó todo lo que pudo, pero en cierto momento tuvo que dejarlo. Le diagnosticaron con cáncer de próstata. Por lo que tengo oído, lo está combatiendo, pero le ha pasado factura.”

“¿Sabe si le apetecerá que le hagan visitas? Esperaba poder hacerle unas cuantas preguntas acerca de un caso en el que trabajó hace tiempo.”

“Estoy bastante segura de que eso le encantaría, la verdad. Nos llama al menos una vez por semana solo para ponerse al día… para ver qué clase de casos se está perdiendo. Pero, si yo fuera usted, esperaría hasta mañana.  Por lo que me cuenta su mujer, se excede en sus actividades por las mañanas y al principio de las tardes, con lo que está acabado para las dos o las tres de la tarde.”

“Entonces, esperaré hasta mañana,” dijo Mackenzie. “Gracias por su ayuda.”

Mackenzie dejó la comisaría con el mismo nivel de actividad del que había experimentado al entrar. En total, había pasado allí una media hora y aunque todavía le quedaba una pequeña parte de la tarde a su disposición, estaba cansada. Y como Reggie Thompson prefería cuidar de sus asuntos por la mañana, eso no le dejaba con ninguna opción.

Salió de la comisaría y regresó al motel. Por el camino, le sonó el teléfono y se alegró al ver que se trataba de Ellington. Aunque no estuvieran técnicamente en medio de una pelea, le seguía resultando extraño que estuvieran malhumorados.

Está haciendo lo correcto, se dijo a sí misma. Deja respirar al pobre hombre.

Respondió a la llamada con un rápido: “Hola. ¿Cómo estás?”

“Hoy ya he hablado al menos con una docena de vagabundos distintos. Tengo toda una nueva perspectiva y un gran aprecio por lo que tienen que atravesar, pero también he llegado a la conclusión de que no son las fuentes más confiables del mundo. ¿Qué hay de ti?”

“Haciendo progresos,” dijo ella, aunque le sonara a mentira. “He hablado con unos cuantos de los lugareños que me dieron algunas nociones sobre el caso—cotilleos de pueblo pequeño, la verdad, aunque, por lo general, suele haber algún grano de verdad entre tanto enredo. Hablé con el forense que trató con el cadáver de mi padre y después me pasé por la comisaría local para mirar los archivos. Conseguí el nombre de un agente que parece estar conectado con el caso y voy a hablar mañana con él.”

“Sin duda alguna, hiciste bastante más que yo,” dijo Ellington. “¿Cuánto tiempo más crees que vas a estar por allí?”

“No lo sé. Depende de lo que pase mañana—tanto aquí como en Omaha. ¿Cuál es el estado de ánimo general por allí?”

Ellington titubeó antes de responder. “Si te digo la verdad, está tenso. Penbrook está disgustado de que decidieras darte un viajecito al oeste tan casualmente. Me está ayudando en todo lo que puede, pero me está diciendo en términos muy claros que no está contento.”

“¿Y tú?”

“Lo mismo de anoche. Ojalá estuviera allí contigo… y estuvieras tú aquí conmigo. Pero lo de dividir para conquistar fue la mejor estrategia. Creo que hasta Penbrook se da cuenta de ello. Pero, si te soy honesto, el consenso general aquí en Omaha es que estás utilizando esto como una visita a tu localidad natal para revisitar el pasado.”

“Ese consenso es estúpido,” dijo ella. Odiaba que lo de su regreso a casa sonara tan pueril.

“Tienes que entender lo que parece a simple vista,” le discutió él. “Estuviste aquí menos de un día y saliste corriendo hacia el condado de Morrill, por tu cuenta. Así es cómo lo están considerando de todas maneras.”

“Esto no es una visita lúdica a mi localidad natal. No obtengo ningún tipo de placer de nada de esto.”

“Lo sé, pero Penbrook y sus colegas no te conocen tan bien como yo. Entienden que sea personal, pero no lo entienden.” Hizo una pausa aquí y añadió: “No me vengas con bobadas, Mac. ¿Cómo lo estás llevando?”

“Estoy cansada y ansiosa, y francamente, desearía que algún pirómano le hubiera prendido fuego a la casa de mi infancia hace ya mucho tiempo.”

“Si enciendes la cerilla, no se lo diré a nadie.”

“No me tientes. Hablamos más tarde.”

Terminó la llamada, soltó un suspiro tembloroso, y tiró el teléfono sobre el asiento del copiloto. Condujo a través de Belton, recordando cómo había sido lo de ser la típica adolescente angustiada, enfadada con su madre, su hermana, con la policía por no encontrar al asesino de su padre—por lo visto, con todo el mundo.

Y a pesar de que había crecido significativamente desde aquel entonces, había una parte de ella que entendía que un lugar como Belton pudiera provocar el crecimiento y la fermentación de ese tipo de angustia. Solamente había iglesias, bares, y tiendas de ultramarinos. Oh, y árboles y maíz, y enormes extensiones de terreno que parecían no tener final.

Mackenzie estaba volviendo a sentir esa angustia de nuevo mientras entraba al aparcamiento del motel y aparcaba su coche. Y lo más triste es que la echaba de menos. Ya fuera por el pueblo, por estar tan cerca del caso de su padre de nuevo, o una combinación de las dos cosas, Mackenzie podía sentir cómo se enfadaba cada vez más sin ninguna razón en particular y cómo se permitía acoger la experiencia.

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