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CAPÍTULO SIETE

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Tenía otra tarea legítima que llevar a cabo antes de atormentarse con más pensamientos sobre su madre. Echó una ojeada a los archivos del caso y sacó la información sobre la autopsia de su padre. Encontró el nombre del forense que había escrito el informe original y se dispuso a localizarle.

Fue bastante fácil. Aunque el forense en cuestión se hubiera jubilado hacía dos años, el condado de Morrill era el tipo del lugar que parecía un agujero negro. Era imposible escaparse de él. Esa era la razón de que hubiera tantas caras familiares en las calles. A nadie se le había ocurrido largarse, irse a algún otro lugar para ver qué les tenía preparado la vida.

Llamó por teléfono al agente Harrison en DC para conseguir la dirección de Jack Waggoner, el forense que había trabajado en el caso de su padre. Obtuvo la dirección en unos cuantos minutos y se puso a conducir hasta otro pueblecito llamado Denbrough. Denbrough estaba a cuarenta millas de Belton, dos puntitos en el mapa de lo que era el Condado de Morrill.

Jack Waggoner vivía en una casa que se encontraba junto a un prado. Postes de vallas viejas derruidas y cables de púas indicaban que, en su día, aquí se habían dedicado a la crianza de caballos. Cuando aparcó su coche en el patio del garaje de una hermosa mansión colonial de dos plantas, vio a una mujer quitando las malas hierbas de un jardín de flores que bordeaba todo el porche.

La mujer la divisó desde el momento que Mackenzie entró al callejón con su coche hasta que lo aparcó.

“Hola,” dijo Mackenzie, deseando interactuar con la mujer cuanto antes posible antes de que su mirada insistente empezara a irritarle.

“Qué hay,” dijo la mujer. “¿Y quién puedes ser tú?”

Mackenzie le mostró su placa y se presentó de la manera más agradable que pudo. De inmediato, los ojos de la mujer se iluminaron, y le dejó de mirar con desconfianza.

“¿Y qué trae al FBI hasta Denbrough?” preguntó la mujer.

“Esperaba poder hablar con el señor Waggoner,” dijo Mackenzie. “Jack Waggoner. ¿Está en casa?”

“Así es,” dijo la mujer. “Yo me llamo Bernice, por cierto. Su esposa desde hace treinta y un años. A veces recibe llamadas del gobierno, siempre sobre gente muerta a la que examinó en el pasado.”

“Sí, esa es la razón de que haya venido. ¿Podría decirle que estoy aquí?”

“Te llevaré donde él está,” dijo Bernice. “Está en medio de un proyecto.”

Bernice invitó a Mackenzie a entrar en la casa. Estaba limpia y parcamente decorada, lo que la hacía parecer mucho más grande de lo que era en realidad. La disposición del lugar le hizo pensar de nuevo en que el enorme campo que había fuera había albergado ganado en otro tiempo—un ganado que había ayudado a pagar por esta casa.

Bernice le hizo descender hasta un sótano remodelado. Cuando llegaron al final de las escaleras, lo primero que vio Mackenzie fue una cabeza de ciervo en la pared. Entonces, cuando doblaron la esquina, vio a un perrito embalsamado—un perro de verdad que habían embalsamado después de muerto. Estaba apoyado en el rincón sobre una plataforma algo extraña.

En la esquina opuesta del sótano, había un hombre inclinado sobre una mesa de trabajo. Una lámpara de mesa iluminaba algo en lo que estaba trabajando, algo que estaba oculto por los hombros y la espalda encorvados del hombre.

“¿Jack?” dijo Bernice. “Tienes una visita.”

Jack Waggoner se dio la vuelta y escudriñó a Mackenzie desde detrás de un par de gafas gruesas. Se las quitó, parpadeó de manera casi cómica, y se levantó lentamente de su sillón. Cuando se movió, Mackenzie pudo ver en qué estaba trabajando. Vio el cuerpo de lo que parecía ser un pequeño lince.

Taxidermia, pensó. Parece que no pudo alejarse de los cadáveres después de retirarse.

“No creo que nos conozcamos,” dijo Jack.

“No nos conocemos,” dijo ella. “Soy Mackenzie White del FBI. Esperaba hablar con usted sobre un cadáver que usted examinó y con el que ayudó hace unos diecisiete años.”

Jack silbó y se encogió de hombros. “Demonios, apenas puedo recordar los cadáveres que examiné durante mi último año—y eso que solo fue hace dos años. Diecisiete años puede ser demasiado pedir.”

“Fue un caso bastante prioritario,” dijo. “Un policía… un detective, para ser exactos. Un hombre llamado Benjamin White. Era mi padre. Le dispararon a quema—”

“A quemarropa en la nuca,” dijo Jack. “Con una Beretta 92, si la memoria no me falla.”

“Así fue.”

“Claro, ese sí que lo recuerdo. Y… en fin, supongo que encantado de conocerte. Lamento lo de tu padre, por supuesto.”

Bernice suspiró y se puso a caminar hacia las escaleras. Le lanzó a Mackenzie una sonrisita y un gesto de la mano como disculpándose y se retiró.

Jack le sonrió a su mujer a medida que se dirigía hacia las escaleras. Cuando sus pisadas se silenciaron, Jack volvió a mirar a la mesa de trabajo. “Te daría la mano, pero… en fin, no sé si querrás que lo haga.”

“La taxidermia parece una afición apropiada para un hombre con su historial laboral,” dijo Mackenzie.

“Me ayuda a pasar el tiempo. Y los ingresos adicionales no vienen mal tampoco. De todas maneras… me estoy yendo por las ramas. ¿Qué puedo responder acerca del caso de Ben White?”

“Francamente, solo estoy buscando cualquier cosa fuera de lo normal. He leído los informes del caso más de cincuenta veces, sin duda. Me los sé de arriba abajo. No obstante, también soy consciente de que suele haber detalles mínimos que solo son percibidos por una o dos personas—detalles que en el momento no parece que merezcan la pena ser incluidos—que no acaban en el informe oficial. Estoy buscando cosas de esas.”

Jack se tomó un momento para pensar en ello, pero Mackenzie podía asegurar por la mirada de decepción en sus ojos que no se le estaba ocurriendo nada. Tras unos momentos, él sacudió la cabeza.

“Lo siento, pero en lo que se refiere al cadáver, no había nada fuera de lo normal. Obviamente, el medio que causó la muerte estaba claro. Por lo demás, sin embargo, su cuerpo había estado en buena forma.”

“Entonces, ¿por qué lo recuerda tan bien?”

“Debido a la propia naturaleza del caso. Siempre me resultó de lo más sospechoso. Tu padre era un policía de buena reputación. Alguien entró a tu casa, le disparó en la nuca, y se las arregló para salir sin que nadie viera quién lo hizo. No es que una Beretta 92 sea increíblemente ruidosa, pero sí lo suficiente como para despertar a una casa.”

“Me despertó a mí,” dijo Mackenzie. “Mi habitación estaba directamente junto a la suya. Lo escuché, pero no estaba segura de qué se trataba. Entonces escuché pisadas cuando alguien pasó junto a mi habitación. La puerta de mi dormitorio estaba cerrada, algo que yo nunca hacía de niña. Siempre la dejaba un poco entreabierta. Pero alguien la había cerrado, El mismo alguien, asumo, que disparó a mi padre.”

“Eso es correcto. Le encontraste tú, ¿verdad?”

Mackenzie asintió. “Y no podían haber pasado más de dos o tres minutos tras el disparo. En todo ese tiempo, no se me ocurrió que algo andaba mal. Entonces fue cuando salí de la cama y fui a ver qué pasaba a la habitación de mis padres.”

“Ya te digo… me gustaría tener algo más para ti. Y te ruego que me perdones por decirlo, pero hay algo de la historia oficial que no encaja. ¿Has hablado con tu madre sobre algo de esto?”

“No. No en profundidad. No es que seamos las mejores amigas.”

“Estaba hecha un desastre los días antes del funeral. Nadie le podía decir ni una palabra. Pasaba de llorar desconsoladamente a ataques de rabia en un abrir y cerrar de ojos.”

Mackenzie asintió, pero guardó silencio. Podía recordar perfectamente los ataques de rabia de su madre. Fue uno de los factores cruciales para que la ingresaran en un hospital psiquiátrico más adelante.

“¿Hubo algún tipo de confidencialidad cuando llegó el cadáver a la morgue?” preguntó.

“No por lo que puedo recordar. Ningún asunto sospechoso por lo que yo sé. Solo se trataba de otro cuerpo rutinario que llegaba. Aunque sabes… recuerdo a un policía que siempre andaba por allí. Estaba con ellos cuando entregaron el cadáver y se quedó en la oficina del forense un rato, como si estuviera esperando por algo. Estoy bastante seguro de que también le divisé en el funeral. Pero, en fin, Benjamin White era un hombre muy respetado… especialmente por los demás agentes del cuerpo. Claro que este agente… estaba allí todo el tiempo. Si la memoria no me traiciona, creo que se quedó por allí después del funeral, como si necesitara de algún tiempo a solas para procesar las cosas o algo así. Pero esto fue hace mil años, entiéndeme. Diecisiete años es mucho tiempo. Los recuerdos empiezan a disiparse cuando llegas a mi edad.”

“¿Por casualidad sabe cuál es el nombre de ese policía?” preguntó Mackenzie.

“No lo sé, aunque estoy bastante seguro de que firmó algunos papeles en algún momento. ¿A lo mejor puedes echar mano de los archivos del caso original?”

“Quizás,” dijo Mackenzie.

Está diciendo la verdad y siente lástima por mí, pensó Mackenzie. No hay nada más que conseguir aquí… excepto quizá adquirir alguna formación en taxidermia.

“Gracias por su tiempo, señor Waggoner,” dijo ella.

“Por supuesto,” dijo él, escoltándola de vuelta al piso superior. “Realmente espero que puedas solucionar este caso. Siempre pensé que había algo extraño en ello. Y aunque no conocía a tu padre demasiado bien, no escuché más que cosas buenas sobre él.”

“Se lo agradezco,” dijo Mackenzie.

Dándole las gracias por última vez, Mackenzie se dirigió de vuelta a la calle con Jack a su lado. Le saludó a Bernice, que había regresado a sus malas hierbas en el jardín de flores, y se montó en el coche. Eran las tres de la tarde, pero le daba la impresión de que fuera mucho más tarde. Imaginó que el vuelo de DC a Nebraska, seguido casi de inmediato de un trayecto en coche de seis horas, le estaba empezando a pasar factura.

No obstante, era demasiado pronto para dar el día por terminado. Se imaginó que podía terminar su día visitando el lugar donde siempre creyó que acabaría, pero en el que jamás había pisado antes: la comisaría de policía de Belton.

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