Читать книгу Una Razón Para Aterrarse - Блейк Пирс - Страница 10

CAPÍTULO CUATRO

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Cuando Avery entró en la oficina de la Dra. Higdon, se sintió como un cliché. La Dra. Higdon era muy tranquila y educada. Parecía siempre tener la cabeza un poco inclinada hacia arriba, mostrando la punta perfecta de su nariz y el ángulo de su barbilla. Era una mujer guapa, pero un poco exagerada.

Avery había luchado contra el impulso de verse con un terapeuta, pero sabía lo suficiente sobre cómo trabajaba la mente traumatizada como para saber que lo necesitaba. Y fue insoportable admitirse eso a sí misma. Odiaba la idea de visitar a un psiquiatra y tampoco quería recurrir a la psiquiatra de la policía de Boston que había visitado unas cuantas veces durante los años después de casos particularmente difíciles.

Así que se comunicó con la Dra. Higdon, una terapeuta de la que había oído hablar el año pasado durante un caso que involucró a un sospechoso que la había utilizado para superar una serie de miedos irracionales.

—Te agradezco que hayas podido reunirte conmigo tan pronto —dijo Avery—. Sinceramente creí que tendría que esperar unas semanas.

Higdon se encogió de hombros mientras se sentó en su silla. Cuando Avery se sentó en el sofá de al lado, la sensación de convertirse en un cliché viviente se intensificó.

—Bueno, he oído de ti unas cuantas veces en las noticias —dijo Higdon—. Y tu nombre ha salido a relucir con nuevos pacientes, personas que conociste en el cumplimiento de tu deber. Tenía una hora libre hoy, así que supuse que sería bien verte.

Dándose cuenta que era inaudito conseguir una cita con una terapeuta respetada solo dos días después de haber llamado, Avery supo que no debía tomar este tiempo por sentado. Y, como estaba acostumbrada a nunca andar con rodeos, no tuvo problema en ir directo al grano.

—Quería verme con un terapeuta porque, sinceramente, mi cabeza está hecha un desastre en este momento. Una parte de mí me dice que sanaré si me tomo tiempo libre. Otra parte de mí me dice que sanaré solo siendo productiva, y eso significa volver al trabajo.

—¿Cuál es la sanación que buscas? —preguntó Higdon—. ¿Podrías explicarme?

Avery pasó diez minutos haciendo precisamente eso. Empezó con los detalles de su último caso, incluyendo que el mismo había terminado con las muertes de su ex esposo y casi prometido. Explicó su mudanza de la ciudad y sus peleas recientes con Rose, tanto en su apartamento como en la tumba de Jack.

La Dra. Higdon empezó a hacerle preguntas, después de haber tomado notas todo el tiempo que Avery había hablado.

—¿Qué te hizo mudarte a la cabaña por el estanque Walden?

—Quería estar sola. Ese lugar es más aislado. Muy silencioso.

—¿Sientes que sanas mejor, tanto emocional como físicamente, cuando estás sola? —preguntó Higdon.

—No sé. Yo solo… no quería estar en un lugar donde la gente pudiera pasar por mi casa para ver cómo estaba cien veces al día.

—¿Nunca te ha gustado que las personas se preocupen por tu bienestar?

Avery se encogió de hombros y dijo: —En realidad, no. Se trata de vulnerabilidad, supongo. En mi profesión, la vulnerabilidad conduce a la debilidad.

—Dudo que eso sea cierto. En términos de percepción, probablemente, pero no es la realidad.

Higdon se detuvo un momento y luego se inclinó hacia delante y dijo: —Te llevaré directamente a los puntos clave. Estoy segura de que verás todo por lo que es. Además, el hecho de que se puedes admitir que temes ser vulnerable me dice mucho. Así que creo que podemos ir directamente al grano.

—Eso es lo que preferiría —respondió Avery.

—El tiempo que has pasado sola en la cabaña… ¿Crees que ha ayudado u obstaculizado tu proceso de sanación?

—Creo que es una exageración decir que me ha ayudado, pero sí lo ha hecho más fácil. Yo sabía que no tendría que lidiar con que todo el mundo estuviera preguntándome cómo estaba.

—¿Has intentado comunicarte con alguien durante ese tiempo?

—Solo con mi hija.

—¿Pero te rechazó?

—Así es. Estoy bastante segura de que me culpa por la muerte de su padre.

—Si estamos siendo honestas, creo que eso es cierto —dijo Higdon—. Y llegará a entender la verdad en su tiempo. Las personas hacen el luto de formas distintas. En lugar de escapar de todo en una cabaña en el bosque, tu hija ha optado por echarte la culpa. Ahora, ¿por qué renunciaste a tu trabajo?

—Porque sentía que lo había perdido todo —dijo Avery, sin siquiera haberse tenido que detener para pensarlo—. Porque sentía que lo había perdido todo y que había fracasado en mi trabajo. No podía quedarme porque era un recordatorio de que no era lo suficientemente buena.

—¿Todavía sientes que no eres lo suficientemente buena?

—Bueno… no. A riesgo de sonar vanidosa, soy muy buena en mi trabajo.

—Y llevas tres meses sin trabajar, ¿cierto?

—Sí —admitió Avery.

—¿Crees que tu deseo de volver se trata de recuperar lo que alguna vez fue tu vida o crees que progresarías si lo haces?

—Ese es el detalle. No lo sé. Pero estoy llegando al punto en el que creo que tengo que averiguarlo. Creo que tengo que volver.

La Dra. Higdon asintió y anotó algo antes de decir: —¿Crees que tu hija reaccionará negativamente si regresas a tu trabajo?

—Indudablemente.

—Está bien, entonces digamos que ella no estuviera en la ecuación; digamos que a Rose no le importaría si regresaras o no. ¿Aún tendrías estas dudas?

Avery cayó en cuenta en ese momento, y hacerlo fue como un balde de agua fría.

—Probablemente no.

—Creo que ahí tienes tu respuesta. Creo que en este punto del proceso de duelo, tú y tu hija no pueden permitir que una dicte como la otra hace el duelo. Rose necesita culpar a alguien en este momento. Esa es su forma de lidiar con lo que está sucediendo… y la relación tensa que tienen hace que sea fácil hacerlo. Y tú… Honestamente quiero decirte que volver al trabajo sería lo que te ayudaría a seguir adelante.

—¿Quieres decirme? —preguntó Avery, confundida.

—Sí, creo que tiene más sentido, dado tu historial y trayectoria. Sin embargo, durante todo este tiempo que has pasado sola, aislada de todo, ¿has tenido pensamientos suicidas?

—No —mintió Avery.

Se le hizo muy fácil mentir, y tampoco se arrepentía de haberlo hecho, así que continuó con la farsa:

—Sí, me he sentido muy mal. Pero tampoco tanto como para llegar a ese punto.

Sí, había omitido su casi-suicidio. Tampoco había mencionado el paquete que había recibido de Howard Randall. No sabía por qué. Por ahora, todo eso simplemente se sentía muy privado.

—Siendo ese el caso, creo que volver no tiene nada de malo. Sin embargo, creo que deberías tener un compañero. Y sé que eso podría ser delicado dado quién fue tu último compañero. Sin embargo, no deberías sumergirte a situaciones estresantes por tu cuenta. Incluso recomendaría que hicieras un poco de trabajo ligero primero. Tal vez hasta trabajar desde tu escritorio.

—Voy a ser sincera… eso no va a suceder.

Higdon esbozó una sonrisa y le dijo: —Entonces, ¿crees que eso es lo que vas a hacer? ¿Vas a ver si volver al trabajo te ayuda a superar estas dudas y la culpabilidad que sientes?

—Pronto —dijo Avery, pensando en la llamada de Connelly hace dos días—. Sí, creo que tal vez sí.

—Bueno, te deseo la mejor de las suertes —respondió Higdon, alcanzando para darle la mano—. Entre tanto, no dudes en llamarme si necesitas discutir algo.

Avery le dio la mano a Higdon y salió de la oficina. Odiaba admitirlo, pero se sentía mejor que como se había sentido estas últimas semanas, desde que había establecido una rutina de ejercicio y ejercitado su mente. Supuso que podría ser capaz de pensar con más claridad, y no porque Higdon había descubierto una verdad oculta. Simplemente había necesitado que alguien le señalara que, aunque Rose era la única persona que le quedaba en su vida fuera del trabajo, eso no significaba que el temor a lo que Rose pensara de ella debería dictar qué hacía con el resto de su vida.

Condujo hacia la salida más cercana para regresar a la cabaña. Vio los edificios altos de Boston a su izquierda. La comisaría quedaba a unos veinte minutos de allí. Podía ir para allá, visitar a todos y disfrutar de una cálida bienvenida. Podía arrancarse la curita y hacerlo.

Pero una cálida bienvenida no era lo que se merecía. De hecho, no estaba segura de qué era lo que se merecía.

Y tal vez por eso seguía vacilando.

***

La pesadilla de esa noche no fue nueva, pero sí tuvo un giro inesperado.

En ella, estaba sentada en una sala de visitas en un centro penitenciario. No era el mismo en donde había visitado a Howard Randall, sino uno mucho más grande con un aspecto griego. Rose y Jack estaban sentados en la mesa con un tablero de ajedrez entre ellos. Todas las piezas seguían en el tablero, pero los reyes se habían caído.

—No está aquí —dijo Rose, su voz resonando en la sala inmensa—. Tu pequeña arma secreta no está aquí.

—Quizá sea lo mejor —dijo Jack—. Ya es hora de que aprendas a resolver casos grandes por tu cuenta.

Jack entonces se pasó una mano por la cara y, en un abrir y cerrar de ojos, se veía como lo hizo la noche en que descubrió su cuerpo. El lado derecho de su cara estaba ensangrentado y se veía hundido. Cuando abrió la boca para hablar, vio que no tenía lengua. Solo había oscuridad más allá de sus dientes, un abismo.

—No pudiste salvarme —le dijo Jack—. No pudiste salvarme y ahora tengo que confiar en que cuidarás a mi hija.

Rose se puso de pie en ese momento y comenzó a alejarse de la mesa. Avery también se puso de pie, segura de que algo muy malo sucedería si perdía a Rose de vista. Trató de seguirla, pero no pudo moverse. Miró hacia abajo y vio que sus dos pies habían sido clavados al suelo con enormes traviesas. Sus pies estaban destrozados, lo único que quedaba era sangre, huesos y trozos de carne.

—¡Rose!

Su hija solo miró hacia atrás, sonrió y saludó con la mano. Y, entre más se alejaba, más grande parecía la sala. Llegaron sombras desde todas las direcciones y descendieron sobre su hija.

—¡Rose!

—Está bien —dijo una voz detrás de ella—. Yo la cuidaré.

Se dio la vuelta y vio a Ramírez, sosteniendo su arma lateral y mirando hacia las sombras. Y mientras se fue tras Rose tan valientemente, las sombras empezaron a perseguirlo.

—¡No! ¡Quédate!

Avery trató de moverse, pero fue en vano. No pudo hacer nada mientras las dos personas que más había amado en el mundo fueron tragadas por la oscuridad.

Y allí fue cuando empezaron los gritos. Rose y Ramírez llenaron la sala con gritos de agonía.

Aún en la mesa, Jack le rogó: —Por el amor de Dios, ¡haz algo!

Y fue entonces cuando Avery se despertó, con un grito en la garganta. Encendió su lámpara de mesa con una mano temblorosa. Por un momento, vio una enorme sala frente a ella, pero poco a poco se desvaneció en la luz. Miró su dormitorio y, por primera vez, se preguntó si alguna vez se sentiría en casa aquí.

Se encontró pensando en la llamada de Connelly. Y después en el paquete de Howard Randall.

Su antigua vida estaba atormentado sus sueños y también estaba invadiendo esta nueva vida aislada que había tratado de crear para sí misma.

No parecía tener ningún escape.

Así que tal vez, solo tal vez, era el momento de dejar de tratar de escapar.

Una Razón Para Aterrarse

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