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CAPÍTULO SIETE

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La sala se volvió negra en la mente de Avery, y lo único que veía eran los cinco hombres, sentía a Ramírez junto a ella, y veía el puño de Desoto acercándose más a su rostro. Ella llamaba esto ‘La niebla’, un lugar donde solía ir a menudo, otro mundo separado de su existencia física. Su instructor de jiu-jitsu lo llamaba “la conciencia definitiva”, un lugar donde su concentración se volvía selectiva, así que los sentidos eran más elevados alrededor de blancos específicos.

Ella agarró la muñeca de Desoto. Al mismo tiempo, utilizó su propio impulso para arrojarlo a la puerta del sótano. El hombre gigante se estrelló fuertemente.

Luego Avery giró y le dio una patada a un atacante en el estómago. Después de eso, todo se movió en cámara lenta. Agredió a cada uno de los cinco hombres. Un pinchazo en la garganta hizo que uno cayera al suelo. Una patada en la ingle seguida de otro fuerte golpe hizo que otro se estrellara contra la mesa rota. Perdió al hermano menor de Desoto de vista por un segundo. Se volvió para verlo a punto de golpearla con un par de manoplas. Ramírez entró en juego y lo tiró al suelo.

Desoto rugió y agarró a Avery por detrás.

El enorme peso de su cuerpo era como un bloque de cemento. Avery no podía zafarse. Dio una patada al aire. Él la levantó y la arrojó contra una pared.

Avery se estrelló contra unas estanterías y todos los contenidos cayeron sobre su cabeza cuando cayó al suelo. Desoto le dio una patada en el estómago. El golpe fue tan fuerte que la levantó. Le metió otra patada y su cuello sonó del golpe. Desoto se agachó. Sus brazos gruesos la agarraron por el cuello peligrosamente. La levantó y sus pies estaban colgando.

“Podría romper tu cuello como una ramita”, susurró.

Estaba mareada por los golpes. Le costaba respirar.

“Concéntrate,” se ordenó a sí misma. “O estás muerta”.

Trató de voltear su cuerpo o zafarse. La sujetaba con demasiada fuerza. Algo chocó contra la espalda de Desoto. Avery volvió al suelo y miró hacia atrás para ver a Ramírez con una silla.

“¿Eso no te dolió?”, preguntó Ramírez.

Desoto gruñó.

Avery se recuperó, levantó el pie y pisoteó los dedos de sus pies con su tacón.

“¡Ay!”, gritó Desoto.

Llevaba una camisa blanca, shorts color canela y chancletas. El tacón de Avery definitivamente había fracturado dos huesos. La soltó instintivamente y, para cuando estuvo preparado para agarrarlo de nuevo, Avery ya estaba en posición. Le metió un puño en la garganta y luego un gancho a su plexo solar.

Había un bate de hierro en el suelo.

Ella lo tomó y le metió un batazo en la cabeza.

Desoto quedó inerte al instante.

Dos de sus hombres ya estaban en el suelo, incluyendo su hermano menor. Un tercero sacó su pistola. Avery golpeó su mano con el bate, y luego le metió otro batazo en la cara. El hombre se estrelló contra una pared.

Los últimos dos hombres habían atacado a Ramírez.

Avery golpeó el bate contra las rodillas de uno de ellos. Se volteó y ella le metió un batazo en el pecho y lo pateó en la cara. Bajó el bate contra su pecho y le dio una fuerte patada en la cara. El otro hombre le dio un puñetazo en la mandíbula y ambos se estrellaron contra la mesa de póquer.

El hombre estaba encima de ella, cayéndole a golpes. Avery finalmente pudo agarrar su muñeca y rodó. Se le cayó de encima y ella fue capaz de girar y tomar su brazo. Ella estaba perpendicular a su cuerpo. Sus piernas estaban sobre su barriga y su brazo estaba recto y extendido.

“¡Suéltame! ¡Suéltame!”, gritó él.

Ella levantó una pierna y le dio muchas patadas en la cara hasta que perdió el conocimiento.

“¡Jódete!”, gritó.

Todo estaba en silencio. Los cinco hombres, incluyendo Desoto, estaban inconscientes.

Ramírez gimió y se puso de rodillas.

“Dios...”, susurró.

Avery vio una pistola en el suelo. La tomó y apuntó la puerta del sótano. Tito apareció justo después de haber apuntado.

“¡No levantes el arma!”, gritó Avery. “¿Me escuchaste? No lo hagas”.

Tito miró la pistola que tenía en la mano.

“Te dispararé si levantas esa arma”.

Tito no podía creer lo que había pasado en la sala, quedó boquiabierto cuando vio a Desoto.

“¿Tú hiciste todo esto?”, preguntó.

“¡Suelta el arma!”.

Tito la apuntó.

Avery le disparó dos veces en el pecho y lo envió volando de nuevo a las escaleras.

Una Razón para Huir

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