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CAPÍTULO CUATRO

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Se sentó en un cubículo de oficina, superior, victorioso, más poderoso que nadie en el planeta. Una pantalla de computadora se abrió frente a él. Con un respiro profundo, cerró sus ojos, y recordó.

Recordó el sótano cavernoso de su hogar, más parecido a un vivero. Muchas variedades de amapolas cubrían la habitación principal: rojas, amarillas, y blancas. Muchas otras plantas psicodélicas, cada una acumulada durante incontables años, habían sido colocadas en largas canaletas; algunas eran malezas que parecían de otro planeta o flores intrigantes; muchas tenían apariencias más comunes que podrían haber sido ignoradas en cualquier entorno silvestre, a pesar de sus potentes habilidades. Un sistema de riego temporizado, control de temperatura, y luces LED las mantenía prósperas.

Un pasillo largo hecho de barras de madera llevaba a otras habitaciones. En las paredes había fotografías. La mayor parte de las fotografías eran animales en distintas etapas de la muerte, y luego el "renacimiento" mientras eran rellenados y puestos en posición: un gato atigrado apoyado sobre las patas traseras jugando con un ovillo de lana; un perro manchado, blanco y negro, girado sobre su espalda esperando caricias en la barriga.

Luego había puertas. Se imaginó que la puerta de la izquierda se abría. Ahí, la vio de nuevo, su cuerpo desnudo dispuesto sobre una mesa plateada. El espacio estaba iluminado por intensas luces fluorescentes. En una caja de vidrio se encontraban muchos líquidos de colores en frascos transparentes.

Sentía su piel cuando frotaba sus dedos por la cara externa de sus muslos. Mentalmente, recreó cada delicado procedimiento: su cuerpo drenado, preservado, limpiado, y rellenado. A lo largo del renacimiento, le tomó fotografías, las cuales luego cubrirían más paredes reservadas para sus trofeos humanos. Algunas de las fotos ya habían sido colocadas.

Una enorme energía irreal fluyó a través de su ser.

Por años había evitado a los seres humanos. Eran atemorizantes, más violentos e incontrolables que los animales. Él amaba a los animales. Había descubierto que los humanos, sin embargo, eran sacrificios más potentes para el Todo Espíritu. Luego de la muerte de la muchacha, había visto el cielo abrirse, y la sombría imagen del Gran Creador lo había mirado y le había dicho: Más.

Su ensueño se rompió con una repentina voz.

"¿Soñando despierto otra vez?"

Un funcionario quejoso se paró junto a él con el ceño fruncido. Tenía la cara y el cuerpo de un jugador de fútbol americano retirado. Un elegante traje azul no lograba disminuir su ferocidad.

Sumisamente, agachó la cabeza. Sus hombros levemente encorvados, y se convirtió en un olvidable, diminuto empleado.

"Lo siento, Sr. Peet."

""Estoy cansado de disculpas. Consígueme esas cifras."

Por dentro, el asesino sonreía como un gigante risueño. En el trabajo, el juego era casi tan emocionante como su vida privada. Nadie sabía cuan especial era él, ni cuan dedicado y esencial para el delicado balance del universo. Ninguno de ellos recibiría un lugar honorífico en el reino del Supramundo. Sus mundanas y terrenales tareas cotidianas: vestirse, tener reuniones, mover dinero de un lugar al otro; eran insignificantes; sólo tenía significado para él porque lo conectaba con el mundo exterior y le permitía hacer el trabajo del Señor.

Su jefe gruñó y se alejó.

Con los ojos aún cerrados, el asesino se imaginó a su Señor Supremo: la sombría y oscura figura que susurraba en sus sueños y dirigía sus pensamientos.

Una canción de culto se formó en sus labios, y la cantó en un susurro: "Oh Señor, oh Señor, nuestro trabajo es puro. Pide y te daré: Más."

Más.

Causa para Matar

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