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PRÓLOGO

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Fue casi imposible para Cindy Jenkins irse de la fiesta de primavera de su sororidad en el Atrium. El enorme espacio del pent-house estaba repleto de luces estroboscópicas, dos barras abastecidas, y una bola de cristal casi estelar que reflejaba su brillo en una pista repleta de invitados. En el transcurrir de la noche bailó con todos y con ninguno. Los compañeros iban y venían, y Cindy sacudía su cabello caoba y mostraba una perfecta sonrisa y su mirada azul cielo a cualquier bailarín que por casualidad apareciese. Esta era su noche, una celebración no sólo por el orgullo de ser Kappa Kappa Gamma, sino también por los muchos años de esfuerzo por ser la mejor.

Ella sabía que su futuro estaba asegurado.

Por los últimos dos años había sido pasante en una importante empresa de contaduría en la ciudad; recientemente le habían ofrecido un puesto como contable junior. El salario inicial era suficiente para comprar un elegante nuevo guardarropas y pagar un apartamento a tan sólo unas cuadras del trabajo. ¿Sus notas? Las mejores de su clase. Sin dudas podría avanzar sin esfuerzo hasta la graduación, pero Cindy no comprendía el significado de la frase “avanzar sin esfuerzo”. Siempre daba todo lo que tenía, cada día, sin importar lo que estuviese haciendo. Trabaja duro y diviértete duro, ese era su lema; y esta noche quería divertirse.

Otro vaso de la altamente alcohólica “Aguanieve azul de ensueño”, otra ovación de Kappa Kappa Gamma, y otro baile, y Cindy no podía borrar la sonrisa de su rostro. Bajo las luces estroboscópicas, se movía en cámara lenta. Su cabello se azotó hacia atrás y su nariz respingada se arrugó al ver a un chico quien ella sabía que hacía años quería un beso. ¿Por qué no?, pensó. Sólo un beso rápido; nada serio; nada que arruinara su relación actual, sólo lo suficiente para que todos en la fiesta supieran que no siempre era una santurrona Tipo A que seguía las reglas.

Sus amigos la vieron y la aclamaron en señal de aprobación.

Cindy se apartó del chico. El baile y el alcohol y el calor finalmente le empezaban a pasar factura. Se desvaneció levemente, aun sonriendo, y se agarró del cuello del chico para no caerse.

“¿Quieres ir a mi casa?”, susurró él.

“Tengo novio.”

“¿Dónde está?”

Es cierto, pensó Cindy. ¿Dónde está Winston? Él odiaba las fiestas de sororidad. No son más que un montón de chicas creídas emborrachándose y engañando a sus novios, solía decir. Bueno, pensó ella, creo que por fin estamos de acuerdo. Besar a un chico estando ya comprometida con otro hombre era probablemente lo más escandaloso que había hecho en su vida.

Estás borracha, se recordó. Sal de aquí.

“Debo irme”, dijo, arrastrando las palabras.

“¿Un baile más?”

“No,”, respondió, “de verdad me tengo que ir”.

El chico aceptó sus términos a regañadientes. Mirando embelesado a la popular alumna de último año de Harvard, se retiró hacia la multitud y ofreció un adiós con la mano.

Cindy se deslizó un mechón de cabello sudoroso por detrás de la oreja y se abrió camino para salir de la pista de baile, con la vista baja y el rostro brillando de felicidad. Su canción favorita empezó a sonar y giró y se balanceó hacia el borde de la multitud.

“¡Noooo!”, se quejaron sus amigos, viéndola intentar partir.

“¿Adónde vas?”, exigió uno.

“A casa”, insistió ella.

Su mejor amiga, Rachel, se abrió paso a los empujones a través del grupo y tomó a Cindy de las manos. Siendo una morocha bajita y robusta, no era la más atractiva ni la más inteligente de la manada, pero su naturaleza sexual y agresiva la convertía a menudo en el centro de atención. Tenía puesto un revelador vestido plateado, y cada vez que se movía, su cuerpo parecía a punto de reventar y salirse de su atuendo.

“¡No-puedes-irte!”, ordenó.

“Estoy muy borracha”, alegó Cindy.

“No hemos ni siquiera hecho nuestra broma del Día de los Inocentes! ¡Ese el momento más importante de la fiesta! Por favor. Sólo quédate un rato más.”

Cindy pensó en su novio Llevaban juntos dos años. Esa noche se suponía que tuvieran una cita nocturna en su apartamento. Gruñó para sí al recordar su tan poco característico beso en la pista de baile. ¿Cómo se supone que explique eso?, se preguntó.

"De verdad", dijo, "Tengo que irme", y apelando a la naturaleza escandalosamente erótica de Rachel, echo un vistazo al chico que había besado y agregó jocosamente, "¿Y si me quedo? ¿Quién sabe lo que pueda pasar?"

"Oh!", aclamaron sus amigos.

"¡Está fuera de control!"

Cindy besó a Rachel en la mejilla y susurró, "Que tengas una noche genial. Nos vemos mañana", y se dirigió a la puerta.

Afuera, el aire fresco primaveral hizo que Cindy respirara hondo. Se limpió el sudor de la cara y subió brincando la Calle Church en su corto vestido amarillo de verano. La cuadra del centro de la ciudad estaba compuesta principalmente por edificios bajos de ladrillos y algunas casas señoriales anidadas entre los árboles. Un giro a la izquierda hacia la Calle Brattle y cruzó al otro lado y caminó hacia el suroeste.

Los faroles de la calle alumbraban la mayoría de las esquinas, pero una sección de la Calle Brattle estaba envuelta en la oscuridad. En lugar de preocuparse, Cindy apuró el paso y extendió sus brazos a lo ancho, como si las sombras pudiesen de alguna manera limpiar su sistema del alcohol y el cansancio y darle energías para la cita con Winston.

Un callejón angosto apareció a su izquierda. Su instinto le dijo que tuviese cuidado, después de todo era sumamente tarde, y no desconocía el lado más turbio de Boston, pero también estaba demasiado colocada como para creer que algo malo podía interponerse entre ella y su futuro.

Por el rabillo del ojo, percibió movimiento, y demasiado tarde, se dio vuelta.

Sintió un repentino dolor agudo en el cuello, tanto que la hizo tomar aire, y miro rápidamente hacia atrás, descubriendo algo que brillaba en la oscuridad.

Una aguja.

Su corazón se desplomó, y su borrachera desapareció en un instante.

Al mismo tiempo, sintió que alguien se apoyaba en su espalda, un sólo brazo esbelto atrapando el suyo. El cuerpo era más pequeño que el suyo, pero fuerte. De un tirón, fue arrastrada de espaldas hacia el callejón.

“Shhh.”

Cualquier idea de que pudiese ser una broma desapareció en el momento que escuchó esa malévola e intensa voz.

Intentó patalear y gritar. Por algún motivo, su voz no funcionaba, como si algo le hubiese ablandado los músculos del cuello. Sus piernas, también, comenzaron a sentirse como gelatina, y apenas podía mantener sus pies en el suelo.

¡Haz algo!, se imploró a sí misma, sabiendo que si no lo hacía iba a morir.

El brazo estaba alrededor de su lado derecho. Cindy se liberó del agarre, y al mismo tiempo tiró su cuello hacia atrás y le dio un cabezazo a su atacante. La parte trasera de su cráneo dio contra la nariz de él, y pudo casi escuchar un crujido. El hombre maldijo silenciosamente y la soltó.

¡Corre! Suplicó Cindy.

Pero su cuerpo se rehusó a obedecer. Sus piernas se rindieron debajo de su cuerpo, y cayó pesadamente al piso de concreto.

Cindy se acostó sobre su espalda, con las piernas extendidas y los brazos abiertos en ángulos opuestos, incapaz de moverse.

El atacante se arrodilló a su lado. Su cara estaba oculta tras una peluca descuidadamente colocada, un bigote falso, y anteojos gruesos. Los ojos detrás de los anteojos le dieron un escalofrío por todo el cuerpo: frío y duro. Sin alma.

"Te amo", le dijo.

Cindy intentó gritar; sólo le salió un gorgoteo.

El hombre le rozó el rostro; luego, como si fuese consciente de su entorno, se puso de pie rápidamente.

Cindy sintió que la agarraban de las manos y la arrastraban por el callejón.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Alguien, suplicó mentalmente, ayúdeme. ¡Ayuda! Recordó a sus compañeros de clase, sus amigos, sus risas en la fiesta. ¡Ayuda!

Al final del camino, el pequeño hombre la levantó y la abrazó fuertemente. Su cabeza se apoyó en el hombro de él. Le acarició el cabello cariñosamente.

Le tomó una de las manos y le dio una vuelta como si fuesen amantes.

"Está bien", dijo en voz alta, como si alguien más lo estuviese escuchando, "yo abriré la puerta."

Cindy distinguió gente a lo lejos. Pensar era difícil. Nada se movía; un esfuerzo por hablar no tuvo éxito.

Se abrió la puerta del asiento del acompañante de una camioneta azul. La dejó caer adentro y cerró la puerta cuidadosamente para que su cabeza descansara en la ventanilla.

Él entró del lado del conductor, y le colocó un saco suave, con forma de almohada, sobre la cabeza.

"Duerme, mi amor", dijo, y encendió el motor. "Duerme."

La camioneta se alejó, y mientras la mente de Cindy se desvanecía hacia la oscuridad, su pensamiento final fue sobre su futuro, su brillante, increíble futuro que de repente y horriblemente le había sido robado.

Causa para Matar

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