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CAPÍTULO SEIS

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Keri trató de controlar sus emociones mientras un chorro de adrenalina se repartía por su organismo, haciendo que todo su cuerpo se pusiera en tensión.

Reconocía al hombre que la contemplaba. Pero ella no lo conocía como John Johnson. Cuando se habían conocido, él respondía al nombre de Thomas Anderson, pero todos se referían a él como El Fantasma.

Habían hablado en solo dos ocasiones, cada una en la Correccional Twin Towers en el centro de Los Ángeles, donde se hallaba encarcelado por crímenes que no se diferenciaban mucho de aquellos por los cuales John Johnson había sido absuelto.

—¿Quién es, Keri? —preguntó Mags, entre preocupada y contrariada por el largo silencio.

Keri cayó en cuenta de que se había quedado muda, contemplando la foto durante varios segundos.

—Lo siento —replicó, forzándose a volver al momento presente—. Su nombre es Thomas Anderson. Lo tienen en una cárcel del condado por secuestro y venta de niños, a cuenta de personas que viven fuera del estado y no reúnen los requisitos para poder adoptar. No puedo creer que no se me ocurriera que Johnson y Anderson podían ser la misma persona.

—Cave trata con un montón de secuestradores, Keri —dijo Ray—. No había razón para que hicieras esa conexión.

—¿Cómo es que lo conoces? —preguntó Mags.

—Me topé con él el año pasado cuando estaba revisando el archivo de casos de secuestradores. Hubo un momento en que pensé que él podría haberse llevado a Evie. Fui a Twin Towers a entrevistarlo y rápidamente quedó claro que él no era el hombre. Me dio incluso unas pocas pistas que me ayudaron eventualmente a atrapar al Coleccionista. Y ahora que lo pienso, él fue la primera persona que mencionó a Jackson Cave; dijo que Cave era su abogado.

—¿Nunca habías escuchado acerca de Cave antes de eso? —preguntó Mags.

—Sí que había escuchado. Él es muy conocido para los policías de Personas Desaparecidas. Pero nunca me había reunido con alguno de sus clientes, ni tenía razón alguna para pensar en él como algo más que otro imbécil, hasta que Anderson llamó mi atención sobre su persona. Hasta que me conocí a Thomas Anderson, Jackson Cave nunca estuvo en mi radar.

—¿Y no crees que eso es una coincidencia? —preguntó Mags.

—Con Anderson, no estoy segura de que nada sea una coincidencia. ¿No es extraño que salga impune como ‘John Johnson’, pero luego sea arrestado por lo mismo de los secuestros usando su verdadera identidad, Thomas Anderson? ¿Por qué no usó de nuevo su identidad falsa? Quiero decir, el hombre fue bibliotecario durante más de treinta años. Básicamente arruinó su vida al usar su nombre real.

—Quizás pensó que Cave podía sacarle en una segunda ocasión —sugirió Ray.

—Pero ahí está el asunto —dijo Keri—. Aunque Cave fue técnicamente el abogado defensor en su último juicio, ese donde lo hallaron culpable, Anderson se defendió a sí mismo. Y al parecer, lo hizo de manera extraordinaria. Se dijo que fue tan convincente que si el caso no hubiese estado blindado, habría salido.

—Si este tipo es un genio —objetó Mags—, ¿cómo es que, en primer lugar, el caso en su contra era tan sólido?

—Le hice la misma pregunta —replicó Keri—. Y convino conmigo en que era extraño que alguien tan astuto y meticuloso como él fuese atrapado de esa manera. No me lo dijo de manera directa, pero básicamente insinuó que buscaba quedar convicto.

—Pero, ¡por qué en el nombre de Dios! —preguntó Mags.

—Esa es una excelente pregunta, Margaret —dijo Keri, cerrando la portátil—. Y es la que pretendo hacerle al Sr. Anderson ahora mismo.

*

Keri estacionó su auto en la enorme estructura que se hallaba cruzando la calle frente a Twin Towers y se dirigió al ascensor. A veces, si tenía que hacer una visita en el día, la enorme instalación anexa al centro de detención del condado estaba tan abarrotada que tenía que subir hasta el décimo piso —a cielo abierto— de la estructura para encontrar un espacio donde aparcar. Pero eran casi las 8 p.m. y halló un puesto en el segundo piso.

Mientras cruzaba la calle, repasó su plan. Técnicamente, debido a su suspensión y a la investigación de Asuntos Internos, no tenía autorización para reunirse con un prisionero en una sala de interrogatorios. Pero eso no era todavía de conocimiento general. Aspiraba a que su familiaridad con el personal de la prisión le permitiera abrirse paso bajo engaño.

Ray se había ofrecido a venir con ella para allanarle el camino. Pero a ella le preocupaba que ello atrajera preguntas que podrían meterlo en problemas. Incluso si ello no ocurriera, podría estar obligado a formar parte de la entrevista a Anderson. Keri sabía que el hombre no se abriría bajo esas circunstancias.

Como resultó, ello no tuvo que preocuparse.

—¿Cómo le va, Detective Locke? —le preguntó el Oficial de Seguridad Beamon mientras ella se acercaba al detector de metales de la recepción— Me sorprende verla tan recuperada luego de la refriega con ese sicópata a principios de esta semana.

—Oh, sí —convino Keri, decidiendo que sacaría provecho de esa pelea—, yo también, Freddie. Me veo como si hubiera estado en una pelea de campeonato, ¿no crees? De hecho estoy todavía de permiso hasta que esté en forma. Pero estaba enloqueciendo un poco en el apartamento, así que se me ocurrió venir a chequear un caso viejo. No es algo formal, así que ni siquiera traje la pistola y la placa. ¿Importará si entrevisto a alguien incluso fuera de horario?

—Por supuesto que no, Detective. Solo espero que se tome las cosas con calma. Pero sé que no lo hará. Firme. Tome su carnet de visitante y vaya al nivel de interrogatorios. Ya conoce el procedimiento.

Keri conocía el procedimiento y quince minutos después estaba sentada en una sala de interrogatorio, esperando la llegada del recluso #2427609, o Thomas "El Fantasma” Anderson. El guardia le había advertido que se estaban preparando para apagar las luces y tomaría un tiempo adicional buscarlo. Ella intentó permanecer serena mientras esperaba, pero estaba perdiendo la batalla.

Anderson siempre parecía meterse bajo su piel, como si secretamente le estuviese quitando el cuero cabelludo para descubrir su cerebro y leer sus pensamientos. En ocasiones, se sentía como si fuese una gatita mientras él sostenía uno de esos finos rayos láser, haciéndola corretear a su capricho en cualquier dirección.

Y sin embargo, fue su información la que la puso en el camino que la había acercado como nunca lo había hecho ninguna otra cosa hasta encontrar a Evie. ¿Eso fue planeado o fue por azar? Él nunca le había dado indicación alguna de que sus reuniones fueran otra cosa que casualidad. Pero si tenía el control del juego, ¿por qué lo hacía?

La puerta se abrió y él pasó adentro, luciendo en buena medida como ella lo recordaba. Anderson, a mitad de la cincuentena, era más bien bajo, alrededor de uno setenta y dos, con una constitución sólida y robusta, que sugería una asistencia regular al gimnasio de la prisión. Las esposas colocadas en sus musculosos antebrazos se veían ajustadas. Con todo, parecía más delgado de lo que ella recordaba, como si se hubiera saltado algunas comidas.

Su espeso cabello estaba partido de manera impecable, pero para sorpresa de ella, ya no era el negro azabache que recordaba. Ahora estaba bastante entrecano. En los bordes de su uniforme de prisión, se podían ver fragmentos de los múltiples tatuajes que cubrían el lado derecho de su cuerpo hasta el cuello. Su lado izquierdo estaba todavía impecable.

Mientras era conducido a la silla de metal al otro lado de la mesa frente a ella, sus ojos grises no se despegaron de ella. Sabía que la estaba estudiando, examinando, midiendo, tratando de aprender lo más que pudiera sobre su situación antes decir una palabra.

Luego que se hubo sentado, el guardia se paró al lado de la puerta.

—Estamos bien, Oficial… Kiley —dijo Keri, echándole un rápido vistazo a su portanombre.

—Es el procedimiento, señora —dijo el guardia con brusquedad.

Ella le echó un vistazo. Era nuevo… y joven. Dudaba que se dejara sobornar, pero aun así no podía permitirse que nadie, limpio o corrupto, escuchara esta conversación. Anderson le sonrió ligeramente, sabiendo lo que venía. Probablemente esto sería entretenido para él.

Ella se levantó y miró al guardia hasta que este sintió los ojos de ella sobre él y la miró a su vez.

—Primero que nada, no es señora. Es Detective Locke. Segundo, me importa un carajo su procedimiento, nuevo. Quiero hablar con este recluso en privado. Si no puede plegarse a eso, entonces necesito hablar con usted en privado y no va a ser una charla agradable.

—Pero —Kiley comenzó balbucear mientras se recargaba en uno u otro pie.

—Pero nada, Oficial. Tiene dos opciones. Puede dejarme hablar con este recluso en privado. ¡O podemos tener esa charla! Usted decide.

—Quizás debo consultar con mi supervi...

—Eso no está en la lista de opciones, Oficial. ¿Sabe qué? Yo decido por usted. Salgamos afuera para que yo pueda darle una pequeña charla. Cualquiera pensaría que arrestar a un pedófilo y fanático religioso me daría un permiso para el resto de la semana, pero supongo que tengo también que instruir a un oficial de correcciones.

Puso su mano sobre el picaporte de la puerta y se disponía a accionarlo cuando el Oficial Kiley perdió lo que le quedaba de aplomo. Ella estaba impresionada con lo mucho que había durado.

—No se preocupe, Detective —dijo precipitadamente—. Aguardaré afuera. Pero, por favor, tenga cuidado. Este prisionero tiene una historia de incidentes violentos.

—Por supuesto que lo tendré —dijo Keri, ahora con voz melosa—. Gracias por ser tan comprensivo. Trataré de ser breve.

Él salió y cerró la puerta, y Keri regresó a su asiento, llena con una confianza y energía que hacía solo treinta segundos no estaban presentes.

—Eso fue divertido —dijo Anderson suavemente.

—Estoy segura de ello —replicó Keri—. Puede apostar que espero a cambio información valiosa por haberle brindado un entretenimiento de calidad.

—Detective Locke —dijo Anderson en un tono de falsa indignación—, usted ofende mi delicada sensibilidad. ¿Han pasado meses desde que nos vimos y aun así su primer impulso al verme es pedir información? ¿Nada de hola? ¿Nada de cómo está?

—Hola —dijo Keri—. Le preguntaría cómo está, pero es obvio que no está muy bien. Ha perdido peso. Su cabello ha encanecido. Tiene bolsas en sus ojos. ¿Está enfermo? ¿O es algo que pesa en su consciencia?

—Ambas cosas de hecho —admitió—. Verá, los muchachos aquí han sido un poco rudos conmigo últimamente. Ya no estoy entre los populares. Así que de vez en cuando ‘toman prestada’ mi cena. Recibí un masaje no solicitado en las costillas. Además, he recibido un toque de cáncer.

—No lo sabía —dijo Keri en voz baja, genuinamente sorprendida. Todas las señales físicas de un desgaste cobraban sentido ahora.

—¿Cómo iba a saberlo? —preguntó— No lo anuncié. Podría habérselo dicho en noviembre, en mi audiencia de libertad bajo palabra, pero usted no estuvo allí. No me la concedieron de todas formas. No es su culpa, sin embargo. Su carta fue adorable, muchas gracias.

Keri había escrito una carta a favor de Anderson luego de que él la hubo ayudado. No abogó por su liberación, pero había sido generosa en su descripción de cómo había ayudado a la fuerza.

—¿No le sorprendió que no se la dieran, supongo?

—No —dijo—, pero es difícil no tener esperanza. Era muy última oportunidad real de salir de aquí antes de que la enfermedad me lleve. Tenía sueños viéndome caminar por una playa en Zihuatanejo. Pero, ya no será. Pero dejemos la charla, Detective. Vamos al meollo por el que en verdad está aquí. Y recuerde, las paredes tienen oídos.

—Okey —comenzó, entonces se inclinó y murmuró—, ¿sabe acerca de lo de mañana por la noche?

Anderson asintió. Keri sintió resurgir la esperanza en su pecho.

—¿Sabe dónde se llevará a cabo?

Él meneó la cabeza.

—No puedo ayudarla con el dónde —murmuró igualmente—. Pero podría estar en capacidad de ayudarla con el por qué.

—¿En qué me beneficiará? —preguntó ella con amargura.

—Saber el por qué podría ayudarla a averiguar el dónde.

—Déjeme preguntarle por otro por qué —dijo, consciente de que la rabia la estaba atrapando y nada podía hacer.

—Muy bien.

—¿Por qué, después de todo, me está ayudando? —preguntó— ¿Ha estado guiándome todo el tiempo, desde la primera vez que vine a verlo?

—Esto es lo que puedo decirle, Detective. Usted sabe lo que yo hacía para ganarme la vida, cómo coordinaba el robo de niños a sus familias para dárselos a otras, con frecuencia a cambio de sumas altísimas. Fui capaz de dirigirlo a distancia usando un nombre falso y viviendo una vida feliz y sin complicaciones.

—¿Como John Johnson?

—No, mi feliz vida como Thomas Anderson, bibliotecario. Mi otro yo era John Johnson, facilitador de secuestros. Cuando fui atrapado, fui con alguien que ambos conocemos para asegurarme de que John Johnson fuese exonerado y que Thomas Anderson nunca fuese conectado con él. Esto fue hace casi una década. Nuestro amigo no quería hacerlo. Dijo que solo representaba a los que eran maltratados por el sistema y que yo era, y es gracioso pensar en ello ahora, un cáncer en ese sistema.

—Muy gracioso —convino Keri, sin reírse.

—Pero como sabe, puedo ser convincente. Le convencí de que me llevaba los niños de familias acaudaladas que no se los merecían, y se los daba a familias amorosas sin los mismos recursos. Luego le ofrecí una enorme cantidad de dinero para que lograra que me absolvieran. Yo creo que él sabía que yo estaba mintiendo. Después de todo, ¿de dónde sacaban esas familias de pocos recursos el dinero para pagarme? ¿Y eran estos padres que perdían a sus hijos así de terribles? Nuestro amigo es muy inteligente. Tuvo que haber sabido. Pero le di algo de dónde agarrarse, algo que decirse a sí mismo cuando tomara mi efectivo de seis cifras.

—¿Seis cifras? —repitió Keri, incrédula.

—Como dije, es un negocio muy lucrativo. Y ese pago fue el primero. En el transcurso del juicio, le pagué como medio millón de dólares. Y con eso, se puso en camino. Luego que fui absuelto y retomé mi trabajo usando mi propio nombre, él comenzó incluso a ayudarme a facilitar los secuestros para familias 'más merecedoras'. En tanto pudiera encontrar una forma de justificar las transacciones, estaba cómodo con ellas, incluso era entusiasta.

—¿Así que le dio el primer mordisco de la fruta prohibida?

—Lo hice. Y descubrió que le gustaba el sabor. De hecho, le encontró el gusto a muchas cosas grandiosas en las que nunca había pensado que podrían gustarle.

—¿Qué está diciendo exactamente? —preguntó Keri.

—Solo digamos que en algún punto del camino, ya no tuvo necesidad de justificar las transacciones. ¿Conoce el evento de mañana por la noche?

—¿Sí?

—Fue su creación —dijo Anderson—. y no es algo que él comparta. Se dio cuenta de que había un mercado para esa clase de cosas y para todos los festejos similares, más pequeños, a lo largo del año. Él llenó ese nicho. Controla en esencia la versión elegante de ese… mercado en el área Los Ángeles. Y pensar que antes de mí, él trabajaba en un despacho de una sola habitación junto a una venta de donas, representando a inmigrantes ilegales que eran imputados al azar por crímenes sexuales, por policías que tenían que cumplir cuotas.

—¿Así que desarrolló una consciencia? —preguntó Keri apretando los dientes. Se sentía disgustada, pero quería respuestas y le preocupaba que exteriorizar demasiado ese disgusto podría hacer que Anderson se cerrara. Él pareció percibir cómo se sentía ella pero prosiguió de todas formas.

—No en ese momento. Eso no fue lo que me hizo cambiar. Sucedió mucho después. Vi una historia en el noticiero local, hace como año y medio, acerca de una detective y su compañero que rescataron a una pequeña niña que había sido secuestrada por el novio de su niñera, un auténtico asqueroso.

—Carlo Junta —dijo Keri automáticamente.

—Correcto. En todo caso, en la historia, mencionaban que esta detective era la misma mujer que había ingresado a la academia de policía unos pocos años atrás. Y mostraron un vídeo de una entrevista que dio luego de su graduación en la academia. Dijo que se había unido a la fuerza porque su hija había sido secuestrada. Dijo que aunque no pudiera salvar a su propia hija, siendo policía, podría quizás ayudar a la hija de alguna otra familia. ¿Le suena familiar?

—Sí —dijo Keri suavemente.

—Así que —continuó Anderson— como trabajaba en la biblioteca y tenía acceso a todo tipo de vídeos de noticias pasadas, regresé y encontré la historia de la hija de esta mujer que fue secuestrada y la de su conferencia de prensa donde suplicó por el regreso a salvo de su hija.

Keri recordó la conferencia de prensa, casi toda borrosa en su recuerdo. Recordaba hablándole a una docena de micrófonos colocados delante de su cara, rogándole al hombre que había raptado a su hija en medio de un parque, que la había arrojado en una van como una muñeca de trapo, que la regresara.

Recordaba el grito de "Por favor, mami, ayúdame” y las bamboleantes colitas de pelo rubio alejándose, al tiempo que Evie, con solo ocho años en ese momento, desaparecía del parque. Recordaba los pedacitos de grava que todavía estaban incrustados en sus pies durante la conferencia de prensa, incrustados cuando ella corrió descalza por el estacionamiento, persiguiendo la van hasta que la dejó atrás con el rastro de polvo. Lo recordaba todo.

Anderson había dejado de hablar. Ella le miró y vio cómo asomaban las lágrimas a sus ojos, al igual que asomaban a los de ella. Él prosiguió.

—Luego de eso, vi otra historia, unos meses después, donde esta detective rescató a otro niño, esta vez un chico raptado cuando iba de camino a su práctica de béisbol.

—Jimmy Tensall.

—Y un mes después, ella encontró una bebé que había sido sustraída de un cochecito en el supermercado. La mujer que la había robado tenía un certificado de nacimiento falso y planeaba huir con la bebé hacia el Perú. Usted la atrapó en la puerta cuando se disponía a abordar el avión.

—Lo recuerdo.

—Ahí fue cuando decidí que ya no podía hacerlo más. Con cada transacción me acordaba de usted en la conferencia de prensa rogando por el regreso de su hija. Ya no pude tener ese recuerdo tan cerca. Me ablandé, supongo. Y justo entonces, nuestro amigo cometió un error.

—¿Cuál? —preguntó Keri, con una sensación de hormigueo que solo aparecía cuando sentía que algo grande estaba a punto de ser revelado.

Thomas Anderson la miró. Ella podía asegurar que debatía consigo mismo una importante decisión. Entonces su ceño se distendió y sus ojos se aclararon. Parecía haberse decidido.

—¿Confía en mí? —preguntó en voz baja.

—¿Qué clase de pregunta es esa? No me venga con esa m...

Pero antes de que finalizara la frase, él ya había apartado de un golpe la mesa que los separaba, rodeaba con sus esposas el cuello de ella, y la hacía caer al suelo, deslizándose hasta un rincón de la sala de interrogatorio.

Cuando el Oficial Kiley irrumpió en la habitación, Anderson se escudó con el cuerpo de ella, manteniéndola delante de él. Ella sintió una aguda punzada en su cuello, miró hacia abajo y vio lo que era. Parecía el mango de un cepillo de dientes que había sido afilado. Y estaba siendo presionado sobre su yugular.

Un Rastro de Esperanza

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