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CAPÍTULO OCHO

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Keri se apresuró a regresar a su auto, esperando abandonar la estructura del estacionamiento antes de que alguien notara que se había ido. Su corazón latía al ritmo de sus zapatos, que resonaban con fuerza y rapidez en el concreto.

Su ida a la enfermería había sido un regalo de Anderson. Él sabía que después de una situación de rehenes, de seguro ella tendría que encarar horas de interrogatorio, horas que ella no tenía para malgastar. Al pedir que a ella se le permitiera ir a la enfermería, le estaba asegurando una ventana de tiempo en la que habría poca supervisión y así, posiblemente sería capaz de irse sin ser acorralada por un hatajo de detectives de la División Centro.

Eso es exactamente lo que ella había hecho. Luego que una enfermera hubo limpiado un pequeño pinchazo en su cuello y puesto una gasa, Keri había simulado un breve ataque de pánico atribuido a una crisis post-rehén y había solicitado usar el baño. Ya que ella no era una reclusa, fue fácil escabullirse después de eso.

Caminó hacia el ascensor junto con el personal de mantenimiento que salía a las 9 p.m. El Oficial de Seguridad Beamon debe de haber estado disfrutando de un receso porque había otro hombre ocupando la recepción y este no la miró más de una vez.

Una vez fuera del edificio, comenzó a cruzar la calle en dirección al estacionamiento, esperando todavía que algún detective saliera corriendo detrás de ella exigiendo saber por qué había estado interrogando a un prisionero estando suspendida. Pero no escuchó nada.

De hecho, estaba en la sola compañía de sus latidos y sus pisadas, luego que los empleados de mantenimiento se dirigieron, bajando la calle, a la parada de autobús y la estación del metro. Aparentemente ninguno vino conduciendo al trabajo.

Solo fue cuando llegó al segundo piso de la escalera que escuchó el sonido de unos zapatos más abajo. Eran sonoros y pesados y parecían venir de la nada. Los habría notado si hubieran estado caminando desde antes. No podían haber cruzado la calle. Casi era como si alguien hubiera estado esperando su llegada para comenzar a moverse.

Se dirigió a su auto, como a medio camino de la hilera de la izquierda. Las pisadas la siguieron y ahora se hizo obvio que no era un par de zapatos sino dos, y que ambos claramente pertenecían a unos hombres. Sus pasos eran lentos y pesados y podía escuchar a uno de ellos resollar ligeramente.

Era posible que estos hombres fuesen detectives, pero lo dudaba. Lo más probable es que ya se hubiesen identificado si quisieran hacerle alguna pregunta. Y si fueran policías con malas intenciones, no estarían aproximándose a ella en el estacionamiento de Twin Towers. Había cámaras por todas partes. Si estuvieran en la nómina de Cave y se propusieran hacerle daño, habrían aguardado hasta que ella hubiese salido del edificio público.

Keri deslizó su mano automáticamente hasta la funda de su pistola antes de recordar que había dejado su arma personal en la cajuela. Había querido evadir preguntas sobre seguridad, y por ello había decidido que llevar su arma personal a la cárcel de la ciudad no la ayudaría a alcanzar ese objetivo. Por la misma razón, su pistola de tobillo se encontraba en el mismo lugar. Estaba desarmada.

Sintiendo que su pulso se aceleraba, Keri se ordenó a si misma guardar la calma, y no acelerar el paso para dejarle saber a estos sujetos que ya estaba al tanto de ellos. Ellos tenían que saber. Pero mantener el disimulo podría darle tiempo. Igual pasaba con voltear a mirar sobre su hombro; se rehusó a hacerlo. Eso era ponerlos a correr tras ella.

En su lugar, miraba con naturalidad las ventanillas de algunos de los utilitarios más brillantes, con la esperanza de tener una idea de con quiénes se las veía. Al cabo de unos cuantos autos, fue capaz de detallarlos. Dos sujetos, ambos de traje: una grande, el otro enorme con una panza que sobresalía por encima de su cinturón. Era difícil calcular la edad, pero el más grande se veía más viejo también. Él era el que resollaba. Ninguno llevaba armas, pero el gordo tenía lo que parecía un Taser, y el más joven apretaba en su mano una especie de porra. Aparentemente alguien la quería viva.

Tratando de parecer desenfadada, sacó las llaves de su cartera, deslizando hacia afuera los extremos agudos por entre los nudillos mientras pulsaba el botón para abrir su auto, ahora a solo siete metros de distancia. Los dos hombres todavía estaban a tres metros de ella, pero no había forma de que llegara al auto, abriera la puerta, se subiera, cerrara la puerta, y la asegurara antes de que la atraparan, incluso para su tamaño. Se maldijo en silencio por no haber estacionado en reversa.

El bip que hizo su auto pareció sorprender al gordo y lo hizo tambalearse un poco. Luego de eso, Keri supo que pretender que no los notaba a estas alturas parecería más sospechoso que voltear, así que se detuvo abruptamente y se giró rápidamente, tomándolos por sorpresa.

—¿Cómo les va, amigos? —preguntó dulcemente, como si toparse con dos tipos descomunales justo detrás de ella fuera lo más natural del mundo. Ambos dieron un par de pasos antes de extrañamente detenerse a metro y medio de ella.

El más joven pareció estar confundido. El más viejo comenzó a abrir la boca para hablar. Los sentidos de Keri hormigueaban. Por alguna razón, notó que el hombre había dejado una porción de pelo en el lado izquierdo de su cuello la última vez que se había afeitado. Casi sin pensarlo, pulsó el botón de alarma de su auto. Ambos hombres miraron sin querer en esa dirección. Ahí fue cuando ella se movió.

Se abalanzó con rapidez, abanicando su puño derecho, el que tenía las llaves sobresalientes, hacia el lado izquierdo de la cara de él. Todo comenzó a moverse en cámara lenta. Él la vio demasiado tarde y para cuando comenzó a levantar su brazo izquierdo para tratar de bloquear el puñetazo, ella ya había hecho contacto.

Keri supo que había sido un golpe directo porque al menos una de las llaves se hundió bastante antes de encontrar resistencia. El grito salió casi de inmediato mientras la sangre salía a borbotones de su ojo. Ella no se paró a admirar su obra. En lugar de ello, usó el impulso hacia adelante para abalanzarse, pegando su hombro derecho con la rodilla izquierda de él, aunque ya estaba desplomándose en el suelo.

Escuchó un desagradable pop y supo que los ligamentos de la rodilla se habían desgarrado violentamente al caer al suelo. Sacó ese sonido de su cerebro mientras intentaba rodar con suavidad hacia atrás para poderse poner de pie.

Desafortunadamente, lanzarse contra una persona así de corpulenta había estremecido su cuerpo de pies a cabeza, volviendo a agravar el dolor de las lesiones que había sufrido solo unos días antes. Su pecho se sentía como si lo hubiesen impactado con una sartén. Estaba casi segura de que al abalanzarse se había golpeado su rodilla lesionada con el concreto del suelo del estacionamiento, y la colisión además había dejado su hombro derecho palpitando de dolor.

Más problemático que todo lo demás era que aplastar al hombre había ralentizado lo suficiente sus movimientos como para que el más joven, que estaba en mejor forma, recuperara el sentido. Cuando Keri terminó de rodar y trató de recuperar el equilibrio, ya él estaba moviéndose hacia ella, llameando en sus ojos una mezcla de furia y temor, mientras comenzaba a abanicar hacia abajo la porra que cargaba en su mano derecha.

Se dio cuenta que no iba a ser capaz de evitarla por completo y giró su cuerpo de tal manera que el golpe aterrizara en el lado izquierdo en lugar de su cabeza. Sintió el brutal mazazo en las costillas en el lado izquierdo de su torso justo por debajo del hombro, seguido por un agudo dolor que se irradió desde el punto de impacto.

El cuerpo se quedó sin aire al caer de rodillas delante de él. Sus ojos se llenaron de lágrimas, inmediatamente después de recibir el golpe, pero aun así logró captar algo terrible justo delante de ella. Los pies del hombre más joven habían comenzado a ponerse de puntillas, y sus talones ya se despegaban del suelo.

A Keri le tomó menos de una fracción de segundo entender lo que eso significaba. Él se estaba alzando, levantando la porra por encima de su cabeza, para aplicar un golpe de lleno sobre ella y así noquearla. Ella vio el pie izquierdo comenzar a moverse hacia adelante, y comprendió que estaba iniciando el movimiento hacia abajo.

Ignorando todo —su incapacidad para respirar, el dolor que rebotaba entre su pecho, su hombro, sus costillas y su rodilla, su visión borrosa— se abalanzó hacia él. Sabía que las rodillas no le proporcionaban mucho impulso, pero esperaba que este fuera suficiente para impedir un golpe directo en su coronilla. Al hacerlo, lanzó su mano derecha, la que todavía sostenía las llaves, en dirección a la entrepierna del sujeto, esperando hacer cualquier clase de contacto.

Todo sucedió al mismo tiempo. Ella sintió que la porra golpeó la parte superior de su espalda al tiempo que escuchó el gruñido. El golpe que le clavaron le dolió, pero solo por un segundo, al darse cuenta de que el hombre había aflojado la porra casi inmediatamente después de hacer contacto. Escuchó que golpeaba el concreto y rodaba a lo lejos, mientras ella caía al suelo.

Al levantar la vista, vio que el hombre se doblaba, con ambas manos atenazando la zona de su ingle. Maldecía a voz en cuello sin hacer pausa. Al menos por el momento, parecía ajeno a ella. Keri miró al gordo, que estaba a unos metros de distancia, todavía rodando por el suelo, gritando en su agonía, con ambas manos cubriéndose el ojo izquierdo, aparentemente inconsciente de lo que pasaba con su rodilla, que había quedado doblada de una manera extraña.

Keri aspiró una buena bocanada de aire por un momento que pareció eterno, y se forzó a sí misma a entrar en acción.

Levántate y muévete. Esta es tu oportunidad. Puede que sea la única.

Ignorando el dolor que sentía por todas partes, se levantó del duro suelo y entre cojeando y corriendo se dirigió hasta su auto. El más joven apartó la vista de su entrepierna e hizo el intento de extender el brazo para agarrarla. Pero ella se apartó bien de él y se abalanzó hacia su auto: subió, cerró, encendió y arrancó sin siquiera mirar por el retrovisor. Parte de ella esperaba que el joven estuviera allá atrás y ella escuchara un golpe sordo al impactar sobre él.

Pisó el acelerador, pasó volando la esquina del segundo piso, y bajó al primero. Al acercarse a la caseta de salida, le sorprendió ver al hombre más joven bajar por las escaleras y arrastrarse en dirección al auto de ella.

Pudo ver el horror en la cara del empleado de la caseta, que estaba mirando alternativamente al hombre encorvado que se arrastraba en dirección a él, y los neumáticos chirriantes que iban a toda velocidad hacia el mismo punto. Casi se sintió mal por él. Pero ello no impidió que pasara acelerando por la salida, golpeando el portón de madera, y haciendo volar pedazos del mismo en medio de la noche.

*

Pasó la noche en casa de Ray. Por un lado, no parecía aconsejable que regresara a la suya. No sabía quién había venido tras ella. Pero si estaban dispuestos a atacarla en un estacionamiento repleto de cámaras y cercano a la cárcel, su apartamento no lucía como una gran fortaleza. Además, para cómo se sentía, Keri no estaba en condiciones de enfrentar esa noche a otros atacantes.

Ray había preparado un baño para ella. Lo había llamado estando en camino para que supiera lo esencial, y él, misericordioso, no la acribilló a preguntas mientras trataba de recuperarse. Mientras ella descansaba en el agua, dejando que su tibieza aliviara los huesos adoloridos, él se sentó en una silla junto a la bañera, intentando con paciencia que de cuando en cuando sorbiera unas cucharadas de sopa.

Más tarde, luego de secarse y ponerse un pijama de él, se sintió mejor como para hacer un análisis. Se sentaron en el sofá de la sala de recibo, iluminada tan solo con media docena de velas. Ninguno de ellos comentó el hecho de que las armas de ambos descansaban sobre la mesita cercana.

—Luce tan descarado —dijo Ray, refiriéndose a la gravedad del ataque en el estacionamiento— y como desesperado.

—Estoy de acuerdo —dijo Keri—. Asumiendo que fuesen esbirros de Cave, ello me hace pensar que realmente le preocupaba que Anderson lo haya contado todo en esa sala de interrogatorios. Pero lo que no entiendo es, si estaba dispuesto a ir tan lejos, ¿por qué simplemente no hizo que esos dos sujetos me dispararan por la espalda y terminaran con esto? ¿Para qué lo del Taser y la porra?

—Quizás quería averiguar qué sabías, y ver quién más lo sabe, antes de deshacerse de ti. O quizás no fue Cave en lo absoluto. Mencionaste que Anderson te dijo que hay un topo en la unidad, ¿correcto? Quizás alguien más no quiere que esa información se descubra.

—Supongo que es posible —admitió Keri, aunque esa parte la dijo con la voz tan baja que casi no podía escucharse—. Pero es difícil imaginar que eso suceda en un recinto lleno de cámaras, donde cualquiera puede ser captado. Para ser honesta, todavía tengo problemas para procesar esa parte de la información.

—Sí, yo también —convino Ray—. Entonces, ¿qué hacemos a partir de ahora, Keri? Yo me quedé un par de horas más en esa sala de conferencias junto con Mags, pero no averiguamos nada nuevo. No sé cómo continuar.

—Creo que voy a seguir el consejo de Anderson —replicó.

—¿Qué, hablas de ver a Cave? —preguntó, incrédulo—. Mañana es sábado. ¿Simplemente vas a aparecerte en la puerta principal de su casa?

—No creo tener otra opción.

—¿Qué te hace pensar que eso vaya a aportar algo bueno? —preguntó.

—Nada me lo hace pensar. Pero Anderson está en lo correcto. A menos que algo reviente pronto, no quedan opciones, Ray. ¡Evie va a ser asesinada frente a una cámara de circuito cerrado en veinticuatro horas! Si hablar con Jackson Cave —para suplicarle por la vida de mi hija— tiene alguna posibilidad de que resulte, entonces voy a intentarlo.

Ray asintió, tomó la mano de ella en la suya, pasando sus enormes brazos alrededor de sus hombros. Lo hizo con delicadeza, pero ella no pudo evitar gemir de dolor.

—Lo siento —musitó—. Por supuesto que haremos lo que sea necesario. Pero voy contigo.

—Ray, no albergo muchas esperanzas de que esto funcione. Pero definitivamente él no dirá nada si tú estás parado junto a mí. Tengo que hacer esto sola.

—Pero él podría haber intentado matarte esta noche.

—Probablemente solo me habría mutilado —dijo sonriendo débilmente, tratando de enfriar las cosas—. Además, él no lo hará si me presento en su casa. Él no me va a estar esperando. Y sería demasiado riesgoso. ¿Qué clase de coartada tendría si algo me sucede mientras estoy en su casa? Quizás se engaña a sí mismo, pero no es estúpido.

—Bien —aceptó Ray—. No iré contigo a la casa. Pero puedes estar segura de que estaré cerca.

—Qué buen novio —dijo Keri, acurrucándose junto a él, a pesar de la molestia causada por ese movimiento—. Apuesto a que tienes una patrulla dando vueltas por el vecindario para asegurarte de que tu mujercita duerma segura esta noche.

—¿Por qué no dos? —dijo— No dejaré que nada te suceda.

—Mi caballero de brillante armadura —dijo Keri, bostezando a pesar suyo—. Todavía puedo recordar los días cuando era profesora de criminología en Loyola Marymount, y tú venías y le hablabas a mis estudiantes.

—Tiempos menos complicados —dijo Ray en voz baja.

—Y también recuerdo los días oscuros luego que se llevaron a Evie, cuando comencé a beber escocés en lugar de agua, cuando Stephen se divorció de mí porque me acostaba con todo lo que se moviera, y la universidad me despidió por corromper a uno de mis estudiantes.

—No tenemos que repasar toda la cinta de recuerdos, Keri.

—Solo digo, ¿quién fue el que me sacó de ese pozo de autocompasión, me sacudió el polvo, e hizo que me inscribiera en la academia de policía?

—Sería yo —musitó Ray suavemente.

—Correcto —coincidió Keri con un murmullo—. ¿Ves? Caballero en brillante armadura.

Ella descansó su cabeza sobre su pecho, permitiéndose relajarse al ritmo de la respiración al inhalar y exhalar. Mientras sus párpados se hacían más pesados y se iba quedando dormida, un último pensamiento cruzó por su cabeza: Ray en verdad había ordenado que dos patrullas circularan por el vecindario. Más temprano, había mirado por la ventana mientras se estaba cambiando y había contado al menos cuatro unidades. Y esas fueron las que ella pudo ver.

Esperaba que fuera suficiente.

Un Rastro de Esperanza

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