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CAPÍTULO NUEVE

Keri agarró con fuerza el volante, tratando de que las pronunciadas curvas del camino de la montaña no la pusieran más nerviosa de lo que ya estaba. Eran las 7:45 a.m., poco más de dieciséis horas antes de que su hija fuese supuestamente a ser sacrificada delante de docenas de acaudalados pedófilos.

Conducía a través de las sinuosas colinas de Malibú en una fría, pero despejada y soleada mañana de sábado, en el mes de enero, hasta la casa de Jackson Cave. Esperaba convencerlo de que le regresara a su hija sana y salva. Si no lo lograba, este sería el último día de la vida de Evie Locke.

Keri y Ray se habían levantado temprano, justo después de las 6 a.m. Ella no había tenido mucha hambre, pero Ray había insistido en que se obligara a comer unos huevos revueltos y tostadas junto a dos tazas de café. A las siete ya habían salido del apartamento.

Afuera, Ray habló brevemente con uno de los oficiales de patrulla, quien dijo que ninguna de las unidades había reportado ninguna actividad sospechosa durante la noche. Se los agradeció y los despidió. Entonces él y Keri se subieron a sus autos y condujeron por separado hasta Malibú.

A esa hora de un sábado por la mañana, las habitualmente abarrotadas rutas de Los Ángeles estaban prácticamente vacías. En veinte minutos, estaban en la Pacific Coast Highway, recibiendo los restos del amanecer en las Montañas Santa Mónica.

Para cuando Keri, con los nudillos en blanco, ascendía por Tuna Canyon Road hasta arriba, en las colinas de Malibú, el esplendor de la mañana había dado paso a la cruda realidad de lo que tenía que hacer. Su GPS indicaba que estaba cerca de la casa de Cave, así que se detuvo. Ray, que estaba detrás de ella, se adelantó hasta ponerse junto a ella.

—Creo que está justo después de la próxima curva —dijo a través de la ventanilla abierta del auto—. ¿Por qué no te adelantas y te colocas un poco más allá? Él es la clase de tipo que tendrá cámaras de seguridad por todas partes, así que no querríamos llegar hasta allá conduciendo juntos.

—Okey —convino Ray—. El servicio de telefonía celular es realmente intermitente acá arriba, así que una vez termines simplemente te seguiré bajando la colina, y luego intercambiamos información en esa cafetería que pasamos junto a la salida de Pacific. ¿Te suena bien?

—Suena como un plan. Deséame suerte, pareja.

—Buena suerte, Keri —dijo sinceramente—. Realmente espero que esto funcione.

Ella asintió, no siendo capaz de pensar en ese momento en una respuesta significativa. Ray le regaló una pequeña sonrisa y siguió para adelantarse. Keri esperó otro minuto, luego oprimió el acelerador y remontó la última curva antes de la casa de Cave.

Cuando la tuvo a la vista, le sorprendió descubrir que se veía modesta en comparación con otras casas de la zona, al menos en esa calle. El lugar tenía una apariencia de bungalow, casi como una versión elaborada de algo que uno podría encontrar en un resort de los mares del Sur.

Entonces, comprendió que esta no era siquiera la residencia principal de Cave en Los Ángeles. Él tenía una mansión en Hollywood Hills, localizada —de manera mucho más conveniente— cerca de su oficina, que estaba en una torre del centro. Pero era bien sabido que a él le gustaba pasar los fines de semana en su "retiro" de Malibú y ella había verificado para asegurarse de que allí era donde estaría esa mañana.

Un Rastro de Esperanza

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