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CAPÍTULO SEIS

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Keri trató que el corazón no se saliera de su pecho mientras se hallaba agazapada detrás de un arbusto al lado de la casa de Dean Chisolm. Se forzó a sí misma a respirar más despacio y en silencio, con el arma agarrada entre sus manos mientras aguardaba a que los oficiales uniformados tocaran la puerta principal. Ray estaba en un sitio parecido al de ella al otro lado de la casa. Había otros dos oficiales en el callejón de atrás.

A pesar del fresco que hacía, Keri sintió que una gota de sudor corría por su columna, justo bajo su chaleco antibalas, y trató de ignorarla. Eran pasadas las 7 p.m. y la temperatura estaba por debajo de los diez grados, pero ella había dejado su chaqueta en el carro a fin de tener una mayor libertad de movimiento. Podía imaginar lo pegajosa de sudor que estaría si se la hubiera dejado puesta.

El golpe dado a la puerta por uno de los oficiales sacudió todo su cuerpo. Se dobló un poco más para asegurarse que nadie que atisbase por una de las ventanas pudiera verla detrás del arbusto. El movimiento le produjo una ligera punzada en su costilla. Se había roto varias en un altercado con un secuestrador de niñas hacía dos meses. Y aunque técnicamente estaba completamente restablecida, ciertas posturas todavía hacían que la costilla protestara.

Alguien abrió la puerta y ella se forzó a hacer oídos sordos al ruido de la calle para escuchar con atención.

—¿Es usted Dean Chisolm? —oyó que preguntaba uno de los oficiales. Podía sentir los nervios en su voz y esperaba que quienquiera a quien le estuviese hablando no estuviera en las mismas.

—No. Él ahora no está aquí —contestó una voz muy joven, pero sorprendentemente llena de confianza.

—¿Quién eres?

—Soy su hermano, Sammy.

—¿Qué edad tienes Sammy? —preguntó el oficial.

—Dieciséis.

—¿Estás armado, Sammy?

—No.

—¿Hay alguien más en la casa, Sammy? ¿Tus padres, quizás?

Sammy rió ante la pregunta antes de recobrar la compostura.

—No he visto a mis padres en mucho tiempo —dijo en tono de burla—. Esta es la casa de Dean. La compró con su propio dinero.

Keri había aguantado bastante y salió de detrás del arbusto. Sammy miró en esa dirección justo en el momento en que ella enfundaba su pistola. Ella vio que sus ojos se agrandaban brevemente a pesar de sus mejores esfuerzos por conducirse de manera displicente.

Sammy se veía como la copia al carbón de su hermano mayor, incluyendo la piel pálida y los múltiples tatuajes. Su cabello era también negro, pero demasiado rizado para ponerlo en puntas. Aún así, vestía el obligado uniforme punk —camiseta negra, jeans ajustados con una innecesaria cadena colgando de ellos, y botas de trabajo negras.

—¿Cómo se las arregló Dean para comprar su propia casa con solo veinticuatro años? —preguntó ella sin presentarse.

Sammy la contempló, tratando de decidir si podía o no ignorarla.

—Es bueno en los negocios —contestó, con un tono que denotaba, si bien no abiertamente, una actitud desafiante.

—¿Le ha ido bien en los negocios últimamente, Sammy? —preguntó ella, dando un paso adelante, siempre agresiva, aspirando a sacar de su centro al chico.

Los dos oficiales uniformados le cedieron el puesto de tal manera que no había nadie entre Keri y Sammy. Ella no sabía si era una decisión consciente de parte de ellos, o era que querían quitarse de en medio de la confrontación. Sea como fuese, estaba feliz de tener todo el espacio para ella.

—No sabría decir. Yo soy solo un pobre estudiante de secundaria, señora —dijo, sonando más áspero.

—Eso no es verdad, Samuel —arremetió ella, feliz de haber leído el archivo sobre Chisolm que Edgerton le había enviado mientras rodaban hasta la casa. Vio que usar su nombre de pila le había sorprendido—, dejaste la escuela la primavera pasada. Le has mentido a una detective del Departamento de Policía de Los Ángeles. Ese no es un buen comienzo para nuestra relación. ¿Quieres enmendarlo?

—¿Qué quiere? —preguntó Sammy lleno de cautelosa petulancia. Ahora ya no jugaba en su terreno, y salió al porche yendo en contra de su buen juicio.

No se dio cuenta que Ray salía sin hacer ruido del otro lado de la casa y se colocaba a unos pasos de él. Keri avanzó para conservar la atención sobre ella. Ahora poco más de un metro los separaba.

—Quiero saber dónde está Dean —dijo, abandonando el tono juguetón—, y quiero saber dónde están las chicas que trajo esta tarde.

—No sé dónde está. Se fue hace unas horas. Y no sé nada acerca de unas chicas.

A pesar de ser un delincuente juvenil en ciernes, Keri sabía que Sammy nunca había sido arrestado, y mucho menos había pasado tiempo en prisión. Podía usar en su provecho el temor de él ante esa perspectiva. Decidió ir hasta el fondo con eso.

—Tú no estás siendo sincero, Samuel. Y yo estoy perdiendo la paciencia contigo. Ambos sabemos en qué negocio está metido tu hermano. Ambos sabemos cómo es que pudo adquirir esta casa. Y ambos sabemos que tú no estás invirtiendo el tiempo libre en obtener tu equivalencia de la escuela secundaria.

Sammy abrió la boca para protestar, pero ella levantó la mano y arremetió sin darle tregua.

—Estoy buscando a dos adolescentes desaparecidas. Fueron traídas aquí por tu hermano. Mi trabajo es encontrarlas. Si me ayudas a hacerlo, eso puede llevarte a una vida bastante normal. Si no, te va a ir bastante mal. Esta noche es tu oportunidad de evitar que te pongan en el sistema. Coopera o te meterás directo en un gran lío.

Sammy la contempló, tratando de mantener su rostro impasible, pero jadeaba y sus ojos estaban fijos de una forma poco natural. Abría y cerraba sus puños. Estaba aterrado.

Lo que Sammy no sabía era que Keri no tenía una orden. Si se hubiera quedado en el interior de la casa y se hubiera rehusado a hablarles, a ellos no les hubiera quedado más recurso que pedir una orden y aguardar hasta que esta hubiese sido aprobada.

Pero al salir para conversar con ella y al dejar la puerta abierta, se había colocado en una posición de vulnerabilidad. No se daba cuenta aún que, sin importar que accediera o no a ayudarles, ellos entrarían en esa casa. Su próxima decisión determinaría su futuro inmediato. Keri esperaba que él asumiera que ella no estaba engañándole. Esperaba que él decidiera con sabiduría. Pero no lo hizo.

—No sé nada —dijo, sin advertir que estaba sellando su propio destino.

Keri lanzó un suspiro. Casi sintió pena por él.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Ray.

A Sammy, que no había advertido que alguien estaba detrás de él, casi se le salieron las botas del salto que dio.

—¿Qué dia…? —comenzó a decir. Ray lo interrumpió.

—Detective Locke, creo escuchar algunos gritos que vienen de adentro pidiendo ayuda. ¿Los puede escuchar usted también?

—Creo que sí, Detective Sands. Oficiales, ¿pueden oírlos ustedes también?

Los dos oficiales uniformados a todas luces no podían, pero no querían ser unos puntos débiles. Ambos asintieron, y para darle mayor peso el que primero había tocado a la puerta añadió: —Seguro.

Ray miró hacia arriba ante la desmañada respuesta, pero continuó de todas formas.

—Oficiales, ¿pueden por ahora esposar al Sr. Chisolm y ponerlo en el asiento trasero de su auto mientras la Detective Locke y yo chequeamos esos gritos?

—Esto es pura basura —gritó Sammy, mientras uno de los oficiales lo tomaba de un hombro y le daba la vuelta para esposarlo—. Ustedes no pueden escuchar nada. Este es un registro ilegal.

—Me temo que no, Sammy —dijo Ray, desenfundando su arma y preparándose para entrar a la casa—. Esos gritos que todos escuchamos dan pie a circunstancias exigentes. Amigo, quizás deberías ir a la escuela de leyes una vez que saques ese diploma de la secundaria.

—Debiste haberme escuchado —susurró Keri al oído de Sammy antes de subir los escalones y sacar su pistola. Ray asintió y ambos entraron con las armas en alto.

El lugar era una pocilga. Había latas vacías de cerveza por doquier. Envoltorios de comida rápida cubrían la alfombra manchada. Una música venía de algún lugar en la parte de atrás.

Keri y Ray cubrieron la casa rápidamente. Ninguno de los dos esperaba encontrar gran cosa. El hecho de que no hubiera nadie sugería que había sido solo una área de paso. Las chicas probablemente eran traídas hasta allí pensando que iban a una fiesta, solo para ser drogadas y luego llevadas en masa.

Keri encontró el dormitorio trasero de donde provenía la implacable música tecno y la apagó. Entró en el baño adjunto y vio un par de pantis apelotonadas junto al retrete.

Con la ansiedad deslizándose en su interior, Keri regresó al dormitorio y notó algo que antes había pasado por alto. Había tres cerraduras en la puerta. Además de la del pestillo, había una tranca y una cadena.

—Hey, Ray, ven acá —llamó ella mientras se movía para mirar más de cerca. La cadena tenía un montón de marcas. Podía ser su imaginación, pero Keri no podía dejar de pensar que todas las marcas eran el resultado de que la cadena era puesta de prisa, por alguien que trataba de impedir que la gente saliera con facilidad.

Ray puso un pie en el dormitorio y Keri apuntó a la puertas.

—Varias cerraduras en la puerta del dormitorio —comentó él, señalando lo obvio.

—Hallé también pantis en el baño —dijo Keri.

—Hay varios pares más regados por el resto de los dormitorios también, al igual que unos cuantos sostenes —dijo Ray—. Encontré también algo de cocaína y yerba. Creo que tenemos suficiente como para arrestar a Sammy si queremos.

—Llamemos a la Unidad de Escena del Crimen para que recolecte las drogas y vea si puede conseguir algunas huellas. Quiero tener otra conversación con Sammy. Ahora que encara de verdad un tiempo arrestado, puede que sea más conversador, especialmente después de haber estado un rato sentado en la parte trasera de esa patrulla.

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