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CAPÍTULO TRES

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Keri ocupó el asiento de copiloto en el camino hacia Culver City, auto flagelándose en silencio. Intentó recordarse a sí misma que no había hecho nada incorrecto. Pero estaba amilanada por la culpa de olvidar algo tan simple como que ese día no había escuela. Hasta había sido incapaz de ocultar su sorpresa.

Estaba perdiendo contacto con lado parental y eso la asustaba. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que ella olvidara otros detalles, más personales? Hacía unas pocas semanas le habían dado pistas anónimas que la llevaron hasta la foto de una adolescente. Pero para vergüenza de Keri, no había sido capaz de asegurar que fuese Evie.

Cierto es, que habían pasado cinco años y la imagen era de baja resolución, tomada desde larga distancia. Pero el hecho de que ella no supiera de inmediato si la foto era o no la de su hija la había turbado. Incluso después que el gurú en tecnología de la unidad, el Detective Kevin Edgerton, le había dicho que su comparación digital de la imagen con las fotos de Evie a los ochos años de edad no era concluyente para establecer una correspondencia, su sensación de vergüenza permaneció.

Simplemente debí haberlo sabido. Una buena madre sabría si era real de inmediato.

—Llegamos —dijo Ray en voz baja, sacándola de sus pensamientos.

Keri levantó la vista y se dio cuenta que habían estacionado justo calle arriba después de la casa de Lanie Joseph. Los Caldwell tenían razón. Esta zona, aunque a menos de ocho kilómetros de su hogar, era de un aspecto bastante hostil.

Todavía eran solo las 5:30, pero el sol ya casi se había puesto y la temperatura estaba descendiendo. Pequeños grupos de jóvenes con atuendo de pandilla se estaban juntando en las bocacalles y las escalinatas de entrada, bebiendo cerveza y fumando cosas que no parecían cigarrillos. La mayoría de los céspedes estaban más marrones que verdes, y en todas partes las aceras estaban agrietadas, con la maleza abriéndose paso por entre los espacios. La mayoría de las residencias de la cuadra se veían como casas adosadas o dúplex, y todas tenían rejas en las ventanas y robustas puertas con tela metálica.

—¿Qué piensas, debemos llamar y pedir respaldo al Departamento de Policía de Culver City? —preguntó Ray—. Técnicamente, estamos fuera de nuestra jurisdicción.

—No... Tomará demasiado tiempo y quiero permanecer de bajo perfil, al entrar y al salir. Mientras más formal hagamos esto, más tiempo nos tomará. Si algo le pasó a Sarah, no tenemos tiempo que perder.

—Okey, entonces vamos —dijo él.

Salieron del vehículo y caminaron con presteza a la dirección que Mariela Caldwell les había proporcionado. Lanie vivía en el frente de una townhouse de dos unidades en Corinth, justo al sur de Culver Boulevard. La autopista 405 estaba tan cerca que Keri podía distinguir el color del cabello de los conductores que pasaban.

Mientras Ray tocaba la puerta exterior de metal, Keri miró, dos casas más allá, a cinco hombres apiñados en torno al motor de un Corvette, sentados sobre bloques en la carretera. Algunos de ellos lanzaban miradas de desconfianza a los intrusos, pero nadie dijo nada.

El sonido de varios niños chillando salía del interior. Al cabo de un minuto, la puerta de madera fue abierta por un pequeño niño rubio que no tendría más de cinco. Llevaba unos jeans llenos de agujeros y una camiseta blanca con una “S” tipo Supermán garabateada en casa.

Contempló a Ray, echando la cabeza hacia atrás todo lo posible. Luego miró a Keri, y pareciéndole menos temible, le habló.

—¿Qué quiere, señora?

Keri sintió que el chico no había recibido mucha luz y dulzura en su vida, así que se arrodilló hasta quedar a su nivel y le habló con la voz más gentil que pudo adoptar.

—Somos oficiales de policía. Necesitamos hablar un minuto con tu mami.

El niño, sin inmutarse, se volteó y gritó hacia el fondo de la casa.

—Mamá. Los policías están aquí. Quieren hablar contigo —aparentemente esta no era la primera vez que había recibido la visita de la ley.

Keri vio que Ray echaba un vistazo a los hombres que rodeaban el Corvette y sin mirar ella misma, le preguntó en voz baja: —¿Tenemos un problema por allá?

—Todavía no —contestó Ray por lo bajo—, pero podríamos tenerlo dentro de un rato. Debemos hacer esto rápido.

—¿Qué clase de policías son ustedes? —exigió saber el pequeño— No llevan uniformes. ¿Están encubiertos? ¿Son detectives?

—Detectives —le dijo Ray y aparentemente decidiendo que el chico no necesitaba ser consentido, le hizo a su vez una pregunta—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a Lanie?

—Oh, Lanie está en problemas de nuevo —dijo, con una sonrisa que abarcaba su rostro—. Nada sorprendente. Se fue a la hora del almuerzo para ver a su inteligente amiga. Supongo que esperaba que algo se le pegara. No apuesten a eso.

Justo entonces una mujer que vestía pantalones de chándal y una gruesa sudadera gris que decía “Continúa caminando”, apareció al final del vestíbulo. Mientras se aproximaba con pesadez hacia ellos, Keri la examinó. Era como de la estatura de Keri pero pesaba muy por encima de los noventa kilos.

Su pálida piel parecía fundirse con la sudadera gris, haciendo imposible asegurar dónde terminaba una y empezaba la otra. Su cabello rubio-grisáceo estaba recogido hacia atrás en una floja coleta, que estaba a punto de soltarse por completo.

Keri supuso que tenía menos de cuarenta, pero su cara agotada y desgastada la podía hacer ver como de cincuenta. Tenía bolsas bajo sus ojos y su rostro abotagado estaba cubierto de zonas enrojecidas, posiblemente debidas al alcohol. Estaba claro que alguna vez había sido atractiva, pero el peso de la vida la había consumido y ahora solo se podían entrever destellos de belleza.

—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó la mujer, menos sorprendida que su hijo de ver a la policía en su puerta.

—¿Es usted la Sra. Joseph? —preguntó Keri.

—No he sido la Sra. Joseph en siete años. Fue cuando el Sr. Joseph me dejó por una terapista de masajes llamada Kayley. Ahora soy la Sra. Hart, aunque el Sr. Hart se fue sin despedirse apropiadamente hace unos dieciocho meses. Pero es demasiado complicado cambiar el nombre de nuevo, así que me he quedado con él por ahora.

—Así que usted es la madre de Lanie Joseph —dijo Ray, tratando de encarrilarla de nuevo—, pero, ¿su nombre es…?

—Joanie Hart. Soy la madre de cinco vándalos, incluyendo ésa por la que están aquí. ¿Y qué fue exactamente lo que hizo esta vez?

—No estamos seguros de que haya hecho nada, Sra. Hart —afirmó Keri, que no quería crear un conflicto innecesario con una mujer que claramente vivía cómoda con él—, pero los padres de su amiga Sarah Caldwell no han podido contactarla y están preocupados. ¿Ha sabido de Lanie desde el mediodía de hoy?

Joanie Hart la miró como si fuera de otro planeta.

—No estoy pendiente de eso —dijo—. Estuve trabajando todo el día; 7-Eleven no cierra solo porque ayer fue Acción de Gracias, ¿saben? Regresé hace apenas media hora. Así que no sé dónde está. Pero eso no es especial. Ella está fuera la mitad del tiempo y nunca me dice adónde va. A ésa le encanta guardar secretos. Creo que tiene un chico, pero no quiere que yo lo sepa.

—¿Alguna vez mencionó el nombre de este chico?

—Como dije, ni siquiera sé si existe. Solo estoy diciendo que no me sorprendería. A ella le gusta hacer cosas para cabrearme. Pero estoy demasiado cansada u ocupada para enfadarme para que sea ella la que se cabree. Ya sabe cómo es —dijo, mirando a Keri, que no tenía idea de cómo era.

Keri sintió crecer su molestia con respecto a esta mujer, que no parecía saber ni importarle dónde estaba su hija. Joanie no había preguntado sobre su bienestar ni había expresado preocupación alguna. Ray pareció captar lo que estaba sintiendo y habló antes que ella.

—¿Nos puede dar el número de teléfono de Lanie y una foto reciente de ella, por favor? —preguntó.

Joanie lució sorprendida pero no lo expresó.

—Deme un segundo —dijo, y regresó por el corredor.

Keri miró a Ray, que sacudió su cabeza para compartir su disgusto.

—¿Te importa si espero en el auto? —dijo Keri— Me preocupa que vaya a decir algo… improductivo para Joanie.

—Ve. Yo me encargo de esto. Quizás puedas llamar a Edgerton y ver que él pueda saltarse las reglas para accesar las cuentas de sus redes sociales.

—Raymond Sands, por todos los dioses —dijo ella, recuperando un poco su sentido del humor—. Parece que estás adoptando algunos de mis más cuestionables métodos policiales. Creo que eso me gusta.

Se dio la vuelta y se alejó antes de que él pudiera responder. Por el rabillo del ojo, vio que los hombres dos puertas más abajo la estaban observando. Se subió el cierre de su chaqueta, consciente de pronto del frío. El final de noviembre en Los Ángeles era bastante suave, pero cuando el sol ya no estaba, la temperatura se mantenía un poco por encima de los diez grados. Y todos esos ojos sobre ella añadían un escalofrío extra.

Cuando llegó al auto, se giró y colocó de tal manera que tuviera una buena visión tanto de la casa de Lanie como de sus vecinos mientras marcaba el número de Edgerton.

—Aquí, Edgerton —contestó la entusiasta voz de Kevin Edgerton, el detective más joven de la unidad. Podía tener solo veintiocho, pero ese chico alto y desgarbado era un genio de la tecnología, y el responsable de haber ayudado a resolver muchos casos.

De hecho, había sido fundamental en ayudar a Keri a entrar en contacto con el Coleccionista mientras ocultaba su verdadera identidad. Keri imaginaba que ahora mismo, estaba apartando de los ojos los largos flequillos de color castaño. Por qué no se cortaba ese cabello descuidado y milenial era algo que estaba más allá su comprensión, al igual que sus habilidades técnicas.

—Hey, Kevin, es Keri. Necesito un favor. Quiero que veas si puedes hacerme el favor de acceder a un par de cuentas de redes sociales. Una es de Sarah Caldwell de Westchester, edad dieciséis. La otra es Lanie Joseph, Culver City, también de dieciséis. Y por favor, no me sermonees sobre órdenes de registro y causas probables. Estamos tratando aquí con circunstancias urgentes y…

—Lo tengo —la interrumpió Edgerton.

—¿Qué? ¿Ya? —preguntó Keri sorprendida.

—Bueno, no Caldwell. Todas sus cuentas están protegidas por una contraseña y requieren de su aprobación para ser vistas. Puedo descifrarlas si lo necesitas. Pero espero que podamos evitar todas las incómodas situaciones legales solo haciendo uso del material de Joseph. Ella es un libro abierto. Cualquiera puede ver sus páginas. Yo lo estoy haciendo ahora.

—¿Dicen algo sobre dónde estuvo hoy después del mediodía? —preguntó Keri, mientras observaba que tres de los hombres del Corvette caminaban hacia ella.

Los otros dos se quedaron atrás, con su atención puesta en Ray, que permanecía junto a la puerta principal de Hart, esperando que Joanie encontrara una foto reciente de su hija. Keri se acomodó ligeramente de tal manera que su peso quedase mejor repartido en caso de que tuviera que hacer un movimiento súbito.

—Ella no ha publicado nada en Facebook desde anoche, pero hay un montón de posts en Instagram de ella con otra chica, que presumo es Caldwell. Son del Fox Hills Mall. Una es en una tienda de ropa. Otra es en un mostrador de maquillaje. La última es una de ella en lo que parece una mesa en una plaza de comidas, comiendo un pretzel. La leyenda dice ‘delicioso’. Es de las dos y seis p.m.

Los tres hombres caminaban ahora por el césped de los Harts y estaban a menos de siete metros de Keri.

—Gracias, Kevin. Una última cosa. Voy a enviarte los números de celular de ambas chicas. Apuesto a que el GPS fue apagado en ambos, pero necesito que rastrees su última localización conocida antes de que eso sucediera —dijo, al tiempo que los hombres se detenían enfrente de ella—. Tengo que irme. Volveré a llamarte si necesito más.

Keri colgó antes de que él pudiera responder y deslizó el teléfono en su bolsillo. De paso, desabrochó de manera discreta la funda de su arma.

Contemplando a los hombres, pero sin decir palabra, siguió recostada del vehículo, pero levantó la pierna derecha de tal manera que la planta de su pie descansara en la portezuela. De esa forma, tendría un extra de potencia si necesitaba impulsarse hacia adelante.

—Buenas tardes, caballeros —dijo finalmente con un tono firme, amigable—. Afuera está un poco fresco esta noche, ¿no creen?

Uno de ellos, claramente el alfa, soltó una risita y se volteó a sus amigos. —¿Dijo esta perra que está un poco fresco para sus pezones? —era hispano, de corta estatura, y un poco panzón visto de cerca, pero la amplia camisa de franela ocultaba su corpulencia, dificultando a Keri el determinar con quién se las tenía que ver. Los otros hombres eran altos y flacos, con las camisas colgando de sus esqueletos. Uno era blanco y el otro era hispano. Keri se tomó un momento para apreciar la diversidad racial de esta peculiar pandilla callejera antes de decidirse a aprovecharse de eso.

—¿Permiten ustedes por estos días que entren chicos blancos? —preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia el que desentonaba— ¿Qué? ¿Acaso es difícil conseguir suficientes miembros de piel morena dispuestos a seguir tus órdenes?

A Keri no le gustaba jugar esta carta, pero necesitaba crear una división entre ellos y sabía que muchas de estas pandillas eran muy exigentes con respecto a los requerimientos de ingreso.

—Esa boca te va a meter en problemas, mujer —siseó el Alfa.

—Sí, problemas —repitió el blanco. El hispano alto permaneció en silencio .

—¿Siempre andas por allí repitiendo los que tu jefe dice? —le preguntó Keri al blanco— ¿Levantas la basura que él deja caer en el suelo, también?

Los dos hombres se miraron entre sí. Keri podía afirmar que había puesto el dedo en la llaga. Detrás de ellos, vio que Ray había conseguido la foto de Lanie y caminaba hacia ellos. Los otros dos hombres junto al Corvette comenzaron a caminar en su dirección, pero él les lanzó una mirada penetrante y ellos se pararon en seco.

—Esta perra es ruda —dijo el blanco, aparentemente incapaz de inventarse algo más ingenioso.

—Puede que tengamos que enseñarte a ser educada —dijo Alfa.

Keri notó que el hispano alto se tensó al escuchar aquello. Y de pronto ella comprendió cuál era la dinámica que había entre los tres. Alfa era el impulsivo. Blanco era el seguidor. Silencioso era el pacífico. Él no había venido para meterse en ningún problema. Intentaba impedirlo. Pero no había hallado aún la manera y eso era culpa de Keri. Decidió lanzarle una cuerda y ver si él la usaba.

—¿Ustedes son gemelos? —le preguntó, mientras apuntaba con la cabeza hacia Blanco.

Él la miró por un segundo, claramente sin saber qué comentar al respecto. Ella le guiñó un ojo y la tensión pareció desaparecer de su cuerpo. Casi sonrió.

—Idénticos —contestó, aprovechando la oportunidad.

—¡Eh, Carlos, no somos gemelos, hombre! —dijo Blanco, sin estar seguro de estar confundido o enojado.

—No, hombre —intervino Alfa, olvidando por momentos su enfado—, la perra tiene razón. Es difícil distinguirles a ustedes. Tenemos que prenderles unas etiquetas, ¿no es así?

Él y Carlos rieron, y Blanco se les unió, aunque todavía lucía perplejo.

—¿Cómo estamos por aquí? —preguntó Ray, sobresaltando a los tres. Keri intervino antes de que se irritaran de nuevo.

—Creo que estamos bien —dijo—. Detective Ray Sands, me gustaría presentarte a Carlos y a su hermano gemelo. Y este es su querido amigo… ¿cuál es tu nombre?

—Cecil —dijo de buen grado.

—Este es Cecil. Les gustan los Corvettes y seducir a mujeres más viejas. Pero desafortunadamente, vamos a tener que dejarles con la reparación del auto, caballeros. Nos gustaría quedarnos, pero ya saben cómo son las cosas con el Departamento de Policía de Los Ángeles, siempre trabajando. A menos que quieran que nos plantemos por aquí y discutamos sobre la buena educación un poco más. ¿Te gustaría eso, Cecil?

Cecil echó un vistazo a los 104 kilos de Ray, luego a Keri, aparentemente tranquila a pesar de sus insultos. Pareció decidir que era suficiente.

—No, ‘ta bien. Sigan con su cosa policial. Nosotros estamos ocupados con la reparación del auto, como dijiste.

—Bien, chicos, tengan una buenísima noche, ¿okey? —dijo Keri con un nivel de entusiasmo que solo Carlos percibió destilaba algo de burla. Asintieron y se encaminaron de regreso al Corvette mientras Keri y Ray se subían a su auto.

—Pudo haber sido peor —dijo Ray.

—Sí, sé que a causa de ese balazo todavía no estás al cien por ciento. Supuse que no podía dejar que te involucraras en un altercado con cinco miembros de una pandilla si podía hacer algo al respecto.

—Gracias por cuidar a tu inválida pareja —dijo Ray mientras arrancaba.

—Ni lo menciones —dijo Keri, ignorando el sarcasmo.

—Y Edgerton, ¿tuvo suerte con las redes?

—La tuvo. Tenemos que ir a Fox Hills Mall.

—¿Qué hay allí?

—Espero que esas niñas —dijo Keri—, pero tengo la sensación de que no seremos tan afortunados.

Un Rastro de Vicio

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