Читать книгу Un Rastro de Crimen - Блейк Пирс - Страница 13
CAPÍTULO SIETE
ОглавлениеKeri pensó que podía estar enferma. Era casi gracioso. Después de todo, había vivido flotando en una casa bote durante varios años. Pero flotar en un velero en el mar abierto del canal, sosteniendo unos binoculares pegados a los ojos por largos lapsos de tiempo era otra cosa.
Butch había ofrecido fondear el Pipsqueak, pero tanto a Keri como a Ray les preocupaba que un bote estacionado en el agua podría levantar sospechas. Por supuesto, un bote que navegaba para atrás y para adelante sin motivo alguno no era mucho mejor.
Al cabo de quince minutos de eso, Butch sugirió que se quedaran cerca del muelle que estaba frente al parque, cruzando el canal, donde al menos los otros botes les harían destacar menos. Keri, sin la certeza de poder contener la náusea por más tiempo, acogió de inmediato la sugerencia.
Hallaron un puesto desocupado y se quedaron allí mientras la medianoche se acercaba. La mordiente brisa invernal aullaba allá fuera. Sentada en la pequeña banca cerca de la ventana, Keri podía escuchar el sonido del agua azotando ruidosamente el casco. Lo acogió en su seno, intentando acompasar su respiración a ese ritmo. Sintió que el nudo en su estómago comenzaba a desatarse y el sudor de su frente comenzó a aliviarse un poco.
Eran las 11:57 p.m. Keri llevó los binoculares a sus ojos de nuevo y miró a través del canal hacia el parque. Ray, un metro más allá, estaba haciendo lo mismo.
—¿Ven algo? —preguntó Butch desde arriba—. Le excitaba ser parte de una operación policial y le estaba resultando difícil ocultarlo. Esto era probablemente la cosa más emocionante que le había sucedido en años.
Era el mismo tipo apergaminado que ella recordaba, con la piel curtida por la intemperie, la mata despeinada de cabellos blancos, y el sempiterno tufo de alcohol en su aliento. Bajo circunstancias normales, operar un bote en su condición era una violación. Pero ella estaba dispuesta a dejarlo pasar considerando la situación.
—Algunos árboles bloquean parcialmente la vista —respondió ella en voz baja pero audible—, y es difícil ver por el reflejo de la ventana, incluso con las luces apagadas aquí abajo.
—No puedo hacer nada con respecto a los árboles —dijo Butch—, pero ya sabes, las ventanas se abren parcialmente.
—No lo sabía —admitió ella.
—¿Cuánto tiempo viviste en ese bote? —preguntó Ray.
Keri, felizmente sorprendida de que él estuviera dispuesto a bromear a su costa, le sacó la lengua antes de añadir:
—Aparentemente no lo suficiente.
Una voz emanó de sus radios, interrumpiendo el momento de mayor naturalidad que habían tenido en todo el día. Era el Teniente Hillman.
—Todas las unidades prevenidas. Esta es la Unidad Uno. El mensajero tiene la carga, ha estacionado, y va a pie en ruta a su destino.
Hillman era una de las personas apostadas en el segundo piso del Club Windjammers, que tenía una ventajosa vista de gran parte del parque, incluyendo el puente. Estaba usando términos no específicos, asignados de antemano a todos los involucrados, para evitar compartir demasiada información a través de las líneas de comunicación, que siempre parecían estar intervenidas por ciudadanos curiosos a quienes les gustaba escuchar el tráfico policial. Rainey era el mensajero. La bolsa de dinero era la carga. El puente era el destino. El secuestrador sería llamado el sujeto y Jessica sería el activo.
—Esta es la Unidad Cuatro. Puedo ver el destino —dijo Keri, encontrando por fin un ángulo con una clara visión del puente—. No hay nadie visible en la cercanías.
—Esta es la Unidad Dos —se escuchó la voz de la Oficial Jamie Castillo, que estaba desempeñando el rol de la mujer indigente en el parque—. El mensajero acaba de pasar por mi ubicación al oeste del edificio comunitario, cerca del café. Las únicas otras dos personas que veo son individuos en situación de calle. Ambos han estado aquí toda la tarde. Ambos parecen estar durmiendo.
—No le quites el ojo a esos individuos, Unidad Dos —dijo Hillman—. No sabemos cómo es el sujeto. Cualquier cosa es posible.
—Copiado, Unidad Uno.
—Espero que ustedes, muchachos, puedan escucharme —el susurro nervioso de Tim Rainey salía con fuerza gracias al micrófono que tenía en el cuello—. Estoy en el parque y me dirijo al puente.
—Uff —musitó Ray por lo bajo— ¿Vamos a tener un reporte continuo de este tipo?
Keri le frunció el ceño.
—Está nervioso, Ray. No seas duro con él.
—Todas las unidades prevenidas. Este es el puesto de mando —dijo Manny Suárez desde la van, en el estacionamiento del centro comercial, que servía como puesto de mando móvil—. Tenemos ojos en toda el área y no hay movimiento a estas alturas aparte del mensajero, que está a cuarenta y cinco metros de su destino.
Keri miró su reloj: 11:59 p.m. En la distancia escuchó el motor de un bote en el extremo opuesto del canal principal de la marina. Leones marinos, a quienes les gustaba tomar baños de sol en los muelles durante el día, se llamaban entre sí. Aparte de eso, el viento, y las olas, todo estaba silencioso.
—Movimiento a lo largo de Mindanao Way acercándose al parque —se escuchó de una voz desconocida, agitada.
—Identifique su unidad —bramó Hillman—, y no use nombres propios.
—Lo siento, señor. Esta es la Unidad Tres. Hay un vehículo aproximándose al parque por... la calle que llega hasta él. Parece ser una motocicleta.
Keri se dio cuenta de quién era la Unidad Tres—el Oficial Roger Gentry. Los Ángeles Oeste no era la división más grande del Departamento de Policía de Los Ángeles y tenían escasez de personal disponible a esta hora, así que Hillman había convocado a todo oficial sin asignación y eso incluía a Gentry. Era un novato, con menos de un año en el trabajo, más o menos lo mismo que Castillo, pero con menos confianza o, aparentemente, capacidad.
—¿Alguien más ve algo? —preguntó Hillman.
—¿Puede alguien más oír eso? —preguntó Tim Rainey con voz demasiado alta, aparentemente olvidando que nadie podía responderle— Suena como que alguien viene.
—Esta es la Unidad Dos —dijo Castillo desde su refugio provisional, cerca del centro comunitario— Puedo verlo. Es una motocicleta. No puedo identificarla desde mi ubicación, pero es pequeña, una Honda, creo. Solo el conductor. Ha ingresado al parque y está rodando por el borde sur del camino de servicio en dirección al destino del mensajero.
Keri vio la moto también, acelerando a lo largo del camino de servicio que bordeaba el límite del parque cerca del agua. Volvió su atención a Tim Rainey, que estaba parado, tieso, en la mitad del puente, con la mano derecha asiendo fuertemente la bolsa.
—Esta es la Unidad Uno —anunció Hillman—. Tenemos el rifle a disposición, preparado para dar apoyo. ¿Alguien tiene una visión actualizada del vehículo?
—Esta es la Unidad Cuatro —dijo Ray—. Tenemos una visual. El conductor solitario está viajando a unos ochenta kilómetros por hora a lo largo del borde del camino de servicio. El vehículo está doblando a la derecha, eso es el norte, en dirección al destino.
—Creo que es alguien en una motocicleta —dijo Tim Rainey—. ¿Puede alguien decir quién es? ¿Es el sujeto? ¿Tiene a Jess?
—Unidad Cuatro, esta es la Unidad Uno —dijo Hillman, ignorando la charla de Rainey—. ¿Ven algún armamento? Rifle, listo.
—Rifle listo —se oyó la voz del francotirador junto a Hillman, en la habitación del segundo piso del club de yates.
—Esta es la Unidad Cuatro —contestó Ray—. No veo ningún arma. Pero mi visual está comprometida por la oscuridad y la velocidad del vehículo.
—Rifle, a mi señal —dijo Hillman.
—A su señal —replicó con calma el francotirador.
Keri observó al conductor de la moto pisar los frenos y hacer una súbita, dramática figura de caballito, levantando la rueda delantera. Cuando esta pisó de nuevo el camino, el conductor forzó la moto en un ajustado círculo, dando tres vueltas antes de salir de allí y acelerando de regreso por donde vino.
—Esta es la Unidad Cuatro —dijo con rapidez—. En descanso. Repito, recomiendo que el Rifle adopte posición de descanso. Creo que tenemos un sujeto que se divierte conduciendo a altas horas de la noche.
—Rifle, en descanso —ordenó Hillman.
Ciertamente, la moto continuó por la ruta por donde había venido, a través del camino de servicio, y cruzó el estacionamiento del parque. Ella lo perdió de vista cuando regresó a Mindanao.
—¿Quién tiene ojos en el mensajero? —preguntó con urgencia Hillman.
—Esta es la Unidad Cuatro —continuó Keri—. El mensajero está agitado pero ileso. Está parado allí, sin saber cómo proceder.
—Francamente, yo tampoco —admitió Hillman—. Solo mantengámonos en alerta, señores. Eso puede haber sido un señuelo.
—¿Viene alguien a buscarme? —preguntó Rainey, como en respuesta a Hillman. ¿Debo solo permanecer aquí? Asumo que debo permanecer aquí a menos que oiga otra cosa.
—Dios, ojalá se callara —musitó Ray, poniendo su mano sobre el micrófono para que solo Keri y Butch pudieran escucharlo. Keri no respondió.
Al cabo de unos diez minutos, Keri vio a Rainey, todavía de pie en la mitad del puente, revisar su teléfono.
—Espero que puedan escucharme —dijo—. Acabo de recibir un texto. Dice: ‘Al involucrar a las autoridades, has traicionado mi confianza. Has sacrificado la oportunidad de redimir a la niña pecadora. Yo debo determinar ahora si remuevo yo mismo el demonio o perdono tu insubordinación y te doy una oportunidad más para que purifiques su alma. Su destino estaba en tus manos. Ahora está en las mías’. Él sabía que ustedes estaban aquí. Todo su elaborado plan fue para nada. Y ahora no tengo idea de si él me contactará de nuevo. ¡Quizás han matado a mi hija!
Gritó la última frase, con la voz resquebrajándose por la furia. Keri pudo escuchar su voz que llegaba hasta la marina aunque también se dejaba oír en la radio. Lo vio caer de rodillas, soltar la bolsa, llevarse las manos a la cara, y comenzar a sollozar. Sintió su dolor de una manera íntima, familiar.
Era el grito angustiado de un padre que creía que había perdido a su hija para siempre. Lo reconoció porque ella había llorado de la misma forma cuando su propia hija fue raptada y ella no pudo hacer nada para impedirlo.
Keri se dio prisa en salir de la cabina del bote y llegar justo a tiempo al puente para vomitar, por la borda, en el océano.