Читать книгу Un Rastro de Crimen - Блейк Пирс - Страница 7
CAPÍTULO UNO
ОглавлениеLa Detective Keri Locke estaba frustrada. Se hallaba sentada en su escritorio de la División Pacífico Los Ángeles Oeste del Departamento de Policía de Los Ángeles, estudiando la pantalla de la computadora que tenía al frente.
Alrededor de ella, la estación era un rebullicio. Dos adolescentes que habían arrebatado una cartera e intentado escapar en patineta estaban siendo fichados. Un anciano estaba sentado en un escritorio cercano, explicándole a un paciente oficial cómo alguien tomaba su periódico todos los días antes de que pudiese salir a recogerlo. Dos tipos gordinflones estaban esposados a unas bancas en los lados opuestos del área de espera, porque se habían enfrascado en una pelea de bar a mitad de la tarde y todavía se tenían ganas. Keri los ignoró a todos.
En los últimos veinte minutos, había estado examinando cada aviso de la sección “estrictamente platónica” de Craigslist Los Ángeles. Era lo mismo que había hecho cada día de las últimas seis semanas desde que su amiga, la columnista de prensa Margaret “Mags” Merrywether, le había pasado un dato que esperaba la ayudara a encontrar a su desaparecida hija, Evie.
Evie había sido raptada hacía más de cinco años. Al cabo de una búsqueda implacable, casi siempre infructuosa, Keri por fin la había encontrado, pero solo para que le fuera arrancada de nuevo. El recuerdo de Evie siendo llevada lejos a bordo de una van negra, que doblaba la esquina y desaparecía de su vista, quizás para siempre, era demasiado. Sacó ese pensamiento de su cabeza y volvió a concentrarse en lo que tenía ante sí. Después de todo, era una pista. Y ella necesitaba desesperadamente una pista.
Fue a finales de noviembre cuando Mags hizo contacto con una sombría figura conocida solo como el Viudo Negro. Era alguien que arreglaba cosas, legendario por hacer el trabajo sucio de los ricos y poderosos, ya fuese asesinando enemigos políticos, desapareciendo a incómodos reporteros, o robando material de importancia.
En este caso, Keri sospechaba que tenía a su hija o conocía su ubicación. Ello, porque justo seis semanas atrás, Keri había rastreado al hombre que había raptado a Evie hacía años. Era un secuestrador profesional conocido como el Coleccionista. Keri había averiguado que su verdadero nombre era Brian Wickwire, luego de vencerlo en una pelea a muerte.
Haciendo uso de la información que halló más tarde en el apartamento de Wickwire, Keri había sido capaz de unir las piezas relativas a la ubicación de Evie. Llegó allí justo a tiempo para ver a un hombre más viejo obligando a la niña a subirse a la van negra. Llamó a su hija, ahora de trece, e incluso cruzó miradas con ella. De hecho, había escuchado que Evie pronunciaba la palabra “Mami”.
Pero el hombre embistió con la van el auto de Keri y escapó. Aturdida e imposibilitada de seguirlo, se había visto obligada a observar inerme cómo su hija desaparecía de su vista por segunda vez. Más tarde, esa misma noche, le dijeron que esa van había sido hallada en un estacionamiento vacío. El hombre viejo había recibido un tiro en la cabeza, estilo ejecución. Evie ya no estaba.
Después de eso y durante varias semanas, el departamento había seguido cada pista y sacudido cada árbol en busca de su hija. Pero todos eran callejones sin salida. Y sin ninguna evidencia que seguir, el equipo eventualmente tuvo que continuar con otros casos.
Finalmente fue Mags, que lucía como una modelo de portada para la revista Southern Socialite, pero era en realidad una reportera de investigación dura de pelar, quien brindó una nueva pista. Le dijo a Keri que la situación de Evie le recordaba a alguien a quien ella había investigado años antes, llamado el Viudo Negro. Notorio por pegar dos tiros en los estacionamientos, tarde en la noche, era también conocido por conducir un Lincoln Continental sin placas, visible en los vídeos de vigilancia donde la van negra fue hallada.
Y fue Mags, con el dato de una fuente confidencial y escribiendo de manera anónima, quien lo había contactado usando el, en apariencia anticuado, tablón de mensajes de Craigslist. Al parecer así era como a él le gustaba comunicarse con los posibles nuevos clientes.
Y para su asombro, había respondido casi de inmediato. Dijo que estaría en contacto, y que muy pronto le pediría que creara una nueva dirección de correo-e para que ambos pudieran comunicarse de manera confidencial.
Desafortunadamente, luego de esta comunicación inicial, él había callado. Mags lo había contactado por segunda ocasión hacía unas tres semanas, pero no había obtenido respuesta. Keri deseaba que lo intentara de nuevo, pero Mags insistía en que era una mala idea. Presionar a este sujeto solo haría que se ocultara. Con todo lo frustrante que podía ser, tenían que esperar a que él se comunicara otra vez.
Pero a Keri le preocupaba que ello nunca sucediera. Y mientras escrutaba la sección “estrictamente platónica” por tercera vez en ese día, no podía dejar de pensar que lo que en un momento pareció una pista prometedora podría ser otro devastador callejón sin salida.
Cerró la ventana en la pantalla y cerró sus ojos mientras respiraba hondo. Tratando de no dejarse abrumar por la desesperanza, permitió a su mente vagar por donde se le antojara. Algunas veces la llevaba a inesperados y reveladores lugares que ayudaban a resolver los rompecabezas que, ella creía, estaban más allá de su comprensión.
¿Qué se me está escapando? Siempre hay una pista. Solo tengo que reconocerla cuando la vea.
Pero no funcionó esta vez. Su cerebro se mantuvo dando vueltas alrededor de la idea del Viudo Negro, que no podía ser rastreado ni conocido.
Cierto era que en su tiempo ella había pensado lo mismo del Coleccionista. Y a pesar de ello, había sido capaz de ubicarlo, matarlo, y usar la información que estaba en su apartamento para descubrir la localización de su hija. Si lo hizo una vez, podía hacerlo de nuevo.
Quizás necesito revisar otra vez los correos electrónicos del Coleccionista, o regresar a su apartamento. Puede que haya pasado algo por alto la primera vez debido a que no sabía lo que buscaba.
Se le ocurrió que ambos hombres —el Coleccionista y el Viudo Negro— operaban en el mismo mundo. Ambos eran profesionales del crimen que trabajan por encargo —uno como secuestrador de niños, el otro como asesino. No parecía imposible que sus caminos se hubiesen cruzado en algún momento. Quizás el Coleccionista tenía un registro de ello en alguna parte.
Y entonces se dio cuenta que había otro fragmento de tejido conector. Ambos tenían lazos con el mismo hombre, un adinerado abogado del centro llamado Jackson Cave.
Para la mayoría de las personas, Cave era un prominente abogado corporativo. Pero Keri lo conocía como un negociante en las sombras que representaba a los despojos de la sociedad, y estaba secretamente involucrado en todo, desde las redes de esclavitud sexual, pasando por las operaciones de tráfico de drogas, hasta los asesinatos por encargo. Desafortunadamente, ella no podía probar nada de eso sin revelar algunos de sus propios secretos.
Pero incluso sin pruebas, tenía la certeza de que Cave estaba involucrado con ambos hombres. Y si ese era el caso, quizás habían interactuado. No era mucho. Pero era algo que seguir. Y ella necesitaba algo, cualquier cosa, que le impidiera volverse loca.
Estaba a punto de ir a la sala de evidencias para revisar de nuevo las cosas de Wickwire cuando su pareja, el Detective Ray Sands, vino hacia ella.
—Me encontré al Teniente Hillman en el cuarto de descanso —dijo—. Acaba de recibir una llamada y nos ha asignado un caso. Puedo darte los detalles cuando estemos en camino. ¿Te parece bien que salgamos? Te ves como a la mitad de algo.
—Solo investigo un poco —contestó, cerrando la pantalla—, nada que no pueda esperar. Vamos.
Ray la miró con curiosidad. Ella sabía que él era plenamente consciente de que no estaba siendo completamente sincera. Pero nada dijo cuando ella se puso de pie y se adelantó a salir de la estación.
*
Keri y Ray eran miembros de la Unidad de Personas Desaparecidas de la División Los Ángeles Oeste. La misma era considerada en general como lo mejor de todo el Departamento de Policía de Los Ángeles, y había dos buenas razones para ello. Habían resuelto más casos en los últimos dieciocho meses que la mayoría de las divisiones enteras en el doble de ese tiempo.
Cierto era también que Keri era vista como una impredecible que podía crear tantos problemas como los que resolvía. En ese momento, de hecho, estaba técnicamente bajo investigación por parte de Asuntos Internos, debido al resultado de su confrontación con el Coleccionista. Todos vivían diciéndole que solo era una formalidad. Y aún así planeaba sobre ella, como una nube gris amenazándola de continuo con un chubasco.
Con todo, a pesar de las cosas que a veces se llevaban por delante, nadie podía cuestionar sus resultados. Ray y Keri eran lo mejor de lo mejor, aunque pasaran por algunos tropiezos personales en esos días.
Keri optó por no pensar en ello mientras Ray le daba los detalles del caso y conducía hasta la escena. No podía lidiar al mismo tiempo con un caso de personas desaparecidas y una complicada relación con Ray. Tuvo, de hecho, que mirar por la ventana para no poner su atención en los fuertes y oscuros brazos que sujetaban el volante.
—La posible víctima es Jessica Rainey —dijo Ray—. Tiene doce y vive en Playa del Rey. La mamá normalmente se encuentra con ella mientras pedalea hasta casa desde la escuela, pero hoy encontró la bicicleta tirada en el borde de la calle y el morral metido en un arbusto cercano.
—¿Sabemos algo de los padres? —preguntó Keri, mientras se lanzaban calle abajo por Culver Boulevard en dirección a la comunidad costera, donde ella también vivía. Con frecuencia el desafecto de los padres era un factor determinante. Una sólida mitad de sus casos de niños desaparecidos involucraba a uno de los padres como secuestrador del chico.
—No mucho todavía —dijo Ray, mientras serpenteaban por en medio del tráfico. Estaban a comienzos de enero y afuera hacía frío, pero Keri advirtió que el sudor perlaba la cabeza calva de Ray mientras conducía. Parecía nervioso por algo. Antes de que pudiera profundizar en ello, él continuó.
—Están casados. Mamá trabaja en casa. Diseña invitaciones de boda ‘artesanales’. Papá trabaja en Silicon Beach, para una compañía tecnológica. Tienen un hijo más pequeño, un varón de seis años. Hoy está en la guardería que funciona después de clases. La mamá verificó y está allí, sano y salvo. Hillman le dijo que lo dejara allí por el momento, para que su día siga siendo normal hasta donde sea posible.
—No hay mucho que seguir —observó Keri—. ¿Está la Unidad de Escena del Crimen en camino?
—Sí, Hillman los envió al mismo tiempo que a nosotros. Puede que ya estén allí, esperemos que procesando la bicicleta y el morral en busca de huellas.
Ray pasó raudo el cruce con Jefferson Boulevard. En la distancia, Keri casi podía ver ahora su apartamento. Más allá estaba el océano, a solo poco menos de un kilómetro. El hogar de los Rainey estaba en una sección aparte de la comunidad, más sofisticada, sobre una gran colina con hogares multimillonarios. Estaban a menos de cinco minutos de distancia.
Keri notó que Ray se había quedado extrañamente en silencio. Podía afirmar que estaba reuniendo el coraje para decir algo. No podía explicar por qué, pero lo temía.
Ella y Ray Sands se habían conocido hacía más de siete años, bastante antes de que Evie fuese raptada, cuando ella era una profesora de criminología en la Universidad Loyola Marymount, y él era el detective local enviado como voluntario por su jefe para que hablara ante la clase de ella.
Luego que Evie fuese raptada y la vida de Keri se hubo derrumbado, él había estado allí, tanto como detective trabajando en el caso y como amigo dándole apoyo. Estuvo allí para ella mientras salía su divorcio y su carrera se deshacía. Fue Ray quien la convenció de unirse a la fuerza. Y cuando ella arribó a la División Los Ángeles Oeste tras dos años como oficial patrullera, él se convirtió en su pareja en la Unidad de Personas Desaparecidas.
En algún punto del recorrido, su relación se había vuelto más cercana. Quizás fuese en parte todo ese juego de flirteos. Quizás fuese el hecho de que cada uno había salvado la vida del otro, cantidad de veces.Quizás fuese en parte simple atracción. Ella incluso había notado que Ray, un notorio mujeriego, había dejado de mencionar a otras mujeres, ni siquiera en broma.
Fuese lo que fuese, en los últimos meses, cada uno había pasado mucho tiempo en la casa del otro después del trabajo, yendo juntos a los restaurantes, llamándose para conversar sobre temas extralaborales. Era como si fueran una pareja en todos los aspectos, excepto uno. Nunca habían dado el salto final para consumar esa conexión. Diablos, ni siquiera se habían besado.
¿Entonces por qué le tengo terror a lo que creo que está a punto de decir?
Keri adoraba pasar tiempo con Ray y una parte de ella quería llevar las cosas al siguiente nivel. Se sentía tan cercana al hombre que era extraño que nada hubiese sucedido. Y aún así, por razones para las que no podía encontrar palabras, temía dar el siguiente paso. Y podía sentir que Ray estaba a punto de cruzar el umbral.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo él al cruzar a la izquierda desde Culver para meterse en Pershing Drive, la serpenteante vía que llevaba a la parte más opulenta de Playa del Rey.
—Supongo.
No. No, por favor. Vas a arruinarlo todo.
—Me siento más cerca de ti que de ninguna otra persona en el mundo —dijo suavemente—, y tengo la sensación de que sientes lo mismo hacia mí. ¿Estoy en lo cierto?
—Sí.
Casi llegamos a la casa. Solo conduce un poco más rápido para que pueda salir de este auto.
—Pero no hemos hecho nada con respecto a eso —dijo.
—Supongo que no —concedió ella, sin saber qué más decir.
—Quiero cambiar eso.
—Ajá.
—Así que oficialmente te pido que salgamos en una cita, Keri. Me gustaría sacarte este fin de semana. ¿Te gustaría salir a cenar conmigo?
Hubo una larga pausa antes de que ella respondiera. Cuando abrió la boca, no estaba segura de lo qué saldría.
—No lo creo, Ray. Gracias de todos modos.
Ray se quedó quieto en el asiento, con sus ojos mirando al frente, boquiabierto, sin decir palabra.
Keri, igual de asombrada ante su propia respuesta, permaneció también en silencio y luchó contra las ansias de saltar del auto en movimiento.