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CAPÍTULO TRES

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Cinco minutos después, con Jessie aún furiosa, entraron al recibidor del Club Deseo, donde recibieron el alivio que necesitaban de un día que ya era tórrido con el aire acondicionado. Jessie echó un vistazo a su alrededor, observando el lugar. No pudo evitar pensar que el nombre, que, según Teddy significaba “Club de los Deseos”, era un tanto grandilocuente, a juzgar por lo que tenía delante.

Casi pasa por alto la entrada al club, una puerta grande, sin carteles, de roble envejecido, adosada a una estructura de aspecto modesto en el extremo más silencioso del puerto. La recepción misma no era nada del otro mundo, con un podio sencillo para la recepcionista que estaba ocupada en este momento por una morena atractiva de aspecto diligente que parecía tener unos veintitantos años.

Teddy se inclinó para hablarle en voz baja. Ella asintió e hizo un gesto al grupo para que pasaran a un pequeño pasillo. Solo cuando otra jovencita rubia, igual de bella, le pidió que depositara su bolso en un canasto, Jessie cayó en la cuenta de que el pasillo también hacía las veces de detector de metales, pero con estilo.

Cuando atravesaron el pasillo, la joven le devolvió su bolso y le indicó que debía seguir a los demás a través de una segunda puerta de paneles de madera que parecía fundirse con la pared que había a su lado. Si hubiera estado ella sola, puede que se hubiera pasado la puerta totalmente por alto.

Una vez atravesaron esa segunda puerta, toda la modestia de la recepción del edificio se desvaneció rápidamente. La habitación cavernosa y circular que estaba mirando con atención tenía dos niveles. El superior, donde estaba ella, tenía mesas en círculo y con vistas al nivel inferior, que se accedía mediante una amplia escalinata.

El nivel inferior tenía una pequeña pista de baile rodeada de multitud de mesas. Parecía que hubieran diseñado todo el lugar utilizando madera reciclada de viejos barcos de vela. Había paneles que estaban juntos, de los que estaban hechas las paredes, de diferentes calidades y tonos. Aunque ese revoltijo no debería haber funcionado bien, lo cierto es que lo hacía, dándole al espacio un ambiente náutico que resultaba reverencial, en vez de un truco barato.

Al extremo de la sala estaba lo más impresionante. Todo el lateral del club que daba al océano estaba compuesto de una ventana de cristal gigantesca, la mitad de ella por encima del nivel del agua, y la otra mitad por debajo. Dependiendo de donde se sentara uno, podía tener una vista del horizonte o de bancos de peces nadando bajo la superficie. Era espectacular.

Les llevaron hasta una mesa grande en el nivel inferior, donde les esperaba un grupo de unas quince personas. Teddy y Mel hicieron las presentaciones de rigor, pero Jessie ni siquiera trató de memorizar los nombres. Le dijeron que había cuatro parejas, con unos siete niños entre todas ellas.

En vez de eso, sonrió y asintió con cortesía a medida que cada una de ellas le asaltaba con más información de la que podía procesar.

“Yo me dedico al marketing en las redes sociales,” le dijo alguien llamado Roger o Richard. Se movía con nerviosismo todo el tiempo y se metía el dedo a la nariz cuando pensaba que no había nadie mirándole.

“Estamos seleccionando moquetas para la pared en este momento,” dijo la mujer sentada junto a él, una morena con mechas rubias en su pelo que a lo mejor era su mujer, pero que, sin duda alguna, le estaba echando miradas de deseo al tipo moreno al otro lado de la mesa.

Continuó así. Mel le presentaba a alguien, Jessie no intentaba memorizar su nombre de verdad, y en vez de eso, trataba de deducir algo sobre su verdadero carácter basándose en su aspecto, lenguaje corporal, y estilo verbal. Era una especie de juego, uno que utilizaba a menudo en situaciones incómodas.

Después de las presentaciones, entraron otras dos jovencitas muy guapas a recoger a los niños, incluido Daughton, para llevárselos a la Cueva del Pirata, que una de las esposas le dijo era el nombre de la zona de diversión infantil. Jessie asumió que debía de estar muy bien porque todos los niños se marcharon sin señal alguna de ansiedad por la separación.

Cuando se hubieron ido, la comida procedió más o menos como le había advertido Mel. Dos mujeres que, o eran gemelas o tenían aspecto tan similar que lo podrían haber sido, contaron una historia sobre un campamento de verano que principalmente se trataba de la horrible voz de canto del que lideraba las alabanzas.

“Sonaba como si estuviera a punto de dar a luz,” decía una de ellas mientras la otra se reía a carcajadas dándole la razón. En la medida que les prestaba atención, Jessie se perdió mientras se interrumpían y se imponían la una a la otra de manera interminable.

Un chico con un sorprendente pelo largo y rizado y una pajarita con la que estaba demasiado embelesado relataba los detalles de un partido de hockey al que había ido la primavera pasada. Solo que no había nada memorable sobre ello. La historia entera de cinco minutos solo era sobre quién metió los goles. Jessie seguía esperando algún giro en la historia, como cuando se ha arrojado un pulpo a la pista de hielo o algún fan ha saltado la barrera. Pero no hubo ninguno.

“De todos modos, fue un partido increíble,” concluyó finalmente, momento en el que ella supo que era su turno de sonreír con admiración.

“Mejor. Historia. Del. Mundo,” dijo Mel con sequedad, proporcionándole a Jessie el único momento satisfactorio que había disfrutado y algo así como un soplo de aire fresco.

Una gran parte de la conversación se consumió hablando de varios eventos que iban a tener lugar próximamente en el club, entre ellos el baile de Halloween, la Fiesta para Llevar los Barcos (fuera lo que fuera) y el Baile de las Vacaciones.

“Qué es eso de Llevar los…” comenzó a preguntar antes de ser interrumpida por los gritos de la mujer que estaba sentada dos sitios más abajo cuando una camarera tiró un vaso de agua, dejando caer unas gotas sobre ella.

“Zorra,” murmuró demasiado alto después de que se fuera la camarera. Poco después, todos los hombres se levantaron, besaron a sus esposas, y se despidieron. Kyle le lanzó a Jessie una mirada de perplejidad, pero les siguió sin decir nada.

“¿Supongo que te veré más tarde?” le preguntó más que decirle.

Ella asintió con cortesía, aunque estaba igual de confundida. Parecía que estuvieran en esa escena de Titanic, en la que todos los hombres se iban después de la cena para hablar de negocios y política tomando brandy en la sala de fumar.

Jessie observó cómo paseaban los hombres entre las mesas hasta llegar a la puerta de madera ornamentada que había al rincón de la sala, delante de la que había un hombre muy serio parado. Tenía el aspecto de un portero de club nocturno, solo que este llevaba puesto un esmoquin. Cuando los chicos de su mesa se acercaron, se echó a un lado para dejarles pasar. Dio la impresión de echarle una mirada escéptica a Kyle hasta que Teddy le murmuró algo. El portero asintió y le sonrió a Kyle.

El resto del almuerzo se pasó en un santiamén. Como había prometido Mel, la conversación se centró en los niños y en los niños por llegar, ya que al menos dos de las mujeres en el grupo estaban claramente embarazadas.

“Me estoy preparando para darle una bofetada al próximo barista que me eche miraditas mientras estoy dándole el pecho,” dijo alguien llamado Katlyn o Kaitlyn. “Fui demasiado tolerante después de que naciera Warner.”

“Amenaza con una demanda legal,” dijo la Morena de Mechas Rubias. “Yo lo hice y conseguí un certificado de cien dólares como disculpa. Lo mejor de todo es que nadie había hecho nada malo. Solamente me quejé de un ‘entorno de incomodidad.’”

Jessie era la única que no era madre de toda la mesa, pero intentó unirse a la charla, haciendo preguntas educadas sobre la escuela primaria local (“un basurero”) frente a la privada a la que parecían ir todos sus hijos.

Mientras Jessie escuchaba los desacuerdos sobre la mejor guardería o las opciones de preescolar y el consenso general sobre el mejor supermercado, sintió como su mente divagaba. Se pellizcó por debajo de la mesa unas cuantas veces cuando se enunciaron opiniones sobre las mejores iglesias, el mejor gimnasio local, y dónde encontrar el mejor vestido para el Baile de Vacaciones.

Sin embargo, dejó de intentar seguir quién estaba diciendo qué, o incluso de ofrecer afirmaciones sosas, y se metió en el papel de observadora pasiva, como si estuviera observando el comportamiento social de alguna especie exótica en plena naturaleza.

¿Es esta la vida con la que me he comprometido? ¿Almuerzos con damas que se enfocan en qué gimnasio tiene la mejor clase de spin? ¿Es este el mundo por el que Kyle ha estado trepando y del que quiere llegar a formar parte? Si es así, que me maten ahora mismo.

En algún momento, se dio cuenta de que Mel le estaba dando un golpecito en el hombro para decirle que el almuerzo se había terminado y que tenía que pasar a recoger a Daughton. Por lo visto, Teddy y Kyle se encontrarían con ellas en la recepción.

Jessie asintió, se despidió con elegancia de las mujeres cuyos nombres no podía recordar, y siguió sin pensar a Mel hasta la Cueva del Pirata. Se sentía desorientada y agotada, y solo quería regresar a casa, darse un baño, tomar una copa de vino, e irse a dormir. Echó una ojeada a su reloj y le sorprendió descubrir que no era ni la una del mediodía.

*

No consiguió distenderse hasta horas más tarde. Después del camino de regreso al hogar de los Carlisle y el rato obligatorio que pasaron allí, acabaron por irse a su casa, aunque no sin pasar antes por Costco para comprar productos básicos. Jessie se imaginó las caras de desaprobación que pondrían sus compañeras de almuerzo.

Más tarde esa misma noche, mientras ella se refrescaba la cara y Kyle se lavaba los dientes, se habían recuperado lo suficiente como para hacer una breve puesta en común del día.

“¿Qué pasó en la sala secreta a la que te fuiste?” le preguntó. “¿Te hicieron quitarte la ropa hasta quedarte en calzoncillos y te dieron diez latigazos?”

“La verdad es que estaba un poco preocupado de lo que pudiera haber detrás de esa puerta,” admitió Kyle mientras pasaban al dormitorio. “Pero resulta que solo se trataba de un bar para deportes muy bien equipado. Tenían los partidos en la televisión, un camarero dando vueltas y tomando nuestras órdenes, y unos cuantos tipos poniéndose o quitándose su ropa de golf.”

“Entonces, ¿nada de sala para fumar con brandy?” le preguntó Jessie, cuestionándose si pillaría la referencia.

“No que yo sepa, aunque me di cuenta de que Leonardo DiCaprio estaba vagando sin rumbo por el vestidor.”

“Bien hecho, marido,” dijo Jessie con admiración mientras se metía a la cama. “Todavía estás en tu punto.”

“Gracias, esposa,” le contestó, deslizándose debajo del edredón junto a ella. “De hecho, escuché que hay una sala para fumar puros por alguna parte, pero no fui en busca de ella. Creo que está oculta en algún rincón que está exento de las normas del club de no fumar. Pero apuesto a que hubiera podido conseguir un brandy si lo hubiera pedido.”

“¿Conociste a alguien interesante?” le preguntó con escepticismo mientras apagaba la luz del dormitorio.

“Sorprendentemente, sí,” dijo Kyle. “Eran todos bastante agradables. Y como dos de ellos están buscando inversiones potenciales, eso les hizo interesantes para mí. Creo que ese club puede ser un auténtico filón para hacer negocios. ¿Y tú?”

“Todo el mundo era muy agradable,” dijo Jessie titubeante, esperando que la oscuridad de la habitación ocultara su ceño fruncido. “Muy abiertas con todo tipo de ofertas para ayudarme con cualquier cosa que necesite.”

“¿Por qué puedo escuchar un ‘pero’ en alguna parte?”

“No. Es solo que ni una vez durante todo el tiempo que estuve a solas con ellas, ninguna de esas mujeres habló de otra cosa más que de niños, colegios o familia. Ni una mención de trabajos o acontecimientos actuales. Resultaba todo muy provinciano.”

“¿Quizá solo querían evitar temas polémicos en un almuerzo con alguien nuevo?” sugirió Kyle.

“¿El trabajo es algo polémico hoy en día?”

“No lo sé, Jessie. ¿Estás segura de que no estás buscándole tres pies al gato a esta inocente reunión?”

“No estoy diciendo que sean como las Esposas de Stepford o algo parecido,” insistió. “Pero excepto Mel, todas eran compulsivamente narcisistas. No creo que ninguna de ellas le dedique ni un pensamiento pasajero al mundo que hay más allá de sus ventanas. Solo digo que después de un rato, empecé a sentirme un tanto… claustrofóbica.”

Kyle se sentó sobre la cama.

“Esa manera de hablar suena familiar,” dijo, con preocupación en la voz. “No te enojes conmigo, pero la última vez que hablaste de sentirte claustrofóbica fue cuando—”

“Recuerdo la última vez,” interrumpió Jessie, disgustada. “Esto no es lo mismo.”

“Muy bien,” replicó Kyle delicadamente. “Pero entenderás que te pregunte si te sientes cómoda con tu medicación estos días. ¿Todavía funciona la dosis? ¿Crees que quizá sea buena idea organizar una cita con la doctora Lemmon?”

“Estoy bien, Kyle,” dijo ella, saliendo de la cama. “No siempre se trata de eso. ¿Es que no puedo expresar algunas reservas sin que te apresures a sacar conclusiones?”

“Por supuesto,” dijo él. “Lo siento. Por favor, vuelve a la cama.”

“Es que vamos, de verdad…. tú no estabas allí. Mientras tú estabas relajándote con los chicos, yo tenía una sonrisa falsa en la cara mientras estas mujeres hablaban de presentar demandas contra cafeterías. Esto no tiene que ver con la medicación. Tiene que ver con que ‘estas tipas son horribles’.”

“Lo siento, Jess,” repitió Kyle. “No debería haber dado por sentado que se trataba de la medicación.”

Jessie le miró, sin poder decidirse entre querer perdonarle o machacarle un poco más. Decidió no hacer ninguna de las dos cosas.

“Regresaré en unos minutos,” dijo ella. “Solo necesito distenderme. En caso de que estés dormido para cuando regrese, te daré las buenas noches ahora.”

“Muy bien,” dijo él sin ganas. “Buenas noches, Te quiero.”

“Buenas noches,” dijo ella, dándole un beso a pesar de su falta de entusiasmo en ese momento. “Yo también te quiero.”

Salió del dormitorio y se puso a vagabundear por la casa, esperando a que se disipara su frustración mientras pasaba de una habitación a la otra. Intentó sacarse el desdén de la cabeza, pero seguía colándose dentro de ella, irritándole a pesar de sus mejores intenciones.

Se estaba calmando lo bastante como para regresar a la cama cuando escuchó el mismo crujido distante de la otra noche. Solo que esta noche no estaba tan distante. Siguió el sonido hasta que encontró el que parecía ser su origen—el ático.

Se había detenido en el pasillo de arriba justo debajo de la puerta de acceso al ático. Después de un momento de titubeo, agarró la manivela que había en la puerta y le dio un tirón hacia abajo. Definitivamente, el crujido sonaba ahora más claro.

Se encaramó a la escalera de acceso con todo el sigilo que pudo, intentando no pensar en cómo este tipo de decisión siempre acababa terriblemente en las películas de miedo. Cuando subió las escaleras, sacó su teléfono y utilizó la función de linterna para registrar el espacio. Pero, excepto por unas cuantas cajas raídas y vacías, no había nada más en todo el espacio. Y el crujido se había detenido.

Jessie descendió con cuidado, reemplazó la escalera y, demasiado excitada como para dormir, reanudó su inquieto vagabundeo. Acabó en el dormitorio que estaban anticipando utilizar para el bebé, cuando y si alguno decidía unirse a ellos.

Ahora estaba vacío, pero Jessie podía imaginarse donde iría la cuna. Se la imaginaba contra la pared de atrás, con un móvil colgando sobre ella. Apoyó la espalda contra la pared y se deslizó hacia el suelo, con lo que acabó sentada con las rodillas delante de su rostro. Las envolvió con sus brazos y se abrazó con fuerza, intentando convencerse de que la vida en este nuevo y extraño lugar sería mejor de lo que parecía por el momento.

¿Estoy malinterpretando todo esto?

No podía evitar preguntarse que a lo mejor su medicación necesitaba un reajuste. No tenía claro si estaba siendo demasiado dura con Kyle o si estaba juzgando a las mujeres del Club Deseo con demasiada crudeza. ¿Era el hecho de que Kyle se estuviera adaptando tan fácilmente a este lugar mientras que ella no un reflejo de su adaptabilidad, de la fragilidad de ella, o de ambas? Kyle ya parecía sentirse como en casa, como si llevara viviendo años aquí. Se preguntó si ella llegaría alguna vez a ese punto.

No estaba segura de si solo estaba nerviosa porque su último semestre de clases empezaba al día siguiente y tendría que volver a sumergirse en el mundo del estudio de los violadores, depredadores infantiles y asesinos. Y no estaba segura de si ese crujido que seguía escuchando era real o solo estaba en su cabeza. En este momento, no estaba muy segura de nada. Y le asustaba.

La Esposa Perfecta

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