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CAPÍTULO CUATRO

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A Jessie le faltaba el aliento y le palpitaba con fuerza el corazón. Llegaba tarde a clase. Esta era la primera vez que pisaba el campus de la Universidad de California en Irvine y había sido toda una tarea encontrar su aula. Después de correr el último cuarto de milla a través del campus en medio del calor insoportable del mediodía, entró por la puerta. En la frente le brillaban unas gotas de sudor y su camiseta parecía estar ligeramente húmeda.

Se encontró al profesor Warren Hosta, un hombre alto de ojos rasgados y desconfiados y con un solo y patético mechón de pelo negro grisáceo encima de la cabeza, que estaba obviamente en mitad de una frase cuando irrumpió en el aula a las 10:04 de la mañana. Ya había escuchado los rumores sobre su impaciencia y su actitud grosera habitual y no le decepcionó. Se detuvo y esperó a que encontrara su asiento, mirándola fijamente todo el tiempo.

“¿Puedo continuar?” le preguntó sarcásticamente.

Buen comienzo, Jessie. Vaya manera de causar una primera impresión.

“Lo lamento, profesor,” dijo Jessie. “Este campus es nuevo para mí. Me hice un lío.”

“Espero que tus capacidades de deducción sean más potentes que tu sentido de la orientación,” le replicó con sagacidad antes de regresar a su discurso. “Como iba diciendo, para la mayoría de vosotros, este será vuestro último curso antes de obtener vuestro Masters en Psicología Forense. No va a ser tarea fácil.”

Jessie desabrochó su mochila con el mayor sigilo posible para sacar un bolígrafo y un cuaderno, pero el sonido de la cremallera pasando por cada diente pareció resonar en toda el aula. El profesor volvió la mirada hacia ella por el rabillo del ojo, pero continuó hablando.

“Distribuiré el programa en unos momentos,” dijo. “Pero, en general, esto es lo que se espera de vosotros. Además del trabajo habitual del curso y los exámenes asociados con ello, aquellos entre vosotros que todavía tengan que completar una entregaréis y defenderéis vuestra tesis. Además, todos—ya tengan la tesis completada o no—tendréis unas prácticas. Unos cuantos serán asignados a una instalación correccional, ya sea el Instituto California para Hombres en Chino o el Instituto California para Mujeres en Corona, ambos de los cuales albergan un grupo de criminales violentos. Otros visitarán la unidad de alto riesgo del DSH-Metropolitan, que es un hospital estatal en Norwalk. Allí tratan a pacientes a los que se conoce comúnmente como ‘criminales dementes,’ aunque cuestiones relativas a la comunidad local les impidan aceptar pacientes con un historial de asesinato, crímenes sexuales, o fuga.”

Una tácita corriente de electricidad atravesó el aula mientras los alumnos se miraban entre ellos. Esto era lo que habían estado esperando. El resto de la clase fue bastante directo, con una descripción del trabajo del curso y detalles para la redacción de sus tesis.

Por suerte, Jessie había completado y defendido la suya mientras estaba en USC, así que no le prestó demasiada atención a esta parte. En vez de eso, su mente regresó al extraño grupo del club de yates y al hecho de que, a pesar de la aparente generosidad y calidez de todas ellas, se sentía perturbada por ello.

Hasta que la charla no regresó a las prácticas, no se enfocó de verdad. Los alumnos estaban haciendo preguntas logísticas y académicas. Jessie tenía una propia, pero decidió esperar hasta después de la clase. No quería comentarlo delante del grupo.

Era evidente que la mayoría de sus compañeros de clase quería trabajar en una de las prisiones. La mención de un veto de la comunidad respecto a criminales violentos en Norwalk parecía limitar la popularidad de esta opción.

En cierto momento, el profesor Hosta indicó el final de la clase y la gente empezó a salir de la sala. Jessie se tomó su tiempo colocando de nuevo su cuaderno en su mochila mientras unos cuantos estudiantes le hacían unas preguntas a Hosta. Hasta que no se fueron y el profesor pareció empezar a salir del aula, no se le acercó.

“Deje que me disculpe de nuevo por llegar tarde, profesor Hosta,” dijo, intentando no sonar demasiado pelota. Con solo una clase, había tenido la clara impresión de que Hosta despreciaba a los que se humillaban excesivamente. Parecía preferir la curiosidad, incluso aunque rayara en la grosería, a la deferencia.

“No suenas demasiado arrepentida, señorita…” indicó, levantando el ceño.

“Hunt, Jessie Hunt. Y la verdad es que no lo estoy,” admitió, decidiendo en ese momento que iba a tener más suerte con este tipo si era directa. “Solo imaginé que sería mejor ser educada para obtener una respuesta a mi pregunta de verdad.”

“Que es…?” le preguntó, con el ceño elevado y aspecto de sorpresa intrigada.

Ahora tenía su atención.

“Noté que dijo que DSH-Metro no acepta pacientes con un historial de violencia.”

“Eso es correcto,” dijo él. “Es su normativa. Básicamente, estaba citando su página web.”

“Pero profesor, los dos sabemos que eso no es del todo exacto. El hospital de Norwalk tiene una pequeña sección acordonada para tratar a pacientes que han cometido algunos crímenes horriblemente violentos, entre ellos asesinatos en serie, violación, y una variedad de transgresiones a menores.”

Él le miró fijamente durante largo rato antes de responder.

“Según el Departamento de Hospitales del Estado, es en DSH-Atascadero en San Luis Obispo donde se tratan esos casos,” le replicó con cara de póker. “Metro trata con criminales no violentos, así que no estoy seguro de a qué te refieres.”

“Por supuesto que lo está,” dijo Jessie con más confianza de la que se esperaba.

“Se llama la División No-Rehabilitadora, o DNR en breve. Claro que ese solo es el vocablo aburrido que utilizan para consumo público. A nivel interno y dentro de los círculos de justicia criminal, a DNR se la conoce como la unidad de ‘alto-riesgo’ en DSH-Metro, que casualmente noté que es el término que utilizó para describirla en clase.”

Hosta no contestó. En vez de eso, la estudió herméticamente durante unos cuantos segundos antes de permitir que su cara esbozara una sonrisa. Era la primera vez que Jessie le había visto algo parecido a una sonrisa.

“Camina conmigo,” le dijo, haciéndole un gesto para que saliera del aula. “Te llevas el premio especial, señorita Hunt. Han pasado tres semestres desde que algún alumno captara mis pequeños trucos verbales. Todo el mundo se siente tan decepcionado por las normas comunitarias que nadie se pregunta de qué se trata la referencia al ‘alto-riesgo’. Pero está claro que tú ya estabas familiarizada con el DNR antes de entrar a mi clase. ¿Qué es lo que sabes acerca de ello?”

“Bueno,” comenzó con cuidado, “realicé los primeros semestres de mis estudios en USC y el DNR es algo así como un secreto a voces por allí, por eso de que está tan cerca.”

“Señorita Hunt, estás encubriendo algo. No es un secreto a voces. Hasta en las filas de las fuerzas de seguridad y de la comunidad psiquiátrica, es un secreto guardado a cal y canto. Me arriesgo a decir que hay menos de doscientas personas en la región que sean conscientes de su existencia. Menos de la mitad de ellas conoce la naturaleza integral de las instalaciones. Y, aun así, de alguna manera, tú lo sabes. Haz el favor de explicarte. Y en esta ocasión, deja de lado la discreta timidez.”

Ahora le tocaba a Jessie decidir si iba a ser sincera.

Has llegado hasta aquí. Quizá no sea mala idea dar el último paso.

“Hice mi tesis sobre ello,” le dijo. “Casi consigo que me expulsen del programa.”

Hosta dejó de caminar y pareció brevemente estupefacto antes de recuperar la compostura.

“¿Así que fuiste tú?” le preguntó, sonando impresionado mientras empezaban a descender por el pasillo. “Esa tesis es legendaria entre los que la han leído. Si recuerdo bien, el título era algo así como ‘El Impacto de la Encarcelación No-Rehabilitadora en los Criminales Dementes.’ Pero nadie podía averiguar quién era el autor de verdad. Después de todo, no hay registro oficial de nadie que se llame ‘Julia Nona.’”

“Tengo que admitir que me sentía bastante orgullosa de ese nombre, pero utilizar un nombre falso no fue en absoluto mi decisión,” admitió Jessie.

“¿Qué quieres decir?” preguntó Hosta, claramente intrigado.

Jessie se preguntaba si estaría bordeando los límites de lo que tenía permitido desvelar. Entonces recordó la razón por la que le asignaron a trabajar con Hosta en un principio y decidió que no había razón para ser tímida.

“Mi asesor de la facultad entregó la tesis al decano,” explicó Jessie. “Enseguida trajo a varios agentes de la ley y a unos médicos que no puedo mencionar por ningún otro nombre que el delicioso término de ‘El Panel.’ Me interrogaron durante nueve horas seguidas antes de decidir que estaba escribiendo un artículo académico y que no era una reportera trabajando en secreto o algo peor.”

“Eso suena emocionante,” dijo Hosta. Parecía decirlo en serio.

“Suena así, pero en aquel momento, terrorífico resultaba una palabra más apropiada. Después de un tiempo, decidieron no arrestarme. Después de todo, eran ellos quienes tenían una cárcel psiquiátrica secreta sin registrar, y no yo. La universidad decidió que no había hecho nada técnicamente equivocado y no me expulsó, aunque todo lo referente a la tesis fue catalogado como confidencial. El departamento decidió que mi interrogatorio con las autoridades podía servir como defensa de mi tesis. Y firmé varios documentos donde prometía no hablar del asunto con nadie, incluido mi marido, o me enfrentaría a un posible juicio, aunque nunca dijeron en base a qué delito.”

“Entonces, ¿cómo es posible, señorita Hunt, que estemos teniendo esta conversación?”

“Me concedieron… llamémosle un permiso especial. Me permitieron seguir adelante con mis estudios y establecieron una condición específica. Pero para completarla, mi nuevo asesor de la facultad tendría que enterarse al menos superficialmente de lo que había escrito. Los que mandan miraron las facultades de todas las universidades en Orange County y determinaron que solo usted cumplía con sus requisitos. La universidad tiene un programa de Máster en Psicología Criminal, dirigido por usted. Usted tiene relación con DNR y ha realizado trabajo de campo allí. Hasta lo tiene como una opción de prácticas que ha establecido allí en los pocos casos en que un alumno expresa interés y parece prometedor. Usted es mi única opción en cincuenta millas a la redonda.”

“Supongo que debería sentirme halagado. ¿Y si declino ser tu asesor de facultad?” le preguntó.

“Debería haber recibido una visita de alguien que representa al Panel para abordar todo este tema—y el hecho de que le resultaría muy conveniente, etc. Me sorprende que no lo hayan hecho. Por lo general, son bastante minuciosos.”

Hosta se quedó pensativo un segundo.

“Hace poco recibí varios emails y un mensaje de voz de alguien llamado doctor Ranier,” dijo. “Pero el nombre no me resultaba familiar, así que los ignoré.”

“Le recomiendo que devuelva el mensaje, profesor,” sugirió Jessie. “Es posible que se trate de un seudónimo, quizá para alguien a quien ya conoce.”

“Lo haré. En cualquier caso, ¿entiendo que no voy a tener que pasar por las habituales trabas burocráticas para que te autoricen a hacer tus prácticas en DNR?”

“Hacerlas allí fue la condición específica que mencioné con anterioridad. Es la razón por la que me mostré de acuerdo en firmar su NDA sin problemas,” le dijo Jessie, incapaz de evitar que su voz sonara excitada. “Llevo casi dos años esperando esto.”

“¿Dos años?” dijo Hosta, sorprendido. “Si completaste tu tesis hace todo ese tiempo, ¿no deberías haberte graduado ya?”

“Esa es una larga historia que le tendré que contar en algún otro momento. Pero, por ahora, ¿puedo asumir que tengo su autorización para hacer mis prácticas en DSH-Metro, específicamente en el DNR?”

“Si tu historia resulta ser cierta, sí,” dijo mientras llegaban hasta la puerta de su despacho. La abrió con su llave, pero no le invitó a pasar. “Aunque tengo que hacer la pregunta que le hago a todos los alumnos que quieren hacer allí su trabajo de campo—¿estás segura de que quieres hacer esto?”

“¿Cómo puede preguntarme eso, después de lo que le he dicho?”

“Porque una cosa es leer sobre la gente que tienen en las instalaciones,” le respondió. “Es muy diferente interactuar con ellos. Las cosas se ponen difíciles muy deprisa. Por las redacciones en tu tesis, ¿asumo que sabes algo acerca algunos de los presos que tienen alojados allí?”

“Sobre unos cuantos; sé que el violador en serie de Bakersfield, Delmond Stokes, está preso allí. Y el asesino múltiple de menores que esa policía retirada atrapó el año pasado también está allí. Y estoy bastante segura de que también tienen allí a Bolton Crutchfield.”

Hosta se le quedó mirando fijamente, como si estuviera indeciso respecto a decirle lo que estaba pensando. Finalmente, pareció llegar a una decisión.

“A él es a quien quieres observar, ¿no es cierto?”

“He de admitir, que siento curiosidad,” dijo Jessie. “He escuchado todo tipo de historias sobre él. No estoy segura de cuántas de ellas son ciertas.”

“Una historia que te puedo asegurar es cierta es que asesinó brutalmente a diecinueve personas en un periodo de seis años. Puede que otras cosas sean verdades o mitos, pero eso es un hecho. Nunca te olvides de ello.”

“¿Le conoce?” preguntó Jessie.

“Así es. Le he entrevistado en dos ocasiones.”

“¿Y cómo fue?”

“Señorita Hunt, esa es una larga historia que tendré que compartir en otro momento,” dijo, devolviéndole sus propias palabras. “Por ahora, me pondré en contacto con ese doctor Ranier y comprobaré que lo que dices es cierto. Suponiendo que eso proceda sin incidencias, me pondré en contacto contigo para preparar tus prácticas. Sé que querrás empezar pronto.”

“Iría mañana, si pudiera.”

“En fin, ya veremos, puede que tarde un poco más que eso. Entretanto, intenta no saltar por las paredes. Que tengas un buen día, señorita Hunt.”

Dicho esto, cerró la puerta de su oficina, dejando a Jessie en el pasillo. Ella se dio la vuelta para marcharse. Echando un vistazo a este pasillo desconocido, se dio cuenta de que había estado tan metida en la conversación que no había prestado atención a nada más. No tenía ni idea de dónde estaba.

Se quedó allí parada un momento, imaginándose a sí misma sentada frente a frente con Bolton Crutchfield. La idea le excitaba tanto como le aterrorizaba. Había querido—no, necesitado—hablar con él durante algún tiempo. La posibilidad de que pudiera suceder pronto le hacía temblar de anticipación. Necesitaba respuestas a preguntas que nadie incluso sabía que tuviera. Y él era el único que las podía proporcionar. Pero no estaba segura de que lo haría. Y en caso de que estuviera dispuesto, ¿qué podía pedirle a cambio?

La Esposa Perfecta

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