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CAPÍTULO DOS

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Kate consiguió empacar y salir de Richmond en menos de hora y media. Cuando se encontró con su compañera, Kristen DeMarco, en las afueras de uno de los muchos Starbucks en el Aeropuerto Internacional de Dulles, solo disponían de diez minutos antes del despegue; ya la mayor parte de los pasajeros del avión se hallaba a bordo.

DeMarco caminó con rapidez hacia Kate, café en mano, al tiempo que sonreía y meneaba la cabeza. —Si solo te decidieras y te mudaras a Washington, no andarías con estas prisas y casi llegando tarde todo el tiempo.

—No puedo hacerlo —dijo Kate juntándose con ella y apurando el paso hasta la puerta de embarque—. Ya es bastante que este llamado trabajo de medio tiempo me mantenga alejada de mi familia más de lo que me gustaría. Si vivir en Washington fuera un requisito, no lo haría en absoluto.

—¿Cómo están Melissa y la pequeña Michelle? —preguntó DeMarco.

—Les va bien. Hablé con Melissa viniendo para acá. Dijo que comprendía y me deseó suerte. Y por primera vez, creo que en verdad lo sentía así.

—Bien. Te dije que se convencería. Supongo que no será de lo más agradable tener a una arisca como madre.

—Estoy lejos de ser arisca —dijo Kate al tiempo que llegaban a la puerta de embarque. Con todo, pensó en lo que estaba haciendo cuando recibió la llamada y pensó que estaría bien aceptar ese calificativo… al menos en parte.

—Lo último que escuché —dijo Kate—, es que estabas trabajando en un triple homicidio allá en Maine.

—Sí, lo estaba. Lo cerramos hace cerca de una semana —como seis agentes en total en esa cosa. Cuando recibí la llamada de Durán sobre este caso, me dijo que planeaba enviarte y preguntó si quería hacer equipo contigo. Yo, por supuesto, me abalancé sobre esa oportunidad. Le dije que me gustaría hacer equipo contigo siempre que fuera posible.

—Gracias —dijo Kate. Lo dejó hasta allí, sin embargo. En verdad significaba mucho para ella, pero no quería ponerse sentimental con DeMarco.

Abordaron el avión y ocuparon sus asientos, una junto a la otra. Una vez se pusieron cómodas, DeMarco buscó en su bolso de mano y sacó una gruesa carpeta repleta de papeles y documentos.

—Esto es todo sobre el archivo Nobilini —dijo—. Considerando tu historia con respecto al mismo, supongo que lo conoces al derecho y al revés.

—Probablemente —dijo Kate.

—Es un vuelo bastante corto —señaló DeMarco—. Preferiría escucharlo de ti, en lugar de repasar notas y archivos.

Kate hubiera pensado igual. Lo que la sorprendía era lo bien dispuesta que estaba a compartir los detalles del caso con DeMarco. El caso, a través de los años, había sido como una verdadera molestia en el fondo de su mente, pero ella siempre había logrado apartarlo, por no querer concentrarse en el único y verdadero fracaso de su carrera.

Así que mientras el avión comenzaba a posicionarse en la pista, Kate empezó a repasar las líneas del caso. Mientras lo hacía, haciendo un alto para dar espacio a la monotonía de los anuncios que precedían al vuelo, se dio cuenta que ahora todo se veía novedoso. Quizás era todo el tiempo que había pasado desde que ella realmente lo había manejado, o el retiro a medias (o ambos), pero el caso lo sentía ahora vivo y activo.

Le contó a DeMarco los detalles del caso, localizado en un suburbio de lujo justo en las afueras de la ciudad de Nueva York. Solo un cuerpo, pero el caso había tenido la presión de alguien en el Congreso con quien la víctima estaba estrechamente relacionada. Nada de huellas, nada de pistas. El cuerpo, de un tal Frank Nobilini, fue hallado en un callejón en el distrito de Midtown. La mejor conjetura: que él se dirigía al trabajo y cubría a pie la única cuadra desde el estacionamiento a su oficina. Solo una simple herida de bala en la parte trasera de la cabeza, estilo ejecución.

—¿Como podría ser estilo ejecución si alguien claramente lo secuestró y lo arrastró al callejón? —preguntó DeMarco.

—Esa es otra pregunta sin respuesta en el caso. Supusimos que Nobilini fue traído a empellones, obligado a ponerse de rodillas, y luego baleado por detrás de la cabeza. Sangre y pequeños fragmentos de su cráneo estaban esparcidos por toda la pared del edificio, junto al cuerpo. Las llaves de su BMW estaban todavía en su mano.

DeMarco asintió y permitió que Kate continuara.

—La víctima era de una pequeña población, un pequeño y bien acomodado suburbio llamado Ashton —dijo Kate—. Es la clase de pueblo que atrae visitantes a sus pretenciosas tiendas de antigüedades, costosos restaurantes, y propiedades inmaculadas.

—Y eso es lo que no entiendo —dijo DeMarco—. En un lugar como ese, las personas tienden a chismorrear, ¿correcto? Uno pensaría que alguien habría sabido algo o escuchado rumores acerca de quién fue el asesino. Pero no hay nada en estos archivos —dijo esto último mientras tamborileaba sus dedos sobre la carpeta.

—Eso siempre me desconcertó —dijo Kate—. Ashton es un lugar acomodado. Pero fuera de eso, es también una comunidad con lazos estrechos. Todos se conocen entre sí. En su mayor parte, todos son corteses entre sí. Vecinos que ayudan a vecinos, buenos resultados en los eventos solidarios de la escuela, una comunidad integrada. El lugar es de una pulcritud única.

—¿Qué motivo pudo haber tenido el asesino? —preguntó DeMarco.

—Nada supe al respecto. Ashton tiene una población de un poco más de tres mil. Y seguro, aunque atrae una buena cantidad de personas de la ciudad de Nueva York y otras áreas adyacentes, tiene una tasa de criminalidad increíblemente baja. Así que, aunque el asesinato de Nobilini no ocurrió en realidad en Ashton, es por eso que tuvo tanta repercusión hace ocho años.

—¿Y nunca hubo otros asesinatos como este?

—No. No hasta hoy, aparentemente. Mi teoría es que el asesino notó la presencia del FBI y se asustó. En un pueblo de ese tamaño, sería fácil de notar la presencia del FBI —Kate hizo entonces una pausa y tomó la carpeta en manos de DeMarco—. ¿Qué tanto te contó Durán?

—No mucho. Dijo que había que darse prisa y que leyera los archivos del caso.

—¿Viste qué clase de pistola fue usada en el asesinato? —preguntó Kate.

—Lo vi. Una Ruger Hunter Mark IV. Parecía extraño. Parecía profesional. Esa es una pistola costosa para esta clase de asesinato incidental sin motivo aparente.

—Estoy de acuerdo. La bala y el cartucho que hallamos facilitó el reconocimiento. Y a pesar de lo costoso y atractivo de esta pistola, el hecho de que fuera usada nos dijo todo lo que necesitábamos saber: era alguien que sabía muy poco sobre el oficio de matar personas.

—¿Cómo es eso?

—Cualquiera que supiera lo que estaba haciendo sabría que la Ruger Hunter Mark IV dejaría un cartucho. Lo que hace de ella una terrible elección.

—¿Debo suponer que este último hombre fue asesinado con un arma similar? —preguntó DeMarco.

—De acuerdo con Durán, es exactamente la misma arma.

—Así que este asesino decidió hacerlo de nuevo ocho años después. Extraño.

—Bueno, tendremos que esperar y ver eso —dijo Kate—. Todo lo que Durán me comentó fue que la víctima se veía como si hubiera sido colocada como un puntal, y que el arma empleada para matarlo era del mismo modelo que la que asesinó a Frank Nobilini.

—Sí, y esto es en Midtown, en la ciudad de Nueva York. Me pregunto si esta última víctima está también conectada con Ashton.

Kate solo se encogió de hombros mientras el avión experimentaba un poco de turbulencia. Le había hecho bien recorrer los detalles del caso. Le había quitado las telarañas al caso y ahora se sentía como si fuera reciente. Y quizás, Kate supuso, ocho años de espacio entre ella y el caso original podrían permitirle mirarlo con nuevos ojos.

***

Había pasado un tiempo desde que Kate había estado en Nueva York. Ella y Michael, su fallecido esposo, habían venido allí para una escapada de fin de semana no mucho antes de que muriera. La congestión y el ajetreo del lugar nunca terminaban de maravillarla. Hacían que los atascos de Washington, DC, parecieran triviales en comparación. El hecho de que fueran las nueve en punto de un viernes por la noche no era de mucha ayuda.

Llegaron a la escena del crimen a las 8:42 p.m. Kate aparcó el auto alquilado tan cerca como pudo de la cinta de escena del crimen. La escena era un callejón trasero localizado en la Calle 43, con el rebullicio de la Estación Grand Central a pocas cuadras. Había dos patrullas aparcadas frente a frente delante del callejón, sin bloquear la cinta amarilla de escena de crimen o el callejón mismo, pero haciendo evidente para cualquiera que quisiera echarle un vistazo a lo que estaba sucediendo que su curiosidad tendría repercusiones.

Cuando Kate y DeMarco se acercaron al callejón, un fornido agente policial las detuvo junto a la cinta amarilla. Pero cuando Kate mostró su placa, se encogió de hombros y levantó la cinta. Observó ella que él no hizo siquiera el intento de revisar a DeMarco cuando se inclinó para pasar por debajo de la cinta. Se preguntó sin demasiado interés, si DeMarco, una mujer abiertamente homosexual, se ofendía cuando un hombre la revisaba o si lo consideraba un cumplido.

—Federales —gruñó el oficial—. Escuché que les habían llamado. Me parece un poco exagerado. Se ve como un caso de abrir y cerrar.

—Es solo para comprobar algo —dijo Kate al tiempo que ella y DeMarco caminaban al interior del callejón.

Las patrullas policiales en la boca del callejón había sido estacionadas en un ángulo tal que permitiera a los faros iluminar la oscuridad. Las sombras alargadas de Kate y DeMarco añadían un aire fantasmagórico a la escena.

Al fondo del callejón —que terminaba en una pared de ladrillos— había dos policías y un detective de paisano de pie, haciendo un semicírculo. Había un pequeño bulto junto a la pared que tenían enfrente. La víctima, supuso Kate. Se aproximó a los tres hombres y ella y DeMarco se presentaron al tiempo que mostraban sus identificaciones.

—Encantado de conocerlas —dijo uno de los oficiales—, pero para ser honesto, no sé porqué el FBI fue tan insistente en enviar a alguien hasta acá.

—Ah, Jesús —dijo el detective de paisano. Lucía como de cuarenta y tantos, y era un poco desaliñado. Largos cabellos oscuros, barba incipiente, y un par de gafas que le recordaron a Kate todas las imágenes que había visto de Buddy Holly.

—Hemos pasado por esto —dijo el detective. Miró a Kate, puso los ojos en blanco, y dijo—. Si este es un crimen de más de una semana de antigüedad, el Departamento de Policía de Nueva York no quiere tocarlo. Les molesta que alguien quiera desenterrar un asesinato no resuelto de hace ocho años. Yo fui en realidad quien llamó al Buró. Sé que ellos fueron insistentes con el caso Nobilini, cuando estuvo activo. Alguna clase de amistad con alguien en el Congreso, ¿correcto?

—Eso es correcto —dijo Kate—. Y yo era la agente principal en ese caso.

—Oh. Un placer conocerla. Soy el Detective Luke Pritchard. Tengo una cierta obsesión con los casos no resueltos. Este despertó mi interés por el arma que parece haber sido empleada y el hecho de que el homicidio fue llevado a cabo estilo ejecución. Si mira atentamente, puede ver rozaduras en la frente, por donde el asesino aparentemente lo recostó de la pared de ladrillos, justo allí —colocó su mano en el costado del edificio a su derecha, que por todas partes mostraba salpicaduras de sangre ya seca.

—¿Podemos? —preguntó Kate.

Los dos policías se encogieron de hombros y dieron un paso atrás. —Adelante —dijo uno—. Con un detective y el Buró en esto, estaremos feliz de dejárselo.

—Diviértanse —dijo el otro policía al tiempo que se daban la vuelta y se dirigían de regreso a la boca del callejón.

Kate y DeMarco se colocaron alrededor del cuerpo. Pritchard se hizo atrás para darles más espacio, pero se mantuvo cerca.

—Bueno —dijo DeMarco—, yo diría que la causa inmediata de la muerte está bastante clara.

Esto era cierto. Había un solo orificio de bala en la parte trasera de la cabeza del hombre, un orificio más bien limpio, pero el borde del mismo estaba quemado y ensangrentado —justo como el de Frank Nobilini. Era un hombre, al final de la treintena o comienzos de los cuarenta si Kate tuviera que adivinar. Vestía ropa deportiva de marca, un sudadera con capucha y cremallera, y un bonito pantalón para correr. Las trenzas de sus costosos zapatos de correr estaban perfectamente anudadas, y los auriculares de Apple con los que había estado escuchando descansaban a su lado, como su hubieran sido colocados intencionalmente.

—¿Tenemos una identificación? —preguntó Kate.

—Sí —dijo Pritchard—. Jack Tucker. La identificación en su billetera apunta a que tiene residencia en el pueblo de Ashton. Lo cual, para mí, era una conexión incluso más fuerte con el caso Nobilini.

—¿Está familiarizado con Ashton, Detective? —preguntó Kate.

—No mucho. He pasado por allí unas pocas veces, pero no es mi tipo de lugar. Demasiado perfecto, también pintoresco y horriblemente dulce.

Ella sabía lo que él quería decir. No pudo dejar de preguntarse cómo se iba a sentir teniendo que regresar a Ashton.

—¿Cuándo fue descubierto el cuerpo? —preguntó DeMarco.

—A las cuatro treinta de esta tarde. Yo llegué a la escena a las cinco y cuarto, e hice todas esas conexiones. Tuve que rogarles que no movieran el cuerpo hasta que ustedes llegaran aquí. Me figuraba que necesitarían ver la escena, el cuerpo, todo eso.

—Apuesto a que eso te hizo muy popular —comentó Kate.

—Oh, estoy acostumbrado. Me gustaría que solo fuera una broma decir que un montón de policías me llaman Caso Sin Resolver Pritchard.

—Bueno, yo pienso que con este, hiciste la llamada correcta —dijo Kate—. Incluso si resulta que no está conectado, aún así hay alguien por allí que le disparó a este hombre, alguien que necesitamos encontrar por si acaso este no es un incidente aislado.

—Sí, ni idea por mi parte —dijo Pritchard—. Tengo unas pocas notas de voz con mis observaciones, si quieren revisarlas.

—Eso podría ser de ayuda. Supongo que los forenses ya han tomado fotos.

—Sí. Las digitales probablemente ya están disponibles.

Dicho eso, Kate se puso de pie, sus ojos aún puestos en el cuerpo de Jack Tucker. Su cabeza estaba inclinada hacia la derecha, como si estuviera contemplando con nostalgia los auriculares que habían sido tan cuidadosamente colocados a su lado.

—¿Ha sido notificada la familia? —preguntó DeMarco.

—No. Y temo eso porque como le pedí al Departamento de Policía que retrasara el levantamiento del cadáver y el posterior procesamiento del caso, me van a dejar esa tarea.

—Si todo es como siempre, preferiría hacerlo —dijo Kate—. Mientras menos canales procesen los detalles, mejor.

—Si eso es lo que quiere.

Kate finalmente apartó la vista del cuerpo de Jack Tucker y miró entonces la boca del callejón donde los dos policías estaban reunidos con el patrullero que había levantado la cinta. Ella había dado noticias así de devastadoras más veces de las que podía contar, y nunca era fácil. De hecho, de alguna manera, parecía volverse cada vez más difícil.

Pero ella también había aprendido que por extraño que pareciera, era en la profundidad de la pena cuando aquellos que sufrían una pérdida parecían ser capaces de recordar el más mínimo de los detalles.

Kate tenía la esperanza de que así sería en este caso.

Y si era así, quizás una nueva e insospechada viuda podría ayudarla a cerrar un caso que la había perseguido por cerca de una década.

Si Ella Corriera

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