Читать книгу Si Ella Corriera - Блейк Пирс - Страница 9
CAPÍTULO CUATRO
ОглавлениеA las nueve en punto de la mañana siguiente, las noticias del asesinato de Jack Tucker habían comenzado a recorrer Ashton. Era la principal razón por la que fue tan fácil para Kate y DeMarco entrar en contacto con los amigos de Jack —cuyos nombres y números Missy les había proporcionado la noche anterior. No solo sus amigos ya habían escuchado las noticias, también habían comenzado a hacer planes sobre cómo ayudar a Missy y los niños mientras estos lidiaban con su pérdida.
Luego de unas llamadas telefónicas, Kate y DeMarco quedaron en reunirse con tres de los amigos de Jack en el club de yates. Era un sábado, así que el estacionamiento ya se estaba llenando, siendo apenas las nueve de la mañana. El club estaba ubicado justo a lo largo de Long Island Sound y tenía lo que Kate pensó era probablemente la mejor vista del estrecho sin todo el pretencioso desfile de botes.
El club mismo era un edificio de dos plantas que se veía casi de estilo colonial, con un toque moderno, en particular el exterior y el paisajismo. Un hombre parado junto a la entrada saludó a Kate. Estaba vestido con una sencilla camisa con las puntas del cuello abotonadas y un par de pantalones kaki —probablemente adecuado en un fin de semana casual para alguien que pertenecía a un club de yates como este.
—¿Es usted la Agente Wise? —preguntó el hombre.
—Lo soy. Y esta es mi compañera, la Agente DeMarco.
DeMarco solo asintió, con la irritación y la amargura de la noche anterior todavía muy presente. Cuando se separaron al llegar al hotel aquella noche, DeMarco no había dicho ni una sola palabra. Apenas había dicho —buenos días— en el corto desayuno, pero eso había sido todo hasta el momento.
—Soy James Cortez —dijo el hombre—. Hablé con usted por teléfono esta mañana. Los otros están afuera en la veranda, listos y esperando con el café.
Las condujo a través del club, con sus altos techos y su cálido ambiente, extremadamente encantador. Kate se preguntó cuánto costaría la membrecía por un año. Fuera de sus posibilidades eso era seguro. Cuando pusieron un pie en la veranda que dominaba el Long Island Sound, no le quedó duda de su belleza: miraba directamente hacia el agua, con las elevadas siluetas y la bruma de la ciudad al fondo.
Había otros dos hombres sentados ante una pequeña mesa de madera sobre la que descansaba una enorme bandeja con pastas y bollos, al igual que una jarra de café. Ambos levantaron la vista hacia las agentes y se pusieron de pie para saludarlas. Uno de los hombres lucía más bien joven, ciertamente no mayor de treinta, en tanto que James Cortez y el otro hombre fácilmente eran cuarentones.
—Duncan Ertz —dijo el más joven, extendiendo su mano.
Kate y DeMarco estrecharon las manos de los hombres a medida que se fueron presentando rápidamente. El más viejo era Paul Wickers, recién retirado de su trabajo como corredor de bolsa y más que dispuesto a hablar de ello, siendo la segunda cosa que salió de su boca.
Kate y DeMarco se sentaron a la mesa. Kate tomó una de las tazas vacías de café y la llenó, sirviéndose el azúcar y la crema que se hallaban junto a la bandeja de pastas para desayunar.
—Duele pensar esta mañana en la pobre Missy y esos chicos —dijo Duncan, mordiendo una galleta danesa.
Kate recordó el trauma de la noche pasada y sintió la necesidad de ir a ver cómo estaba la pobre mujer. Miró a DeMarco al otro lado de la mesa y se preguntó si necesitaba ver cómo estaba ella, también. Tomando distancia de la situación, Kate comenzaba a comprender que tal vez DeMarco lo había tomado muy a pecho por algo en su pasado —algo que ella aún no había superado.
—Bueno —dijo Kate, —Missy específicamente les mencionó a ustedes, caballeros, como los más cercanos a Jack, fuera de su familia. Esperaba obtener algunas apreciaciones sobre la clase de hombre que era fuera de la casa y el trabajo.
—Bueno, esa es la cosa —dijo James Cortez—. Por lo que sé, Jack era el mismo hombre sin importar dónde estaba. Un hombre sin dobleces. Un alma noble que siempre quería ayudar a los demás. Si tuvo algún fallo, diría que se involucraba demasiado con su trabajo.
—Él siempre era bueno para los chistes —dijo Duncan—. La mayoría no eran graciosos, pero le encantaba contarlos.
—Eso es seguro —dijo Paul.
—¿No hay secretos que él les haya contado? —preguntó DeMarco— ¿Quizás una aventura o incluso el pensar en una?
—Dios, no —dijo Paul—. Jack Tucker estaba locamente enamorado de su esposa. Me sentiría seguro diciendo que ese hombre amaba todo lo que tenía que ver con su vida. Su esposa, hijos, trabajo, amigos…
—Y es por eso que esto no tiene sentido —dijo James—. Quiero decir esto de la manera más respetuosa posible, pero desde la perspectiva de un extraño, Jack era un sujeto bastante normal. Aburrido, casi.
—¿Alguna idea de si podría tener alguna conexión con la víctima de un asesinato que ocurrió hace ocho años? —preguntó Kate— Un sujeto de nombre Frank Nobilini que también vivía en Ashton y fue asesinado en Nueva York.
—¿Frank Nobilini?— dijo Duncan Ertz, meneando su cabeza.
—Sí —dijo James—. trabajaba para esa tremenda agencia de publicidad que hace los trabajos más arteros. Su esposa era Jennifer… tu esposa probablemente la conoce. Encantadora mujer. Metida en proyectos de embellecimiento de la comunidad, y muy activa con la Asociación de Padres y Maestros y otras cosas parecidas.
Ertz se encogió de hombros. Aparentemente era el nuevo del grupo y nada sabía de esto.
—¿Usted cree que el asesinato de Jack está vinculado con el de Nobilini?— preguntó Paul.
—Todavía es demasiado pronto para saber —dijo Kate—. Pero dada la naturaleza del asesinato, tenemos que mirarlo desde ese punto de vista.
—¿Sabrá alguno de ustedes los nombres de los que trabajaban con Jack? —preguntó DeMarco.
—Solo hay dos personas por encima de él —dijo Paul—. Uno de ellos es un sujeto de nombre Luca. Él vive en Suiza y viene tres o cuatro veces al año. El otro es un sujeto local de nombre Daiju Hiroto. Estoy casi seguro de que él es el supervisor en las oficinas Adler y Johnson NYC.
—De acuerdo con Jack —dijo Duncan—, Daiju es el tipo de sujeto que prácticamente vive en el trabajo.
—¿Era normal para Jack tener que trabajar el fin de semana? —preguntó Kate.
—De cuando en cuando —dijo James—. Lo había estado haciendo a menudo últimamente, en realidad. Están en medio de un enorme trabajo para ayudar a rescatar a una compañía nuclear cuya comisión había terminado. La última vez que hablé con Jack, dijo que si enderezaban todo a tiempo, podría haber un montón de dinero.
—Apostaría una buena suma que encontrarán a todo el personal trabajando hoy —dijo Paul—. Ellos podrían estar en capacidad de contarles algunas cosas que no sabemos.
DeMarco deslizó una de sus tarjetas de presentación para dársela a James Cortez, y luego tomó una galleta danesa de cereza de la bandeja que tenían delante. —Por favor, llámenos si usted piensa en algo más en el curso de los próximos días.
—Y mantengan la idea del caso de hace ocho años solo para ustedes —dijo Kate—. La última cosa que necesitamos es que las personas que viven en Ashton se pongan nerviosas.
Paul asintió, percibiendo que ella estaba hablándole directamente a él.
—Gracias, caballeros —dijo Kate.
Tomó otro largo sorbo de café y dejó que los hombres desayunaran tranquilos. Lanzó la vista en dirección al estrecho, donde un velero hacía una lenta navegación de cabotaje, como si remolcara el comienzo del fin de semana.
—Conseguiré la dirección de la oficina de Jack Tucker en Adler y Johnson —dijo DeMarco, sacando su teléfono. Y hasta para eso, su tono fue frío y distante.
Ella y yo vamos a tener que cortar esto antes de que se salga de las manos, pensó Kate. Seguro, ella tiene su carácter, pero si tengo que ponerla en su lugar, no dudaré en hacerlo.
***
Las oficinas de Adler y Johnson estaban localizadas en uno de los rascacielos de aspecto más glamoroso de Manhattan. En el primer y segundo piso de un edificio que también contenía un despacho de abogados, un desarrollador de aplicaciones para móviles, y una pequeña agencia literaria. Resultó que Paul Wickers tenía razón, la mayor parte del equipo con el que Jack Tucker había trabajado estaba en la oficina. El sitio olía a café negro y aunque había bastante trajín, en el grupo de ocho personas que laboraban también reinaba un humor sombrío.
Daiju Hiroto salió de inmediato a recibirlas, escoltándolas a su amplia oficina. Lucía como un hombre dividido —tal vez entre la necesidad de concluir a tiempo este enorme proyecto y la muy humana reacción ante la muerte de un compañero de trabajo y amigo.
—Supe la noticia esta mañana —dijo Hiroto detrás de su gran escritorio—. Yo había estado en el trabajo desde las seis esta mañana y una de nuestras empleadas —Katie Mayer— llegó con la noticia. Quince de nosotros estábamos aqui en ese momento y les di a todos la opción de tomarse el fin de semana. Seis personas pensaron que lo mejor era ir a dar las condolencias.
—Si no tuviera un equipo que supervisar, ¿habría hecho lo mismo? —preguntó Kate.
—No. Es una respuesta egoísta, pero este trabajo tiene que hacerse. Tenemos dos semanas para finalizar todo y vamos un poco retrasados. Y los empleos de más de cincuenta personas están en riesgo si no terminamos.
—De su equipo, ¿quién cree que conocería mejor a Jack? —preguntó Kate.
—Probablemente yo. Jack y yo trabajamos estrechamente en varios grandes proyectos en los últimos diez años. Hemos viajado juntos por todo el mundo, y nos hemos desvelado y asistido a reuniones que el resto del equipo ni siquiera conoce.
—Pero, ¿usted dijo que alguien supo antes de su muerte? —preguntó DeMarco.
—Sí, Katie. Ella vive en Ashton y tiene una buena amistad con la esposa de Jack.
Kate quería decir algo acerca de cómo le parecía un poco ofensivo que Hiroto no suspendiera las labores, para que él y los otros que se habían quedado en aras del deber pudieran participar del duelo. Pero ella conocía los demonios que a veces dominaban a los hombres poseídos por su trabajo y sabía que no le competía a ella hacer ese juicio.
—En todo su tiempo con Jack, ¿alguna vez supo que guardara secretos? —preguntó DeMarco.
—Nada se me ocurre. Y si así fue, yo aparentemente no era alguien a quien él deseara contárselos. Pero aquí entre nos, encuentro difícil de creer que Jack tuviera una vida secreta. Él era muy correcto y estricto, ¿sabe? Un buen sujeto. Sin aristas.
—Entonces, ¿no se le ocurre ninguna razón para que alguien pudiera haber querido matarlo? —preguntó Kate.
—No. La idea es insólita —hizo una pausa y miró a través de los ventanales de su oficina al resto de su equipo—. ¿Y fue aquí en la ciudad? —preguntó.
—Sí. ¿No lo llamó cuando se dio cuenta que él no había venido?
—Oh, lo hice. Varias veces. Cuando al mediodía más o menos no respondió, lo dejé pasar. Jack fue siempre muy sagaz, muy inteligente. Si necesitaba unas pocas horas solo para alejarse —cosa que hacía de vez en cuando—, yo se lo permitía.
—Sr. Hiroto, ¿le importaría si hablamos con los que están por aquí? —preguntó Kate, señalando con la cabeza hacia el otro lado del vidrio.
—Para nada. Dispongan ustedes.
—Y, ¿podría usted conseguir la información de contacto de aquellos que decidieron marcharse? —preguntó DeMarco.
—Seguro.
Kate y DeMarco se adentraron en un lugar lleno de cubículos, grandes escritorios y rico café. Pero incluso antes de que le hubiesen hablado a una sola persona, Kate sintió que iban a escuchar más de lo mismo. Usualmente, cuando más de una persona describía a alguien más como normal y sencillo, por lo general resultaba cierto.
En quince minutos, habían hablado con los otros ocho empleados que estaban en ese momento en la oficina. Kate había tenido razón; todos describieron a Jack como dulce, amable, alguien que no creaba problemas. Y por segunda vez esa mañana, alguien se refirió a Jack Tucker como aburrido —pero de manera tranquila, sin ofender.
En el fondo de su mente, Kate sintió que algo se agitaba, algún recuerdo o frase que ella había escuchado en algún lado en un momento de su vida. Algo acerca de estar vigilante con una esposa o un esposo aburrido —de cómo el aburrimiento podía hacerlos quebrarse. Pero no recordó nada.
Después de pasar una última vez por la oficina de Hiroto para obtener una lista de las personas que habían elegido dejar el trabajo, Kate y DeMarco emprendieron el regreso en medio de una maravillosa mañana sabatina en la ciudad de Nueva York. Pensó en la pobre Missy Tucker, en tan bello día, tratando de adaptarse a una vida que, por un tiempo en todo caso, podría no parecer bella en lo absoluto.
***
Pasaron el resto de su mañana visitando a quienes habían decidido no ir a trabajar. Se encontraron con muchas lágrimas, e incluso unos pocos que estaban indignados por el hecho de que un hombre gentil e inocente como Jack Tucker hubiera sido asesinado. Fue exactamente lo mismo que hablar con los de la oficina, solo que no tan agobiante.
Hablaron con la última persona—un hombre llamado Jerry Craft —poco después de la hora del almuerzo. Llegaron a su casa justo cuando Jerry estaba subiendo a su auto. Kate estacionó detrás de él en la salida de su garaje, lo que le valió una mirada irritada. Ella se apeó del auto al tiempo que Jerry Craft se acercaba a ellas. Sus ojos estaban enrojecidos y lucía algo melancólico.
—Siento molestarlo —dijo Kate, mostrando su identificación. DeMarco se colocó junto a ella e hizo lo mismo—. Somos las agentes Wise y DeMarco, FBI. Esperábamos que pudiera tener algo de tiempo para hablar con nosotras acerca de Jack Tucker.
La irritación se desvaneció rápidamente del rostro de Jerry, asintió y se recostó de la parte trasera de su auto.
—No sé que podría aportar que estoy seguro ya le habrán escuchado a los demás. Supongo que ya hablaron con el Sr. Hiroto y con todos los demás en la oficina.
—Lo hemos hecbo —dijo Kate—. Estamos ahora hablando con aquellos que se fueron hoy, porque pareciera que tenían una conexión más estrecha con Jack.
—No sé si eso es necesariamente cierto —dijo Jerry—. Solo unas pocos de nosotros en realidad salimos a divertirnos algunas veces, fuera del trabajo. Y Jack usualmente no estaba entre esos. En unas pocas ocasiones probablemente aceptó la oferta de Hiroto de tomarse un día.
—¿Alguna idea de porqué Jack no era de los que se reunía después del trabajo? —preguntó DeMarco.
—Nada especial, creo. Jack era muy de su hogar, ¿sabe? En su tiempo libre, prefería estar en casa con su esposa y sus chicos. El trabajo de por sí lo ponía a trabajar equis cantidad de horas, no tenía sentido quedarse en un bar con las mismas personas que dejaba en el trabajo. Amaba a su familia, ¿sabe? Siempre hacía cosas extravagantes para cumpleaños y aniversarios. Siempre hablaba de sus hijos en el trabajo.
—¿Así que usted también piensa que tenía una vida perfecta? —preguntó Kate.
—Así parecía. Aunque, realmente, ¿puede alguno de nosotros tener una vida perfecta? Quiero decir, incluso Jack tenía alguna tirantez con su madre por lo que sé. Pero, ¿no las tenemos todos?
—¿Cómo es eso?
—Nada gordo. Un día en el trabajo lo escuché hablando por teléfono con su esposa. Estaba en la escalera para tener algo de privacidad, pero yo estaba usando una de las viejas estaciones de trabajo que estaba justo al lado de la puerta que daba a la misma. Lo destaco porque fue la única vez que lo escuché hablando con su esposa con un tono que no era de felicidad.
—¿Y era una conversación sobre su madre? —preguntó Kate.
—Estoy bastante seguro. Me mofé un poco de él cuando regresó, pero él no estaba de humor.
—¿Sabe algo acerca de sus padres? —preguntó Kate.
—No. Como dije, Jack era un gran sujeto, pero realmente no lo llamaría un amigo.
—¿Adónde se dirige ahora mismo? —preguntó DeMarco.
—Iba a comprar flores para su familia y dejárselas en su casa. Vi a su esposa y a sus hijos unas pocas veces en las fiestas navideñas y en las barbacoas de la compañía, cosas así. Una gran familia. Es un asco lo que sucedió. Me pone un poco mal, ¿sabe?
—Bueno, no lo retendremos más —dijo Kate—. Gracias, Sr. Craft.
De regreso en el auto, Kate salió del acceso al garaje de Jerry y dijo: —¿Quieres buscar la información de la madre de Jack?
—De inmediato —dijo DeMarco con cierta frialdad.
Kate de nuevo se vio luchando por mantenerse callada. Si DeMarco iba a alargar su pequeña irritación con respecto a los eventos de la noche anterior, era cosa suya. Kate estaba bien segura que no iba a permitir que eso afectara su progreso en este caso.
Al mismo tiempo, halló que se tenía que morder el labio para sofocar una sonrisa de ironía. Había pasado tiempo debatiendo sobre si su nueva posición la mantenía lejos de su familia, y aquí estaba ella, trabajando con una mujer que a veces le recordaba tanto a Melissa que asustaba. Pensó en Melissa y Michelle mientras DeMarco era remitida de uno a otro departmento del Buró, buscando información sobre la madre de Jack Tucker. Pensó en cómo Melissa se había comportado y actuado la primera vez que ella, Kate, había estado enfrascada en el caso Nobilini. De eso hacía ocho años; Melissa tenía veintiuno, y era aún ligeramente rebelde y estaba bastante en contra de lo que su madre quería de ella. Había sido una temporada en la que Melissa había probado teñirse el cabello de púrpura. En realidad se veía bastante bien, pero Kate nunca había podido decirlo en voz alta. Había sido un tiempo desquiciante en sus vidas, incluso cuando Michael, su marido, todavía estaba vivo y podía ayudar con Melissa mientras maduraba.
—Eso es interesante —dijo DeMarco, sacando a Kate de sus evocaciones. Bajó el teléfono y miró hacia adelante con un brillo excitado en sus ojos.
—¿Qué es interesante? —preguntó Kate.
—La madre de Jack es una tal Olivia Tucker. Sesenta y seis años de edad, vive en Queens. Un registro criminal inmaculado, excepto por un pequeño toque de atención.
—¿Cuál es el toque de atención?
—Llamaron a la policía a causa de ella hace dos años. La llamada fue hecha por Missy Tucker, la misma noche que Olivia Tucker estaba tratando de irrumpir en su casa.
Intercambiaron una mirada. Kate sintió que parte de la tensión entre ellas comenzaba a desvanecerse. Las buenas pistas, después de todo, tenían la tendencia a juntar a los compañeros más disgustados.
Sintiendo como si finalmente iba a algún lado, Kate giró el auto en redondo y se dirigió hacia Queens.