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Prefacio

La pandemia del nuevo coronavirus desordenó los tiempos individuales y colectivos. Los privilegiados que pudieron seguir trabajando a través del teletrabajo se cerraron en casa, paradójicamente, para sentirse menos encerrados. Y trabajaron aún más intensamente. Quizá, por eso, nunca escribí un libro tan rápido como este. Escribir sobre la pandemia mientras esta ocurría significó que el libro me fue escribiendo mientras yo lo iba escribiendo. Nos escribimos el uno al otro, lo que no es de extrañar, porque los temas que discuto en este libro, además de ser nuevos, tocaron los límites de las incertidumbres existenciales que subyugaban tanto al sociólogo como al ciudadano.

No fue sólo un diálogo entre el libro y yo. A cada momento, el virus entraba en la conversación. A menudo sentía que estaba escribiendo como traductor del nuevo coronavirus. Me di cuenta de que, por mi intermedio, este virus estaba tratando de describir y evaluar el mundo y las sociedades en las que vivimos de una manera que desafiaba los análisis, conceptos y teorías que yo, como sociólogo, podía tener. Poco a poco, me di cuenta de que el virus iba más lejos de lo que nunca había estado en mis análisis de la sociedad. ¿Era el virus mejor sociólogo que yo? Pensé que era mejor no resistirme a la única conclusión sensata: tratar de ser un traductor «fiel» del virus. No fue fácil, porque en el lenguaje del virus el mensaje no se dice, se escribe con acciones, y estas consisten en la destrucción de la vida humana. Es una necrolengua que se escribe con sangre, que gana elocuencia a medida que destruye vidas humanas. Pero, al fin y al cabo, ¿no será también necrolenguaje el de los políticos que intentan convencernos de que, para salvar la economía, es necesario correr el riesgo de sacrificar vidas, las vidas que no pueden ser confinadas, para que el confinamiento de otras vidas sea posible? Este libro busca ser la traducción a un lenguaje que los humanos comprendan de lo que el virus ha venido a decir y el llamado que nos hace para actuar.

Es un libro diferente de cuantos he escrito porque pretende ser una memoria del futuro. Hay en él algo de autopsia social y algo de parto inaugural. De manera muy cruel, el coronavirus abrió las venas del mundo, parafraseando la bellísima expresión de Eduardo Galeano. Nos permitió ver las entrañas de muchas monstruosidades que habitan nuestro día a día y nos seducen con los disfraces que, de tan comunes, asumimos como normalidad. El coronavirus hizo caer muchos de estos disfraces y produjo un efecto de destripamiento. Este libro busca identificar y denunciar algunas de las dimensiones de tal destripamiento. En el viaje que emprendí hasta las últimas estaciones del sufrimiento injusto, del abandono, de la exclusión y de la invisibilidad, fue posible conocer resistencias comunitarias, iniciativas tan creativas como indignadas para aliviar el sufrimiento. Este lado indignado e insumiso de la realidad, al mismo tiempo que cuidaba las heridas, convocaba a imaginar la posibilidad de un mundo diferente al que anunciaba la pandemia si no se hiciera nada para cambiar de rumbo, un mundo infernal de pandemias intermitentes.

Este libro fue escrito entre el miedo y la esperanza, tal como uno y otra nos confrontan a principios del siglo xxi. El presente terminó sin darnos cuenta. Como nos enseñó Eric Hobsbawm, los siglos nunca comienzan el 1 de enero del primer año de cada nuevo siglo. Comienzan cuando imprimen su marca en el mundo, es decir, cuando inscriben su aura o su trauma específico en los cuerpos de vastos sectores de la población en diferentes partes del mundo. Cerca de nosotros, el siglo xx comenzó con la Primera Guerra Mundial y la Re­volución rusa[1]. El siglo xxi dio un primer signo de vida en 2008 con la crisis financiera global. Eso fue una falsa alarma; el siglo xx se mantuvo vigente durante algunos años más. El nuevo siglo comienza ahora, en 2020, con la pandemia y pase lo que pase. Sin embargo, es un comienzo diferente a los anteriores. Si fuese sólo el comienzo de un siglo de pandemias intermitentes, habrá algo fúnebre y crepuscular en él, el comienzo de un fin. Por otro lado, también puede ser el comienzo de una nueva era, de un nuevo modelo de civilización.

Entre las muchas lecciones que parece estar dándonos el virus, quizá la más radical sea que estamos al final de la era que comenzó en el siglo xvi con la expansión colonial europea[2]. Una nueva era parece anunciarse en los márgenes o en los intersticios de la inmensa destrucción de vidas humanas provocada por la pandemia. Todos los comienzos son vacilantes, poco creíbles a la luz del sentido común dominante y, por supuesto, su surgimiento puede neutralizarse durante más o menos tiempo. Sin embargo, me atrevo a pensar que las señales son demasiado visibles para ser ignoradas. La pandemia nos ha puesto en el umbral de un tiempo que de la manera más sucinta se puede caracterizar así: desde el siglo xvi hasta la actualidad vivimos una era en la que la naturaleza nos pertenecía; a partir de ahora, hemos entrado en una era en la que pertenecemos a la naturaleza. La dominación moderna tenía tres pilares principales: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y todos se basaban en la concepción de que la naturaleza nos pertenece. La pandemia no nos da opción; nos pone ante un dilema: o cambiamos la forma en que vemos la naturaleza, o ella comenzará a escribir el largo y doloroso epitafio de la vida humana en el planeta. Para que se produzca el cambio, no bastan ópticas diferentes o ideas inaugurales. Es necesario empezar a cortar las tres pesadas anclas que nos sujetan a la concepción moderna de la naturaleza: la fuerza de trabajo y la vida misma como mercancía, el racismo y el sexismo. Así, se inaugurará una larga transición paradigmática. Será larga y difícil, pero me parece irreversible.

Las resistencias serán enormes. La propia pandemia, que nos obliga a caminar, también bloquea el camino. Durante la pandemia, los Estados en general, y los gobernados por fuerzas políticas de derecha en particular, demostraron ser, además de autoritarios, muy incompetentes para manejar la crisis de salud y proteger la vida de los ciudadanos. A veces, se convirtieron en cómplices de la destrucción masiva y macabra de vidas humanas. A pesar de esto, el final de estos políticos y políticas no parece estar más cerca después de la pandemia que antes. Todo lo contrario. La pandemia demostró que tales políticos y políticas tienen un nuevo e insospechado aliado: todos aquellos que, angustiados por las abismales incertidumbres del futuro, quieren que alguien les diga que no fue tan grave, que todo pasó ya y que todo volverá a la normalidad. Este libro busca hacer la vida un poco más difícil a ese tipo de políticos y políticas que, lamentablemente, son dominantes en la actualidad.

La pandemia mostró, con una claridad nunca antes vista, lo peor del mundo en el que hemos vivido desde el siglo xvi: el impulso de muerte que la dominación moderna desencadenó con impunidad en el mundo de humanos y no humanos sometidos a ella. Pero la pandemia también mostró lo más exaltado de la humanidad: la solidaridad de tantos que arriesgaron su vida para salvar a los más vulnerables o los más afectados, que se consolaron y se cuidaron entre sí. Para no hablar de los millones de horas de exceso de trabajo a las que se sometieron millones de trabajadores para producir lo imprescindible para prevenir o combatir el virus o, simplemente, para sobrevivir. Además, el mundo se afirmó como un lugar en las noticias como nunca antes había sucedido, como una humanidad sujeta a un destino común, aunque impredecible.

Sin embargo, trágicamente, lo mejor que la humanidad pudo revelar trajo consigo una herida fatal. Sólo pudo revelarse en un momento de catástrofe, en la situación límite de muerte que sólo aparentemente era indiscriminada. En otras palabras, la humanidad se afirmó como una realidad en el momento de morir. Esta es la mayor herida registrada por el nuevo virus en el cuerpo del nuevo siglo. Al tratarse de una herida de época, su curación implicará un cambio de era.

El libro está dividido en dos partes. En la primera, trato de dar una visión lo más panorámica posible de la devastación provocada por el coronavirus, de la historia larga que lo precedió, de las causas que determinaron la forma en que eligió a sus víctimas privilegiadas, de las consecuencias que se derivaron de ello, de las acciones de los Estados y de las comunidades ante un peligro de dimensiones imprevistas. En el Capítulo 1, doy algunas pistas para insertar la novedad del virus en nuestra contemporaneidad. En el Capítulo 2, muestro que esta novedad es más aparente que real, ya que el virus es un factor importante de la era moderna. En el Capítulo 3, analizo cómo el capitalismo hizo de la pandemia lo que ha hecho a la vida humana y la naturaleza: convertirla en un negocio. En el Capítulo 4, trato de desmontar la idea, adelantada por muchos, de la democraticidad del virus y analizo, con detalles que pueden exasperar a algunos lectores, la forma en que el virus ha agravado cruelmente las desigualdades y discriminaciones de las que están hechas las sociedades contemporáneas. En el Capítulo 5, someto a análisis crítico a uno de los dos protagonistas reconocidos del proceso pandémico, el Estado. Cuestiono la forma en que el Estado, llamado a proteger la vida de los ciudadanos, respondió al llamado. En el Capítulo 6, centro mi atención en el otro protagonista reconocido del proceso pandémico, el conocimiento en su inmensa diversidad y la ciencia en particular. Finalmente, en el Capítulo 7, me centro en un protagonista no reconocido, la resistencia y la creatividad de las comunidades para proteger vidas, muchas veces ante el abandono del Estado y la inaccesibilidad a los beneficios de la ciencia biomédica.

En la segunda parte, me dispongo a dar credibilidad a la idea de que el siglo xxi puede ser el comienzo de una era, una nueva era basada en la idea de que la naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la naturaleza. Las implicaciones que siguen son las líneas de la larga transición hacia un nuevo modelo de civilización poscapitalista, poscolonial y pospatriarcal. En el Capítulo 8, identifico los tres escenarios principales que se describen en el horizonte pospandémico. En el Capítulo 9, opto por uno de los escenarios, el que apunta a un cambio de época, a un nuevo modelo civilizatorio basado en la primacía de la vida digna y en una relación con la naturaleza radicalmente diferente a la que mantuvimos en la era moderna y nos llevó al borde de la catástrofe ecológica y a un mundo distópico viral. En el Capítulo 10, identifico los principios que deben presidir el proceso más o menos largo de transición paradigmática, desde el modelo civilizacional actual hasta lo que señalo en el Capítulo 9. Finalmente, en el Capítulo 11, enumero los primeros pasos de este proceso de transición. El libro termina con una conclusión que refleja el carácter especial de este trabajo al ser escrito mientras la pandemia sigue su curso y no deja de sorprender a los analistas.

Este libro no sería posible sin la preciosa y decisiva colaboración de un vasto grupo de compañeras y compañeros de jornada que compartieron conmigo su saber desde sus lugares de acción y lucha, ya fueran la universidad o los movimientos sociales. Con una generosidad inigualable, Maria Paula Meneses colaboró intensamente en la investigación preparatoria de este libro y especialmente en el Capítulo 2, como señalé puntualmente. Margarida Gomes, mi dedicada asistente de investigación durante muchos años, se encargó ejemplarmente de la preparación de las versiones finales de los capítulos, además de hacer una valiosa contribución en varios temas de la investigación. No miró las horas ni el esfuerzo para que el manuscrito terminara a tiempo. Lassalete Simões, mi querida amiga, colaboradora y secretaria, además de haber colaborado en la investigación, cuidó de mí y de la gestión de mis mil actividades online para que yo pudiera concentrarme en este libro. Naomar Almeida Filho, epidemiólogo de fama internacional, colega y amigo de muchos años, leyó y comentó minuciosamente todo el manuscrito y me dio el privilegio de leer de primera mano sus reflexiones especializadas sobre la pandemia. Su colaboración fue una extraordinaria manifestación del espíritu académico. Y en ella incluyo también, por las razones que ella conoce, a Denise Coutinho. Maria Irene Ramalho nunca forma parte de los agradecimientos porque está mucho antes y mucho después de ellos, en la fuente de lo que soy y hago. Además de todo lo demás, leyó y corrigió todos los capítulos con la acribia insuperable de la que es capaz.

Un grupo numeroso de personas amigas y generosas colaboró puntualmente en la preparación de la investigación. Temiendo cometer alguna omisión, de la que pido disculpas de antemano, me refiero a ellos en orden alfabético del primer nombre: Adriana Yanacona, Berenice Celeita, Boaventura Monjane, Bryan Vargas Reyes, Charbel El-Hani, David Morquecho, Elias González, Eliete Paraguassu, Félix Ruiz, Flávio Dino, Gustavo Esteva, Helena Silvestre, Ignacio Nacho Levy, Izadora Brito, Katleho Kano Shoro, João Ramalho-Santos, José Geraldo Sousa Júnior, José Manuel Mendes, José Ricardo Robles, Lino João Neves, Miguel Ramalho-Santos, Nicolás Arata, Peter Ronald deSouza, René Ramírez, Rodrigues Neves Nouveau, Scarlett Rocha, Sônia Guajajara, Tarso Genro. Mi más vehemente agradecimiento a todas y todos.

Mi casa madre es el CES, Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, y sin ella nada sería posible.

Un agradecimiento muy especial a mis compañeros y colaboradores de hace muchos años, Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez, que asumieron con mucho entusiasmo y profesionalidad la compleja tarea de traducción al español. Last but not least, me complace mucho señalar que este libro no existiría si mi editor Jesús Espino no me llamara una mañana de marzo para sugerirme que escribiera un libro sobre la pandemia. Para sorpresa de la invitación, la decisión de ponerme a trabajar en la tarea fue seguida de inmediato. El agradecimiento a Jesús no podría ser mayor.

[1] Eric Hobsbawm (1994) se refiere al periodo comprendido entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial hasta la caída del llamado bloque soviético como «el corto siglo xx», un espacio-tiempo que siguió al «largo siglo xix», que media entre el comienzo de la Revolución francesa en 1789, hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

[2] Publiqué hace poco un pequeño e-book titulado La cruel pedagogía del virus, Madrid, Akal/Buenos Aires, CLACSO, 2020.

El futuro comienza ahora

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