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Ocho

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Quizá de aquel primer paseo en el funeral del abuelo me nació el entusiasmo por estar siempre en la calle: metida en casa me asfixiaba y solo quería salir, salir de paseo, hiciera frío o calor. «Ay, Gerardo, que esta niña nos ha salido guardia de la porra, que no quiere más que estar siempre en la calle». La casa se me caía encima y en la calle me ponía contenta y sonriente.

Decían que me aburría tanto en casa por ser hija única, pero yo creo que el enorme horizonte de la glorieta de Atocha del que disfrutaba asomada al balcón me llamaba a voces a escaparme de las cuatro paredes de la casa y, además, tener enfrente la estación de Atocha era una tentación permanente a la aventura.

Atocha: matorral, mata, esparto. Atochar: llenar algo de cualquier materia, apretándola.

La glorieta de Atocha, la calle de Atocha y la estación de Atocha formaron parte de mi infancia. Me pregunto si la vida me atochó, me llenó de cualquier materia, apretándola.

Mayo del cuarenta y cinco

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