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Nueve

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Cuentan, me contaron mil veces, que aquel 30 de mayo fue un día de un espantoso calor madrileño. Cuentan que mi padre salió pitando a buscar a la comadrona y que nací sobre la mesa de la cocina de mi casa, glorieta de Atocha 10, principal derecha, a las quince y treinta minutos, «¡vaya calorazo!». Cuentan también que la comadrona tuvo que usar fórceps, que mi padre al verlos, cuentan, le dijo amenazante que «como le estropee usted la cabeza, la mato». No la mató y mi cabeza quedó sin daños aparentes.

Nací nueve años después de haberse casado mis padres. «Esta niña nos costó —decía él entre alegres risotadas— nueve años en lugar de nueve meses».

Por mi nacimiento, mi padre regaló a mi madre —«qué disparates hace este hombre»— un aparato de radio que ella escucharía cada día, cada tarde, casi cada noche, ocupando sus ocios, llenándole la vida.

Me bautizaron en una iglesia pequeña del barrio, una iglesia pequeña y modesta de la calle de Atocha, justo a mitad de la empinada cuesta.

La iglesia del Santísimo Cristo de la Fe, antes iglesia de Incurables del Carmen, es una de las más antiguas de Madrid y también de las más modestas. Se encuentra en la calle de Atocha número 87, esquina a la Costanilla de los Desamparados, y forma parte del conjunto construido entre los años 1592 y 1620. En sus inicios, a finales del siglo XVI, allí hubo un hospital. A comienzos del XVII acogió al Colegio de los Desamparados, que atendía a niños huérfanos, y después aquí estuvo instalado un hospital para hombres, el Hospital de los Incurables de Nuestra Señora del Carmen.

Mucha historia esconde este inmueble. La casa contigua a la iglesia durante un tiempo fue imprenta, propiedad de María de Quiñones, viuda de Juan de la Cuesta. Un espléndido relieve de 1905, obra del escultor Lorenzo Coullaut Valera, que representa a Don Quijote y a Sancho Panza, recuerda que allí en el año 1605 se imprimió la primera edición del Quijote. Actualmente es la sede de la Sociedad Cervantina. La iglesia fue construida en tiempos de Felipe III, y aparece representada en el Plano de Texeira con la fachada casi tal como la podemos contemplar hoy.

En las fotos del bautizo se destaca lo pequeña y espabilada de la nacida, con mucho pelo negro, y las caras tan García de los García que, embelesados, la rodean. El embarazo había sido, decían, providencial dada la edad y la mala salud de mi madre, así que «esta niña es un regalo para Gerardo, qué alegría».

Todo el mundo parecía contento; parecía contento incluso el primo Juanito, el castizo primo de mi padre que vivía en una buhardilla junto a la plaza de la Cebada, que era representante de un Flit matamoscas y que tenía una bicicleta a motor mosquito con la que iba por todo Madrid repartiendo el letal producto. Aunque, a decir verdad, no todo el mundo estuvo contento en mi bautizo, pues, para disgusto de mi madre, apenas hubo presencia de los Rodrigo, cuesta trabajo encontrarlos en las fotos.

Conservo todavía en un altillo el traje de bautizo —«tu traje de cristianar»— y también guardo unas pequeñas tarjetitas color crema que invitaban al convite con el que mi padre se empeñó en celebrar el acontecimiento, una merienda en el Hotel Nacional del Paseo del Prado: «Gerardo ha tirado la casa por la ventana, se ha vuelto loco con el nacimiento de la niña».

Jamón de York, mortadela de Bolonia, pavo trufado, cabeza de jabalí, jamón serrano, ensaladilla cantábrica, tarta Blanca Nieves, Pinochos al chocolate, Mari-Pepas, Enanitos, Helado Monte Blanco, Margaritas, café y té. Cup de Chablis, vinos de Jerez, Moscatel y Málaga.

Cuentan que en el festejo (mi primera fiesta con tan solo once días de vida) estuve muy espabilada y que mi padre mojó mi chupete en moscatel para que pudiera participar en los brindis, ante el escándalo y asombro de la —de nuevo escasa— representación Rodrigo.

Si él se afanó en procurarme el bien corporal, ella se volcó en el espiritual: «Ofrecí a mi hija María Dolores a la Santísima Virgen de la Soledad de la Paloma el día 20 de junio de 1945». Sin llegar al mes de vida, la Virgen Santísima ya estaba al tanto para ampararme y guardarme para siempre a su servicio.

Mayo del cuarenta y cinco

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