Читать книгу El Evangelio de la inclusión - Brandan Robertson - Страница 8
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Durante siglos, la Biblia cristiana ha sido interpretada por los grupos cristianos dominantes de modos que dañan a las personas, tanto dentro como fuera de la iglesia. En esos grupos dañados se incluyen judíos, musulmanes, personas indígenas, esclavos africanos, personas colonizadas, personas afrodescendientes, mujeres, aquellos a los que se los consideraba herejes o heterodoxos en sus creencias, y minorías sexuales y de género (esto incluye hoy a los llamados lesbianas, gay, bisexuales, transgénero, intersexo, y queer).
Mucha de la teología y ética más importante que ha sido publicada y diseminada ampliamente en los últimos setenta y cinco años (desde la II Guerra Mundial) ha emergido de los grupos previamente dañados. Todos ellos, de una forma u otra, han reclamado que los cristianos dominantes dejaran de lastimarlos. Los movimientos que empezaron en protestas casi siempre han madurado para ofrecer versiones alternativas de la fe cristiana, lecturas alternativas de las Escrituras cristianas y comprensiones alternativas de la ética cristiana. Se han movido de ser teologías de protesta a teologías constructivas —al menos, esa es una manera de describir la trayectoria.
Hoy conocemos estas teologías constructivas alternativas como la teología de la liberación, la teología negra, la teología indígena, la teología feminista, la teología mujerista, la teología latina, la teología asiática-estadounidense, y así sucesivamente.
La oferta de Brandan Robertson me parece un trabajo de transición entre la teología de protesta LGBTQ y lo que ahora está madurando bajo la etiqueta de “teología queer”. La primera generación de teología de protesta LGBT emergió en el seno del cristianismo católico romano a finales de los sesenta y setenta. Sin embargo, este tipo de literatura (con algunas excepciones) también emergió mucho después en el cristianismo evangélico, a finales del 2000 y principios de 2001. Mucho de este trabajo fue defensivo; esto es, defendía a las personas LGBTQ del daño hecho por los cristianos tradicionalistas y procuraba despojar el repertorio tradicional de los versículos bíblicos más citados para estigmatizarlos y rechazarlos.
Aquí, Brandan hace algo de ese trabajo de defender y despojarse de, pero realmente no es su foco. Eso es bueno, porque tal aproximación les permite a los intérpretes tradicionalistas establecer la agenda, y esto rara vez ha funcionado bien para aquellos que se ven perjudicados por el cristianismo tradicionalista.
Con bastante rapidez, Brandan sale del campo de juego de los adversarios y se dirige a su propio terreno, que es más interesante. Por ejemplo, argumenta que el abordaje de los supuestos tradicionalistas e intérpretes bíblicos inerrantes difícilmente se parece al abordaje de los textos sagrados que adoptaron Jesús o Pablo, y sí se parece mucho más al modo de leer la Escritura de sus adversarios. Él centra su atención en el patriarcado profundo y penetrante del mundo antiguo —por lo tanto, de los antiguos textos bíblicos—, fundamental tanto para entender lo que sucede con estos textos y como razón para rechazar cualquier aplicación literalista de ellos. Ofrece una interpretación más creativa de la emasculación del Jesús traspasado de múltiples formas en la cruz. Y ofrece un enfoque de los rasgos distintivos del reino inclusivo de Dios y del movimiento de su Espíritu, tanto en el Nuevo Testamento como entre los cristianos LGBTQ en la actualidad.
De esta manera, el trabajo de Brandan contribuye a la teología queer constructiva de la próxima generación; es decir, la que surge de la experiencia LGBTQ, que pasa de la protesta a representaciones alternativas maduras de la teología y ética cristianas. Esta teología ahora está tomando su lugar dentro del abanico de otras similares. No es ninguna coincidencia, por ejemplo, que la mayoría de las teologías emergentes de las márgenes del cristianismo blanco, heterosexual, masculino y colonial desafíen (selectivamente) el literalismo bíblico y midan los frutos de los cristianismos dominantes por su impacto en individuos y grupos marginados. Cada una de estas teologías enfatiza el significado de la ubicación social de los intérpretes del cristianismo, atiende a las dinámicas de poder en la comunidad cristiana y enfatiza que el texto bíblico siempre es interpretado por seres humanos, que nunca son infalibles. Y a fin de cuentas, todas estas teologías movilizan hacia un entendimiento del Evangelio cristiano que enfatiza el amor de Dios e intentan liberar a los oprimidos y crear un mejor mundo a través de Jesucristo. Algo que se asemeja mucho al Jesús que encontramos en los relatos de los evangelios, incluso si no se parece tanto a las teologías de, digamos, Lutero y Calvino.
Lo que estamos viendo en esta teología de la siguiente generación escrita por personas queer, es un grupo más de personas históricamente marginadas y profundamente dañadas que reclaman a Jesús para sí mismas, incluso, si es necesario, contra los dictados del cristianismo tradicionalista.
Uno no tiene que coincidir con cada movimiento de interpretación teológica o ética de este libro para gozar de su mensaje general —una vez más, que el amor, la justicia y la misericordia sublimes de Jesús están demostrando ser de mayor alcance de lo que algunos de sus defensores más fervientes están dispuestos a aceptar. Lo que significa que millones de personas a las que se les ha enseñado a temer a Jesús como su enemigo, van a ser capaces de darle la bienvenida a su mejor amigo; de hecho, a su Salvador y Señor, su Roca y su Redentor.
Y esa sí que es una buena noticia.
David P. Gushee