Читать книгу Futbolera - Brenda J. Elsey - Страница 8
Оглавление“¿Por qué seguiste jugando?, toda la homofobia y la humillación, sin ganar un peso, ¿por qué?, ¿por qué no te dedicaste a algo más fácil?”, le pregunté a Marina, una exjugadora del equipo nacional de fútbol femenino argentino. Estábamos en un café en Queens, Nueva York, en un frío día de invierno. Había emigrado a Estados Unidos en 2010 para buscar oportunidades de jugar fútbol a nivel profesional. Aunque su sueño de una carrera pagada no se habían hecho realidad, Marina seguía jugando y arbitrando cuando no limpiaba oficinas en su trabajo nocturno. Ella me respondió: “mientras más dificultades había, más lo quería. No tenía educación, ni dinero, mi única arma era mi talento para el fútbol. Es todo lo que quería hacer”1. La reacción de Marina refleja la de miles de mujeres que han practicado deportes organizados en América Latina desde finales del siglo XIX. Su exclusión es clave para entender cómo se desarrolló el género y la sexualidad en la región. Las comunidades y actividades femeninas dentro del deporte también son clave para comprender la historia social. Este libro se centra en las relaciones de las mujeres con las asociaciones cívicas, incluidos los clubes deportivos, los equipos de educación física y las ligas sindicales, y la importancia que el deporte tiene en sus vidas.
Hay muchos íconos de mujeres poderosas en la historia de América Latina: la mexicana Adelita, la argentina Eva Perón, la brasileña Escrava Anastacia. Ya sean símbolos reales, imaginarios o mixtos, sirven como puntos críticos para comprender la vida de las mujeres en la región. Si bien estas figuras fueron excepcionales de una forma u otra, el enfoque tiende a centrarse en las actividades que las hicieron conocidas, más que en la experiencia común más mundana. Futbolera es una forma engañosamente directa de referirse a una niña o mujer que juega fútbol. Si bien las futboleras han desaparecido y reaparecido a lo largo de los siglos XX y XXI, en su mayoría, han sido ignoradas en las historias populares del deporte y en la historia latinoamericana en general. Como tales, sirven como metáforas para su aparición en la narrativa histórica. Cuando el término se utilizaba en el debate público, era una forma de referirse a una mujer que iba “demasiado lejos”, una farsante o monstruosidad. Las futboleras de hoy tienen hambre de su historia, que aún no se ha escrito y que este libro intenta reconstruir. Desde las federaciones internacionales hasta las nacionales, las organizaciones justificaban su falta de apoyo a las atletas en base a la supuesta falta de tradición que existía y porque se consideraban como recién llegadas al deporte. Esta obra discute la historia del papel de la mujer en otros deportes además del fútbol, pero está motivada por la intención de entender a las futboleras y a las deportistas más ampliamente, y meditar sobre su significado para entender el género, la clase, la raza y la sexualidad en América Latina.
La narración de la historia puede conferir legitimidad a los sujetos, al igual que puede negársela en la misma instancia. Descuidar la participación histórica de las mujeres en el deporte latinoamericano ha servido para naturalizar las diferencias de género en la sociedad y para justificar la negación de recursos para las atletas. Centrarse en las actividades de las mujeres dentro del deporte ilustra su creatividad y sentido de comunidad. El desinterés de los medios en el deporte femenino ha dejado a los historiadores con un rastro difícil de seguir.
Con frecuencia, son las propias atletas quienes conservan la historia del deporte femenino, al proporcionar sus recuerdos, fotografías, camisetas y recortes de prensa a los periodistas e historiadores. Al igual que la historia de los espectáculos de samba o drag, estas entusiastas conservan los detalles de sus actuaciones como materia prima que los historiadores luego tejen en la narrativa. Este no es un intento de dar voz a las que no tienen, ni de hacer un recuento exhaustivo de la historia deportiva de las mujeres, sino más bien registrar y situar los rastros disponibles y, con suerte, abrir nuevos caminos para la investigación.
Para entender a las futboleras, hay una historia más larga que entender, una que involucra la construcción del Estado en América Latina. Los programas de educación física fueron parte de la expansión de las agencias estatales que formaron nuevas escuelas e institutos para educar a los estudiantes en toda la región a fines del siglo XIX y principios del XX. Los regímenes de educación física diferían entre países y también se basaban en objetivos nacionales y adaptaciones locales. Este libro revisa el caso de América Latina con cautela y aspira a utilizar casos comparativos para resaltar la heterogeneidad de la región. Es fundamental tener en cuenta la crítica de Walter Mignolo a la idea de América Latina, quien demostró que el término supone una subyugación de los pueblos indígenas y africanos2. De hecho, los expertos de todo el continente americano diseñaron programas para reemplazar cualquier comportamiento indígena o africano por hábitos europeos. En las primeras décadas del siglo XX, trabajaron en gran medida bajo el supuesto de que solo los europeos habían adoptado tradiciones de cultura física dignas de la política estatal.
Es difícil imaginar una imposición más directa sobre los niños que los programas escolares que estipulaban cómo debían mover sus cuerpos. Aunque la educación física se percibía como voluntaria, e incluso agradable para los estudiantes, el Estado aún buscaba controlar la forma en que los estudiantes se estiraban, brincaban, corrían e incluso se paraban. La educación física reforzó las diferencias de género como inmutables y la creación de comportamientos heterosexuales adecuados fue primordial. Aunque las mujeres deportistas y las jugadoras de fútbol salían de los límites de lo que era socialmente aceptable, participaron en un espectro del deporte y la educación física. Sin embargo, las ideas que tenían las niñas y mujeres sobre la educación física a menudo diferían de los proyectos nacionalistas del Estado. Las comunidades que formaron a las mujeres y la intensidad de los intercambios a través de las fronteras nacionales merecen atención en cualquier estudio de deportes. Además de estudiar las relaciones transnacionales, este libro presenta casos comparativos que reflejan cómo distintas historias de género crearon diferentes paisajes para el atletismo femenino.
La aceptación del género, que subraya el proceso y la contingencia de las categorizaciones masculinas y femeninas, llega a las academias de Estados Unidos y Europa al menos desde el ensayo fundamental de Joan Wallach Scott, “Género: Una categoría útil de análisis histórico”, de 1986. El género abrió una amplia gama de metodologías y fuentes a los académicos interesados en la historia de cómo las sociedades construyeron, naturalizaron y reprodujeron la diferencia en función de la masculinidad y la feminidad. Con el tiempo, estos términos se han pluralizado (géneros, masculinidades, feminidades, sexualidades) para reconocer las ideas que los rodean. El género ha permitido a los historiadores dar cuenta de la importancia de las mujeres para el trabajo, la propiedad y la política, incluso cuando no están representadas “en persona”. Podemos entender cómo las leyes que no las mencionan, a menudo escritas sin su participación, se han diseñado tanto lingüísticamente como en la práctica para otorgar capital a los hombres. Es fundamental recordar que las identidades de género no existen en el vacío, también se relacionan con la clase, la raza, la nación y la sexualidad. En la medida de lo posible, hemos intentado dar cuenta de estas interseccionalidades. A medida que avanza la investigación en biología evolutiva y ética médica, los límites entre sexo y género se han vuelto más nebulosos al reconocer que los dos sexos se encuentran dentro de un espectro de características.
El crecimiento de la historia femenina y de género ha llevado a una serie de estudios importantes que nos han obligado a repensar las narrativas históricas tradicionales. La historia de las trabajadoras, por ejemplo, demuestra no solo sus experiencias en el lugar de trabajo, sino también su importancia para las economías latinoamericanas3. Las ideas de que los hombres y las mujeres merecían salarios y beneficios diferentes dieron forma a la política de los sindicatos, especialmente en términos de restricciones al trabajo femenino y a la organización laboral. Las nuevas interpretaciones de la participación de la mujer en los movimientos políticos, en todo el espectro ideológico, han demostrado tanto su importancia para la política como su marginación. Como trabajadoras sociales, maestras y funcionarias públicas, las mujeres tenían la responsabilidad de implementar proyectos estatales a diario4. Sus historias sociales también dieron profundidad y matices a la forma en que entendemos la importancia de los proyectos estatales como la reforma agraria5. Dada la superposición de las desigualdades en toda la región, la erudición feminista ha explorado la forma en que el racismo, el clasismo y la homofobia se han cruzado con el sexismo para dar forma a la vida cotidiana de las personas6.
La historia de género y la historia de la mujer dependen la una de la otra para comprenderse, pero no son lo mismo. A pesar de todo el progreso logrado en la década de 1990 y principios de 2000, la historia social de las mujeres en América Latina sigue siendo un área de investigación descuidada. Esto se debe, en parte, a un mayor enfoque en los estudios de género, lo que inevitablemente arroja más luz sobre los hombres a medida que aparecen con mayor frecuencia en los materiales originales. En otras palabras, si bien el género y la historia femenina no son dispares, tampoco pueden confundirse7. Las historias de género, muchas de las cuales son más sugerentes que definitivas, han generado ideas de gran importancia que también contribuyen a la historia de la mujer y sus contribuciones. La historia de la sexualidad nos ha obligado a reevaluar las prescripciones legales normativas, las vidas privadas y las comunidades alternativas8. Las historias de los fundamentos familiares, sociales, religiosos y productivos de gran parte de la historia de América Latina han sido revolucionadas por nuevas investigaciones sobre la historia de la sexualidad. Las historias sociales de las mujeres son muy necesarias para continuar este trabajo de comprender mejor cómo las construcciones ideológicas como la masculinidad y la feminidad influyen en la vida cotidiana.
El estudio de las mujeres en comunidades clandestinas y sus actividades en un tema como los deportes, que actualmente se considera políticamente importante, no puede basarse en el mismo tipo de base documental que la historia de organizaciones feministas formales u organizaciones benéficas de mujeres, por ejemplo. Desde un punto de vista metodológico, este estudio a ratos se lee como si fuera una historia de los medios de comunicación, porque a menudo mencionamos los rastros de participación femenina en la prensa. Argentina y Chile han tenido publicaciones deportivas estables, mientras que otros países, como México, presentan un desafío mayor. La atención desigual que el deporte femenino ha recibido en la prensa hace que la búsqueda de su historia, y la creación de narrativas coherentes al respecto, sea similar a buscar una aguja en un pajar. Además de periódicos y revistas, hemos utilizado documentos gubernamentales, particularmente de departamentos de educación física, historias orales, memorias informales, sitios de admiradores, fotografías y documentos de clubes.
En los capítulos sobre Brasil, hay que agradecer la ayuda entregada por el Museu do Futebol en São Paulo y su directora Daniela Alfonsi, y la entusiasta coleccionista Aira Bonfim. La escasez de material fuente es, por supuesto, exagerada dada las restricciones sociales impuestas al deporte femenino y su exclusión por parte de la mayoría de los coleccionistas. Estas historias sociales sobre el fútbol y el deporte en general, aunque rara vez se centran en las mujeres, han proporcionado análisis importantes sobre el papel del deporte en la identidad nacional, la formación política, étnica y social de la clase9.
Si bien los historiadores se dedican a circular por el tiempo, todavía no se han esbozado las cronologías básicas y los eventos deportivos femeninos de América Latina. Conscientes de las trampas y los problemas involucrados en este esfuerzo, hemos construido una cronología aproximada entorno a la cual el libro se estructura. En toda la región, la educación de las niñas comenzó formalmente en la década de 1880, especialmente en el Cono Sur, aunque en México, Costa Rica y otros lugares también se reconoció la importancia de la escolarización de las niñas. Poco después, los educadores comenzaron a crear programas de educación física al ver el vínculo que existe entre cuerpo y mente sanos. Estos programas abrieron oportunidades previamente no disponibles en los deportes y el ejercicio, especialmente para las niñas de la clase trabajadora. Los reformadores liberales, los oficiales militares y, en menor medida, los católicos conservadores, negociaron las líneas generales del plan de estudios de educación física. En todo el espectro político, la idea de que el deporte podía mejorar la salud eugenésica de la nación fue increíblemente poderosa e inherentemente involucró tanto a niñas como a niños. Al igual que con muchas otras corrientes ideológicas de la época, los estadistas latinoamericanos miraron hacia Europa para crear instituciones, políticas y planes de estudio que aportaran ideas “modernas” y científicas a sus programas. Las jerarquías raciales configuraron la forma en que los burócratas, los maestros y los reformadores entendían los objetivos de la educación física. La suposición de que las personas de ascendencia africana, indígena, asiática o mixta necesitaban copiar los movimientos y hábitos de los europeos para mejorar su composición racial se consideró “sentido común”. Influenciadas por las prácticas europeas, las mujeres dominaron los puestos docentes en la educación física de las niñas de esa época. Era común que extendieran su enseñanza más allá del aula y organizaran clubes y torneos.
A fines de la década de 1920, el feminismo latinoamericano surgió como un conjunto diverso de movimientos e ideologías. Esto coincidió con la creciente participación de las mujeres en la fuerza laboral y en las campañas de sufragio en la región. Al mismo tiempo, las actividades recreativas se expandieron rápidamente a las multitudes urbanas gracias a las nuevas tecnologías. La imagen internacional de la mujer moderna con cabello corto y ropa deportiva estaba estrechamente vinculada al deporte femenino. Los comentarios de las mujeres, la fanaticada y la participación en el deporte aumentaron notablemente. Los deportes asociados con las europeas de clase alta, como el tenis y la natación, tuvieron una amplia aceptación. Mientras algunos celebraban las nuevas tendencias, otros ridiculizaban a la “mujer moderna” como vanidosa y sexualmente promiscua. Los escritores de élite temían que estas nuevas tendencias desdibujaran los límites entre los géneros y las clases sociales y amenazaran la pureza de la mujer de clase alta que podría confundirse con cualquier callejera si apareciera en los estadios o con el pelo corto. Estos argumentos prosperaron más allá de las páginas de las revistas de élite y se extendieron a las calles. En México, en la década de 1920, por ejemplo, los hombres atacaron a las mujeres por adoptar el estilo emblemático de la “chica moderna”10. Por más que los educadores latinoamericanos hayan querido adoptar las normas europeas, reaccionaron sospechosamente a la tendencia global de la “chica moderna”, así como al nuevo modelo femenino: el cuerpo atlético. A medida que el deporte, particularmente el fútbol, se asoció fuertemente con la masculinidad y el nacionalismo, los periodistas y expertos encontraron que la presencia femenina era cada vez más aborrecible. Los líderes de los clubes, periodistas y educadores cuestionaron la sexualidad de aquellas que optaban por practicar deportes, particularmente de equipo.
En las décadas de 1940 y 1950, una mayor inversión estatal en cultura y recreación conllevó a una expansión en la construcción de instalaciones subsidiadas, educación física y amateurismo de élite, como los equipos olímpicos. También significó una mayor intervención estatal en la vida deportiva de los ciudadanos. Esta intrusión del Estado es más evidente en el caso de los deportes femeninos en Brasil, país que prohibió el fútbol, el rugby y la lucha (entre otros deportes) en 1941. En este país y en otras partes de la región, la profesionalización de la medicina deportiva, la educación física y los clubes deportivos restringieron aún más el atletismo femenino. Y, a medida que se fortalecieron las organizaciones deportivas femeninas, se enfrentaron a una mayor resistencia de quienes se oponían a estas actividades deportivas, tanto de hombres como de mujeres. Muchos estados latinoamericanos se expandieron significativamente a mediados de siglo, y en el proceso promovieron un patriarcado renovado. Una minoría logró capitalizar esta expansión, como los equipos de básquetbol femenino en el Cono Sur. El crecimiento del básquetbol y el voleibol en las décadas de 1940 y 1950 creó oportunidades internacionales para las jugadoras. Las mujeres viajaban, organizaban eventos para recaudar fondos y pasaban bastante tiempo juntas. Aunque los entrenadores hombres actuaban como chaperones, había libertades que normalmente no se otorgaban a las chicas involucradas en estos clubes. Sin embargo, los ataques de los expertos y las restricciones de los organismos estatales llevaron a muchas comunidades de deportes femeninos a la clandestinidad, así como a entrar en conflicto con la policía local. Pese a todo, lograron perseverar. Algunas atletas continuaron practicando los deportes que amaban sin tener acceso a los medios de comunicación, los subsidios estatales o el capital cultural. Debido a la escasez de fuentes, no tenemos cómo saber si las mujeres interpretaban su persistencia como feminista. No obstante, sabemos que en la práctica luchaban por tener tiempo libre y acceso al espacio público y promovían actividades que la burocracia profesional consideraba poco femeninas.
En los años sesenta y setenta, las mujeres que rechazaron el modelo doméstico se vieron en una posición desfavorable. La historiadora Valeria Manzano ha demostrado que las jóvenes, “prácticamente impugnaron las ideas predominantes sobre el ‘hogar’ al permanecer en el sistema educativo, participar plenamente en el mercado laboral, ayudar a dar forma a actividades recreativas juveniles, experimentar con nuevas convenciones judiciales y reconocer públicamente que habían tenido relaciones sexuales prematrimoniales y contraer matrimonio más tarde”11. De esta manera, desafiaron la ecuación de esposa y madre. El pánico moral generó discusión, recriminaciones y, en casos extremos (aunque no tan extremos como podría parecer) violencia contra la mujer. Los deportes, especialmente fuera de las escuelas y en equipos femeninos, desafiaron las normas y costumbres dominantes. Cuando, en la década de 1960, más mujeres comenzaron a ingresar a las universidades y sindicatos, empezaron a formar equipos. A medida que las selecciones nacionales se solidificaron y ganaron prestigio, los entrenadores masculinos desplazaron a sus contrapartes femeninas. Las dictaduras militares de la década de 1980 en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, que restringían las asociaciones civiles y prometían una vuelta a los roles de género tradicionales, dañaron el impulso del deporte femenino. En esa época, los organismos internacionales, especialmente el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) tuvieron que crear más oportunidades para las atletas. A medida que las atletas se reagruparon en la década de 1990 y principios de 2000, siguieron enfrentando discriminación, pero ahora con una nueva justificación: el mercado.
Esta cronología poco precisa del deporte femenino y la historia de género en el transcurso del siglo XX identifica cambios en el sentido más amplio. Si bien estos fueron inmediatamente promovidos como saludables y necesarios y, a la vez, temidos como transgresores por los actores estatales y las élites, los esfuerzos atléticos de las mujeres ocuparon un espacio intermedio y peligroso. A veces el Estado las apoyó, pero los padres y los activistas conservadores adoptaron una visión mucho menos optimista de la actividad física de las niñas. Para ellos, el aumento de las actividades fuera del hogar y la iglesia conduciría a la perdición. Nuestro estudio comienza con una descripción del surgimiento de la educación física y los deportes en el Cono Sur, donde encontramos los primeros intentos de crear programas para niñas y mujeres. Destacamos la construcción de los regímenes de educación física y algunos debates que surgieron. Si bien el Estado tenía un interés particular en el desarrollo de la educación física de las niñas, también desconfiaba de las prácticas deportivas femeninas. Al mismo tiempo que se promovió la educación física femenina, las atletas permanecieron bajo la atenta mirada de los maestros y los llamados expertos en salud pública. Estos expertos, como se muestra, tenían poco conocimiento sobre la fisiología femenina y se preocupaban más por la apariencia como indicativo del valor del deporte. La apariencia no solo les importaba a los supuestos expertos en el campo de la salud, sino también a las revistas deportivas de la época. Si bien hubo poco consenso sobre cómo tratar a las deportistas, según nosotros existieron dos temas recurrentes: la atleta como deportista y la atleta como objeto de burla masculina. Su trato varió no solo debido a las diferencias de opinión sobre los beneficios para la salud del atletismo femenino, sino también a las diferentes prescripciones en cada clase, lo que refleja la interacción entre el prejuicio de clase y la eugenesia. Si los países latinoamericanos iban a crear poblaciones más saludables, entonces la feminidad y la salud de sus “mejores” ciudadanos eran primordiales. Como resultado, las discusiones sobre el deporte femenino a menudo coincidían con las discusiones sobre la clase social y la raza. Ciertos deportes, como el tenis y la natación, se consideraron saludables y apropiados, en función de su supuesta armonía con las capacidades femeninas, el nivel de esfuerzo y la falta de contacto físico. Otros, como el fútbol y el básquetbol, se convirtieron en el foco de un intenso debate, apoyo ocasional y sospechas casi constantes. El posible empoderamiento de las mujeres a través de los deportes en equipo asustaba a las instituciones deportivas y estatales.
El segundo capítulo se centra en el desarrollo de los deportes femeninos y la participación de las mujeres en Brasil a principios del siglo XX. A medida que el balompié masculino se arraigó tan profundamente en la sociedad brasileña, el fútbol femenino llegó a ser visto como un anatema para los ideales del país. Un Brasil sano, y por ende una brasileña sana, debía centrarse en las habilidades maternas y no en la destreza deportiva. Este capítulo rastrea el desarrollo del fútbol femenino en todo el país. Como parte de la trayectoria del fútbol femenino, los esfuerzos estatales para desarrollar la educación física de las niñas desempeñaron un papel importante. En Brasil, al igual que en Argentina y Chile, la preocupación por la sexualidad y la apariencia física de las mujeres impulsaron los debates sobre su salud pública. Los expertos promovieron la gimnasia y los ejercicios ligeros que resguardaban la supuesta fragilidad femenina al fomentar el ritmo y la armonía, mientras que otros “deportes violentos”, como el balompié, no se incentivaban, pues amenazaban la “estética” de la mujer. Así también, la clase social preocupaba a las autoridades brasileñas. Para muchos brasileños, el desarrollo del fútbol femenino se volvió preocupante solo después de que los brasileños blancos de élite comenzaron a jugar y los hombres de color se integraron en los mejores clubes. En ese momento, los críticos lo vieron como una amenaza para la nación y tenían amplia “evidencia” que los respaldaba. La principal revista de salud pública del mundo, The Lancet, había publicado estudios sobre los problemas percibidos de las actividades deportivas de niñas y mujeres en la década de 1920. Inglaterra citó esta evidencia para prohibir el fútbol femenino y, 20 años después, Brasil hizo lo mismo. Al momento de la prohibición, las mujeres brasileñas llevaban al menos 20 años jugando al fútbol en lugares tan variados como carpas de circo, fábricas y patios escolares. El deporte femenino, específicamente el balompié, pasó de ser un espectáculo marginal a convertirse en un deporte de moda en muy poco tiempo. A medida que el deporte ganó popularidad, sus críticos comenzaron a alzar más la voz, lo que llevó al recién centralizado Estado brasileño a prohibir el deporte dado que amenazaba la supervivencia de la nación.
A pesar de la prohibición, el fútbol femenino continuó, particularmente fuera de la capital. La continuación del deporte, combinada con la participación de las mujeres en el panorama deportivo de Brasil como miembros de los medios de comunicación y en los roles de clubes auxiliares, significó que la aparente aparición repentina de las futboleras a principios de la década de 1980 no fue más que un resurgimiento en la esfera pública. En otras palabras, si alguien hubiese querido buscar fútbol femenino en Brasil entre 1941 y 1981, lo hubiera encontrado. Aun así, el deporte necesitaba un pretexto “apropiado” para su actividad técnicamente ilegal. Al llamarlos partidos de beneficencia, tanto los organizadores como las jugadoras pudieron evitar el estigma legal y social. De todos modos, recaudar dinero para causas benéficas no neutralizó completamente la oposición al juego, los artículos editoriales en periódicos presionaron contra el deporte. En la década de 1960, el deporte había crecido lo suficiente como para que el CND se viera obligado a reiterar su postura contra el juego e investigar clubes masculinos, como Santos, que habían decidido apoyar a los equipos de mujeres. A pesar de la oposición oficial, las redes de relaciones personales permitieron que el fútbol femenino continuara. Tal fue el caso del Clube Atletico Indiano, organizado por la hermana de José María Marín, quien encabezaría la Confederación Brasileña de Fútbol (y sería acusado en el escándalo de la FIFA de 2015). Finalmente, a fines de la década de 1970, el CND cedió y permitió el fútbol femenino una vez más, aunque la prohibición recién terminó en 1981. El capítulo finaliza explorando los debates sobre el fútbol femenino que continuaron hasta la década de 1990. Las revistas feministas comenzaron a cubrir el deporte y elogiar su potencial poder transformador, pero las mujeres brasileñas continuaron enfrentando desafíos durante las décadas de 1980 y 1990, particularmente las percepciones sobre los supuestos efectos del juego sobre su salud y sexualidad. No obstante, el capítulo demuestra que la apertura política en Brasil contribuyó a un espacio social y cultural más amplio para el deporte femenino.
De Brasil, pasamos a México y América Central, donde el papel del Estado ocupa un lugar central en el desarrollo de la educación física y el deporte de las niñas. Aquí, como en otros países, el interés eugenésico en “mejorar” la nación llevó a un mayor interés en la maternidad como una función patriótica. La Revolución Mexicana (1910-1920) creó un aparato estatal orientado a diseñar nuevas formas de ciudadanía vertical. Como tal, los sucesivos gobiernos revolucionarios buscaron extender la educación secular a las zonas rurales de México. Tanto las escuelas rurales, desarrolladas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) en la década de 1920 como las Misiones Culturales, iniciadas a fines de la década de 1920, tenían un componente deportivo explícito. El deporte en las zonas rurales fue visto como una forma de crear camaradería y un sentido de orgullo local, regional y nacional. Se alentó a las niñas a competir en básquetbol, voleibol y otros deportes, aunque solo ocasionalmente en fútbol. Aun así, la idea de la educación física y el deporte femenino molestó a muchos en las regiones más conservadoras del país, causando tensiones entre el Estado y la población. En México, el Estado llevo a otro nivel el uso de la actividad física para crear espectáculos de masas. Los desfiles deportivos y de trabajadores fueron comunes en la década de 1930, con decenas de miles de trabajadores gubernamentales que concurrían a Ciudad de México para mostrar su destreza física. Las mujeres jóvenes desempeñaron un papel tan importante en estas escenas como los hombres, en exhibiciones de gimnasia, así como marchas y bailes que formaron parte de los desfiles. En la década de 1930, el gobierno también organizó campeonatos nacionales para deportes aficionados bajo el auspicio de la Confederación Deportiva Mexicana (CODEME), incluidos campeonatos de básquetbol y voleibol femenino. La atención entregada a la educación física femenina y a la formación de profesoras de educación física supuso que solo era cuestión de tiempo antes de que las mujeres empezaran a jugar al fútbol, que de a poco se fue convirtiendo en el deporte nacional. México se unió a las repúblicas centroamericanas, incluidas Costa Rica y El Salvador, donde el Estado promovió la actividad física para mejorar la población. A fines de la década de 1940, en Costa Rica, los programas de educación física de principios del siglo XX y un movimiento vibrante de mujeres condujeron al desarrollo de los primeros equipos de fútbol femenino en América Central. Desde San José, el deporte se extendió por Costa Rica y en gran parte de América Central y el Caribe. En El Salvador, por otro lado, el interés retórico en la educación física de las mujeres no se tradujo en mayor financiamiento para los programas y, por lo tanto, las oportunidades deportivas se demoraron en llegar.
El capítulo cinco se centra en las preocupaciones sobre la sexualidad que estuvieron presentes, aunque no dominaron, durante el breve auge del fútbol femenino en México entre 1970 y 1972. El desgaste del poder del Estado mexicano, en la década de 1960, abrió más espacios culturales para las mujeres, incluidos los espacios deportivos. A partir de intentos anteriores en las ligas de fútbol femenino, y el crecimiento de la fanaticada, varias ligas se desarrollaron en y alrededor de Ciudad de México entre 1969 y 1971. Esto se vio reforzado por el éxito de México en el primer Campeonato Mundial Femenino, organizado por la Federación Internacional de Fútbol Femenino Europeo (FIEFF) en 1970 en Turín. La nación azteca organizó el segundo torneo, un año después, aunque las futboleras enfrentaron muchas dificultades para jugar. La principal, como en otros lugares, fue la resistencia de las instituciones de fútbol dominadas por hombres (tanto nacionales como internacionales) y la resistencia de la familia. La primera dificultaba la búsqueda de canchas para practicar, la segunda obstaculizaba el acceso de las mujeres a los campos disponibles. Aun así, hubo aliados en el gobierno de Ciudad de México y en la prensa, que le dieron al deporte el espacio que necesitaba para arraigar. Cuando la FMF se hizo cargo del deporte en un esfuerzo por “proteger” a las mujeres de empresarios inescrupulosos y procedió a ignorarlas, las propias jugadoras ya habían desarrollado una red lo suficientemente fuerte como para mantener vivo el deporte bajo tierra.
Esta, en definitiva, es una historia del deporte femenino en América Latina. Los deportes femeninos siempre existieron, pero se mantuvieron debajo de la superficie y en el límite de un comportamiento aceptable. En el caso del fútbol, aunque comenzó casi simultáneamente al juego masculino, desde el principio se vio que las mujeres que jugaban transgredían las normas de comportamiento respetable. A medida que el balompié se fue convirtiendo en una parte de la identidad nacional en la región, las mujeres cada vez fueron más excluidas. No fueron las prácticas deportivas per se las que objetaron las instituciones deportivas. De hecho, durante el siglo XX, el Estado promovió ciertos deportes y actividades físicas para crear madres más saludables como un medio para producir ciudadanos más sanos, además patrocinó programas de educación física para niñas o deportes como régimen de belleza. Una vez que las mujeres comenzaron a organizarse y exigir tiempo libre, espacio público y recursos comunitarios, considerados dominio masculino, encontraron resistencia dentro y fuera del hogar. Tanto en los medios de comunicación como a través de aparatos oficiales, las vías para la práctica del fútbol femenino se cerraron lentamente. Ya no se consideraba espectáculo. La amenaza que causó a las nociones de feminidad y las percepciones de salud pública fueron demasiadas para ser ignoradas. No obstante, el deporte continuó y sentó las bases para las futboleras de hoy. Más allá del ámbito del deporte, las atletas latinoamericanas crearon nuevos ideales de tipos de cuerpos, desafiaron el monopolio que tenían los hombres sobre los recursos y formaron importantes comunidades.