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Parte 1 Primer sueño: la pulsera

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Era un hermoso día soleado de verano y el cielo estaba despejado. Entre la multitud de personas una pequeña niña caminaba a prisa junto a sus compañeros de escuela. Se disponían a un día de excursión en el zoológico.

—Niños, despacio... —repetían las maestras que acompañaban a los treinta y cinco alumnos.

La pequeña, de siete años, llevaba una túnica amarilla como sus compañeros, sin embargo a ella le quedaba más grande, quizá por ser la más bajita de su curso aunque siempre resaltaba por sus cabellos ondulados de color castaño.

Su prisa se debía a las ansias por ver a los osos, sus animales favoritos y cuando finalmente llegaron al cautiverio de los osos, la aglomeración de niños y niñas que se disputaban un lugar para observar le impedía observarlos al quedar relegada.

—Quítate enana, yo llegué primero —la echó uno de los compañeros más fastidiosos.

—Tonto… —murmuró la pequeña intentando ver a los osos desde otro lugar sin poder conseguirlo, entre el público y sus compañeros era difícil ubicarse en un lugar adecuado para vislumbrar a sus animales favoritos. Fue entonces que su enojo se sincronizó con el rugir de uno de los osos, un rugido que obligó a retroceder a todos despejando el mirador que inmediatamente fue ocupado por la niña. En cuanto pudo observar descubrió que no se parecían a los osos de sus cuentos y mucho menos a los de peluche, sin embargo verlos en su forma original hizo que le gustaran aún más.

Al caer la tarde todos continuaron caminando hasta llegar a un patio de comidas que contaba con juegos infantiles y un laberinto hecho de arbustos. De inmediato formaron grupos para sentarse a comer sus aperitivos; en ese momento la niña vio a un nene pequeño llorar por un globo que, escapando de sus manos, volaba a pocos metros de allí. Sin dar aviso alguno se dispuso a alcanzar el globo, pero de inmediato un fuerte viento llevó el globo a ingresar al laberinto hacia donde ella también corrió para alcanzarlo.

—¡Te tengo! —dijo sonriendo al tomarlo —Uy...¿cómo llegué hasta aquí? —se preguntó al descubrir que no solo estaba dentro del laberinto sino que además no sabía por dónde regresar.

El tiempo transcurrió y la pequeña no lograba hallar la salida, los últimos rayos del sol se veían hacia lo alto, cada muro le parecía cada vez más enorme pero sin darse por vencida siguió caminando en diferentes direcciones hasta que oyó algo que la paralizó por completo.

Bajo el telón de la noche que empezaba a caer apareció detrás de ella una criatura parecida a una pantera pero cubierta en sombra.

—Oh... no —murmuró la niña con un sobresalto que la hizo soltar el globo. Intimidada por el acecho de la sombría criatura dio un paso atrás, respiró hondo y empezó a correr a toda prisa en dirección opuesta, sin rumbo alguno.

El temor que la embargaba era inaudito aunque no lo suficiente como para paralizarla. Poco a poco, la oscuridad se fue disipando y mientras ella corría la luna llena empezó a brillar iluminando su camino. De repente apareció junto a ella un cuerpo luminoso con figura humana que se desplazaba en su misma dirección, la pequeña observó con asombro la misteriosa aparición que dejó al descubierto a un extraño niño cuyos cabellos eran de color gris que brillaban como la luna, vestido con una túnica blanca y descalzo.

—¡Sielf! ¡Estás en peligro! —dijo llamándola por su nombre y tomándole la mano—¡Ven conmigo! ¡Pronto estarás a salvo!

Sielf no comprendía nada, tan solo sabía que debía seguir corriendo hasta hallar una salida. Ambos seguían una dirección que los hacía impactar contra los muros de arbustos una y otra vez sin complicación alguna, era como si atravesaran cortinas de humo. Finalmente lograron salir del laberinto. Una vez en el exterior Sielf pudo dar una bocanada de aire y recuperar el aliento, se sentía a salvo, sin embargo el peligro continuaba.

—Por favor, dame tu brazo; es hora —dijo el niño mientras hacía aparecer alrededor de la muñeca de Sielf una extraña pulsera que lucía cuatro piedras incrustadas, de color verde, celeste, azul y rojo.


—¿Quién eres? ¿Qué es esto? —preguntó la pequeña observando el objeto detenidamente.

—Me llamo Zefis y esta es una pulsera mágica —explicó —forjada para protegerte del mal, te hará invisible para ellos y visible para los guardianes. A partir de ahora deberás usarla siempre, crecerá conforme tú lo hagas y solo con ella los guardianes te encontrarán.

—¿Quiénes son los guardianes? —preguntó desconcertada.

—Lo sabrás al cumplir dieciocho años, para ese entonces todo será develado —explicó mientras se desvanecía.

Imprevistamente la fiera salió del laberinto y saltó para atacarla, ella lanzó un fuerte grito y cayó sentada sobre el césped. A pocos pasos, la criatura maléfica miró en derredor y comenzó a alejarse como si no percibiera su presencia, pronto apareció otra al acecho pero luego de olfatear cerca del lugar donde Sielf se encontraba tampoco la registró. De algún modo Sielf se había hecho invisible para ellos, entonces se puso de pie y aún con miedo las observó marcharse hasta desaparecer.

Sielf y la legión de los guardianes

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